Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


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viernes, 24 de noviembre de 2017

114).-El vía crucis​ o viacrucis​.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 

(en latín: «camino de la cruz») es una de las devociones o prácticas de oración más extendidas entre los católicos.4​ Se realiza el Viernes Santo y refiere los diferentes momentos vividos por Jesús de Nazaret desde su prendimiento hasta su crucifixión y sepultura. La expresión se usa también comúnmente para expresar todo tipo de dificultades que se presentan en la vida cuando se quieren alcanzar ciertos objetivos.

También conocido como "estaciones de la cruz" y "vía dolorosa", se trata de un acto de piedad, un camino de oración que busca con la meditación de la pasión y muerte de Jesucristo en su camino al Calvario. El camino se representa con una serie de catorce imágenes de la Pasión, denominadas estaciones, correspondientes a incidentes particulares que, según la tradición católica, Jesús sufrió por la salvación de la humanidad basados en los relatos evangélicos y la tradición. También se llama via crucis al recorrido de cruces que señalan un camino o una ruta donde se puede realizar este ejercicio piadoso.

La costumbre es hacer un recorrido grupal que puede tener lugar dentro del templo o por las calles, deteniéndose en cada estación y rezando una oración en cada una, una lectura de algún pasaje del evangelio y también un cuento. La piedad dejó o hizo que el arte produjera obras maravillosas para representar las distintas escenas del vía crucis.​ Existen vía crucis monumentales en muchos lugares, como el vía crucis de Lorca, que finaliza en un lugar único en el mundo, el de Ortigueira, que recorre las principales calles de esta villa costera, acompañando a Jesús Nazareno, el Monte Calvario, cerro sobre el que se construyeron una serie de ermitas a comienzos del s. XVII como alternativa a los peregrinos que no pudieran desplazarse a Tierra Santa, o en Mérida. Otros vía crucis conocidos se encuentran en Lourdes, Montserrat.

Estaciones

La forma tradicional de esta práctica piadosa consta de las siguientes catorce estaciones:

Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
Segunda estación: Jesús carga la cruz
Tercera estación: Jesús cae por primera vez
Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre María.
Quinta estación: Simón el Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Sexta estación: Verónica limpia el rostro de Jesús.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres que lloran por él.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su madre María.
Decimocuarta estación: Jesús es sepultado.

Decimoquinta estación: Jesús resucita al tercer día de ser crucificado.


Reforma de Juan Pablo II

El Viernes Santo de 1991, con la autoría de Juan Pablo II, se creó un nuevo viacrucis con 15 Estaciones basadas todas ellas en momentos del Nuevo Testamento, ya que el primigenio se basa en pasajes recogidos de la Tradición cristiana, algunos recogidos en los evangelios apócrifos, entre los que se encontraban el encuentro de Jesús con María, su madre y el acto en el que la Santa Mujer Verónica le enjuga el rostro a Jesús. Este nuevo viacrucis comienza con la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní y finaliza con la sepultura de Jesús. A veces, se añade una Decimaquinta Estación dedicada a la Resurrección de Cristo. 
Fue un intento de acercar ecuménicamente a todas las confesiones cristianas, y aunque se usa alternativamente al tradicional, en ningún caso lo ha sustituido. El nuevo via crucis es:

Cristo crucificado (h. 1632), por Velázquez (Prado, Madrid).


Primera Estación: Jesús en el huerto de los Olivos.
Segunda Estación: Jesús, traicionado por Judas, es arrestado.
Tercera Estación: Jesús es condenado por el Sanedrín
Cuarta Estación: Jesús es negado por Pedro
Quinta Estación: Jesús es condenado a muerte por Pilato
Sexta Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas.
Séptima Estación: Jesús carga la cruz.
Octava Estación: Jesús es ayudado por Simón el Cirineo a llevar la cruz.
Novena Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Décima Estación: Jesús es crucificado.
Undécima Estación: Jesús promete su reino al buen ladrón.
Duodécima Estación: Jesús en cruz, su madre y el discípulo
Decimotercera Estación: Jesús muere en la cruz.
Decimocuarta Estación: Jesús es sepultado.

Decimoquinta Estación: Jesús Resucita de entre los muertos [Vigilias Pascuales].







DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

«VÍA CRUCIS»
con las Estaciones comentadas e ilustradas

.


El Vía crucis es una devoción centrada en los Misterios dolorosos de Cristo, que se meditan y contemplan caminando y deteniéndose en las estaciones que, del Pretorio al Calvario, representan los episodios más notables de la Pasión.

