Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


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viernes, 17 de enero de 2014

2).-Damas de la Jarretera y el santo patrón San Jorge.-a


Introducción 

Cuando Eduardo III fundó la Orden de la Jarretera en 1348 o alrededor, confinó la membresía de la exclusiva fraternidad caballeresca a veintiséis, el Rey y veinticinco Caballeros leales que se habían distinguido en la batalla.  
A pesar de la naturaleza exclusivamente masculina de la Orden, parece que Eduardo III preveía que las mujeres deberían estar asociadas con ella desde sus primeros días, jugando un papel en sus celebraciones. Las damas en cuestión desempeñarían un doble papel en estas ocasiones, como objetos de veneración, para inspirar a los Caballeros y como participantes activas en la fiesta. Después de todo, ¿qué mejor podría un Caballero demostrar su destreza caballeresca que demostrarlo ante una audiencia femenina cuidadosamente seleccionada?

Estas 'Damas de la Liga', que generalmente eran miembros de la familia real o estaban estrechamente relacionadas con la Orden por lazos de matrimonio o parentesco, recibieron albornoces (Capa con capucha; es una prenda de origen árabe que se utilizó ampliamente en España en siglos pasados) y capuchas para la fiesta anual de San Jorge, que generalmente se celebró en el Castillo de Windsor. , el hogar espiritual de la Orden. A juzgar por su costo, las túnicas entregadas a las damas favorecidas y pagadas por orden de la Corona no eran menos grandiosas que las que se entregan anualmente a los Caballeros. 
En 1358, la cuenta de John de Buckingham, Guardián del guardarropa del rey, registra un pago de £ 500 a la reina Philippa por su vestimenta para el próximo banquete, mientras que la hija de Eduardo III, Isabella, condesa de Bedford, recibió una bata y Capucha de 'sanguina en grano', del mismo color que las emitidas a los Caballeros, por orden real del 8 de abril de 1376.

Tres efigies del siglo XV de Damas de la Liga sugieren que sí. Cuando Alice Chaucer, duquesa de Suffolk, fue enterrada en la iglesia parroquial de Ewelme, Oxfordshire, fue representada en su tumba con la Liga en su brazo izquierdo justo por encima de su muñeca, mientras la efigie de Margaret Byron, esposa de Sir Robert Harcourt KG , en la iglesia de Stanton-Harcourt, Oxfordshire, mostró la Liga justo por encima de su codo izquierdo. Una tercera figura de la tumba, ahora perdida, la de Joan, condesa de Tancarville, esposa de Sir John Gray KG, también portaba la liga en su brazo izquierdo de acuerdo con las cuentas anticuarias. Si se les permite usar la Liga simbólicamente en la muerte, es probable que tengan derecho a hacerlo en la vida.

A diferencia de los Caballeros, parece que no hubo estatutos reglamentarios para las Damas de la Liga y no se impuso un número fijo. Solo tenemos evidencia de dos en el reinado de Edward III (1327-77), la reina Philippa y la hija de Edward, Isabella, pero es probable que haya más. Muchos nombres de Damas de la Liga sobreviven del reinado de Ricardo II, que era un entusiasta defensor de los valores caballerescos. En el curso de su reinado, otorgó túnicas de liga a al menos treinta y seis damas, incluidas varias que no eran miembros de la familia real ni estaban relacionadas con Knight Companions. Maud, la condesa de Oxford y Blanche, Lady Poynings, por ejemplo, parecen haber debido su selección como Damas de la Liga en 1385 al favor real solo. Los sucesores de Richard variaron en el nivel de apoyo a la Orden y sus asociadas femeninas. 
Enrique IV y Eduardo IV fueron los más activos en su nombramiento de Damas de la Liga, mientras que Enrique V y Enrique VI mostraron poco interés en hacerlo. El primero de los Reyes Tudor, Enrique VII, fue el último en actuar como mecenas de estas Damas, honrando a su madre y a dos de sus hijas con túnicas de liga.

Ladies of the Garter, 1358-1488

Philippa of Hainault, Queen Consort of England, daughter
of William Count of Holland & Hainault (wife of Edward III)


1358 PHILIPPA, REINA CONSORTE DE INGLATERRA. Hija de William, conde de Holanda y Henao. Se casó con Eduardo III, rey de Inglaterra.

1376 Isabella, condesa de Bedford. Hija de Edward III. Se casó con Enguerrand de Coucy, conde de Bedford, KG, luego duque de Bedford.
Joan (The Fair Maid of Kent), Countess of Kent, daughter of
 Edmund of Woodstock (wife of Thomas Holland, Earl of Kent)

1378 Juana, princesa de Gales (la bella doncella de Kent). Hija y única heredera de Edmund de Woodstock, conde de Kent, KG Casado con Thomas (Holanda), conde de Kent, KG; En segundo lugar, Edward (el Príncipe Negro), quien murió en 1376. Madre de Ricardo II. Su matrimonio con William 2nd Earl de Salisbury, KG, fue declarado nulo por el Papa Clemente VI.

1378 Constanza, duquesa de Lancaster. Hija y heredera de Pedro, rey de Castilla y León. Casado, como su segunda esposa, John de Gaunt, duque de Lancaster, KG

1378 María, duquesa de Bretaña. Hija de Edward III. Casado con John de Montfort, duque de Bretaña, KG

1378 Maud, Lady Courtenay. Hija de Thomas, 2.º conde de Kent, KG Casado con 1.º Hugh, Lord Courtenay, KG; Segundo Waleran, Conde de San Pablo.

1378 Philippa, reina consorte de Portugal. Hija de John of Gaunt, duque de Lancaster, KG Casado con John I, rey de Portugal, KG
Elizabeth, Duchess of Exeter, daughter of John
of Gaunt (wife of John Holland, Duke if Exeter)

1378 Elizabeth, duquesa de Exeter. Hija de John of Gaunt, duque de Lancaster, KG Casado con 1st John (Holanda), duque de Exeter, KG; Segundo John (Cornwall), Lord Fanhope, KG

1378 Philippa, condesa de Oxford. Hija y heredera de Enguerrand de Coucy, conde de Bedford, KG, luego duque de Bedford. Casado con Robert (de Vere), noveno conde de Oxford, luego duque de Irlanda, KG

1378 Isabel Condesa de Cambridge. Hija de Peter King de Castilla y León. Se casó con Edmund de Langley, conde de Cambridge, KG, luego duque de York.

1384 ANNE (DE BOHEMIA), REINA CONSORTE DE INGLATERRA. Hija del emperador Carlos IV. Casado, como su primera esposa, Ricardo II, rey de Inglaterra.
Dame Eleanor, Duchess of, Gloucester, daughter
of Humphrey de Bohun (wife of Thomas of Woodstock)

1384 Eleanor, condesa de Buckingham. Hija de Humphrey (de Bohun). Conde de Hereford, KG Se casó con Thomas de Woodstock, Earl de Buckingham, KG, luego Duque de Gloucester.

1384 Anne, condesa de Pembroke. Hija de Sir Walter Manny, KG Casado, como su segunda esposa, John (Hastings), segundo conde de Pembroke, KG

1384 Elizabeth, condesa de Salisbury. Hija de John Lord Mohun, KG Casado con William (de Montacute) 12º Conde de Salisbury, KG

1384 Catherine, de Lancaster. Hija de John of Gaunt Duke of Lancaster, KG Más tarde se casó con Henry, Príncipe de Asturias, quien tuvo éxito como Henry III, Rey de Castilla y León.

1384 Joan, Lady Mohun. Hija de Sir Bartholomew Burghersh. John casado, Lord Mohun KG

1386 Maud, condesa de Oxford. Hija de Sir Ralph Ufford. Se casó con Thomas (de Vere), octavo conde de Oxford, quien murió en 1371.

1386 Elizabeth, condesa de Nottingham. Hija de Richard, cuarto conde de Arundel, KG Casado, como su segunda esposa, Thomas (Mowbray), conde de Nottingham, KG, Earl Marshal.

1386 Constanza, Lady le Despencer. Hija de Edmund. de Langley, duque de York, KG Se casó con Thomas, Lord le Despencer, luego conde de Gloucester, KG

1386 Elizabeth, Lady de Vere. Hija de Hugh, conde de Devon. Se casó con el primer sir Andrew Luttrell; 2 ° * Sir John de Vere.

1386 Blanch, Lady Poynings. Hija de - de Mowbray. Se casó con el primer Thomas, el tercer Lord Poynings, quien murió en 1375; Segundo * Sir John Worth.

1387 Las Lady Gomeneys. Se casó con John de Geaux, Sire de Gomeneys.

1387 Katharine, Lady Swynford. Hija de Sir Payne Roet. Casado con el primer sir Hugh Swynford; En segundo lugar, como su tercera esposa, John de Gaunt, duque de Lancaster, KG

1388 Alicia, condesa de Kent. Hija de Richard, 4to conde de Arundel, KG Casado con Thomas (Holanda), 2do conde de Kent, KG

1388 María, condesa de Derby. Luego la reina consorte de Inglaterra. Hija de Humphrey (de Bohun), conde de Northampton, KG se casó con Henry (Plantagenet), conde de Derby, KG, luego Enrique IV, rey de Inglaterra.

