Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


lunes, 23 de enero de 2017

75).-Georgios Gemistos.-a


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda ; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; 

(; ca. 1355-1452), quien se hizo llamar Pletón o Plethon (dependiendo de la transliteración), fue un humanista y filósofo bizantino, unos de los principales impulsores del estudio del griego en el mundo latino, y del platonismo. Ferviente seguidor de Platón, enseñó en Florencia y con sus enseñanzas estableció la base para la creación de la Academia de Florencia.

Juventud

Probablemente originario de Constantinopla, en su juventud estudió en Adrianópolis, donde conoció el pensamiento de Platón, en cuyo honor cambiaría su nombre por el de Pletón (que además de sonar de modo similar a Platón significa "pleno"). Luego viajó hacia Palestina y Chipre, entre otros sitios, hasta afincarse en Mistra, donde se dedicó a la enseñanza.

Magisterio en Mistra

En Mistra escribió y enseñó filosofía, astronomía, historia y geografía, y realizó compilaciones de varios autores clásicos. Allí estudiaron junto a él Basilio Bessarión y Jorge Scholarius (o Escolario), quien luego sería Patriarca de Constantinopla y un gran oponente de Plethón. En Mistra Plethón fue nombrado magistrado del déspota Teodoro II Paleólogo (hermano de Juan VIII Paleólogo).
Plethón escribió De Differentiis, una detallada comparación entre las concepciones de Platón y de Aristóteles acerca de Dios. Jorge Escolario, años después, defendió a Aristóteles y convenció al emperador Manuel II Paleólogo que el apoyo de Plethón de Platón conducía a la herejía. Manuel confinó a Plethón en Mistra, donde Plethón ganó fama y se convirtió en una celebridad. En 1415 y en 1418 escribió panfletos a Teodoro y a Manuel describiendo cómo el imperio podría organizarse mejor de acuerdo a los consejos de Platón en La República, lo que incluía reformas políticas, económicas y legales. Con estos panfletos, Plethón adquirió mayor renombre como legislador, y hubo rumores que indicaban que en sus memorias escribía completos códigos legales.

Escribió también un resumen de las doctrinas de Zoroastro y de Platón que muestra sus eclécticas creencias politeístas. También escribió sobre la condición del Peloponeso, compilando varios volúmenes de extractos de autores antiguos. Escribió también obras de música, geografía, filosofía política y otros asuntos.

Enseñanza en Florencia
Manuscrito en griego escrito por Pletón a comienzos del siglo XV.


En 1428 Gemistos fue consultado por el emperador romano Juan VIII Paleólogo sobre la unión de las iglesias griega y latina, y aconsejó que ambas delegaciones tuviesen igual poder de voto.
Los estudiosos bizantinos habían estado en contacto con sus pares occidentales desde la época del Imperio Latino, y más especialmente desde que el el Imperio Bizantino comenzó a solicitar ayuda a Europa occidental ante la amenaza de los otomanos y su avance, durante el siglo XIV. Europa occidental tenía acceso a algunas obras de la antigua filosofía griega, pero los bizantinos tenían muchos escritos de autores griegos y de sus intérpretes que los occidentales jamás habían podido leer. Después de 1438, cuando el emperador bizantino Juan VIII Paleólogo acudió al Concilio de Ferrara, después conocido como Concilio de Florencia, los occidentales tuvieron acceso a gran parte de estos escritos.
A pesar de que Pletón era un filósofo secular, fue elegido para acompañar a Juan VIII por su sabiduría y vida moral. Otros delegados fueron su antiguo alumno, Basilio Bessarión, Marco Eugenikos y Scholarios.2​ Fue asesor en el Concilio de Ferrara entre 1438 y 1439.
Como maestro secular, Pletón en muchas ocasiones no fue precisado durante el concilio; y ante la invitación de algunos humanistas florentinos, estableció temporalmente una escuela para enseñar las diferencias entre Platón y Aristóteles. En esta época, pocas obras de Platón se estudiaban en el mundo latino​ y básicamente reintrodujo a Platón en el mundo occidental. Cosimo de' Medici estuvo presente en estas lecciones y por ellas se guió para fundar luego la Accademia Platonica en Florencia, donde los que estudiaron con Pletón continuaron su enseñanza una vez que el concilio llegó a su fin.2​ Por este motivo, Pletón es considerado uno de las más importantes influencias sobre el renacimiento italiano. Marsilio Ficino y el primer director de la Academia Platónica dieron a Pletón el honor de llamarlo el segundo Platón, mientras que Bessarión consideraba que el alma de Platón ocupaba su cuerpo. Pletón pudo haber sido también la fuente para el orfismo de Ficino en su sistema de magia natural.

Muchos humanistas italianos tuvieron influencia de Pletón, entre ellos Francesco Filelfo, Segismundo Malatesta, Leonardo Bruni y Ciriaco d'Ancona.
Mientras se encontraba en Florencia, Pletón resumió sus enseñanzas en un volumen llamado Sobre las diferencias entre Aristóteles y Platón, generalmente conocido como De Differentiis. Jorge Scholarius replicó a este escrito con otro titulado Defensa de Aristóteles, que originó una subsecuente respuesta por parte de Pletón, y otras respuestas por parte de otros autores, como Bessarión.

Politeísmo y últimos días

Al volver al Peloponeso, Gemistos fundó una escuela, donde enseñó el politeísmo, en abierta confrontación con el monoteísmo, queriendo establecer las bases del antiguo politeísmo griego, con base platónica. Algunos de sus discípulos oraban ante estatuas de deidades paganas.
Pletón murió en Mistra en 1452 o en 1454, de acuerdo a John Monfasani. En 1466, algunos de sus discípulos italianos, liderados por Sigismondo Pandolfo Malatesta, robaron sus restos de Mistra y los enterraron en el Templo Malatestiano, en Rímini, "para que el gran maestro pudiera encontrarse entre hombres libres".
puerta del infierno


jueves, 12 de enero de 2017

74).-El Curso de Biblia en la parroquia de Guadalupe II a

Curso de ciencias bíblicas en la parroquia de  Guadalupe de la comuna de Quinta Normal, años 2009

 2.-SAN LUCAS


En los códices y en la tradición, el Evangelio según S. Lucas (que designaremos abreviadamente con la sigla Le), ocupa normalmente el tercer lugar, después de los Evangelios de S. Mateo (=Mt) y de S. Marcos (=Me), y antes del de S. Juan (=lo). Esta colocación se atribuye a razones cronológicas de redacción; pero ello no prejuzga necesariamente las relaciones de dependencia entre Mt y Le, ya que el texto griego de Mt que ha llegado hasta nosotros puede ser posterior a la redacción de Le, aunque el original arameo de Mt fuese anterior.

      l. Autenticidad. 

La autenticidad lucana del llamado tercer Evangelio es cosa adquirida y fuera de duda. La atribución a L. hecha por Eusebio y S. Jerónimo en el s. tv enlaza, a través de Orígenes, S. Clemente de Alejandría, Tertuliano y S. Ireneo, con la tradición del s. II reflejada en toda la controversia antimarcionista y recogida en el Canon de Muratori (de hacia el año 150): «El tercer libro del Evangelio es el de Lucas. Este Lucas, médico, después de la Ascensión de Cristo, como Pablo lo hubiese llevado consigo por verlo aficionado a viajar, escribió en su nombre, de oídas, ya que él tampoco conoció al Señor personalmente, y así en la medida en que le fue asequible, comienza a hablar desde el nacimiento de Juan» (cfr. el texto en S. Muñoz Iglesias, Documentos bíblicos, Madrid 1955, n° 1).
La referencia al Evangelio de Lucas es evidente, ya que sólo él comienza con el nacimiento del Bautista. La coincidencia del examen interno del libro con estos datos que la tradición afirma sobre su autor (atmósfera paulina en ideas y en léxico, origen y destinación pagana, familiaridad con la terminología médica, etc.), tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, confirma la atribución lucana de ambos libros, que, por lo demás, se muestran procedentes de una misma mano.
      