La difusión del ejercicio del Vía crucis ha estado muy vinculada a la Orden franciscana. Pero no fue San Francisco quien lo instituyó tal como lo conocemos, si bien el Pobrecillo de Asís acentuó y desarrolló grandemente la devoción a la humanidad de Cristo y en particular a los misterios de Belén y del Calvario, que culminaron en su experiencia mística en la estigmatización del Alverna; más aún, San Francisco compuso un Oficio de la Pasión de marcado carácter bíblico, que es como un «vía crucis franciscano», y que rezaba a diario, enmarcando cada hora en una antífona dedicada a la Virgen. En todo caso, fue la Orden francisana la que, fiel al espíritu de su fundador, propagó esta devoción, tarea en la que destacó especialmente San Leonardo de Porto Maurizio.

El Vía crucis consta de 14 estaciones, cada una de las cuales se fija en un paso o episodio de la Pasión del Señor. A veces se añade una decimaquinta, dedicada a la resurrección de Cristo. En la práctica de este ejercicio piadoso, las estaciones tienen un núcleo central, expresado en un pasaje del Evangelio o tomado de la devota tradición cristiana, que propone a la meditación y contemplación uno de los momentos importantes de la Pasión de Jesús. Puede seguirle la exposición del acontecimiento propuesto o la predicación sobre el mismo, así como la meditación silenciosa. Ese núcleo central suele ir precedido y seguido de diversas preces y oraciones, según las costumbres y tradiciones de las diferentes regiones o comunidades eclesiales. En la práctica comunitaria del Vía crucis, al principio y al final, y mientas se va de una estación a otra, suelen introducirse cantos adecuados.

Aquí ofrecemos el Vía crucis con textos e imágenes que ayuden a meditar y contemplar «los excesos del amor de Cristo». Los fieles y las comunidades sabrán escoger lo que les sea más útil en sus circunstancias y lo que mejor les ayude a seguir a Cristo, acompañando a María y acompañados de ella.

Introducción.- Para una información más amplia y profunda sobre la historia y naturaleza del Vía crucis, véase el artículo de Antonio Izquierdo, L.C.: Vía crucis de Cristo y del cristiano .



EJERCICIO DEL VÍA CRUCIS

Por la señal de la Santa Cruz... Señor mío Jesucristo...

O en su lugar:

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Ofrenda a la Virgen: «Dame tu mano, María»
(Gerardo Diego)

La oración en el Huerto
(Gerardo Diego)

Oración inicial

Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación. Participar significa tener parte. Y ¿qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar... Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]

Primera Estación
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.

San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía crucis.

Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Segunda Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Tercera Estación
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su camino.

Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Cuarta Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Quinta Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su conversión.

El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Sexta Estación
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.

Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Séptima Estación
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.

Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Octava Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.

Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Novena Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.

Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Décima Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.

Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Undécima Estación
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Duodécima Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimotercera Estación
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo.

Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimocuarta Estación
JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.

Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el sepulcro, y cuanto simbolizan.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimoquinta Estación
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Pasado el sábado, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo testigos presenciales de la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y trataron resucitado.

En los planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la nueva condición de hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

martes, 14 de noviembre de 2017

113).-Los ritos litúrgicos latinos.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 




Los ritos litúrgicos latinos usados en las áreas de la iglesia católica donde el latín fue el lenguaje dominante fueron durante muchos siglos no menos numerosos que los ritos litúrgicos de las iglesias orientales católicas. En la actualidad su número es mucho más reducido. Posteriormente al Concilio de Trento, en 1568 y 1570, el papa Pío V suprimió los breviarios y misales que no pudieron demostrar una antigüedad de por lo menos dos siglos.
 Muchos ritos locales que continuaban siendo legítimos incluso después de este decreto fueron voluntariamente abandonados, especialmente en el siglo XIX. La mayoría de las órdenes religiosas que aún mantenían un rito propio decidieron, en la segunda mitad del siglo XX, adoptar el rito romano reformado tal como se revisó de acuerdo con los decretos del Concilio Vaticano II. Unos pocos ritos litúrgicos latinos persisten hoy día para la celebración de la misa en forma revisada desde 1965-1970, pero los ritos litúrgicos específicos para celebrar los demás sacramentos han sido prácticamente abandonados.