1390 Lady (Elizabeth) Trivet. Hija de sir Philip Timbury. Se casó con el primer Thomas Swinbourne; En segundo lugar, Sir Thomas Trivet, quien murió en 1388.

1390 Lady Joan Beauchamp. Hija de Richard, cuarto conde de Arundel, KG Casada con Sir William Beauchamp.

1390 Joan, Lady Fitzwalter. Hija de John, Lord Devereux, KG Se casó con Sir Walter Fitzwalter, luego Lord Fitzwalter; 2 ° como su tercera esposa, Hugh, 2 ° Lord Burnell, KG

1397 Label QUEEN CONSORT OF ENGLAND. Hija de Carlos VI, rey de Francia. Casado, como su segunda esposa, Ricardo II, rey de Inglaterra.

1399 Catalina, duquesa de Gueldres. Hija de Albert, Conde de Holanda, KG Se casó con William, Duque de Gueldres y Juliers, KG

1399 Juana, duquesa de York. Hija de Thomas (Holanda), 2.º conde de Kent, KG Casada con 1.º Edmund de Langley, duque de York, KG; 2 ° William, Lord Willoughby de Eresby, KG; 3º Henry, Lord Scrope de Masham; 4to Henry (Bromflete), Lord Vesey.

1399 Margarita, marquesa de Dorset. Hija de Thomas (Holanda), 2.º conde de Kent, KG Casado con 1.º John (Beaufort), marqués de Dorset, KG; Segundo Thomas (Plantagenet), duque de Clarence, KG
Dame Joan Nevile, Countess of Westmorland,
daughter of John of Gaunt (wife of Ralph Nevile). 

1399 Joan, condesa de Westmorland. Hija de John of Gaunt, duque de Lancaster, KG se casó con el primer sir Robert Ferrers; 2. ° Ralph (Nevill), 1. ° conde de Westmorland, KG

1399 Blanch Bradeston. Probablemente hija de sir Thomas Bradeston.

1399 Lady (Agnes) Arundel. Casado con Sir William Arundel, KG
Dame Margaret Roos, Baroness Roos of Hamlake,
daughter of John FitzAlan (wife of William Roos).

1399 Margaret, Lady Roe de Hamlake. Hija de John (Fitzalan), Lord Maltravers. Se casó con William, séptimo Lord Roe de Hamlake, KG

1399 Lady (Margaret) de Courcy. Se casó con sir William de Courcy.

1408 Joan, REINA CONSOLA DE INGLATERRA. Hija de Carlos II, rey de Navarra. Casado con John IV, duque de Bretaña, KG; 2º Enrique IV, rey de Inglaterra.

1408 Philippa, reina consorte de Dinamarca. Hija de Enrique IV, rey de Inglaterra. Casado con Eric IX, rey de Dinamarca, KG

1408 Margarita, duquesa de Holanda. Hija de Philip (The Bold), Duque de Borgoña, KG Se casó con William de Baviera, Duque de Holanda y Conde de Ostrevant, KG

1408 Blanch, duquesa de Baviera. Hija de Enrique IV, rey de Inglaterra. Casado con Lewis, duque de Baviera.

1408 Philippa, duquesa de York. Hija de John 2nd Lord Mohun, KG Se casó primero como su segunda esposa, Walter, 4th Lord Fitzwalter; 2 ° * Sir John Golafre; 3 ° Edward (Plantagenet), 2 ° Duque de York, KG
Dame Maude Montacute, Countess of Salisbury,
daughter of Sir Adam Fraunceys (wife of John Montacute).

1408 Maud, condesa de Salisbury. Hija de Sir Adam Francis. Casado con el primer señor Alan Buxhull, KG; 2. ° John (Montacute), 3. ° conde de Salisbury, KG
Dame Margaret Waterton, daughter of Thomas Clarrell of Aldwarke
 (wife of Sir Robert Waterton of Waterton & Methley)

1408 Lady (Margaret) Waterton. Hija de Thomas Clarell. Se casó con sir Robert Waterton.

1408 Lady (Margaret) Beaufort. Hija de Sir Thomas Nevill. Se casó con Sir Thomas Beaufort, KG, luego conde de Dorset y duque de Exeter

1408 Agnes o Anne, esposa de William de Gomeneys, hijo de le sire de Gomeneys.

1413 Beatriz, condesa de Arundel. Hija de Juan I, rey de Portugal y Donna Agnes Perez. Casado con el primer Thomas (Fitzalan), el quinto conde de Arundel, KG; 2do Gilbert, Lord Talbot, KG; 3 ° Thomas Fettiplace; 4th John (Holanda), conde de Huntingdon, KG

1415 KATHERINE, REINA CONSORTE DE INGLATERRA. Hija de Carlos VI, rey de Francia. Casado con Henry V, rey de Inglaterra.

1432 Label Countess of Warwick. Hija de Thomas (le Despencer), Conde de Gloucester, KG Casado con Richard (Beauchamp), Conde de Worcester; 2 ° Richard (Beauchamp), 5 ° Conde de Warwick, KG
Tumba de Alice Chaucer, Iglesia Ewelme Alice era la nieta de Geoffrey Chaucer y se casó con un duque de Suffolk. Esta tumba es de alabastro, con una túnica de monja, una corona y una Orden de la Liga en su brazo izquierdo

1432 Alicia, condesa de Suffolk. Hija de Thomas Chaucer de Ewelme. Casado con el primer Thomas (Montacute), cuarto conde de Salisbury, KG; 2. ° William (de la Pole), 3. ° conde de Suffolk, KG, luego 1. ° duque de Suffolk. En su tumba en la iglesia de Ewelme, está representada con una liga en su brazo izquierdo.

1436 Eleanor, duquesa de Gloucester. Hija de Reginald, Lord Cobham de Sterborough, KG Casado, como su segunda esposa, Humphrey (Plantagenet), Duque de Gloucester, KG Regente de Inglaterra.

1436 Jacqueline, duquesa de Bedford. Hija de Pedro, Conde de San Pablo. Se casó con el primer John (Plantagenet), duque de Bedford, KG; 2º Sir Richard Wydville, KG, luego 1º Earl Rivers.

1448 Margaret, Reina Consorte de Inglaterra. Hija de René, duque de Anjou, rey titular de Sicilia, Nápoles y Jerusalén. Casado con Enrique VI, rey de Inglaterra.

1448 Lady (Anne) Moleyns. Hija de Sir John Whalesburgh. Se casó con Sir William Moleyns, luego Lord Moleyns.

1448 Emmeline, Lady Saye y Sele. De la familia de Sir William Cromer, Lord Mayor de Londres, 1413. Se casó con James, primer Lord Saye y Sele.

1448 Margaret, Lady Beauchamp. Hermana de Richard Ferrars. John casado, primer Lord Beauchamp de Powyk, KG

1448 Alice Norreys.
Dame Margaret Harcourt, daughter of Sir John Byron (wife of Sir Robert Harcourt of Staunton Harcourt).

c.1468 Lady (Margaret) Harcourt. Hija de Sir John Byron. Casada con Sir Robert Harcourt, KG En su tumba en la iglesia de Stanton Harcourt, está representada con una liga en su brazo izquierdo.

1477 ELIZABETH, REINA CONSOLA DE INGLATERRA. Hija de Sir Richard Wydville, KG, luego 1st Earl Rivers. Se casó con el primer sir John Gray de Groby; En segundo lugar, Edward IV, rey de Inglaterra.

1477 ELIZABETH, PRINCESA DE INGLATERRA, luego REINA CONSOLA DE INGLATERRA. Hija de Edward IV. Casado con Enrique VII, rey de Inglaterra.

1477 Elizabeth, duquesa de Suffolk. Hija de Richard (Plantagenet), 3er duque de York, KG Casado con John (de la Pole), 2do duque de Suffolk, KG

1480 Cicely, lady Welles. Hija de Edward IV. Se casó con 1st John, Lord Welles, KG, luego vizconde Welles; En segundo lugar, Thomas Kymbe.

1480 María, princesa de Inglaterra. Hija de Edward IV. Soltera.

1488 Margaret, condesa de Richmond. Hija de John (Beaufort), duque de Somerset, KG se casó con Edmund (Tudor), conde de Richmond, y fue madre de Enrique VII.


San Patrón de la Orden


Jorge de Capadocia es el nombre de un soldado romano de Capadocia (en la actual Turquía), mártir y más tarde santo cristiano. Se cree que vivió entre 275 o 280 y el 23 de abril de 303. Es considerado pariente de Santa Nina. Es el santo patrón de países como Bulgaria, Etiopía, Georgia, Inglaterra o Portugal, y en España  de Aragón y Cataluña, así como de los municipios de Alcoy y Bañeres (Alicante), Cáceres, Golosalvo, Madrigueras (estas dos últimas en la provincia de Albacete), Lucena (Córdoba) y Santurce (Vizcaya).