      2. Esquema del tercer Evangelio. 

Aunque refleja un esquema común con los otros dos sinópticos (Mt y Me), el Evangelio de L. presenta características propias y aporta materiales exclusivos en mayor abundancia que los otros dos. Tiene unos 541 versículos exclusivamente propios, frente a 330 de Mateo y sólo 68 de Marcos.
He aquí sus principales bloques:
1) Un breve prólogo (1,1-4) que sólo encontramos aquí y al principio de su otro libro sobre los Hechos de los Apóstoles, donde L. dedica sus escritos a un tal Teófilo, y explica su contenido con arreglo a los cánones del estilo prefacial clásico.
2), El resto de los dos primeros capítulos constituyen el llamado Evangelio de la Infancia. Forma una pieza perfectamente construida y algo diferente del resto del Evangelio. Fuera de L., sólo Mateo entre los escritores inspirados del N. T. describe la infancia de Jesús; pero los episodios referidos por ambos evangelistas no son los mismos. Lucas presenta un tríptico con dobles escenas paralelas: doble anunciación (al padre del Precursor y a la Madre de Jesús) con la visita de ésta a Isabel; doble nacimiento (de Juan y de Jesús) con la visita de unos pastores a la cuna de Éste; y doble escena en el Templo (Presentación y Hallazgo entre los doctores) con la retirada de la Sagrada Familia a Nazaret.
3) La predicación de Jesús en Galilea (3,1-9,50) es prácticamente sinóptica con Mt y Me, particularmente con este último. Tiene de propio: la genealogía de Jesús, en 3,23-38, distinta de la que presenta Mt 1,1-17; parte del episodio de Nazaret en el cap. 4; la resurrección del hijo de la viuda de Naím (7,11-17), y la unción de la pecadora (en 7,36-50) tan distinta de la que en otro lugar y momento histórico refieren los otros tres evangelistas.
4) Propia es asimismo -por su original montaje en un marco itinetante y por una buena parte de los materiales empleados- la sección del viaje a Jerusalén (9,51-19,27).
 No faltan autores que consideran histórico el marco geográfico de este viaje; pero personalmente, con la mayoría, abrigamos la sospecha de encontrarnos aquí ante un artificio literario. Da la impresión de que L. ha reunido en esta parte de su Evangelio una serie de episodios, en su mayoría galilaicos, cuya ubicación desconocía o de intento hace como si desconociera, para centrar el interés en la subida a Jerusalén. Es donde más cantidad de materiales propios utiliza.
5) De nuevo es sinóptica la breve sección del ministerio jerosolimitano (19,28-21,38).
6) Y sinóptico es también el relato de la Pasión y Muerte de Cristo (22,1-23,56), donde sin embargo abundan las informaciones propias: la oración de Cristo por S. Pedro (22,31 ss.), el episodio del sudor sanguíneo en Getsemaní (22,43 ss.), el envío de Cristo a Herodes por parte de Pilatos (23,6-11), y las palabras de Jesús a las piadosas mujeres (23,27-31) y al buen ladrón (23,39-43).
7) Finalmente, en el relato de las apariciones del Resucitado (cap. 24), destaca la descripción pormenorizada de la aparición a los discípulos que iban a Emaús.

      Como se ve, el esquema de la tradición sinóptica -con su neta separación entre los ministerios galilaico y jerosolimitano de Jesús, que S. Juan muestra entrelazados y alternantes- se impuso al tercer evangelista como armazón de su libro. El subrayó intencionadamente el paso de uno a otro con su larga sección del viaje. Y, sobre todo, completó las noticias de los dos evangelistas anteriores con informaciones obtenidas de testigos presenciales, conforme indica en el prólogo de su escrito. Esto lleva de la mano a estudiar sus fuentes.

      3. Las fuentes de S. Lucas.

 Como claramente afirma el Canon de Muratori, L. no conoció personalmente al Señor. La tradición se limita a consignar que Lucas puso por escrito la predicación de S. Pablo. Pero el propio evangelista, en su ya mencionada introducción a su Evangelio, alude expresamente a una doble fuente-de información: escrita y oral.
Comenzando por esta última, muchos de esos informadores suyos «que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra» no son conocidos a través de los datos biográficos de L. que hemos reseñado antes. Siendo antioqueno de origen, es seguro que hubo de conocer a los profetas y doctores de aquella iglesia, que enumera en Hechos 13,1 entre los que figuran Bernabé y Manahen, «hermano de leche del tetrarca Herodes». 
Conoció y trató naturalmente a S. Pablo, al cual acompañó durante parte de su segundo y tercer viaje y a lo largo de su doble cautividad en Cesarea y en Roma. Con ocasión de su viaje a Jerusalén, acompañando a S. Pablo al regreso de la tercera correría apostólica, hubo de tratar con Santiago el Menor (Act 21,18) y con numerosos testigos de primera hora, especialmente con las piadosas mujeres cuyas noticias inserta en su Evangelio con mayor profusión que los otros sinópticos. Ni se puede descartar la posibilidad de que en esta ocasión tratara personalmente con la Virgen Santísima. Durante este mismo viaje a Jerusalén conoció en Cesarea al diácono S. Felipe y al chipriota Mnasón «antiguo discípulo» (Act 21,8-16).
En Roma, mientras acompañaba a S. Pablo cautivo, trató sin duda a S. Pedro y coincidió con Silas, Marcos y Jesús llamado el justo (Col 4,10-12). La información oral de L. hubo de ser abundantísima. También lo fue, según su propia confesión, la información escrita. Pero resulta muy difícil precisar cuáles fueron esos «muchos» documentos escritos que conoció y acaso empleó. Su determinación se complica, cuando nos adentramos en la intrincada maraña del problema sinóptico, que está lejos de haber encontrado una solución satisfactoria.
Es evidente la general dependencia de Le respecto al material de Me en las llamadas comúnmente «secciones marcanas» (4,31-6,19; 8,4-9,50; 18,15-21,38), si bien en ellas frecuentemente el tercer evangelista se separa de su modelo para aproximarse más a los lugares paralelos de Mt. Por otra parte, la dependencia fundamental respecto a Mc es también perceptible en otras secciones, como 3,1-4,30 y en los cap. 22-23, donde son aún más frecuentes las inserciones propiamente lucanas.
Las coincidencias de Le y Mt contra Me hicieron pensar en una segunda fuente escrita, común al primer y tercer evangelista, a la que habría que añadir una tercera, exclusiva de Le. Pero ni los pasajes comunes a Mt y Le, ni los exclusivos de éste, presentan la uniformidad literaria requerida para que se pueda hablar de documentos escritos preexistentes y bien definidos. Por todo ello, los críticos rehúyen cada día más explicar estos fenómenos por simples correcciones de fuentes escritas, y conceden mayor parte a la puesta por escrito de la tradición oral.
En nuestro caso, además, la recia personalidad literaria de L. no permite precisar cuándo y en qué medida depende de fuentes escritas. Por razones especiales, parece posible la existencia de un documento semita -hebreo o arameocomo base del Evangelio lucanó de la Infancia

      4. Cuándo y dónde se escribió el tercer Evangelio.

 En cuanto a la fecha, la tradición antigua coincide en afirmar que L. fue el tercero en escribir. Es evidente que el Evangelio precedió al libro de los Hechos, según afirmación expresa del propio autor (Act I,1). Sólo S. Ireneo en su libro Adversus Haereses y S. Jerónimo en su comentario a Mateo (PL 26,18) parecen colocar la composición del tercer Evangelio después de la muerte de S. Pablo (año 67). Pero la mayoría absoluta de los Santos Padres, y el propio S. Jerónimo en su De viris illustribus (cap. 7: PL 23,650 ss.), sostiene que L. escribió su Evangelio viviendo S. Pablo, ya que piensa que el Apóstol se refería a L. y a su libro en 2 Cor 8,18.
Tampoco el texto de S. Ireneo contradice realmente la afirmación unánime de la antigüedad: «Mateo -diceescribió el Evangelio en hebreo, la lengua de los judíos, mientras Pedro y Pablo se dedicaron a la fundación y evangelización de la iglesia de Roma. Después de la salida de éstos, Marcos, discípulo e intérprete de Pedro, puso por escrito la predicación de éste; Lucas, a su vez, seguidor de Pablo, redactó su Evangelio conforme a la predicación de Pablo» (Adversus haereses 3,1,1: PG 7,844). La preocupación de Ireneo en este libro era demostrar que la piedra de toque para probar la ortodoxia de una doctrina consistía en su conformidad con la tradición apostólica. Los Evangelios son argumento válido porque recogen dicha tradición. Sus autores o eran Apóstoles o discípulos inmediatos y trasmisores de la predicación apostólica. Mateo escribió el primer Evangelio. Pedro y Pablo no hicieron otro tanto, sino que se dedicaron a predicar y a poner los cimientos de la Iglesia.
No obstante, después de su muerte, su predicación se conserva gracias a la consignación por escrito que de ella hicieron sus respectivos discípulos Marcos y Lucas. Ireneo no trata directamente del tiempo en que cada libro se escribió; piensa en la pureza apostólica de la doctrina tanto si se bebe en la fuente de los escritos apostólicos como si nos llega por un cauce que comunica con la fuente de su predicación oral. En consecuencia, la expresión «después de su salida (=su muerte)», aplicada a Pedro y Pablo, no designa la fecha después de la cual escribieron Marcos y L., sino el hecho de haber sobrevivido la predicación de aquéllos más allá de su muerte gracias a los escritos de éstos. Puede considerarse, pues, absolutamente unánime la tradición antigua que asigna para la composición de Lc una fecha anterior al año 67. Autores modernos han mantenido particulares posiciones.
Algunos críticos independientes -muy pocos- opinan que L. escribió después del año 95. Sus argumentos -dependencia de Le respecto a Flavio Josefo y al cuarto Evangelio- no son convincentes. La dependencia respecto a Josefo no se prueba en absoluto, y los evidentes contactos literarios con el Evangelio de S. Juan, mejor que por dependencia mutua, se explican por referencia de uno y otro a tradiciones parciales comunes.
 Muchos autores independientes y algún que otro católico sostienen que Le fue escrito después del año 70, por considerar que la profecía de Jesús sobre la ruina de Jerusalén es en él demasiado clara y muestra señales evidentes de haber sido compuesta después del suceso.
La argumentación es bastante endeble. Aparte del apriorismo racionalista de negar la posibilidad de una profecía estrictamente dicha, tropieza con otra grave dificultad: puesto a clarificar una profecía oscura, no se comprende que L., después de acaecida la ruina de Jerusalén, siga, como los otros dos sinópticos, sin distinguir claramente lo que en la predicción de Cristo se refiere a este hecho y lo que mira al fin del mundo.
 La mayoría de los autores católicos y muchos no católicos sitúan la composición de Le antes del año 70, y algunos antes del 62. Unos y otros se apoyan en el testimonio unánime de la tradición histórica. Aparte de ello, para situarla antes del año 70 hace mucha fuerza la oscuridad que acabamos de señalar en la profecía que se refiere separadamente a la ruina de Jerusalén y al fin del mundo, y que en el texto de Lucas sigue apareciendo confusa.
 Los que ponen como tope el año 62 se basan en la prioridad indiscutible del Evangelio respecto a los Hechos, y en la apreciación de que este último libro, que se acaba de manera abrupta dejando a S. Pablo en la primera cautividad romana, debió de haber sido escrito, por ello, hacia el año 63. Hoy son muchos los autores católicos que rechazan la perentoriedad de este razonamiento introducido por Eusebio y en cierta manera autorizado por las Respuestas de la Pontificia Comisión Bíblica de 12 jun. 1913 (Documentos bíblicos, o. c., n° 449). 
Se hace notar que L. pudo muy bien dar por terminada su obra al considerar cumplida la promesa de Cristo de que los Apóstoles serían sus testigos hasta los confines de la tierra, y esto parece indicar el énfasis con que se describe al final del libro la llegada de S. Pablo a Roma y la libertad con que predicaba el mensaje cristiano. Esta manera de concebir las cosas no obliga a fijar el año 63 como fecha de la composición del libro de los Hechos, ni por consiguiente a anticipar al 62 la publicación del tercer Evangelio. El recurso de otros autores a una posible intención por parte de L. de escribir un tercer volumen no tiene pruebas.
Más o menos relacionada con la de la fecha está la cuestión del lugar donde fue escrito el tercer Evangelio. La tradición no es constante sobre este punto. Los prólogos antiguos, S. Gregorio Nacianceno y S. Jerónimo en su Comentario a Mt, afirman que fue escrito en Acaya. Algunos códices minúsculos se orientan hacia Alejandría. Roma, por la cual se inclinan los autores que colocan la composición de Le antes del 62, no tiene ningún apoyo en la tradición. El testimonio de S. Jerónimo en De viris illustribus, que algunos aducen en favor de esta opinión, probaría -de probar algo- que L. escribió con anterioridad a la Segunda Epístola a los Corintios de S. Pablo y, por consiguiente, antes de venir a Roma.