Ritos litúrgicos actualmente en uso en la Iglesia católica de rito latino

Rito romano

El rito romano es por mucho el más ampliamente usado. Como los demás ritos litúrgicos, se desarrolló con el tiempo, con las nuevas formas sustituyendo las antiguas. Pasó por muchos cambios en el primer milenio y medio de existencia (ahora llamadas "misas pretridentinas"). La forma establecida por Pío V siguiendo lo solicitado por el Concilio de Trento y establecida entre 1560 y 1570, continuó con mínimas variaciones en los siglos posteriores. Cada edición típica nueva (la edición a la cual las otras impresiones deben adaptarse) del misal romano (ver misa tridentina) y de los otros libros litúrgicos derogaba la anterior.
Fue en el siglo XX cuando hubo cambios más profundos. El papa Pío X modificó radicalmente el salterio del breviario y alteró las rúbricas de la misa. Los papas posteriores continuaron con los cambios, empezando con Pío XII, quien revisó las ceremonias de semana santa y ciertos aspectos del misal romano en 1955.
El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue seguido por una revisión general de los rituales de todos los sacramentos, incluyendo la eucaristía. Como antes, cada nueva edición típica de un libro litúrgico oficial derogaba la anterior. Así pues, el misal romano de 1970, que derogó la edición de 1962, fue derogado por la de 1975. La edición 2002, a su vez, deroga la edición de 1975 tanto en latín, como en las traducciones oficiales que aparece y en las lenguas vernáculas. La misa de Pablo VI es actualmente la forma ordinaria del Rito Romano, pero bajo los términos del motu proprio Summorum Pontificum del papa Benedicto XVI la forma de la misa tridentina en la edición 1962 del misal romano está autorizada como forma extraordinaria del mismo rito.

Uso de Zaire

El uso de Zaire o rito congoleño es una variación inculturada del la forma ordinaria del rito romano usada de forma muy limitada en algunos países africanos desde finales de la década de 1970.

Uso Anglicano

Este uso, durante la liturgia de la eucaristía, especialmente la oración eucarística, es muy parecido al rito romano, mientras que es muy diferente durante la liturgia de la palabra y el rito penitencial. El lenguaje utilizado, que difiere del usado por la traducción de la Comisión Internacional sobre el Inglés Litúrgico, más extendida, está basado en el Libro de Oración Común, escrito originalmente en el siglo XVI. La mayoría de las parroquias usan el Libro de Alabanza Divina, el cual es una adaptación del anterior.
El uso anglicano está permitido por una instrucción pastoral de 1980 y solo está permitido en unas cuantas parroquias de los Estados Unidos, las cuales abandonaron la iglesia episcopal. La misma Instrucción permite también la ordenación de antiguos ministros episcopalianos casados como sacerdotes católicos.

Ritos occidentales

Rito ambrosiano

El rito ambrosiano es celebrado en la mayor parte de la arquidiócesis de Milán, Italia y en partes de algunas diócesis colindantes en Italia y Suiza. El idioma actualmente utilizado suele ser el italiano. Es similar al rito romano, con algunas variantes en los textos y una ligera diferencia en el orden de las lecturas.

Rito de Braga

El rito bracarense es usado, de forma opcional desde el 18 de noviembre de 1971 en la arquidiócesis de Braga al norte de Portugal

Rito mozárabe

La liturgia hispánica, también llamada rito mozárabe o visigótico, fue el prevalente a lo largo de España en tiempos de los visigodos, ahora es celebrado en contadas ocasiones, principalmente en la catedral de Toledo.

Rito cartujo

El rito cartujo está en uso bajo una versión revisada en 1981.​ Aparte de los nuevos elementos en esta revisión, es fundamentalmente el rito de Grenoble del Siglo XII con algunas añadiduras de varias fuentes. ​Es actualmente el único rito de la Misa ordinario existente de una orden religiosa; pero por virtud del indulto Ecclesia Dei, alguno individuos o pequeños grupos están autorizados a usar algunos ritos hoy ya no usados.

Ritos occidentales católicos en desuso.

Rito africano

Este rito fue usado, antes de la conquista árabe del siglo VIII, en el norte de África, en particular en la provincia romana de África, la cual corresponde al actual Túnez, de la cual Cartago era su capital. Es muy similar al Rito romano, tanto así que las tradiciones litúrgicas occidentales han sido clasificadas como pertenecientes a dos corrientes, la tradición Norte Africana-Romana y la tradición Galicana (en el sentido amplio), comprendiendo ésta al resto del Imperio Romano de Occidente, incluyendo el norte de Italia.