Vida de San Jorge


El nombre de Jorge viene del griego y significa: "agricultor, que trabaja en la tierra". A pesar de la popularidad de San Jorge, se conocen muy pocos datos de él, y casi todas sus noticias se basan en leyendas y tradiciones que han pasado de boca en boca a lo largo de los siglos. Todos los historiadores y escritores de libros de santos, suelen coincidir en que fue un soldado romano, nacido en el siglo III en Capadocia (Turquía) y que falleció a principios del IV, probablemente en la ciudad de Lydda, la actual Lod de Israel. Sus padres, según la tradición, eran labradores y tenían mucho dinero. En otras versiones de la historia de San Jorge, se nos dice que su padre era militar y que por ese motivo su hijo quiso seguir sus pasos.

La leyenda del dragón

La leyenda más difundida de San Jorge es sin duda la del dragón, en la cuál se nos presenta a nuestro santo como un soldado o caballero que lucha contra un ser monstruoso (el dragón) que vivía en un lago y que tenía atemorizada a toda una población situada en Libia. Dicho animal exigía dos corderos diarios para alimentarse a fin de no aproximarse a la ciudad, ya que desprendía un hedor muy fuerte y contaminaba todo lo que estaba vivo. 
 Al final ocurrió que los ganaderos se quedaron casi sin ovejas y decidieron que se le entregara cada día una persona viva, que sería escogida bajo un sorteo. Un buen día, le toco la "suerte" a la hija del rey, pero, cuando el monstruo iba a comérsela, San Jorge la salvó. Es por ese motivo que en Cataluña, San Jorge (Sant Jordi) es el patrón de los enamorados. La leyenda de San Jorge fue escrita en el siglo XIII por Santiago de la Vorágine en su célebre obra "La Leyenda dorada".

En ella, podemos descubrir que todos estamos llamados a ser un caballero, no solamente para salvar princesas bonitas como la que se nos narra!, si no para salvar a aquellas personas que tanto sufren en nuestra sociedad. El dragón simboliza el mal de nuestro mundo: pobreza, insolidaridad, hipocresía ... Cabe decir, que la tradición catalana de esta leyenda del dragón, no se ambienta en el país de Libia, sino en Cataluña mismo, concretamente en la ciudad de Montblanc (Tarragona). Cada 23 de abril, en esta ciudad hacen una gran representación, como también en Alcoi (Alicante), donde se escenifica la ayuda del santo a sus ciudadanos para que no fueran atacados por los moriscos.

El cristianismo de San Jorge

Después de unos años en el ejército romano, San Jorge se da cuenta que su verdadero ejército es el de Jesucristo, reparte sus bienes entre los pobres, renuncia a su carrera militar y se enfrenta a las autoridades romanas. Es de destacar que las actas del martirio de nuestro santo se perdieron y solamente podemos saber algo de ellas a partir de la tradición popular. Por tanto, nos encontramos ante el hecho que, pese a existir históricamente un martirio de San Jorge, no se pueden tomar como históricas tales tradiciones. De todas formas, dichas narraciones son un símbolo de los ideales y de las convicciones de aquellos cristianos que lo dieron todo por su fe en Jesucristo. San Jorge sufrió el martirio en la actual ciudad de Lod (Israel) a principios del año 300 en tiempo de los emperadores Diocleciano y Maximiliano. Fue el mismo Santiago de la Vorágine que en su obra "La Leyenda dorada" difundió el martirio de San Jorge.

¿Qué nos enseña el martirio de San Jorge?

Como en tantos otros relatos populares de martirios, detrás de lo que son las inexactitudes históricas, se oculta la intuición de verdades muy profundas. Así, en el caso del martirio de San Jorge, aparece con mucha claridad, por un lado, la dimensión evangelizadora de su testimonio, y, por el otro, el ejemplo de caridad ardiente que muestra con su conducta. Joan Llopis, en el libro "San Jorge" editado por el Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona, explica muy acertadamente que lo que mueve interiormente al santo a dejar su vida de soldado y dedicarse a la de predicador, es la fuerza de su fe cristiana que tiene necesidad de comunicar a los demás las convicciones propias, aunque esto le lleve finalmente a la muerte. Escribe textualmente Joan Llopis:

"El martirio es, ciertamente, un testimonio de la fe. Pero es, sobre todo, un testimonio de la caridad. La biografía popular de San Jorge se complace en destacar el hecho de la generosa distribución de los bienes a los pobres que el invicto mártir lleva a cabo antes de dedicarse a la defensa pública de la fe cristiana. Es un modo plástico de insistir en una verdad que siempre ha formado parte del núcleo esencial del mensaje cristiano: no se puede separar la fe en Dios y el amor práctico y concreto a los hermanos".


La Cruz de San Jorge
En las estampas que se difunden sobre el santo, hay un detalle que no nos puede pasar por alto: el escudo. En él, hay una cruz roja sobre fondo blanco. En otras estampas, sale representada en el escudo del santo caballero. Esta cruz es la conocida "Cruz de San Jorge" y figura en muchas representaciones gráficas de Jesucristo resucitado, donde sale victorioso del sepulcro: "Cristus Rex". Si hacemos un estudio del tema, podemos decir que la cruz, símbolo de derrota y de muerte, se convierte en el caso de Cristo y de sus mártires, en signo de victoria y de vida. En este caso, la cruz es signo de victoria. Hay algunos teólogos, que aprovechando que la fiesta de San Jorge cae siempre dentro del tiempo pascual, relacionan la muerte pascual del mártir con la muerte pascual de Jesús.
La cruz de San Jorge es una cruz griega roja (o gules) sobre blanco (o plata).

La Cruz de San Jorge es muy popular también en Cataluña: "La Creu de Sant Jordi". Muchos escudos de entidades y ciudades lo llevan. Tenemos dos ejemplos claros: el escudo de la ciudad de Barcelona y el del Futbol Club Barcelona (el Barça). Incluso, la Generalitat (Gobierno de Cataluña) distingue cada año a personajes populares que han hecho algo positivo para Cataluña con la distinción de la "Creu de Sant Jordi" (Cruz de San Jorge)

Culto y tradiciones. El día del libro

El culto a San Jorge surgió poco tiempo después de su muerte, primero entre las comunidades cristianas de Oriente y después entre las de Occidente. Su popularidad era tan grande que recibió el calificativo de "gran mártir". Muy pronto se alzan templos en su honor. Pero es curioso destacar que, en la diócesis de Girona, solamente hay una iglesia parroquial dedicada a él, la de Sant Jordi Desvalls y sólo tres ermitas o capillas situadas en Calonge, Lloret de Mar y Sant Llorenç de la Muga. 
En Cataluña el día de su onomástica es considerada como una auténtica fiesta, aunque caiga en día laborable. Es "El dia del libro y de la rosa". En todas las poblaciones catalanas hay paradas con libros y rosas. Tal y como ya te he comentado en el principio, los catalanes celebran por San Jorge el día de los enamorados. El hombre regala una rosa a su persona querida, y ésta, le regala un libro. Los estudiantes son los primeros en querer "hacer el agosto", ya que montan sus paradas para sacar así un dinerito para el viaje de fin de curso.

Cabe decir que la coincidencia del Día del Libro con la festividad de San Jorge no tiene nada que ver con el santo. El Día del Libro comenzó a celebrarse el 7 de octubre de 1926 en conmemoración del día de nacimiento de Miguel de Cervantes. La idea fue del escritor y editor valenciano, afincado en Barcelona, Vicent Clavel Andrés que la propuso a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona. El 6 de febrero de 1926, el gobierno español presidido por Miguel Primo de Rivera lo aceptó y el rey Alfonso XIII firmó el Real decreto que instituía la “Fiesta del Libro Español”. 
En 1930 se acordó cambiar la fecha trasladándola al 23 de abril, día de la muerte de Cervantes. Cabe decir que Miguel de Cervantes estuvo muy bien relacionado con Barcelona, ciudad de la que dedicó grandes elogios en su obra “Don Quijote de la Mancha” y en la que su protagonista visitaba una imprenta. En 1995, la UNESCO instituyó el 23 de abril como el Día Mundial del Libro y del derecho de autor. Se calcula que más de 80 países del mundo celebran el Día del Libro por esta fecha, aunque Gran Bretaña e Irlanda lo festejen el 14 de marzo. 
Cabe recordar también que un 23 de abril de 1981, fallecía un gran escritor catalán como fue Josep Pla y que en 1616 lo haría el célebre dramaturgo inglés William Shakespeare.