      5. Destinatarios y finalidad.

Como dejamos dicho más arriba, L. dedica su Evangelio y más tarde el libro de los Hechos a un personaje concreto, llamado Teófilo (Le 1,3; Act 1,1). Desde los primeros siglos las opiniones de los intérpretes están divididas cuando se trata de precisar la condición de este personaje. ¿Es un nombre simbólico -al estilo de la Filotea en los escritos de S. Francisco de Sales- o se trata de un personaje histórico? Sostuvieron lo primero algunos, como Orígenes, S. Ambrosio y S. Epifanio; mientras que otros, como S. Juan Crisóstomo, se inclinaron por lo segundo. La cuestión es punto menos que insoluble. El personaje Teófilo es totalmente desconocido en la antigüedad cristiana. El título con que L. lo designa es el que corresponde a una persona noble o constituida en autoridad, y equivale a nuestro «ilustrísimo». Con él son designados en el libro de los Hechos los procuradores Félix (Act 23,26; 24,3) y Festo (Act 26,25).
 Por lo demás, el asunto tiene poca importancia. En todo caso, L. dedica sus libros a la comunidad cristiana. Lo importante es el hecho de que los destinatarios parecen ser cristianos provenientes de la gentilidad, como se desprende de los numerosos testimonios antiguos que atribuyen a L. haber escrito según la predicación de Pablo, y más concretamente de los que, como el prólogo antiguo, Orígenes y S. Jerónimo, dicen expresamente que escribió para los gentiles. El examen interno del libro confirma su destinación gentil. Apenas cita el A. T. (sólo 10 veces, contra 18 el brevísimo Marcos y 70 Mateo). En sus lugares paralelos con el primer evangelista suprime las expresiones que podrían molestar a los gentiles; así, p. ej., en la misión de los Apóstoles, la prohibición temporal de predicar en territorio pagano (Mt 10,6; Le 9,3); cuando retiene las expresiones, procura dulcificarlas (Mt 5,47=Lc 6,33; Mt 6,32=Lc 12,30...).
 Otro indicio de su destinación gentil es que explica los usos y costumbres de los judíos allí donde Mateo no lo hace porque para estos últimos eran conocidísimos. Sobre todo, resalta la universalidad de la salud mesiánica sin condicionarla jamás al cumplimiento de la Ley.
  La finalidad que expresamente afirma en el prólogo el propio autor y que claramente se descubre a lo largo de su libro es la que corresponde a estos destinatarios. Trata de que sus lectores perciban, a través de un relato seguido desde el principio, la solidez y firmeza de lo que han oído en la predicación oral.

      6. Características literarias. 

Desde el punto de vista literario, Le es el más griego de los tres sinópticos y mejora a los otros cuando escribe personalmente sin atarse demasiado a las fuentes, como ocurre, p. ej., en el prólogo y en el relato de la aparición a los de Emaús. A veces, en cambio, extrañamente aparece más semitizante que Mi y Me. Creemos que esto se debe no tanto a su afán de imitar a la versión griega Setenta del A. T. -como defendía Lagrange- cuanto a la fidelidad con que reproduce sus fuentes. Es curioso comprobar que la mayoría de los semitismos de L. reflejan los modismos de los libros más recientes del A. T.: Crónicas, Esdras, Nehemías, Daniel, Tobías, Sabiduría, Eclesiástico y Macabeos.
El orden que promete en el prólogo resulta ser, a lo largo del libro, más lógico que cronológico y topográfico. Es cierto que se descubre en L. una visible preocupación histórica que se traduce en el afán de ofrecer sincronismos (al nacimiento de Jesús: 2,1-3; al comienzo del ministerio del Bautista: 3,1-2), en la frecuente minuciosidad de precisiones cronológicas, en el cuidado por suprimir relatos dobles o parecidos, etc. Pero a veces sorprende lo contrario, y ello en ocasiones se debe a un claro intento de composición dramática, y se subordina a una construcción de marcada intención teológica. A base de observaciones personales consigue dar unidad a los relatos dispersos.
 La narración aparece centrada en Jerusalén; de ahí la importancia que adquiere, como encuadramiento literario, su famosa sección del viaje a la Ciudad Santa (9,51-19,27). En su otro libro, los Hechos de los Apóstoles, la expansión de la Iglesia describirá una parábola de signo inverso: Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines de la tierra (cfr. M. Rey Martínez, Historia y arte en el tercer Evangelio, «Compostelanum» 1, 1956, 3-51). A pesar de su propósito histórico manifestado en el prólogo, y sin faltar a él, el Evangelio de L. no es una biografía en el sentido moderno de la palabra. Más que historiador, Lucas es sobre todo un evangelista. Es histórico, porque refiere sucesos reales debidamente comprobados por la veracidad de las fuentes que emplea.
Pero no es historiador ni biógrafo estrictamente hablando, porque, al igual que la catequesis de la que depende y por una preocupación personal parenética, subordina la colocación de los hechos en su debido lugar y tiempo a un plan preconcebido de enseñanza teológica.

      7. Contenido teológico del tercer Evangelio.

Esta preocupación teológica de L. hace de él un pensador que junto con los hechos, acaecidos y narrados, da su interpretación en una perspectiva de historia de la salvación. El misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo ilustra el significado de todos los acontecimientos pasados y los hace gravitar en torno a sí. De ahí la tensión dramática hacia Jerusalén, escenario de la Muerte y Resurrección redentoras.
La característica más acusada de Le es la destinación universal de la salud mesiánica. Esta herencia de su maestro Pablo, que se desprende del misterio pascual, preside la selección de aquellos datos que, entre los materiales brindados por la tradición, mejor la ilustran; determina la supresión de expresiones que la podrían oscurecer, y proyecta una dimensión universalista sobre la persona y el mensaje de Cristo desde el primer momento de su aparición en la escena de la historia.
El centro de este mensaje es el Reino de Dios, concebido como presente en la tierra en la persona del Mesías , pero todavía por venir en su fase definitiva.
 Como el misterio pascual atrae a sí los acontecimientos anteriores del plan salvífico de Dios y de la actuación de Cristo en su vida terrena, la tensión escatológica del tiempo de la Iglesia solicita al cristiano instalado ya en la economía mesiánica. Esta tensión escatológica colorea el aspecto moral de la predicación de Cristo e impera las decisiones del hombre que recibe su mensaje. A su luz adquiere toda su fuerza la doctrina evangélica sobre la pobreza y el radicalismo de la renunciación que campean en Le.
 Junto a estas ideas fundamentales, se ha hecho notar muy justamente el subrayado especial que en el tercer Evangelio adquieren otros aspectos sociales y teológicos. Se destaca la función atribuida al Espíritu Santo en la vida de Cristo y de la Iglesia. Se exalta en palabras y en hechos la infinita misericordia de Dios. Se pondera la importancia de la oración, como petición, como alabanza y como acción de gracias. A través de pasajes seleccionados por L. con mayor abundancia que por los otros evangelistas, la mujer recobra la dignidad y el papel que siempre le serán reconocidos en el cristianismo. La esperanza escatológica se traduce en una atmósfera de alegría y de paz.
   Dante llamó a S. Lucas «scriba mansuetudinis Christi» (el escritor de la mansedumbre de Dios). Y a su Evangelio se le ha llamado con toda razón «el Evangelio social»

martes, 3 de enero de 2017

73).-El Curso de Biblia en la parroquia de Guadalupe I a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 



 Curso de ciencias bíblicas en la parroquia de  Guadalupe de la comuna de Quinta Normal, años 2009


En el año 2009, ingrese a  un curso de ciencias bíblicas en la parroquia de Guadalupe, ubicada en la comuna  de Quinta Normal, en la ciudad de Santiago.

biblia de Guternberg



Abreviaturas.