Rito celta

El antiguo uso celta fue un compuesto de estructuras rituales no-romanas (posiblemente antioquenas) y textos no exentos de influencia romana, que era similar al rito mozárabe en muchos aspectos y habría sido usado por lo menos en algunas partes de Irlanda, Escocia, la parte norte de Inglaterra y tal vez incluso en Gales, Cornwall y Somerset, antes de haber sido ordenado su reemplazo por el rito romano en la Alta Edad Media.
 El calificativo "celta" es probablemente un término equivocado y puede deberle su origen a la re-evangelización de las Islas Británicas por parte de Agustín de Canterbury en el Siglo VI. Se sabe poco de él, a pesar de que sobreviven varios textos litúrgicos.


Rito galicano

El rito galicano es un término retrospectivo aplicado a la suma de las variantes locales, en líneas similares a los arriba designados (como el rito celta o el hispánico), los cuales cayeron en desuso en Francia a finales del primer milenio. No deben ser confundidos con los llamados libros litúrgicos Neo Galicanos publicados en varias diócesis francesas luego del Concilio de Trento, los cuales tienen muy poco o nada que ver con él.

Entre los ritos  occidentales diversos del romano, está el llamado «rito galicano». Fue propio de las iglesias de Francia desde el s.V al IX aproximadamente.

Origen. Aunque los comienzos de esta liturgia resulten todavía muy oscuros para los historiadores, parece lo más probable que «en la base existe un sustrato fundamental con la liturgia romana, derivado de ella y resto lejano del núcleo litúrgico primitivo» (M. Righetti, Historia de la Liturgia, I, Madrid 1955, 140). Pero muy variados factores determinan poco a poco su diferenciación. Por una parte, la situación política en que se encontraron aquellas poblaciones gálico-romanas durante la dominación de los francos , sin apenas contacto con la antigua metrópoli; y más tarde el empuje dado al cristianismo por los reyes cristianos de la dinastía merovingia, no exento de ciertos tintes nacionalistas. Por otra parte, en este s. v se fue acentuando la revolución cultural iniciada ya en el siglo anterior, con los continuos viajes, las peregrinaciones a Tierra Santa, el intercambio de obispos y monjes, occidentales unos, que permanecían por largo tiempo en Oriente admirando y aprendiendo entre otras cosas el esplendoroso culto de aquellas iglesias; orientales otros, que venían a establecerse en Occidente y trataban de incorporar a la liturgia occidental cuanto de bueno y edificante habían vivido en sus iglesias de Oriente.
De ahí, el hacerse paulatino de una liturgia autóctona, cuyas características pudieran ser, en consonancia con el genio de la raza, la ampulosidad de sus ritos, el vuelo lírico de sus fórmulas, la delicada expresión del sentimiento popular, tan distante ya de la sobriedad exquisita de la liturgia romana. De ahí también las claras influencias orientales que adornan el rito galicano, fenómeno perfectamente explicable en una época tan hondamente impresionable, con su lógico sentido de adaptación y de imitación.
Decadencia. Sin embargo, la liturgia galicana no duró mucho; llevaba dentro de sí aquellos elementos disgregadores que la arrastrarían a su disolución. Si el rito milanés ambrosiano (v.) logró sobrevivir a la romanización del culto, se debió en buena parte a la autoridad y prestigio de la sede metropolitana, y a la veneración por el que creían entonces fundador de este rito, S. Ambrosio. Pero en la Galia merovingia reinó una amplísima libertad, que llevó la variedad ritual demasiado lejos, hasta convertirse en pura anarquía. Faltaba la autoridad de un Obispo y de una sede que centralizara de algún modo la ordenación de la liturgia, y ni los esfuerzos realizados por los concilios provinciales de la época en pro de una mayor unidad consiguieron su intento.
Semejante inestabilidad y desconcierto no hizo sino acelerar el trance de decadencia. A su vez, los Romanos Pontífices no cejaron en su empeño de una mayor unidad litúrgica en torno al rito romano. Así, S. Bonifacio, aconsejado por el papa Zacarías, trabajó por desenraizar ciertas intromisiones galicanas en el rito romano de los países germánicos, lo cual no dejó de impresionar a los pueblos francos. Se aprecia ya una fuerte romanización en los libros litúrgicos galicanos que hoy conocemos: Missale Gallicanum vetus, Missale Gothicum, Missale Francorum. Todavía más significativa es la presencia del Sacramentario Gelasiano (s. VII), importantísimo libro litúrgico de la iglesia de Roma, escrito en Francia con no pocos usos galicanos ya. Tan implantado estaba en las diócesis galas, que fueron apareciendo a continuación diversas adaptaciones, como el Gelasiano de San Galo 348, el de Angulema, el de Gallone, etc.
El proceso de romanización coronó su última etapa durante el reinado carolingio. El esplendor de la liturgia y canto de la iglesia de Roma, desplegado en París por el papa Esteban 11 cuando vino a la coronación de Pipino el Breve (a. 754), entusiasmó a los francos. El mismo Pipino comenzó introduciendo el canto gregoriano  en la liturgia galicana, según testimonio de su hijo Carlomagno, para terminar incorporando el Sacramentario Gregoriano, con la ayuda de su tío, el obispo de Metz. Finalmente, Carlomagno consumó la obra de su padre con facilidad, hasta el punto de que, pocos años después de su muerte, solamente quedaban algunos misales galicanos arrinconados en los archivos y en estado calamitoso.