Patronazgo y protección

Es el patrón de Cataluña, junto a Nuestra Señora de Montserrat. También lo es de Aragón y de los siguientes países: Georgia, Grecia, Inglaterra, Lituania, Polonia, Portugal, Rusia y Serbia. También es el patrón de los caballeros y de los "Boy Scouts", y, en Cataluña, de los enamorados y de algunos campesinos que le imploran por sus campos de cebada. Se le invoca para bendecir una casa nueva y contra las arañas.

sábado, 26 de enero de 2013

Grandes maestres de la Jarretera IV a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 

Dinastía de Sajonia-Coburgo-Gotha, después Windsor

28.-Eduardo VII,  Rey de Gran-Bretaña e Irlanda,y los Dominios británicos más allá de los mares  de 1901 a 1910. Emperador de Indias 



(Sandringham, 1841 - Londres, 1910) Rey de Gran Bretaña e Irlanda, segundo hijo de la reina Victoria I de Inglaterra (1837-1901) y del príncipe consorte Alberto. Al contrario que su madre, Eduardo se interesó sobremanera por las cuestiones de política exterior, en las que tuvo un papel destacado a pesar de que su petición de ser consultado sobre decisiones políticas fuera ignorada la mayoría de las veces por sus primeros ministros. Su huella se dejó sentir en los acuerdos de la Entente Cordiale y la Entente Anglo-rusa, por su influencia sobre la mayoría de las familias reales europeas, con las que estaba emparentado. Fue el impulsor del poderío naval británico. Su reinado señaló la cúspide de la prosperidad y el poder colonial de Inglaterra. Antes de ser coronado rey se hacía llamar Alberto, mientras que en sus círculos más íntimos se le conocía con el cariñoso diminutivo de "Bertie".
Aunque Eduardo siguió escrupulosamente el austero y recio programa educativo trazado por sus padres, el joven príncipe heredero no tardó mucho tiempo en decepcionar a sus progenitores por su escaso interés en los estudios. En sus primeros años de vida, el príncipe creció bajo la opresiva tutela materna. De naturaleza despierta y algo rebelde, amante de las aventuras, desde muy pequeño acompañó a sus padres en varios viajes oficiales al exterior, como el que hicieron en 1856 a París en la Corte del emperador Napoleón III (1852-1870). Eduardo quedó gratamente impresionado por la sociedad parisina y la refinada cultura francesa, francofilia que jamás abandonaría y que a la postre resultaría determinante, cuando accedió al trono, para buscar el acercamiento político y militar con el país galo.
Tras acabar su primera formación académica en Edimburgo, donde se interesó por la química industrial, el príncipe Eduardo adquirió una ligera instrucción militar sirviendo en el 16º Regimiento de Húsares, para, en 1858, ingresar en la Universidad de Oxford, en donde tan sólo estuvo dos años, dados los resultados tan penosos que obtuvo en todas las asignaturas. En 1860, Eduardo fue enviado al Canadá como representante de la Corona, acompañado del ministro para las Colonias, el duque de Newcastle. El objetivo del viaje no era otro que introducir al príncipe en los asuntos de Estado e iniciar su formación política para cuando accediera al trono.
Pero durante toda su estancia americana, Eduardo se limitó a inaugurar edificios y a realizar un viaje de placer que le llevó a recorrer gran parte de los Estados Unidos invitado expresamente por el presidente de aquel país, James Buchanan (1857-1861). De vuelta a Inglaterra en noviembre de ese mismo año, Eduardo reinició sus estudios universitarios en Cambridge. Si la anterior experiencia fue nefasta, la segunda superó con creces los malos resultados obtenidos en Oxford, hasta el punto de que, harto de estudiar y de la rigidez que le era impuesta, el príncipe se fugó del centro para dirigirse de incógnito a Londres, donde finalmente fue descubierto por dos empleados del palacio de Buckingham en la estación de Cadington, los cuales le condujeron de nuevo a Cambridge.
La muerte prematura del príncipe consorte Alberto, el 14 de diciembre de 1861, encerró a la reina Victoria en una actitud de incomprensión severa con respecto a su hijo y heredero. La consecuencia de ese dolor se tradujo en un despiadado y riguroso alejamiento de Eduardo de los asuntos de Estado por orden expresa de su madre, circunstancia que sumió a éste en una profunda depresión moral, tanto por la muerte de padre como por el desprecio de que era objeto y la frialdad con la que la reina no dejó de tratarle casi hasta su muerte.
Incluso cuando Eduardo tenía más de cincuenta años, la reina Victoria no dejó de reprenderle en público y en privado por todas aquellas iniciativas emprendidas por éste que la reina considerase inoportunas. Con intención de liberarse de la opresión materna y de la asfixia que sentía en palacio, en febrero de 1862 emprendió un largo viaje de placer que le llevó a Egipto y a Tierra Santa. Una vez de regreso a Inglaterra, en la primavera siguiente, el 10 de marzo de 1863 contrajo matrimonio con la princesa Alejandra de Dinamarca, hija mayor del futuro rey Cristian IX.
Los ideales germanófobos de la princesa de Gales fueron fácilmente compartidos por Eduardo, máxime cuando a partir de 1888 comenzó a gestarse una franca hostilidad entre éste y su sobrino, el recién coronado kaiser de Alemania Guillermo II (1888-1918). Este hecho forzó al príncipe a buscar la amistad de los países antigermanos. De esta unión nacieron cinco hijos, entre ellos: Alberto Víctor, duque de Clarence y heredero a la Corona, pero de corto alcance y aquejado de fuertes desequilibrios psíquicos, que murió en 1892; el duque de York, futuro rey Jorge V (1910-1936); y una hija, Maud, que se convirtió en reina de Noruega en 1905 por su matrimonio con Haakon VII (1905-1957).
Condenado por la reina Victoria a la inacción política, Eduardo se volcó hacia la actividad mundana y social, a la que por otra parte era tan aficionado; estableció su residencia en el palacio de Marlborough House, que se convirtió en el templo de la elegancia y en el centro neurálgico donde se reunían los grandes del reino y lo más granado de la sociedad inglesa y mundial (escritores, poetas, artistas, actores, intelectuales, banqueros, políticos, jefes de Estado, etc.). Apesar de su gordura, Eduardo se convirtió en el árbitro de la elegancia y los buenos modos, artes que cultivaba a la perfección gracias a su cosmopolitismo en sus gustos, que todos los que le rodeaban se apresuraban a imitar. Los bailes y fiestas que organizaba se hicieron famosos en todo el país, contrastando con la seriedad y sobriedad palaciega impuestas por su madre en Buckingham Palace.
Como viajero infatigable que era, tanto Eduardo como su esposa realizaron un buen número de viajes al extranjero, todos ellos criticados por la reina Victoria, pero que a la postre prestaron una labor diplomática a su país de primer orden durante los años previos al estallido de la Primera Guerra Mundial. Eduardo volvió a visitar París en 1868, luego Marieubad, Baden-Baden, Cannes (visita que contribuyó a poner de moda la Costa Azul entre la clase noble y adinerada de Europa), Potsdam, Schönbrunn y Peterhoft, siempre rodeado del esplendor y el lujo decadente propio de la Europa imperial de finales del siglo XIX.
Aunque consagrado a la buena vida, a los placeres de la mesa, a los hipódromos, al juego y a la compañía femenina, Eduardo no dejó a un lado sus labores como príncipe de Gales y heredero al trono británico. Ferviente imperialista y apasionado por la grandeza nacional, se dedicó a visitar los territorios del Imperio y en particular la India, viaje que realizó en 1875, recorriendo prácticamente toda la colonia (Bombay, Madrás, Calcuta, Capawora, Allahabad). Dos años antes representó a su madre en la Exposición Universal de Viena. En 1885 Eduardo visitó Irlanda y en 1889 viajó hasta San Petersburgo para asistir en nombre de la Corona a las exequias del zar Alejandro III de Rusia.
En 1894 acompañó a su madre a Alemania, en una visita de importancia diplomática, ya que las relaciones entre ambos países a pesar del parentesco de ambas coronas habían entrado en una fase especialmente crítica como consecuencia de la política anexionista y militar que había emprendido el joven emperador alemán. La vida disoluta y despreocupada del príncipe y la poca discreción de éste respecto de su vida privada, repleta de amantes, escándalos de todo tipo y fiestas continuas, reforzaron la convicción de la reina Victoria de que su hijo carecía de la responsabilidad y de las actitudes mínimas que se esperaban del heredero de una Corona tan importante como la británica.
Por fin, cuando contaba cincuenta y nueve años de edad, Eduardo fue proclamado rey de Gran Bretaña el 25 de junio de 1901. En contra de la opinión general de la clase política debido a su pasado, el nuevo rey impresionó favorablemente al asumir desde un primer momento la grave responsabilidad que se abatía sobre sus espaldas tras ser coronado el rey de la primera potencia mundial en aquellos momentos. Toda su preocupación fue devolver a la realeza británica su esplendor, reafirmando al mismo tiempo sus prerrogativas. Para ello, insistió en que las ceremonias de su coronación, postergadas al 9 de agosto de 1902 como consecuencia de una grave recaída de su salud, fueran del todo punto suntuosas.
Nada más subir al trono, Eduardo VII expresó sus deseos de ser estrictamente respetuoso con la Constitución y las leyes que se acordaran en el Parlamento. No obstante, siendo como era tan meticuloso en cuestiones de etiqueta, representación y jerarquía, tuvo que someterse a la voluntad de todos sus primeros ministros, con los que nunca llegó a sintonizar de manera correcta, especialmente con Arthur James Balfour, jefe del Gobierno entre 1902 y 1905, y con el marqués de Lansdowne, jefe del Foreign Office. Finalmente, su pereza y ánimo, tan poco acorde para redactar informes e interesarse por los asuntos internos del reino, provocaron que éste abandonara la política interior enteramente en manos de sus ministros.
Aun así, uno de los dos campos en los que Eduardo VII mostró una absoluta predilección e interés fue el de las cuestiones militares y navales en concreto. Eduardo VII aportó todo su apoyo incondicional a las reformas del ejército llevadas a cabo por Richard Burton, vizconde de Cloan, quien llevó a cabo un ambicioso programa para modernizar las instalaciones y el material, ambos totalmente obsoletos. Gracias a la colaboración de John Arbuthnot Fisher, primer lord del Almirantazgo, Eduardo VII logró imponerse a la mayoría de los miembros del Parlamento que se oponían a la modernización de la flota inglesa. Demostrando una gran clarividencia en cuestiones de política exterior, Eduardo VII mandó a Fisher adoptar la flota inglesa a las nuevas perspectivas de lucha contra la marina alemana.