 El Evangelio según San  Lucas se abrevia con la sigla  (Le); 
El Evangelios de San  Mateo, se abrevia  con la cifra (Mt) ; 
El evangelio de San  Marcos, con la cifra  (Me), 
El evangelio de San  Juan con la cifra (lo).

1.-SAN JUAN.

2.-SAN LUCAS.



1.-EVANGELIO DE SAN JUAN 



A pesar de su aparente sencillez, el Evangelio de JUAN. (lo) presenta en sus relatos una tensión y un dramatismo intensos y tiene un acentuado carácter teológico, mucho más marcado que el de los demás Evangelios y, a veces, incluso que el de las cartas de S. Pablo. La cuestión de quién fue el autor fue presentada como problemática, especialmente desde hace siglo y medio, por los continuos ataques de la crítica acatólica.
Y aunque los modernos descubrimientos de papiros joánicos, la serena ponderación de las fuentes históricas y el análisis minucioso de la obra entera fortalecen más y más la postura tradicional sobre su origen joánico, la unidad de su contextura literaria y su valor histórico, de hecho, siguen algunos considerando estas cuestiones como enigmáticas. Todo ello constituye lo que ha venido llamándose la «cuestión joánica».

      1. Descripción y contenido.

Muchos son los planes propuestos para describir y ordenar el contenido de lo, según los motivos ordenadores que se suponen en la mente del autor. Todos ellos tienen algo de verdad. Pero ninguno satisface plenamente. He aquí los principales. El autor habría seguido un plan cronológico-geográfico; o un plan litúrgico; o un plan psicológico-dramático, que se desarrollaría a base de la ceguera del judaísmo, hasta culminar por etapas sucesivas en el drama de la Pasión; o un plan temático, utilizando como soporte las principales ideas teológicas; o un plan cíclico, que iría exponiendo en círculos concéntricos, pero con diferente desarrollo, las mismas ideas; o un plan simbólico, cuyo hilo conductor sería: o bien el Éxodo, para indicar que la segunda Alianza sigue los mismos trazos que la primera, o bien el Génesis, como recalcando que a la primera creación ha venido a suceder la segunda creación, la sobrenatural, realizada por Cristo; o un plan numérico, a base del número siete, del cual hablaremos luego.
Y hasta hay quienes opinan que es inútil la pretensión de señalar un plan determinado, porque no hay ninguno orgánicamente preestablecido. Por todo ello damos aquí la división más natural que parece desprenderse de la simple lectura de la obra.

 Los 21 capítulos de lo pueden distribuirse de esta manera: 

Prólogo (1,1-18), donde se apuntan los principales temas del libro, a base de un magnífico himno al Logos encarnado.
 I Parte: Actividad pública de Jesús en el mundo (1,19-12,50). 
Tras la preparación realizada por el Bautista y la elección de los discípulos (1,19-51), Jesús se revela a sí mismo mediante señales (milagros) y discursos. 
A) Primeras manifestaciones (2,1-4,54): Bodas de Caná (2,1-11); purificación del Templo en Jerusalén (2,12-25); conversación con Nicodemo (3,1-21); nuevo testimonio del Bautista (3,22-36); encuentro con la samaritana (4,1-42); curación, desde Caná, del hijo de un funcionario real en Cafarnaúm (4,43-54). 
B) Revelación personal de Jesús ante las autoridades judías con resultado negativo (5,1 -12,50): 
Curación, en sábado, del paralítico de la piscina (5,1-47); multiplicación de los panes y discurso sobre el pan de vida con la promesade la Eucaristía (6,1-71); Jesús en Jerusalén durante la fiesta de los Tabernáculos (7,1-52); la mujer adúltera (7,53-8,11); Jesús, luz del mundo (8,12-47); curación del ciego de nacimiento (9,1-41); el Buen Pastor (10,1-21); Jesús en la fiesta de la dedicación del Templo (10,22-42); resurrección de Lázaro (11,1-53); conclusión de la actividad pública (11,54-12,50). 
II Parte: Vuelta de Jesús al Padre (13,1-20,31; más el apéndice de 21,1-25): 
A) Discursos de Jesús en el círculo íntimo de sus discípulos (13,1-17,26): la última Cena (13,1-30); solemnidad de la despedida (13,31-14,31); nuevo discurso de despedida con promesas y palabras de consuelo (15,116,33); oración sacerdotal de Jesús (17,1-26). 
B) La glorificación de Jesús (18,1-20,29): por su Pasión y muerte (18,1-19,42); resurrección y apariciones (20,1-29). 
Epílogo (20,30s.). 
Apéndice: aparición de Jesús en Tiberíades, pesca milagrosa, primado de S. Pedro, suerte futura de S. Pedro y de S. Juan, epílogo final (21,1-25).

Este orden parece a primera vista metódico y claro. Sin embargo, cuando se examinan de cerca los distintos pasajes, pronto se descubren serias dificultades, a las que todavía no se ha podido responder satisfactoriamente, y que se centran principalmente en tres puntos: la sucesión de los cap. 5-7, dentro del cap. 7, y la soldadura de los cap. 14-15. El 6, cronológica y geográficamente considerado, parece continuación lógica del 4, que relata el segundo viaje de Jesús a Galilea, mientras que los cap. 5 y 7 se desarrollan en Jerusalén. La discusión de 7,15-24 vendría lógicamente después de 5,47, pues se refiere al paralítico de la piscina, curado en sábado. 
En 14,30 s., Jesús termina su discurso de despedida con las palabras «Levantaos, vámonos de aquí»; y en lugar de irse, intercala un prolongado discurso y la oración sacerdotal (cap. 15-17). Estas son las principales anomalías, aunque no las únicas. La trasposición de los cap. 5-6 lleva como consecuencia que la predicación de Jesús sólo duró dos años y algunos meses. Y así quedaría salvada la laguna que supone el orden actual, pues hay casi un año del que nada nos dice el Evangelista (desde la fiesta, Pascua o Pentecostés, de 5,1 hasta la Pascua de 6,4). Con la trasposición, a la Pascua de 6,4 seguiría la fiesta de Pentecostés de 5,1.
Para justificar las trasposiciones se ha inventado la hipótesis de una dislocación casual de las hojas del original o de las primeras copias. Pero ¿cómo demostrarla? ¿Cómo explicar que nadie supiera ordenar las hojas trastrocadas? ¿Y cómo no ha quedado el más mínimo vestigio de tal dislocación en la tradición manuscrita?
 Porque el hecho es que los modernos descubrimientos de papiros nos acercan mucho al tiempo del autor; pero ni en ellos ni en los códices más antiguos existe el menor indicio de tales trasposiciones. 
Ello induce a pensar que éstas son pura imaginación, sin consistencia alguna en la realidad de la historia. Además, sería impropio pretender que un autor del s. I escribiera una obra con las preocupaciones de orden lógico propias del siglo XX. Y se olvida también la manera de escribir de los antiguos, que muchas veces lo hacían como por entregas, después de pensar y repensar mucho un tema y de volver luego sobre el mismo.
Aunque lo tiene un orden general diáfano y una idea rectora evidente (cfr. 20,31), no aparece como una obra continua, sino más bien como redactada a intervalos. Se va elaborando a lo largo del ministerio apostólico de J. con elementos de épocas diferentes, con retoques, adiciones, complementos, nuevos enfoques de un mismo tema, redacciones diversas de un magisterio siempre idéntico. Parece, pues, evidente que los diversos episodios de lo fueron enseñados de palabra mucho antes de ser consignados por escrito. Ni debe echarse tampoco en olvido lo que entonces era costumbre general: la actividad de alguno o de varios secretarios (cfr. Rom 16,22; y lo mismo suponen Gal 6,11; 1 Cor 16,21; Col 4,18; 2 Thes 3,17, donde S. Pablo advierte que la firma es de su puño y letra).
 Éstos irían recogiendo, a trozos, las exposiciones histórico-doctrinales que, también a trozos, el autor les dictara. Por este camino se resolverán más enigmas que por el de las hipótesis sin fundamento histórico. En suma, sigue pareciendo lo más prudente no alterar el orden tradicional de lo.
 Las trasposiciones se prestan no poco a caprichos personales (p. ej., el comentario de Bultmann). Y las razones que se aducen para hacerlas, aunque tengan su valor, no son tan poderosas como para prescindir del orden, siempre uniforme, en que nos ha trasmitido el texto desde el s. n hasta hoy esa inmensa nube de ms. existentes. Por lo demás, también los antiguos tenían su método y lógica en los libros que escribían. Mantengamos el orden tradicional y sepamos esperar. Tal vez a fuerza de estudios serenos o de descubrimientos arqueológicos se logren soluciones que hoy no se ven.