La Misa galicana. Mientras el celebrante y clero hacen su ingreso, se entona una antífona con salmo, similar al canto de entrada romano. El celebrante saluda al pueblo con «El Señor esté siempre con vosotros» y se canta el Trisagio en griego y latín, al que sigue el canto de la Prophetia o del Benedictus. Termina este rito de entrada con la collectio post prophetiam, precedida de una invitación a la plegaria de los fieles o praefatio.

Tres son las lecturas de la Misa galicana: la primera, tomada del A. T.; la segunda, del Apóstol (Hechos y Epístolas), seguida del Cántico de los tres jóvenes; la lectura evangélica va precedida de una solemne procesión y seguida del Trisagio, nuevamente. El celebrante hace luego la explicación homilética de los textos leídos.
Termina esta liturgia de la Palabra con unas preces litánicas, que dirige el diácono, de marcado sello oriental. En el Misal de Stowe se conserva un formulario de estas preces:

«Digamos todos de corazón: Señor, escúchanos y ten misericordia de nosotros...»; con la collectio post precem, el celebrante cierra esta oración.

La liturgia del sacrificio se abre con la procesión solemne de ofrendas: se llevaba al altar el pan encerrado en una caja en forma de torre y el vino en el cáliz, cubierto todo con velos, mientras el pueblo cantaba el sonus, canto procesional de ofertorio, análogo al bizantino Himno de los Querubines. Depositadas las ofrendas sobre el altar, se cantan las Laudes o triple Aleluya, se leen los dípticos con los nombres de vivos y difuntos que se conmemoran, juntamente con la memoria de los santos, y el celebrante recita la collectio post nomina. El rito termina con el beso de paz, a la vez que se recita la collectio post pacem.

La oración eucarística se inicia con la contestatio o immolatio correspondiente al prefacio romano, y de fórmula más extensa. Canta el pueblo el Sanctus, y sigue una breve oración de transición Post Sanctus, que conecta con la consagración. Después de la consagración tiene gran relieve la oración llamada Post pridie, dado su carácter de anámnesis  y epiclesis conjuntamente. En el rito de la fracción del pan, las partículas se ponen en forma de cruz y se entona un canto llamado Confractorium. El Pater noster es recitado por celebrante y pueblo, a la manera oriental. Precede a la comunión una bendición del obispo a los fieles, para que se acerquen justificados al cáliz de bendición; a los sacerdotes se les permite dar la bendición también, pero con fórmula más breve; era un rito entrañable para el pueblo, que continuó usándose en las diócesis galas, aun después de abolido el rito galicano. La comunión se recibía en el altar; los hombres, sobre la palma de la mano descubierta; las mujeres, en la mano cubierta con un pañuelo; se comulga también del cáliz del Señor. Mientras tanto, se canta la antífona fija Trecanum. Sigue la oración poscomunión. Y termina la Misa con estas palabras: Missa acta est. In pace!

jueves, 9 de noviembre de 2017

111).-La Luz Sagrada (santo sepulcro) a.-


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 



La Luz Sagrada es un milagro que ocurre cada año en la iglesia de Santo Sepulcro, Jerusalén en el Sábado Santo, un día antes de la Pascua ortodoxa. Se considera el mayor milagro anual. Este milagro está bien documentado desde el año 1106, las menciones anteriores son escasas. El ceremonial está siendo transmitido por la televisión en casi todos los países ortodoxos o con población ortodoxa importante. La Luz Sagrada es llevada en vuelos especiales hacia países como Rusia, Bielorrusia, Grecia, Chipre, Serbia, Montenegro, Georgia, Bulgaria, Rumanía, Moldavia, Ucrania, Siria, Líbano, Jordania y Armenia, siendo allí recibida con honores de grandes personalidades políticas y religiosas.