Fisher reconstruyó por completó todos los puertos importante de la isla y concentró en ellos todos los barcos de guerra británicos que se encontraban desperdigados por todos los océanos. También se construyeron nuevos y más potentes acorazados, los famosos Dreagnoughts, buques que disponían de un colosal tonelaje y de los avances más modernos en artillería naval. De los treinta y siete acorazados con que contaba Gran Bretaña cuando Eduardo VII subió al trono en 1901, a su muerte la marina británica contaba con cincuenta y seis, capaces de desplazar cerca de 900.000 toneladas, a los que había que sumar un buen número de submarinos, cruceros, torpederos y destroyers.
La otra gran pasión de Eduardo VII se desarrolló en el plano diplomático y en las relaciones con el exterior. Durante los nueve años de su reinado, el monarca intentó llevar la dirección de la política exterior de su país e imponer sus iniciativas, empeño por el cual mantuvo serios encontronazos con el Parlamento. A los pocos días de ser nombrado rey, Eduardo VII forzó al Gobierno para que firmara la paz con el Transvaal que puso fin a la sangrienta Guerra de los Boers. Siguiendo la misma senda de la cordialidad y la confraternación, el monarca también jugó un destacado papel en el estrechamiento de las relaciones bilaterales con Japón, los Estados Unidos y España, monarquía con la que también estaba emparentada la casa real de los Windsor.
Debido a su famosa visita oficial a Francia, en 1903, Eduardo VII contribuyó decisivamente a la firma de la alianza, al año siguiente, entre ambos países conocida como Entente Cordial, viaje en el que, gracias a sus hábiles palabras y a su actitud tan jovial que conquistó el aplauso de los parisienses y la confianza del presidente de la República francesa Émile Loubet, se produjo el deshielo necesario para que ambos países se unieran en contra de una más que posible agresión por parte de Alemania. Eduardo VII también hizo saber en público su deseo de acercarse a la Rusia zarista, la cual llevaba bastante tiempo enfrentada a Alemania por cuestiones territoriales en el este de Europa y en los Balcanes. Sus sentimientos antialemanes fueron siempre a la par con el clima de competencia tan severa que existía entre ambos países.

Los últimos meses de su reinado quedaron ensombrecidos por el gran debate surgido por el presupuesto del primer ministro David Lloyd George y por la crisis constitucional que se originó a propósito de la Cámara de los Lores. De forma súbita, justo en medio de la tempestad política que sacudía a todo el país, Eduardo VII cayó gravemente enfermo a finales de abril de 1910, y falleció repentinamente el 6 de mayo.
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29.-Jorge V, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda,y los Dominios británicos más allá de los mares  de 1910 a 1936. Emperador de Indias.


(Londres, 1865-Sandingham, Reino Unido, 1936) Monarca británico. Segundo hijo de Eduardo VII y de la reina Alejandra, se convirtió en príncipe heredero cuando su hermano, el duque de Clarence, murió prematuramente en 1892
El príncipe Jorge contaba por entonces veintisiete años, y su padre inició su educación encaminada a prepararlo para sus futuras obligaciones. Llegó al trono con cuarenta y cinco años y fue coronado un año más tarde. Casó con la princesa Mary of Teck, novia de su difunto hermano, y tuvo con ella seis hijos: Edward, George, Mary, Henry, George (duque de Kent) y John.
A lo largo de su reinado, se enfrentó a múltiples dificultades, y en el plano político tuvo que solucionar un grave problema, de carácter constitucional: la moderación del poder de la Cámara de los Lores. Su comedida actuación permitió el progreso de la monarquía constitucional, debido, en buena parte, a que las intervenciones que protagonizaba eran previamente consensuadas con las fuerzas políticas y con sus consejeros.
Durante la Primera Guerra Mundial cambió la denominación de la casa real, que de Sajonia-Coburgo pasó a ser Windsor. En el curso del conflicto, sus diversas visitas a Francia le granjearon un notable prestigio internacional. Por otro lado, tuvo también que hacer frente a los cambios que se iban produciendo en el imperio colonial y buscar soluciones a la penuria económica de la posguerra.
Monarca prudente y conciliador, gozó siempre del afecto del pueblo británico, que en 1935, en una multitudinaria manifestación popular, le expresó su cariño con ocasión de los actos de celebración de sus bodas de plata como rey. De salud delicada desde 1928, murió a los setenta y un años de edad a causa de una neumonía.



30.-Eduardo VIII, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda,y los Dominios británicos más allá de los mares  de 1936 a 1936. Emperador de Indias. (abdico)


Rey de Gran Bretaña e Irlanda (Londres, 1894 - Neuilly, Francia, 1972). Sucedió a su padre, Jorge V, en enero de 1936. Su reinado, sin embargo, no iba a sobrepasar el año, debido al romance que mantenía desde 1934 con Wallis W. Simpson, una multimillonaria americana divorciada. El anuncio del rey de su intención de casarse con la señora Simpson le enfrentó con el primer ministro, Stanley Baldwin, quien expresaba los prejuicios de la época al considerar inadmisible tal matrimonio morganático. Eduardo fue obligado a abdicar en diciembre de 1936 en favor de su hermano, Jorge VI, quedándole a él el título de duque de Windsor; en 1937 se casó por fin con Wallis Simpson.
Sus simpatías por la Alemania nazi comenzaron a manifestarse entonces sin disimulos, canalizando el despecho que sentía hacia los medios oficiales británicos por el menosprecio recibido (por ejemplo, al no conceder a la señora Simpson el tratamiento de «Alteza Real»). Realizó un viaje a Alemania, en donde fue calurosamente acogido por Hitler; al estallar la Segunda Guerra Mundial (1939), se dedicó a dar discursos criticando la actitud británica y defendiendo a los nazis; aceptó el plan alemán para reponerle en el trono si conseguían derrotar a Inglaterra; e incluso espió para Alemania, suministrándole información sobre la reacción británica en caso de invadir Bélgica.
Los duques de Windsor eligieron para pasar la guerra las dictaduras del sur de Europa: la España de Francisco Franco primero, y el Portugal de Antonio de Oliveira Salazar después. Churchill consiguió apartarlos de la escena política enviando a Eduardo a gobernar las Bahamas (1940-1945); acabada la guerra, se estableció en París hasta su muerte.




31.-Jorge VI, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda,  y los Dominios británicos más allá de los mares de 1936 a 1952. Emperador de Indias   (1936 a 1947)


(Sandringham, Reino Unido, 1895 - id., 1952) Rey de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (1936-1952) y emperador de la India (1936-1947). Hijo de Jorge V, en 1913 ingresó en el ejército, en el que permaneció hasta 1919, fecha en que inició sus estudios en el Trinity College de Cambridge.
En abril de 1923 contrajo matrimonio con Isabel Ángela Bowes-Lyon, unión de la que nacieron la princesa Isabel, futura reina Isabel II, y la princesa Margarita. En 1936, tras la abdicación de su hermano Eduardo VIII, fue coronado rey.
Su reinado se caracterizó por su apoyo al primer ministro Neville Chamberlain y a su política de «apaciguamento» hacia Alemania e Italia; tras el fracaso de la misma y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, respaldó el gobierno de coalición de su sucesor, Winston Churchill. Durante la guerra trató de elevar la moral del ejército y mantuvo una estrecha relación con el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt.
Tuvo un papel destacado en la conversión del Imperio Británico en la Commonwealth, organismo al que se sumaron, tras sus respectivas independencias, la India y Pakistán. En 1948 su salud empezó a empeorar; falleció cuatro años más tarde, a poco de someterse a una operación para extirpar un cáncer de pulmón.