   2. Género literario.

Después de los empeños, ya frustrados, de buscar a lo antecedentes y semejanzas con los escritos alegóricos de Filón de Alejandría, y hasta con los mitos helenísticos de religiones mistéricas, no faltan hoy algunos hipercríticos que todavía niegan a lo el derecho a ser clasificado como Evangelio. Lo consideran más bien como una especie de poema sobre la figura de Jesús, compuesto a base de discursos imaginados por el autor y puestos en labios de Jesús, y a base de milagros meramente simbólicos, sin fundamento en la realidad histórica. Otros piensan en la lectura sinagogal del Antiguo Testamento: lo sería como un comentario cúltico judío-cristiano al ciclo trienal de tales lecturas, aunque algunos discursos representen, más o menos, la doctrina de Jesús. Otros, en fin, creen que se trata de una obra de carácter meramente tipológico, que va siguiendo los pasos del Éxodo. lo no pertenecería, según tales autores, al género literario evangélico. Se trataría más bien de una obra puramente conceptual o, a lo más, kerigmática (predicacional), sin conexión con la realidad histórica. Podría también clasificarse como obra de carácter gnóstico.
   Pero tales teorías contradicen abiertamente a la historia y a lo en sí mismo. La frase acuñada por S. Ireneo (Adv. haer., III,11) cuando nos habla del «Evangelio tetramorfo» (cuatro autores distintos de un Evangelio único), en la que indudablemente está comprendido lo, sigue teniendo vigencia hoy lo mismo que en el s. II. Y otro tanto se diga de Clemente de Alejandría (citado por Eusebio, Hist. ecles., V1,14,5 s.), cuando habla de lo como del Evangelio «espiritual», mientras que los otros tres, los Sinópticos, son «somáticos». Aunque la distinción no es del todo exacta, por cuanto también éstos, incluso el de Marcos, tienen su carácter y tendencia «espiritual», como lo tiene tantos datos de carácter «somático» (corporal) sobre la vida de Jesús, lo cierto es que también Clemente de Alejandría clasifica lo dentro del género literario evangélico.
Pero la contradicción de esas teorías con la realidad es aún más flagrante cuando se examina el texto de lo en sí mismo y en la finalidad que su autor se propuso: «Éstas (señales= milagros) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre» (20,31). Esta sola frase define la obra en sí y su género literario como género evangélico. Con sus características propias, comolas tienen también los otros, lo proclama lo específico de todo Evangelio: la mesianidad y filiación divina de Jesús, demostrada a base de los milagros por Él realizados. Fomentar la fe en Cristo y la vida sobrenatural por esta fe es la finalidad de lo. Y los elementos que el autor utiliza, enseñanzas y milagros de Jesús, pertenecen de lleno a la predicación apostólica, a la proclamación del kerigma o mensaje de la persona de Jesús. Todo ello demuestra que lo entra plenamente en la categoría de Evangelio, tal y como lo ha considerado siempre la tradición cristiana (cfr. Schnackenburg, o. c. en bibl., 2-15, con abundantísima bibl. reciente).
  Podrá decirse que el género literario de los Evangelios en general, y muy particularmente lo, no antepone el interés histórico al interés teológico, kerigmático o didáctico. Esto parece cierto. En efecto, ni los Sinópticos ni lo pretendieron escribir una historia de Jesús al modo de hoy, ni tampoco una crónica de su vida y de su obra al modo de los escritores medievales o de tiempos más antiguos. Pretendieron, ante todo, proclamar por escrito, como antes lo hicieron de palabra, el mensaje de Jesús; dar a conocer su vida, su obra y su persona tal como lo predicaban los Apóstoles, para así fundamentar la fe de los creyentes. Pero también es cierto que esa predicación teológica, kerigmática, didáctica, y su consignación por escrito, tiene por base hechos reales, históricos, testificados por los mismos Apóstoles, quienes primero fueron «testigos oculares (de esos hechos) y luego servidores de la Palabra» (Le 1,2), plasmada más tarde en esos cuatro Libros. Y lo cierto es que también lo contiene multitud de precisiones históricas, cronológicas y topográficas, las cuales le sirven para desentrañar mejor el valor teológico de los hechos reales que refiere. Y no existe razón válida alguna para negar la realidad de tales hechos.
 Los discursos de Jesús referidos por lo, comparados con los discursos que traen los Sinópticos, presentan frecuentes contrastes. En los Sinópticos abundan las imágenes y las parábolas, tomadas de cosas sencillas y costumbres populares, expuestas en lenguaje directo; en lo, en cambio, el lenguaje es con frecuencia metafórico (cfr. los conceptos de luz, verdad, agua, espíritu, testimonio de Dios, etc.), se caracteriza por fórmulas densamente significativas («Yo soy», «vosotros en mí y yo en vosotros», «permaneced en mí», etc.), acuña fuertes antítesis (luztinieblas, vida-muerte, ser de aquí abajo-ser de allá arriba, verdad-mentira), y hasta usa no raras veces expresiones con doble significado (exaltar, ver, mirar, en sentido material y espiritual al mismo tiempo). Para explicar la diferencia de unos discursos con otros no es suficiente decir que en los Sinópticos y en lo los oyentes y los temas son distintos.
Porque también en los Sinópticos discute Jesús con los judíos y trata de cuestiones teológicas; y, sin embargo, el lenguaje se diferencia del de lo. Por otra parte, dentro de éste no se advierte diferencia cuando habla Jesús o cuando habla el evangelista (cfr. 1,1-18; 12,44-50; 3,13-21.31-36; 1 lo). No puede, pues, caber duda de que en los discursos de Jesús encontramos la expresión teológica del autor y el valor simbólico que éste da a los hechos. Pero ¿en qué medida reproduce los pensamientos y las palabras mismas de Jesús? Éste es el problema planteado.
 Desde luego, el Jesús que habla en lo no es el Jesús ya glorioso, sino el histórico, el terrestre. Pero este Jesús, mucho más que en los Sinópticos, manifiesta tener plena conciencia de su origen divino (lo 7,29), de su unidad con el Padre (10,30), de su preexistencia (8,58), de su próxima vuelta al Padre, que le dará la antigua Gloria (17,5). Esa plena conciencia de Jesús y la profunda fe del autor en Él explicarían el lenguaje tan marcadamente teológico de Jesús en lo: lenguaje que no deja de ser histórico, aun cuando esté más o menos revestido y matizado por el evangelista.
A ello se añade que el autor ha sabido referir los hechos, y sobre todo los discursos de Jesús, con un dramatismo propio de un verdadero genio. El resultado de tal elaboración es un verdadero Evangelio que, basado en hechos reales, adquiere un carácter profundamente teológico y un simbolismo siempre pregnante, conseguido gracias a la profunda fe del autor y a su manera de presentar los hechos y los discursos del Maestro. Deseando que el lector participe y se posesione de esa misma profunda fe, el autor nos pinta con subido dramatismo descriptivo un Jesús histórico que actúa y habla siempre con plena conciencia de su ser humano-divino.