Descripción

El Sábado Santo, al mediodía, el Patriarca griego junto con su clero, seguido por el Patriarca armenio con su clero y con el Obispo copto, desfilan en una procesión solemne, cantando himnos, tres veces alrededor del Santo Sepulcro. Una vez acabada la procesión, el Patriarca de Jerusalén u otro Arzobispo lee una oración especial, se quita la túnica y entra solo en el Santo Sepulcro. Los prelados armenios y coptos se quedan en la pre-cámara donde se dice que se apareció el ángel [a María Magdalena] después de la Resurrección [de Jesús]. Después que el patriarca entrase en el Santo Sepulcro, los allí presentes cantan Piero Diaz [en griego] hasta que la Luz Sagrada baja y enciende las 33 velas atadas juntas por el patriarca mientras estaba solo en el Santo Sepulcro de Jesús.

Después de tener las velas encendidas el patriarca sale del Santo Sepulcro y comparte luz con otras 33 velas o 12 velas rezando.
Los peregrinos relatan que el Fuego Sagrado no les quema ni el cabello ni la piel ni la ropa en los primeros momentos después de encenderse como si estuviesen protegidos por su esperanza.

Las autoridades israelitas examinan al Patriarca antes de entrar en el Santo Sepulcro, para que no se lleve consigo nada que pueda encender un fuego. Históricamente, los soldados turcos realizaban este examen. Este examen era duro, ya que los turcos no creían en este milagro y deseaban que las velas no se encendieran, para que la gente perdiera su fe. Después de no haberse encontrado ningún utensilio que permitiera hacer fuego encima del Patriarca, pero él salió del Santo Sepulcro con las velas encendidas y al instante el soldado turco cayó arrodillado convirtiéndose al cristianismo.

martes, 19 de septiembre de 2017

109).-Rito Ambrosiano.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 



El rito ambrosiano​ (en latín, ritus Ambrosianus) o milanés es uno de los ritos litúrgicos latinos medievales que subsisten en la Iglesia católica. Es el rito utilizado en la mayor parte de la arquidiócesis de Milán en Italia y en algunas zonas que antes le pertenecían. El superior del rito ambrosiano es el arzobispo de Milán.

Historia.

No es posible afirmar que haya sido S. Ambrosio, el obispo más ilustre de la sede milanesa (374-397), el creador de este tipo litúrgico. A él se deben ciertas innovaciones como la introducción del salmo antifonario, el canto de los himnos, etc.; pero a fines del s. IV la liturgia de Milán era, con toda probabilidad, la antigua romana, salvo algunas originalidades e influencias de tipo oriental. Ya antes de S. Ambrosio, su antecesor S. Mirocles (304-315) parece que se interesó en el rito, así como algunos de sus sucesores. Entre éstos, a S. Eusebio se le atribuyen hoy varios textos de prefacios.
Bien pudo ser durante la larga invasión de los lombardos (finales del s. VI), cuando diversos elementos del rito galicano entraron con fuerza en el rito milanés; al tiempo que monjes griegos y sirios incorporaron otros nuevos de origen bizantino. Se produjo así una liturgia no autóctona, pero con buena base de arraigo.
No han faltado en la historia diversos intentos de suplantarla. Cuando Carlomagno quiso uniformar toda la liturgia en el Sacro Romano Imperio, trató también de implantar el rito romano en Milán. Pero sus esfuerzos chocaron siempre con la defensa decidida que hicieron los milaneses de su rito.
Data de entonces la atribución a S. Ambrosio de la creación del rito (W. Strabon, De ecclesiasticarum rerum exordiis et incrementis, c. 23). Intentos parecidos realizaron S. Pedro Damián, y más tarde el papa Gregorio VII. Al fin, prevaleció la decisión de conservarlo, por respeto a la autoridad de S. Ambrosio y a la veneranda tradición del rito.
En el s. XVI, S. Carlos Borromeo, luchó por la defensa del rito, trabajó en la revisión de los libros litúrgicos, que fueron publicándose después de su muerte, y logró del papa Gregorio XIII él perpetuo reconocimiento del rito ambrosiano por parte de la Iglesia romana. Entre otros obispos merece destacarse el benedictino card. Ildefonso Schuster (m. 1954): a él se debe la nueva floración de estudios ambrosianos y bajo sus auspicios comenzó la revisión del Breviario en la abadía de María Laach.
Actualmente el rito ambrosiano se usa no sólo en la archidiócesis de Milán, sino también en otras 55 parroquias de Bérgamo, Novara y Lugano. En ellas existe la obligación de celebrar la Misa solemne en rito ambrosiano aunque la rezada se celebre en rito romano; la obligación se extiende a la Misa rezada en la catedral metropolitana y en la basílica de S. Ambrosio.
     