32.-Isabel II, Reina de Gran-Bretaña e Irlanda del Norte de 1952 a hasta nuestros días


(Isabel Alejandra María Windsor; Londres, 1926) Actual reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en el trono desde 1952. Coronada tras el fallecimiento de su padre, el rey Jorge VI, Isabel II de Inglaterra ha protagonizado el más dilatado reinado de la historia del país: en 2016 alcanzó y sobrepasó los 64 años de la «era victoriana» de su tatarabuela, la reina Victoria I de Inglaterra (1837-1901).
Primogénita de los duques de York y tercera nieta del rey Jorge V de Inglaterra, Isabel Alejandra María Windsor se convirtió en la heredera del trono cuando su padre fue coronado en 1936 con el nombre de Jorge VI, tras la abdicación del hermano de éste, Eduardo VIII. En marzo de 1945, poco antes de que concluyera la Segunda Guerra Mundial, ingresó en el Servicio Auxiliar de Transporte.
Dos años más tarde, en 1947, Isabel contrajo matrimonio con el teniente Felipe de Mountbatten, príncipe de Grecia y Dinamarca, más conocido a raíz de este enlace como Felipe de Edimburgo; Felipe e Isabel recibieron el título de duques de Edimburgo. Fruto de esta unión serían sus cuatro hijos: Carlos, príncipe de Gales y heredero del trono, nacido en 1948; la princesa Ana, nacida en 1950; Andrés, duque de York, nacido en 1960; y Eduardo, conde de Wessex, en 1964. Isabel fue consciente de su papel desde muy joven, y asumió con responsabilidad sus obligaciones de princesa heredera.
A principios de 1952 falleció el rey Jorge VI; Isabel recibió la noticia del óbito de su padre en Kenia, entonces colonia británica convulsionada por las acciones terroristas de los Mau Mau. El 2 de junio de 1953, Isabel II fue coronada reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte en la antigua abadía de Westminster, en una fastuosa ceremonia a la que asistieron jefes de Estado y representantes de las casas reales europeas y que miles de personas pudieron seguir por primera vez a través de la televisión.
A pesar del reducido papel político al que se vio reducida la monarquía británica tras la Segunda Guerra Mundial, esencialmente simbólico, y de los cambios que se produjeron en la relación con las antiguas colonias, Isabel II procuró preservar el carácter unificador de la Corona en el espacio político del antiguo imperio británico, convertido en la Commonwealth tras el proceso de descolonización iniciado en los años 60. Con este objeto viajó por todo el mundo como no lo había hecho ningún otro monarca británico, estrechando vínculos con súbditos de las más diversas razas, creencias y culturas. Incluso en Australia instauró la costumbre de los paseos más o menos espontáneos, para mezclarse y saludar sin protocolo a la gente de la calle. En otro orden de cosas, en 1960 dispuso que los miembros de la familia real que no fuesen príncipes o altezas reales llevasen el apellido Mountbatten-Windsor.
No obstante la popularidad y el respeto que le dispensaban sus súbditos, Isabel II no pudo evitar que los escándalos familiares denotasen la existencia de cierto anquilosamiento en las estructuras de la monarquía. El año 1992 (que la misma soberana calificó de annus horribilis) fue un punto de inflexión al divulgarse las desavenencias conyugales de sus hijos: el príncipe Andrés se separó de Sarah Ferguson, las tensiones entre Carlos de Inglaterra y la popular «Lady Di» (Diana de Gales) pasaron al dominio público, y se consumó el divorcio de la princesa Ana, separada tres años antes de Mark Phillips. La crisis se recrudeció con el divorcio del príncipe Carlos (1996) y muy especialmente tras el fallecimiento en un accidente automovilístico (agosto de 1997) de su ex esposa, la princesa Diana de Gales, en quien el pueblo vio una víctima tanto del comportamiento adúltero del príncipe Carlos como de la insensibilidad de la familia real.
Las repercusiones que tales hechos tuvieron en la opinión pública indujeron a Isabel II a buscar nuevos caminos de acercamiento al pueblo, y dedicó desde entonces múltiples esfuerzos a ofrecer una imagen menos fría y protocolaria de la corona. Tal propósito se hizo explícito en la celebración de las bodas de oro de su matrimonio con el duque de Edimburgo (20 de noviembre de 1997): en un discurso pronunciado en el banquete ofrecido por el primer ministro con tal motivo, la reina prometió abrir la monarquía a los ciudadanos.
En este sentido cabe interpretar decisiones tan dispares como la de pagar impuestos sobre sus bienes e ingresos, dar un tono popular y familiar a las celebraciones de la corona o visitar a las víctimas de actos terroristas, gestos que dieron lentamente sus frutos hasta relegar al olvido los delicados años 90. Los pocos que la conocen (casi nunca ha concedido entrevistas) señalan el alto sentido del deber y el apego a la tradición como los principales rasgos de su carácter; es ordenada y práctica, gusta de los juegos de salón y de los rompecabezas, y siente pasión por los caballos y los perros.

viernes, 25 de enero de 2013

Grandes maestres de la Jarretera III a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 

Casa de Nassau-Orange
19.-María II, Princesa de Orange, 1662-1694, Reina de Inglaterra y de Escocia de 1689 a 1694


María II de Inglaterra (Palacio de St. James, Londres; 30 de abril de 1662 - Palacio de Kensington, Londres; 28 de diciembre de 1694) fue reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda desde 1689 hasta su muerte. Educada en la religión protestante, subió al trono después de la Revolución Gloriosa que dio lugar a la deposición de su padre, el rey católico Jacobo II.​ Reinó junto con su marido y primo, Guillermo III, príncipe de Orange, que se convirtió en gobernante en solitario después de su muerte. La historia popular generalmente se refiere al reinado conjunto como «el de Guillermo y María». Aunque era la soberana por derecho de sangre, cedía a Guillermo la mayor parte del poder cuando este se encontraba en Inglaterra.​ Sin embargo, dirigía el reino cuando su marido se encontraba en campañas militares en el extranjero,​ demostrando ser una gobernante poderosa, firme y eficaz.​ Fue muy activa en la Iglesia anglicana, que dirigió como su Gobernadora Suprema. Aunque oficialmente compartió el poder con su marido, en gran parte lo ejerció sola

20.-Guillermo III, Príncipe de Orange, 1650-1702, Rey de Inglaterra, Irlanda  y de Escocia de 1689 a 1702


Guillermo III de Inglaterra fue un aristócrata neerlandés y príncipe protestante de Orange desde su nacimiento, y rey de Inglaterra e Irlanda –como Guillermo III– desde el 13 de febrero de 1689, y rey de Escocia –como Guillermo II– desde el 11 de abril de 1689, en cada caso hasta su muerte en 1702.
Procedente de la Casa de Nassau y de la rama de Orange-Nassau, Guillermo III accedió a las coronas inglesa, escocesa e irlandesa después de la Revolución Gloriosa, durante la cual depusieron a su tío y suegro a la vez, Jacobo II. En Inglaterra, Escocia e Irlanda, reinó junto a su esposa, María II, hasta la muerte de ella el 28 de diciembre de 1694. Entre los actuales unionistas de Irlanda del Norte se le conoce con el apodo de rey Billy.
Guillermo III fue nombrado estatúder de los Países Bajos el 28 de junio de 1672 y permaneció en el cargo hasta su muerte. En ese contexto se le llama a veces "Enrique Guillermo, príncipe de Orange" como traducción de su título neerlandés, Willem Hendrik, Prins van Oranje. Por ser protestante, Guillermo participó en muchas guerras contra el poderoso rey católico Luis XIV de Francia. Muchos protestantes lo llamaron Campeón de su Fe; consiguió la corona de Inglaterra debido en parte a esa reputación, pues muchos de ellos eran fervientes anticatólicos (sin embargo, su ejército y flota, la más grande desde la Armada, fueron razones más poderosas para explicar su éxito).
Su reinado marcó el principio de la transición entre el gobierno personal de los Estuardo y de tipo parlamentario de la casa de Hannover.


                                                        Casa  de estuardo





21.-Ana I, 1665-1714, Reina de Inglaterra en 1702, Reina de Gran-Bretaña e Irlanda de 1707-1714


Ana Estuardo (Londres; 6 de febrero de 1665-Ibídem; 1 de agosto de 1714) fue reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda desde el 8 de marzo de 1702 y de Gran Bretaña e Irlanda desde el 1 de mayo de 1707 (fecha en la cual Inglaterra y Escocia se unen en un solo reino), hasta su muerte. Es por esto por lo que Ana se convirtió en la primera soberana de Gran Bretaña. Fue la última soberana británica de la casa de los Estuardo. La sucedió en el trono su primo segundo, Jorge I, de la Casa de Hannover.

Su vida estuvo marcada por muchas crisis relacionadas con la sucesión de la corona. Su padre, el católico Jacobo II, había sido depuesto en 1688; su hermana y su cuñado se convirtieron entonces en los reyes María II y Guillermo III. El que ni ella ni su hermana tuvieran hijos que llegaran a adultos provocó que, sin un heredero protestante, su otro hermano e hijo de Jacobo II, Jacobo Francisco Eduardo, tuviese posibilidad de reclamar la corona. Es por esa razón por lo que el Parlamento aprobó una Ley que permitía que el trono pasase a la casa de Wittelsbach. Cuando el Parlamento de Escocia rechazó aceptar la opción del Parlamento inglés, fueron utilizadas varias tácticas coactivas (tales como dañar la economía escocesa poniendo restricciones al comercio), para así asegurarse de la cooperación de Escocia. El Acta de Unión de 1707 (que unió Inglaterra y Escocia en Gran Bretaña) fue el resultado de negociaciones subsecuentes.
El reinado de Ana estuvo marcado también por el desarrollo del sistema bipartidista. La reina prefería en lo personal el partido tory, por lo que sufrió el ataque de los whigs. Su amiga más cercana —y posiblemente su consejera más influyente— fue Sarah Jennings, cuyo esposo, John Churchill, 1.er duque de Marlborough, dirigió las tropas inglesas en la Guerra de Sucesión Española.