      3. Unidad, contextura interna y procedimientos redaccionales. 

El comentario del teólogo protestante R. Bultmann señala el final de una época que ya va siendo superada. Había él imaginado tres fuentes independientes que, mal refundidas, habrían dado origen a lo. Éstas serían: una colección de discursos gnósticos, puestos en labios de Jesús (Off enbarungsreden, discursos de revelación), una colección de milagros (Semeia-Quelle, fuente de signos), y fuentes sinópticas. Hoy, partiendo de los estudios de E. Schweizer y de Ruckstuhl, los autores de todos los campos se inclinan más en favor de la profunda unidad de lo. Tras un análisis minucioso de toda la obra, se ve cómo campean a lo largo y ancho de la misma ciertas características de lengua y estilo que bien pueden señalarse como propias de S. Juan. Tales características, que no podemos detallar aquí, se oponen abiertamente a la pretendida división de fuentes y confirman la absoluta unidad global de lo. Ésta es también la conclusión a la que se llega por el análisis ideológico.
  Se ha indicado antes la hipótesis de una posible trasposición de los capítulos, introducida por un hecho casual o voluntario. Pero ni lo uno ni lo otro se demuestra. Por eso se retiene hoy, casi unánimemente, el orden tradicional, a pesar de sus anomalías. Desde luego, hay que prescindir de algunas frases que, según algunos autores, parecen introducidas por los discípulos del apóstol, quienes hacen acto de presencia en 21,24. Estas frases podrían ser las explicaciones que se dan en 4,2.44; el paréntesis de 7,22; tal vez 19,35. Pero estas frases en nada modifican la contextura de la obra en sí. Esta contextura se examina hoy desde otros puntos de vista: el análisis del pensamiento, y el lenguaje y estilo; y esto, tanto en las unidades parciales de la obra, como en el conjunto de la misma. Pues bien, los episodios y relatos históricos con los discursos correspondientes pueden estudiarse primero como partes aisladas, como unidades parciales, que confluyen luego hacia la unidad total de la obra. Y el caso es que en tales unidades parciales, como en toda la obra, tanto la marcha progresiva del pensamiento como el léxico y el estilo son siempre uniformes y constantes. Por eso la obra entera presenta una unidad maciza y una contextura realmente férrea.
Conviene señalar también los procedimientos de que se vale el autor para conseguir esa unidad y esa contextura interna. Tres son los principales: el simbolismo numérico, la redacción por inclusión y la formación de grupos ideológico-literarios similares.
 La existencia de un simbolismo numérico, en especial a base del número siete, parece innegable. Siete son los milagros («señales») realizados por Jesús: la conversión del agua en vino (2,1-11), la curación del hijo deun funcionario real en Cafarnaúm (4,43-54), la curación del paralítico de la piscina (5,5-9), la multiplicación de los panes (6,1-14), el caminar de Jesús sobre las aguas (6,16-21), la curación del ciego de nacimiento (9,1-7) y la resurrección de Lázaro (11,1-44). Antes o después de los milagros se intercalan conversaciones, o discusiones teológicas de Jesús con los judíos. Siete son también los viajes que hace por Palestina: de Judea a Caná (1,43), de Caná a Cafarnaúm (2,12), de Cafarnaúm a Jerusalén (2,13), de Jerusalén a Caná (4,3.46), de Caná a Jerusalén (5,1), de Jerusalén a la orilla oriental del lago de Tiberíades (6,1) y de Galilea a Jerusalén (7,10). Igualmente, desde que Jesús centra definitivamente su actividad en Judea, también aparecen siete desplazamientos por ella y por las regiones cercanas (8,59; 9,35; 10,22; 10,39 s.; 11,7-17; 11,54; 12,1). 
Siete son los que dan testimonio en favor de Jesús: el Bautista (1,7), Jesús mismo (3,11), sus obras (5,36), las Escrituras (5,39), el Padre (5,37), los Apóstoles (15,27) y el Espíritu Santo (16,8-11). Por último, siete son las veces que Jesús repite la frase «Yo soy», seguida de un sustantivo como predicado: «Yo soy el pan de vida» (6,35; cfr. 6,41.4$. 51.54), «Yo soy la luz del mundo» (8,12; cfr. 12,46), «Yo soy la puerta» (10,7), «Yo soy el buen pastor» (10,11.14.16), «Yo soy la resurrección y la vida» (11,25), «Yo soy el camino y la verdad y la vida» (14,6), «Yo soy la vid» (15,1.5). Deducir de aquí que lo está estructurado a base de la perfección simbólica del número siete sería ir demasiado lejos. Aunque este número se encuentra diseminado por toda la obra, su distribución lógica es bastante irregular y no puede servir para clasificar las distintas partes que la componen. Pero tampoco puede afirmarse que el repetido uso del número siete sea simplemente casual. Parece haber en ello alguna intencionalidad. Por lo menos es un procedimiento literario que confirma este hecho: que todo el Evangelio de J. fue ideado por la misma mente y procede de la misma mano.
  El procedimiento de la inclusión consiste en señalar el principio y el fin de un relato mediante la repetición de una idea o por una antítesis. Y ello vale para relatos breves, para secciones más extensas y aun para toda la obra. Respecto de relatos breves, obsérvese la repetición de la misma idea en 1,19 y 1,34; 2,1 y 2,11; 2,13 y 2,23; 4,43 y 4,54; 9,1 y 9,41. Para secciones más extensas y aun toda la obra, véanse algunos ejemplos: en 1,29 y 19,36 Jesús es presentado como Cordero de Dios. En la sección de 2,1-4,54 expresamente se dice, al principio y al fin, que Jesús convirtió el agua en vino en Caná de Galilea. La Madre de Jesús está presente en Caná, cuando aún no ha llegado «la hora» de Jesús (2,4), y vuelve a estar presente cuando llega esa «hora», en el Calvario (19,25 ss.). En 2,19-21 Jesús habla a los judíos de la destrucción del templo de su cuerpo y de su reedificación en tres días por la resurrección, y en 20,9 se hace constar que, al ver el sepulcro vacío, los discípulos entendieron, por fin, la Escritura de que a los tres días (cfr. 20,1) había de resucitar. En 3,14 dice Jesús a Nicodemo que el Hijo del hombre ha de ser «levantado en alto», y en 12,32, al final de la primera parte del Evangelio, se repite la misma idea. Otro tanto habría que decir de las ideas apuntadas en el prólogo (1,1-18), diseminadas y ampliadas a lo largo de toda la obra, y recogidas en el epílogo de la vida pública (12,37-50). El procedimiento literario de la inclusión nos confirma, pues, que la mente que ideó lo es una sola, y que uno solo es quien lo redactó, aun supuesta la ayuda de uno o varios secretarios.
 Adviértese también en lo otro procedimiento que se podría llamar ideológico-literario, el cual corrobora por un lado la unidad de la obra, y por otro el hecho de haber sido compuesta como por etapas distanciadas entre sí. Agrupando relatos y discursos, pueden formarse varios bloques que contienen, cada uno de por sí, según la idea del escriturista protestante Dodd, el núcleo sustancial de todo el Libro, o sea: hechos y enseñanzas de Jesús, su pasión y su resurrección. O en otras palabras: contienen el kerigma completo de la predicación apostólica. Y, sin embargo, estos bloques se enlazan de tal manera, que en un episodio posterior, además de aludir con frecuencia al episodio anterior, se manifiesta evidente progreso en conformidad con el conjunto de la obra. Estos bloques, dejando aparte la presentación del Bautista (1,19-51), están formados por los cap. 2-4; 5 y 7; 6; 8-9; 10; 11 y 12. Tal procedimiento podría compararse a una carretera que subiera en espiral hasta la cima de una montaña. La montaña y el territorio adyacente son siempre los mismos, pero en cada vuelta se descubren nuevos panoramas. También se ha comparado este procedimiento a las olas del mar en marea creciente. Cada nueva ola cubre el espacio que cubrió la anterior; pero, al mismo tiempo, siempre avanza más hacia la orilla. 
El procedimiento ideológico-literario de lo nos permite ver en cada episodio la esencia de todo el Evangelio; pero, al mismo tiempo, nos va conduciendo a la totalidad de su revelación. Todo ello es indicio de la composición paulatina y por etapas, y sobre todo es prueba de la unidad de la obra.

      4. Relación con los Sinópticos y con otras posibles fuentes. a. lo y los Sinópticos. 

Ya anteriormente  se ha señalado, con relación a los discursos de Jesús, una de las principales diferencias entre lo y los Sinópticos. Se añaden ahora otras referentes a la temática. Fuera de la pasión, sólo cinco relatos se encuentran también en los Sinópticos; todo lo demás es material propio de lo. Los relatos comunes son: expulsión de los mercaderes del templo (lo 2,13-16), la multiplicación de los panes (6,1-13), Jesús caminando sobre las aguas (6,16-21), la unción de Betania (12,1-8) y la entrada triunfal en Jerusalén (12,12-19); a pesar del relato común, la narración de lo reviste caracteres propios. De los 29 milagros narrados por los Sinópticos, solamente dos, la multiplicación de los panes y el caminar de Jesús sobre las aguas, se encuentran también en lo.
De los discursos referidos por éste no hay vestigio en los Sinópticos. La predicación del «Reino de Dios», tan importante en ellos; diversas cuestiones de moral práctica; el amor de Jesús a los pecadores y a los pobres (tan propio de Lucas), aparecen en lo como cosas marginales o enfocados desde otros puntos de vista. Muy diferente es también el escenario de la actividad de Jesús, con sus frecuentes desplazamientos de Galilea a Judea, y viceversa. Propio de lo es nombrar las principales fiestas litúrgicas del calendario judío, sobre todo las tres (¿o cuatro?) pascuas que señala. El tono tan elevado y trascendental de lo no impide que en muchos detalles geográficos sea éste mucho más concreto que los Sinópticos. De todo lo cual se deduce con plena garantía que no es posible demostrar dependencia literaria directa del mismo con respecto a los Sinópticos. Algunos autores intentan descubrir cierta dependencia con respecto a Marcos; otros, de Lucas; y alguno que otro, de Mateo. Pero estos intentos no resisten el examen objetivo de los hechos. Por eso, se considera ya caducada la opinión, bastante difundida en el s. XIX, de que J. había pretendido completar los Sinópticos y darnosun retrato de Jesús más elevado que el de ellos. Literariamente, no existe tal dependencia.

      Otra cuestión muy distinta es si conoció J. la tradición oral sinóptica. Aquí obligan los hechos a inclinarse necesariamente por la afirmativa. No en vano el apóstol, antes de su traslado a Efeso, fue testigo presencial y parte activa, durante más de 30 años, en la difusión oral del mensaje de Cristo por Palestina y regiones cercanas, y conoció también la predicación de S. Pablo (cfr. Gal 2,1-10). 
Las alusiones a la familia de Jesús, a la prisión del Bautista, a la elección de los Apóstoles, a la actividad taumatúrgica de Jesús, así como las preferencias por S. Pedro y otros detalles podrían servir como ejemplo de la dependencia de J. respecto de la tradición oral sinóptica.  b. Otras posibles fuentes. 

1) Qumrán. 