Descripción del rito.
La Misa.

Comienza con el canto procesional de entrada Ingressa, que no tiene salmo ni repetición. Después de incensar el altar, se canta el Gloria in excelsis, tal vez como vestigio del antiguo oficio ambrosiano de Laudes; durante la Cuaresma, en cambio, existe una letanía diaconal con doble formulario (Divinae pacis y Dicamus omnes), para recitar en domingos alternos, a la que se responde con el Kyrie eleison.

De ahí la triple invocación Kyrie Christe Kyrie en todas las Misas, como en el rito romano. Sigue la oratio super populum, precedida del saludo Dominus vobiscum de cara al altar, lo que supone que éste estaba normalmente cara al pueblo. Las lecturas en la Misa ambrosiana son tres, ya desde S. Ambrosio, como en la antigua Misa romana y en las galicana y mozárabe: lectura profética (del A. T. o de Hechos), apostólica o epístola, y evangélica.

Entre la primera y segunda se canta el psalmellus, correspondiente al gradual romano; y antes del Evangelio, el Alleluia con un versículo, al que acompaña en las grandes solemnidades una antiphona ad Evangelium, mientras tiene lugar la procesión al ambón o púlpito. Después, como canto procesional a continuación de la lectura o como preparación del altar para el ofertorio, se canta la antiphona post Evangelium con triple Kyrie.

Antes del ofertorio tal vez como un recuerdo de la paz que se daba en este momento el diácono hace al pueblo esta invitación: Pacem habete, a la que el pueblo responde: Ad te, Domine. (No parece muy concorde la respuesta, si no se sobrentiende una segunda parte perdida de la invitación: Corrigite vos ad orationem, que se decía una vez realizado el abrazo de paz.)

Sigue la oratio super sindonem, una vez extendidos los manteles sobre el altar. El rito del ofertorio es bastante parecido al de la antigua Misa romana. En la iglesia metropolitana se conserva una tradición venerable: 10 ancianos y 10 ancianas, pertenecientes a la vieja cofradía Schola Sancti Ambrosii, con su hábito característico y cuerpo y manos cubiertos con el amplio velo llamado «fanón», llevan las ofrendas de pan y de vino hasta el cancel del presbiterio, donde las recibe el celebrante con sus ministros. Y mientras se llevan las ofrendas al altar, se canta la antífona Offerenda, equivalente al canto romano del ofertorio, del que no pocas veces toma el texto. Después del ofertorio se canta el Credo; sigue la oratio super oblata.

El canon ambrosiano en su texto más puro se conserva en la Expositio Missae canonicae (s. IX) publicada por Wilmart, y bien puede considerarse, salvadas algunas introducciones romanas posteriores, como el antiguo canon que S. Ambrosio expone en su libro De Sacramenos; apenas se diferencia del canon romano.

Se abre con el Prefacio, del que existen numerosísimos formularios, de gran finura y estilo, como en los ritos galicano y mozárabe. En el Communicantes se incorporan a la lista los santos y mártires de la Iglesia milanesa. E inmediatamente antes de la consagración, el celebrante va al lado de la epístola y en silencio se lava las manos. Las palabras consacratorias concluyen con el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo y el anuncio de su segunda venida, reminiscencia del texto paulino de 1 Cor 11, 26.

La fracción del Pan sigue inmediatamente a la doxología final del canon. Mientras tanto, se canta el Confractorium. Los fieles comienzan a prepararse a la comunión con el Pater noster y dándose a continuación la paz. El Agnus Dei únicamente tiene lugar en las misas de difuntos. La fórmula de comunión siempre fue la que desde la última reforma es también del rito romano:

Corpus Christi.
R/Amén.

Mientras se da la comunión, se canta el Transitorium. Y termina la Misa con la poscomunión, triple Kyrie eleison con que solían terminar todos los oficios ambrosianos, bendición y fórmula de despedida Procedamus in pace. R/ In nomine Christi.

El Oficio divino.