Dinastía Güelfa de Brünswick-Lüneburg / Casa de Hannover


22.-Jorge I, Elector de Hannover, 1660-1727, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1714 a 1727


Jorge I de Gran Bretaña (Jorge Luis; en inglés: George I Louis of Great Britain y en alemán: Georg Ludwig von Hannover; Hannover, 28 de mayo de 1660-Schloss Osnabrück, 11 de junio de 1727) fue el rey de Gran Bretaña e Irlanda desde el 1 de agosto de 1714 y soberano del ducado y electorado de Brunswick-Luneburgo —también conocido como Hannover—, parte del Sacro Imperio Romano Germánico, desde 1698 hasta su fallecimiento en 1727.
Nacido en Hannover, heredó los títulos y las tierras del ducado de Brunswick-Luneburgo de manos de su padre y sus tíos. Una sucesión de guerras europeas le ayudó a expandir sus dominios a lo largo de su vida y, en 1708, fue ratificado como príncipe elector. A los cincuenta y cuatro años, a raíz del fallecimiento de Ana de Gran Bretaña, su prima segunda, ascendió al trono británico como el primer monarca de la Casa de Hannover. Pese a que, por primogenitura, había cincuenta católicos romanos más cercanos a Ana, el Acta de Establecimiento de 1701 impidió que estos heredaran el trono británico; Jorge, por su parte, era el familiar protestante vivo más cercano a ella. Los jacobitas reaccionaron y trataron de remplazarlo por Jacobo Francisco Eduardo Estuardo, el hermanastro católico de la fallecida, pero fracasaron en su intento.
Durante el reinado de Jorge, los poderes de la monarquía se fueron desvaneciendo y Gran Bretaña emprendió una transición hacia un sistema moderno de gobierno mediante Consejo de Ministros, dirigido por la figura del primer ministro. Hacia el final de su mandato, el poder político real estaba en manos de Robert Walpole, reconocido como el primer primer ministro de facto del Reino Unido.

Jorge falleció a causa de un derrame en un viaje a Hannover, donde fue enterrado. Fue el último monarca británico en ser enterrado fuera de las fronteras del Reino Unido.


23.-Jorge II, 1683-1760, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1727 a 1760


Jorge II (en inglés, George Augustus, y en alemán, Georg August; 30 de octubrejul./ 9 de noviembre de 1683greg., Hannover-25 de octubre de 1760, palacio de Kensington, Londres) fue rey de Gran Bretaña e Irlanda, duque de Brunswick-Luneburgo y uno de los príncipes electores del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1727 hasta su fallecimiento en 1760.
Fue el último monarca británico nacido fuera de Gran Bretaña, puesto que era natural de la Alemania septentrional. Su abuela, Sofía del Palatinado, se colocó segunda en la línea de sucesión al trono británico después de la exclusión de cincuenta católicos que estaban por encima de ella; esto se debió a las actas de Establecimiento y Unión, aprobadas ambas a comienzos del siglo xviii, que restringieron la sucesión a los protestantes. Tras los fallecimientos de Sofía y Ana en 1714, su padre, Jorge I, elector de Hannover, heredó el trono británico. En los primeros años de su reinado, su hijo, llamado también Jorge, se asoció con políticos de la oposición, hasta que estos volvieron a unirse al partido gobernante en 1720.
Desde su coronación en 1727, prestó poca atención a la política doméstica, cuyo control residía en el Parlamento de Gran Bretaña. Como elector, pasó más tiempo en Hannover, donde gozaba de un control más directo de las políticas gubernamentales. Mantuvo una relación complicada con su hijo mayor, Federico, que brindó su apoyo a la oposición parlamentaria. Durante la guerra de sucesión austriaca, Jorge participó en la batalla de Dettingen y se convirtió así en el último monarca británico en dirigir un ejército en combate.
En 1745, aquellos que secundaban las demandas de Jacobo Francisco Eduardo Estuardo, el Viejo Pretendiente al trono británico, se reunieron, dirigidos por su hijo, Carlos Eduardo Estuardo, y trataron de deponer a Jorge en la última de las rebeliones jacobitas; fracasaron, no obstante. Federico falleció de manera inesperada en 1751, nueve años antes que su padre, por lo que a Jorge II lo sucedió su nieto, Jorge III.
Durante los dos siglos que siguieron a su fallecimiento, los historiadores lo vieron con desdén, haciendo especial hincapié en sus amantes, su carácter explosivo y su grosería. Desde entonces, empero, la mayor parte de los eruditos han revaluado su legado y llegado a la conclusión de que ejerció una influencia considerable en materia de política exterior y designaciones militares.

Escudo de armas utilizado desde 1801 hasta 1816 como rey del Reino Unido




Escudo de armas utilizado desde 1816 hasta la muerte, también como rey de Hannover

24.-Jorge III, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1760 a 1820, Rey de Hannover en 1814


Rey de Gran Bretaña e Irlanda y de Hannover (Londres, 1738 - Windsor, 1820). En 1760 sucedió a su abuelo, Jorge II como rey de Gran Bretaña e Irlanda y como elector del Estado alemán de Hannover, que daba nombre a la familia. El joven e inexperto rey orientó su política hacia el reforzamiento de las prerrogativas de la Corona, aprovechando las divisiones en el seno del partido Whig y empleando la corrupción, el patronazgo y el fraude electoral para hacerse con un grupo de partidarios que controlaran el Parlamento y gobernar personalmente.
Así, se deshizo de una personalidad política de peso, como era el viejo Pitt, para poner en su lugar a personajes de su confianza y más manejables, como Bute, primero, y Lord North, después. No obstante, la desaparición del control parlamentario fue suplida por activas campañas de prensa de la oposición, en las que se criticaron los errores y abusos del monarca; de hecho sólo fue un rey popular en provincias, en donde se apreciaban su sencillez y sus aficiones agrícolas, mientras que era despreciado por la alta sociedad londinense y odiado por las clases populares urbanas.
Jorge III empezó su política exterior firmando apresuradamente la paz con Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-63), sin contar con el parecer de su aliada Prusia; la oposición le acusó en aquella ocasión de no haber sacado el partido suficiente de la victoria. Más tarde hubo de enfrentarse al descontento de los colonos norteamericanos, asunto que llevó torpemente, haciendo aumentar la presión fiscal a despecho de las libertades tradicionales de las Trece Colonias. Su obstinación condujo a la Declaración de Independencia, justificada según los rebeldes por la tiranía del rey (1776). Tras una larga guerra hubo de reconocer la independencia de los Estados Unidos de América por el Tratado de Versalles (1783).
Este último tropiezo pareció poner fin al gobierno personal de Jorge III, que en adelante dejó los asuntos en manos de Pitt el Joven, que fue quien se encargó de dirigir la política británica durante la difícil época de las guerras contra la Francia de la Revolución y de Napoleón. En 1801 recuperó parcialmente el protagonismo político, deponiendo a Pitt cuando éste se empeñó en que el rey sancionara la emancipación legal de los católicos.

Afectado por una enfermedad mental que ya le había trastornado en 1765 y en 1788-89, el rey quedó completamente enajenado en 1810. Desde 1811 hasta su muerte vivió retirado en el castillo de Windsor, mientras ejercía la regencia su hijo y heredero, el futuro Jorge IV. Durante las guerras napoleónicas perdió sus estados alemanes, que recuperó tras la derrota francesa en 1814, pero ya con el título de rey de Hannover y no meramente de elector.


25.-Jorge IV,  Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1820 a 1830, Rey de Hannover en 1820


(Londres, 1762 - Windsor, 1830) Rey de Gran Bretaña e Irlanda y del Reino de Hannover (que daba nombre a la Casa). Era hijo primogénito de Jorge III de Inglaterra, con el cual mantuvo malas relaciones durante su turbulenta juventud, en parte por la tendencia del príncipe a asociarse contra el rey con la oposición Whig.
Siendo todavía príncipe de Gales se casó en secreto con una dama católica, matrimonio que fue descubierto y anulado. En 1795 volvió a casarse -para cubrir sus deudas- con una prima suya protestante, que le abandonó al año siguiente.
Desde 1811 se hizo cargo de la Regencia por enfermedad mental de su padre; y al morir éste, en 1820, comenzó su reinado personal. Su orientación política fue netamente conservadora, confiando el gobierno británico principalmente a Tories, como lord Castlereagh y el duque de Wellington. En realidad perdió la mayor parte de la influencia política que su padre había recuperado para la Corona.
Entre las medidas más señaladas de su reinado se encuentra una a la que se opuso con todas sus fuerzas: la emancipación de los católicos (1829), que autorizaba a éstos para ocupar empleos públicos. Completó la lucha contra Napoleón y decidió la deportación de éste a la isla de Santa Helena una vez derrotado, denegándole la petición de asilo que le hizo (1815).
Impopular por su género de vida frívolo y escandaloso, acabó de desacreditarse ante sus súbditos por su frustrado intento de divorcio. Murió sin descendientes y le sucedió su hermano Guillermo IV.