Se ha hecho notar la semejanza de vocabulario que se advierte al comparar los documentos de Qumrán. con lo: «practicar la verdad», «ser hijos de la luz», son frases frecuentes en lo y en los escritos de Qumrán, como lo son igualmente las antítesis Dios y mundo, ser de arriba y ser de abajo, luz y tinieblas, espíritu de verdad y espíritu de mentira. Y ambos coinciden también en considerar estos dualismos, no con carácter metafísico y cósmico, al modo de la gnosis, sino simplemente en su carácter ético-religioso. Sin embargo, el valor de las palabras, el espíritu que las anima, el trasfondo del pensamiento y las perspectivas (en Qumrán, apartamiento del judaísmo oficial para formar un grupo aislado y restringido; en lo, expansión universal del cristianismo profundo), son tan diferentes, que es imposible admitir, sin más, una influencia directa, sobre todo literaria. Cuestión muy distinta es la posible influencia indirecta, por medio de Juan el Bautista. Es posible, por formular una hipótesis, que éste hubiera tenido algunos contactos con la escuela de Qumrán, y que su discípulo, J. (cfr. lo 1,35), tomara de él ese vocabulario en cierto modo común. Pudo haber, pues, alguna dependencia oral indirecta en cuanto al vocabulario. 
Pero tampoco debe olvidarse que ese vocabulario común podría derivarse del A. T. y haberse cargado luego, en forma divergente, de contenido esencialmente distinto en Qumrán y en lo. 
Desde luego, este último ha asimilado profundamente los grandes temas religiosos del A. T. Es su fuente principal, aunque no cite sus palabras con demasiada frecuencia. Junto a ella está también el judaísmo palestinense, no el rabínico, sino el abierto al helenismo, y sobre todo, a las corrientes apocalípticas y sapienciales de su tiempo, que tanto se manifiestan en los escritos apócrifos.   

2) El sincretismo helenístico.

Durante decenios se insistió en el intento de acercar lo a las ideas religiosas del sincretismo helenístico, con sus religiones de misterios, sus mitos, sus escritos recogidos en el Corpus hermeticum, su gnosticismo, sus derivaciones del mandeísmo. Igualmente se ha acudido a las Odas de Salomón, ms. siriaco, traducido de un original griego, escrito en alabanza de Jesucristo. Hoy se consideran todos estos escritos como de fecha posterior a lo; y aun cuando las ideas podían estar ya difundidas antes por el mundo helenístico, por la mera comparación se ve claramente que las fuentes de lo son más puras y más centradas en el A. T., en el judaísmo, en la predicación apostólica, en la experiencia propia del autor sobre Jesús y el cristianismo.

      5. Autor. Considerar al apóstol Juan autor de lo fue una cuestión muy debatida hace 50 años. 

Constituía la parte más esencial de la llamada «cuestión joánica», y de ordinario, fuera del campo católico, se resolvía en sentido negativo; hoy ha variado la situación no poco. Por una parte, son ya bastantes los autores de la escuela crítica que admiten la autenticidad; por otra, hoy interesa principalmente el aspecto exegético. No obstante, si se demuestra que el autor de lo fue uno de los Doce, el apóstol J., el valor de la obra como testimonio sobre la persona de Cristo y como reflejo fiel de sus hechos y doctrina alcanza una autenticidad extraordinaria. Y para demostrar un hecho histórico, el camino más seguro es acudir a los testimonios fidedignos de la historia. a. Testimonios de la tradición histórica.
El primer testimonio explícito más claro y terminante en favor de la autenticidad data del último tercio del s. II. Es de S. Ireneo: «...luego Juan, discípulo del Señor, que incluso reposó sobre su pecho, él mismo publicó un Evangelio durante su permanencia en Éfeso de Asia» (Adv. haer., III,1,1). Y nótese que S. Ireneo se apoya en los presbíteros de Asia que habían convivido con J. y que él mismo había sido discípulo de S. Policarpo de Esmirna, quien a su vez lo fue del apóstol S. Juan. Los eslabones de esta cadena unen a S. Ireneo con los tiempos de S. Juan. Por eso es tan grande el valor de su testimonio, el cual representa el sentir de las iglesias de Asia. Las iglesias de Siria están representadas por S. Ignacio y S. Justino, anteriores a S. Ireneo, quienes tienen ya citas o alusiones a lo; por Taciano, que lo incluye en su Diatéssaron; y por S. Teófilo de Antioquía, quien escribía, por los mismos años que S. Ireneo, que J. fue el autor del evangelio que comienza: «Al principio existía la Palabra». 
Clemente de Alejandría (a finales del s. u) testifica otro tanto como recibido de los antiguos. La iglesia de Roma nos legó un canon del N. T., el célebre Canon de Muratori (escrito hacia el 180), donde expresamente se afirma que J., uno de los discípulos de Jesús, fue el autor de lo. La afirmación fundamental -que J. es el autor del evangelio que lleva su nombre- es de tanto más valor cuanto que el escrito se dirige contra algunos herejes montanistas que abusaban de lo para fomentar su falsa doctrina; y en este caso, al autor del Canon le hubiera sido más fácil refutar a sus adversarios negando la autenticidad de lo. Existía, pues, en Roma la firme persuasión de que J. el apóstol era su autor. De Roma proceden también dos prólogos antimarcionitas (a. 160-180), en los cuales se afirma que J. el apóstol, cuando aún vivía, entregó su Evangelio a las iglesias de Asia, como lo había atestiguado Papías de Hierápolis (hacia el a. 135; v.), discípulo directo de Juan. Y el otro prólogo añade que el Apóstol escribió primeramente, en Patmos, el Apocalipsis (v.), y luego, en Asia, su Evangelio.
 Hay quienes dudan del valor de estos prólogos, porque contienen algunos elementos de fidelidad sospechosa. Pero estos elementos no debilitan el valor de su testimonio sobre el autor de lo, por cuanto este sentir coincide con el de todas las iglesias del s. II. Citemos, por último, a Tertuliano, quien, por el a. 200, desde África, dice expresamente que los Evangelios fueron escritos: dos por los apóstoles S. Juan y S. Mateo, y dos por los discípulos de los Apóstoles, S. Lucas y S. Marcos.
   Seguir citando testimonios de los siglos siguientes es innecesario. Argumentar en contra de la autenticidad por el silencio de los primeros 50 años del s. II, como hoy hace todavía Barret, es demasiado inconsistente. El silencio no demuestra nada. Y además, ya S. Ignacio de Antioquía (hacia el a. 110) cita varias veces lo, aunque no diga expresamente quién fue su autor. También S. Justino (ca. 165) lo usa. S. Ignacio alaba a los efesios porque siempre estuvieron unidos de corazón «a los apóstoles»: plural que, para Éfeso, sólo puede referirse a dos: a S. Pablo y a S. Juan. Y S. Policarpo, discípulo de J., al escribir a la iglesia de Filipos, no tenía por qué citar el nombre del apóstol J., puesto que éste jamás había pasado a Macedonia. Debilísimo es, por consiguiente, el argumento del silencio. En cambio, la postura tradicional se corrobora con la difusión que lo alcanzó a los pocos lustras de su redacción (entre los a. 96-100), cosa muy difícil de explicar si su autor no hubiera sido el apóstol Juan. En efecto, los papiros descubiertos en Egipto, único país propicio por su clima para tal conservación, demuestran esa difusión tempranísima. El papiro Rylands (Manchester) 457 (=Psz), cuya fecha se señala hacia el a. 130 y que contiene un claro fragmento de lo, ha hecho enmudecer a no pocos críticos, que ponían el origen de lo hacia la mitad del s. II. Lo mismo se diga del papiro Egertonz, con fragmentos de los cuatro Evangelios. 
Hacia el a. 200, o antes, se copió el papiro Bodmer II (=P66), que contiene casi todo lo. Todo ello demuestra la gran difusión alcanzada en Egipto por lo casi desde principios del s. II, y la estima en que era tenido, igual a la de los Evangelios Sinópticos, porque a los cuatro se les consideraba de origen apostólico. Casi a la misma época, y a idéntica estima y difusión, nos lleva el hecho de que los principales escritores gnósticos del s. u lo utilizaran y comentaran. Solidísima es, por tanto, y más que ninguna otra, la postura tradicional que atribuye lo al apóstol S. Juan.
  En lo que va de siglo, punto clave para la crítica que niega la autenticidad de lo ha sido, y en buena parte sigue siéndolo, un célebre texto de Papías, conservado por Eusebio (Hist. ecles., III,39,3-6). Según éste, Papías cita dos veces en un mismo párrafo el nombre de Juan: una, entre los Apóstoles, con el verbo en pasado; otra, con el discípulo Aristión, con el verbo en presente. Y a pesar de que Papías califica a ambos grupos de «presbíteros» (ancianos) y de «discípulos del Señor», Eusebio cree distinguir en el texto de Papías dos Juanes: uno, el apóstol; otro, el «presbítero». Pero esta distinción de Eusebio es bastante sospechosa. Interesado como estaba en resolver las dificultades exegéticas del Apocalipsis, un procedimiento cómodo sería negar su origen apostólico. Para esto, era a su vez un argumento cómodo distinguir la presencia sucesiva de dos Juanes en Éfeso. 
Desde luego, Eusebio da como cierto que el autor de lo y de 1 lo fue el apóstol; luego insinúa, como probable, que el autor del Apocalipsis fue el segundo, el «presbítero». Sin embargo, fuera de este texto de Eusebio, nada se sabe de ese segundo Juan. Muchos autores, católicos o no, dudan de su existencia. Parece que Eusebio se extralimitó en la interpretación de Papías, quien tenía razón para nombrar dos veces a J.: una en pasado, porque lo enumera en el grupo de los Apóstoles de quienes él tuvo noticias siendo joven; otra, en presente, porque, al tiempo en que está recogiendo las últimas noticias para su obra, ya sólo queda J. como único superviviente del grupo.
 Ahora bien, lo que hizo Eusebio al forzar los textos de Papías para atribuir al segundo Juan el Apocalipsis, eso hacen, yendo más allá que Eusebio, los críticos que, también en virtud del supuesto texto de Papías, atribuyen al segundo Juan la composición de lo. Pero esta argumentación tan débil no merecería la pena ni de consignarla frente a la fuerza de los numerosos y concluyentes testimonios de la historia. Por eso, van siendo cada vez más los críticos que lealmente se sitúan en la tradicional posición católica. Como ejemplo, véase cómo Strathmann concluye su artículo Evangelium des Johannes en Evangelisches Kirchenlexikon, 2 ed. 1962: «Los intentos de entrever en un texto de Papías traído por Eusebio III,39, además del hijo de Zebedeo, a un segundo Juan presbítero, se apoyan en una mala inteligencia del pasaje».

  b. Datos que ofrecelo. 