Ya a fines del s. IV la oración pública estaba suficientemente organizada en Milán, aunque es difícil esclarecer en qué modo.

Sabemos por S. Ambrosio que, además de la Vigilia Pascual, existían otras vigilias nocturnas, en las que intervenía el pueblo. Para ellas compuso él mismo unos himnos, de texto muy popular y melodía silábica de gran sencillez, con el fin de adoctrinar amablemente al pueblo en aquellas verdades que los herejes combatían. El pueblo intervenía, además, con un nuevo género musical importado de Oriente, la antífona, en la que alternaban voces masculinas y femeninas o infantiles (en octava superior, con repetición de «ritornello»).

Diversos influjos posteriores fueron complicando el oficio primitivo, lo que motivó en el s. XVI el esfuerzo restaurador de S. Carlos Borromeo. Una reforma más a fondo está en manos hoy, como dijimos, de los monjes de María Laach.

En el Oficio divino de hoy el salterio se recita íntegro en 10 días de cada quincena, ya que los sábados y domingos, por ser el oficio festivo, no entra la salmodia corriente. Los salmos matutinos van del 1 al 108, y los vespertinos del 109 al 150. Se usa la versión del salterio tomada de la Vetus Latina. (El oficio nocturno festivo consta de tres cánticos, lo cual denota su anterioridad al influjo monástico. Las vísperas comienzan con el antiguo oficio del lucernario, siguen con el recitado de salmos y oraciones intercaladas, para terminar con el Magnificat.)

Sacramentos y sacramentales.

Se conoce bien el antiguo rito de iniciación cristiana gracias a S. Ambrosio. Es sustancialmente el mismo de Roma. El actual Ritual ordinario del Bautismo es el que se conserva como apéndice del Codex Bergomensis para el rito privado y en caso de urgencia. En el Matrimonio, después del consentimiento mutuo de los contrayentes, el sacerdote pone el extremo de la estola sobre las manos unidas de los esposos. Los demás sacramentos apenas presentan características dignas de relieve. Entre los sacramentales aparecen como más interesantes los ritos de dedicación de iglesias y consagración de altares y el de velación de vírgenes.

Año litúrgico.

El Adviento ambrosiano comienza regularmente con la fiesta de S. Martín (11 de noviembre), y consta de seis semanas. El último domingo es la fiesta de la Encarnación del Señor, y la semana anterior a Navidad se denomina de Exceptato (preparación al recibimiento del Mesías). La Cuaresma consta de cinco domingos: el 1o se llama In capite Quadragesimae y los demás se designan por el evangelio del día: el 2o, de Samaritana, el 3o. de Abrahamo, el 4o. de Caeco; y el 5o. de Lazaro. Los viernes de Cuaresma son días alitúrgicos, y no se celebra Misa. Durante este santo tiempo no está permitido en Milán celebrar oficios de Santos.

La Semana Santa recibe en Milán el nombre de Hebdomada authentica. En la procesión de ramos, al estilo de Jerusalén, el arzobispo, montado a caballo, iba bendiciendo al pueblo. El jueves Santo era la reconciliación de los penitentes a la puerta de la catedral, con beso del arzobispo a cada reconciliado. Después de las vísperas, el arzobispo lava los pies a 12 ancianos. El Viernes Santo hay un rito de adoración de la cruz, calcado del romano. En la Noche Pascual había antaño dos Misas, la primera pro baptizatis y la segunda de Resurrección, con canon propio, en la que los neófitos comulgaban bajo las dos especies.

El misal ambrosiano conserva dos Misas para cada día de la Semana de Pascua, una para los neófitos y otra para los fieles. En los tres días anteriores a Pentecostés se observaba ayuno y se celebraban rogativas con estación en numerosas iglesias de la ciudad; de ello queda hoy el canto de letanías y Misa sin procesión alguna.

Los domingos después de Pentecostés se dividen así: quince, post Pentecostén, cinco post Decollationem (29 de agosto, degollación de S. Juan Bautista), tres ante Dedicationem (20 de octubre, dedicación de la Metropolitana) y tres post Dedicationem.

El Santoral milanés fue surgiendo en torno al sepulcro de los santos y mártires locales y a las iglesias dedicadas a ellos. Pero pronto fue universalizándose, sobre todo por influjo de Roma, de cuya Iglesia conmemora también numerosos santos.

Santa Juana de Arco.-a

Santa Juana de Arcos (Domrémy, Francia, 1412 - Ruán, id., 1431) Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una familia campesina acomoda...