La lectura de lo confirma también la conclusión sacada de los testimonios de la historia. Al igual que los Sinópticos, tampoco lo consigna expresamente quién sea su autor. Pero son muchos los detalles que indican que su autor fue, como luego afirmó la historia, J., hijo de Zebedeo, del grupo de los Doce elegidos por Jesús. La declaración final de lo dice expresamente de J.: «Éste es el discípulo que da fe de estas cosas y el que las escribió; y sabemos que su testimonio es verdadero» (21,24). Esta frase testifical, venga del propio J. o de sus discípulos, no puede ser rechazada. Por consiguiente, el autor de lo es «el discípulo a quien amaba Jesús» (21,7.20). ¿Quién era éste? Tiene que ser necesariamente un apóstol, puesto que este discípulo estuvo presente en la Cena (13,23), y a ella no asistieron más que los Apóstoles (Lc 22,14). A él también dejó Jesús encomendada su Madre (19,27). 
Por los-Sinópticos sabemos que Pedro, Santiago y su hermano J. forman el grupo más íntimo de Jesús (cfr. Mc 5,37; 9,2). Uno de estos tres tiene que ser el autor de lo. No puede ser Pedro, porque, además de nombrársele muchas veces por su nombre, es evidentemente distinto de aquel «a quien amaba Jesús» (cfr. lo 13,23-24; 20,2; 21,7.20). Tampoco Santiago, puesto que Herodes Agripa 1 (a. 41-44) le había dado muerte (Act 12,2) mucho tiempo antes de ser escrito ningún Evangelio, ,mientras que el autor de lo alcanzó una gran longevidad (lo 21,20-23). Sólo J., por consiguiente, puede ser el autor. Y por eso, precisamente, nunca aparece su nombre en la obra, sino que discretamente se oculta bajo la denominación de «aquel a quien amaba Jesús».
  Con esta conclusión concuerdan también otros datos que se desprenden de la lectura de lo. Su autor es un judío palestinense. Conoce con toda exactitud las fiestas del calendario judío y se interesa en relacionar con ellas los viajes de Jesús a Jerusalén y su presencia en el Templo. Sus indicaciones geográficas son numerosas y concretas (cfr. 3,23; 4,5-6; 10,22; 11,18.54). La topografía de Jerusalén es la anterior a la destrucción de la ciudad por los romanos (a. 70). El trasfondo de su lengua y su estilo son tan arameos, que se está viendo cómo el autor piensa todavía en su lengua materna. Es testigo ocular de muchos hechos, pues a veces señala las fechas (cfr. 1,29.35.43; 2,1; 11,6) y hasta las horas de los acontecimientos que relata (1,39 ¡su primer encuentro con Jesús! ; 4,6.52; 19,14). Son detalles que confirman lo anteriormente dicho.
   En conclusión: los testimonios de la historia y la lectura atenta de la obra demuestran que el autor de lo no es otro que el apóstol S. Juan, hijo de Zebedeo, hermano de Santiago (el Mayor), íntimo de S. Pedro y aquel discípulo a quien amaba Jesús.

      6. Cuestiones complementarias. 

a. Lengua y estilo.


La lengua de lo es muy pobre, tanto por lo que respecta al vocabulario como a la sintaxis. Pocos son los adjetivos, pocos los verbos compuestos, pocos los sustantivos concretos, mientras abundan los abstractos (mundo, vida, verdad, luz, etc.). Son frecuentes las expresiones netamente semíticas (caminar, en el sentido de conducta moral; nombre, por persona; prostitución, por infidelidad a la alianza; responder, por tomar la palabra; hijo de la luz, hijo de perdición, etc.).
La sintaxis delata uninequívoco trasfondo semítico, p. ej.: empezar una frase por un casus pendens, sobre todo con el indeterminado pas (todo), y referirse luego a él por un pronombre en caso oblicuo;, el uso constante de la conjunción kai, la cual asume casi todos los diversos valores del wau hebreo; la machacona repetición de frases yuxtapuestas, unidas simplemente por kai, al modo hebreo, en lugar de la subordinación propia del griego. Estos y otros muchos detalles han inducido a algunos especialistas a pensar que la lengua original de lo fue el arameo. Desde hace 40 años, esta teoría va ganando algún que otro adepto. La mayoría de los autores, sin embargo, opinan que tal postura no está justificada. Juan dictaba su obra directamente en el griego de la koine hablada, pero después de haber pensado y repensado en su lengua materna lo que iba a dictar. Así es natural que aparezcan en la obra esos resabios enteramente arameos.
 En contraposición a esa pobreza de vocabulario y de sintaxis, J. ha creado una obra propia de un verdadero genio, por el dramatismo que ha sabido imprimir a los discursos de Jesús y a los relatos de sus milagros. Tal dramatismo se muestra en el movimiento de sus personajes, la frecuente repetición de las ideas esenciales, el progreso del pensamiento dentro de esas repeticiones, el uso frecuente y variado del paralelismo hebreo, al descubrimiento de las diversas facetas de una misma verdad teológica por medio de antítesis y de repetidos acercamientos a ella, y, sobre todo, la insuperable maestría, no obstante la suma sencillez de expresión, con que maneja el diálogo. 

   ,b. Finalidad y destinatarios.

 Cuando se lee el prólogo (1,1-18), y sobre todo la conclusión (20,30-31), salta inmediatamente a la vista cuál fue la finalidad que el autor se propuso: dar mayor profundidad a la fe y a la vida de los que creen que Jesús es la Palabra reveladora salida del Padre, el cual viene al mundo para ser en él la luz, se encarna y fija su morada entre los hombres, y luego vuelve a la Gloria del Padre. O en otras palabras: el autor escribe lo para que los creyentes, al leer la obra, penetren más profundamente, por la fe, en el hecho de que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios, y así consigan tener vida eterna. El autor quiere poner al creyente en contacto con Cristo, fuente de vida, por la fe en Él. Por tanto, no se dirige directamente a paganos, para convertirlos, sino a cristianos, con el fin de que sigan creyendo y sigan teniendo vida eterna. (Tal es el valor de los verbos «creer» y «tener vida» en 20,31, por estar en presente y no en aoristo.)Algunos autores suponen que lo tiene también alguna finalidad polémica contra quienes supervaloraban la misión de Juan el Bautista (cfr. 1,6-8), contra ciertos grupos judíos (cfr. 16,1-4) o contra herejías gnóstico-docetas que ya comenzaban en tiempos del apóstol (cfr. 1,14; 19,34). Sinceramente nos parece que los textos aludidos no traslucen, al menos con relativa probabilidad, la finalidad polémica que en ellos se quiere entrever.  

   c. Trasmisión del texto griego.

La seguridad que ofrece el texto griego de lo ya la quisieran para sí tantos textos de la Antigüedad que se consideran segurísimos e inconcusos. La única excepción, según algunos, es el pasaje de la adúltera (7,53-8,11). No se discute la historicidad del hecho o la canonicidad del texto; pero sí que proceda de la mano de S. Juan, pues falta en el papiro Bodmer II (=P"6, cerca del a. 200) y en los principales códices, como falta también en los Padres griegos hasta el s. XI. El vocabulario y el estilo de este trozo difiere no poco del vocabulario y el estilo de lo. Algunos piensan que el relato proviene de Lucas y que, por causas desconocidas, posteriormente haya pasado a lo.
    La situación de seguridad y fidelidad del texto no solamente es estupenda, como lo es, en general, la de los demás escritos del N. T., sino que, en cierto modo, aventaja a todos, porque, siendo lo el último escrito extenso del N. T., de fecha aproximada al a. 100, los papiros descubiertos en Egipto se acercan a la fecha de composición más que los otros papiros y códices con respecto a otros libros. Y los papiros de lo demuestran también la corrección y exactitud de los códices de siglos posteriores, puesto que con ellos coinciden.  

Santa Juana de Arco.-a

Santa Juana de Arcos (Domrémy, Francia, 1412 - Ruán, id., 1431) Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una familia campesina acomoda...