26.-Guillermo IV,  Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1830 a 1837, Rey de Hannover en 1830


Guillermo IV del Reino Unido (Palacio de Buckingham, Londres, 21 de agosto de 1765 – Castillo de Windsor, Berkshire, 20 de junio de 1837) fue rey de Hannover y del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, así como duque de Brunswick-Luneburgo desde el 26 de junio de 1830 hasta su muerte en 1837.



Guillermo IV, hijo del rey Jorge III y hermano menor y sucesor de Jorge IV, fue el penúltimo monarca de la casa de Hannover. Durante su juventud, sirvió en la Marina Real; por ello más adelante le apodaron el Rey Marinero. Durante su reinado se promovieron varias reformas: se revisó la Ley de Pobres, se democratizó el gobierno municipal, el trabajo infantil fue restringido y se suprimió la esclavitud en todo el Imperio Británico. Pero la legislación más importante del reinado de Guillermo IV fue el Acta de Reformas de 1832, también conocida como Ley de reforma de 1832, que modernizaba el sistema electoral británico. Guillermo IV no intervino en política tanto como su hermano o su padre, aunque fue el último monarca en designar un primer ministro en contra de la voluntad del Parlamento (en 1834).
Guillermo Enrique nació el 21 de agosto de 1765 en el palacio de Buckingham, tercero de los 15 hijos del rey Jorge III del Reino Unido y de la duquesa Carlota de Mecklemburgo-Strelitz. Por ser el tercero en la línea de sucesión -detrás del príncipe de Gales y del duque de York-, no se esperaba que heredara la corona. Fue bautizado en la Gran Cámara del Consejo del palacio de St. James el 18 de septiembre de 1765, siendo sus padrinos sus tíos-abuelos, los duques de Gloucester y de Cumberland, y su tía paterna, la princesa real, Augusta Federica.
A los 13 años ingresó en la Marina Real y estuvo presente en la batalla del Cabo de San Vicente en 1780. Sirvió en Nueva York durante la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos. Obtuvo el rango de teniente en 1785 y el de capitán al año siguiente. En 1786, fue enviado a servir en las Indias Occidentales.
Guillermo intentó ser ungido como duque, al igual que sus hermanos mayores, y recibir una concesión parlamentaria similar. Pero su padre se mantuvo renuente a ello. Para presionar al rey, Guillermo amenazó con postularse a la Cámara de los Comunes por el distrito electoral de Totnes, en Devon. Derrotado, Jorge III lo nombró duque de Clarence y St. Andrews en 1789, diciendo al parecer: "sé que con esto doy un voto más a la oposición"
El recién nombrado duque dejó de servir activamente en la Marina Real en 1790. Le promovieron a almirante en su retiro. Cuando el Reino Unido declaró la guerra a Francia en 1793, Guillermo estaba impaciente por servir a su país, pero no fue destacado en ningún puesto. En su lugar, pasó algo de tiempo en la Cámara de los Lores. Allí defendió los gastos exorbitantes de su hermano, el príncipe de Gales, que había presentado al Parlamento una demanda para cancelar sus deudas. También intervino en favor de la esclavitud (que, aunque había sido virtualmente suprimida en el Reino Unido, todavía existía en las colonias británicas): utilizó su experiencia en las Indias Occidentales para defender su posición.
Después de dejar la Marina Real, el duque de Clarence sostuvo una larga relación con una actriz irlandesa, Dorothea Bland, más conocida por su nombre artístico, Mrs. Jordan. Desde 1791 tuvieron diez hijos, quienes recibieron el apellido Fitzclarence. La relación duraría veinte años hasta 1811, en que terminó por razones políticas. El 13 de julio de 1818, en el palacio de Kew, Guillermo se casó con Adelaida de Sajonia-Meiningen, princesa a la que duplicaba en edad. De este matrimonio nacieron cinco hijos, de los que ninguno llegó a la edad adulta:

Carlota Augusta Luisa (n. y m. Fürstenhof, Hannover, 27-3-1819).
Un aborto (Dunquerque, Francia, 5-9-1819).
Isabel Georgiana Adelaida (n. palacio de St. James, 10-12-1820 - m. palacio de St. James, 4-3-1821).
Unos hijos gemelos (n. muertos, Bushy Park, Middlesex, 23-4-1822).

El hermano mayor de Guillermo, el príncipe de Gales, había sido príncipe regente desde 1811 debido a la enfermedad mental de su padre, el rey Jorge III. En 1820, al morir el soberano, la corona pasó al príncipe regente, que se convirtió en rey Jorge IV. Como el nuevo rey no tenía ningún hijo vivo en aquel momento (su única hija, la princesa Carlota, murió de parto en 1817), Guillermo, duque de Clarence, se encontraba entonces en el segundo lugar de la línea sucesoria, precedido solamente por su hermano, Federico, duque de York. Cuando éste falleció en 1827, Guillermo, con 62 años de edad, se convirtió en el heredero del trono. Ese mismo año Jorge IV designó a Guillermo gran lord almirante, cargo que había estado en comisión (es decir, ejercido por un grupo en lugar de un solo individuo) desde 1709. Mientras estuvo en el cargo, Guillermo procuró tomar el control en solitario de los asuntos navales, aunque la ley le requirió que actuara, en la mayoría de las circunstancias, bajo el acuerdo de por lo menos dos miembros de su consejo. El rey solicitó su dimisión en 1828, a lo que accedió el duque de Clarence.

Reinado en Hannover

Como rey de Hannover su más importante actuación fue, sin duda, aprobar y firmar en 1833 una nueva Constitución para Hannover que tuvo en cuenta a la clase media, otorgó un poder limitado a las clases bajas y amplió el papel del Parlamento; pero esta Constitución fue revocada tras la muerte de Guillermo en 1837, por su hermano y sucesor, el rey Ernesto Augusto I de Hannover, quien gobernó como un monarca absolutista.

Reinado en Gran Bretaña

Cuando Jorge IV murió sin hijos el 26 de junio de 1830, el duque de Clarence ascendió al trono como Guillermo IV, siendo coronado junto con su esposa en la abadía de Westminster, el 8 de septiembre de 1831. A diferencia de su extravagante hermano, Guillermo IV detestaba toda pompa y ceremonia. En contraste con Jorge IV, que pasaba la mayoría de su tiempo en el castillo de Windsor, Guillermo IV era conocido, especialmente al comienzo de su reinado, por caminar sin escolta, a través de Londres o Brighton. Hasta la Crisis de la Reforma fue muy popular entre sus súbditos.
Al principio del reinado de Guillermo IV, Arthur Wellesley, el duque de Wellington era el primer ministro. Durante la elección general de 1830 (la muerte del monarca requirió nuevas elecciones), sin embargo, los tories de Wellington perdieron ante los whigs de Charles Grey. Al convertirse en primer ministro, lord Grey anunció inmediatamente que procuraría reformar el sistema electoral, que había sufrido pocos cambios desde el siglo XV. Las inconsistencias del sistema eran enormes; por ejemplo, las ciudades grandes, tales como Mánchester y Birmingham, no elegían miembros, mientras que las ciudades pequeñas, tales como Old Sarum (con siete votantes), elegían a dos miembros del Parlamento cada uno. A menudo, las ciudades aún más pequeñas -conocidas como burgos podridos y ciudades bolsillo- eran "compradas" por aristócratas, cuyos "candidatos" eran invariablemente nominados al Parlamento por sus pobladores.
Como monarca, Guillermo IV desempeñó un papel importante en la Crisis de la Reforma. Cuando la Cámara de los Comunes desestimó la Primera Ley de la Reforma en 1831, el ministerio de lord Grey pidió la disolución inmediata del Parlamento y nuevas elecciones generales. Al principio, Guillermo IV vaciló en usar sus poderes para disolver el Parlamento, pues las elecciones apenas si habían sido celebradas un año antes. Sin embargo, le irritó la conducta de la oposición, que solicitó formalmente la aprobación de una directiva, o una resolución, en la Cámara de los Lores en contra de la disolución. Considerando el movimiento de la oposición como un ataque personal a su poder, Guillermo IV entró en persona en la Cámara de los Lores, donde se discutía sobre si aprobar o no la directiva, y clausuró el Parlamento. El rey había enviado comisionados como era (y sigue siendo) acostumbrado, que habrían tenido que aguardar el final de la discusión, pero la llegada del monarca alteró la situación. Guillermo IV procedió a disolver el Parlamento, forzando las nuevas elecciones para la Cámara de los Comunes, que dieron una gran victoria para los reformadores. Sin embargo, aunque la Cámara de los Comunes estaba claramente a favor de la reforma parlamentaria, la Cámara de los Lores seguía oponiéndose de manera implacable a ella. Tras el rechazo de la Segunda Ley de la Reforma (1831) por la Cámara Alta, mucha gente empezó a agitarse en favor de la reforma; algunos partidarios de la misma fueron más drásticos, participando en varios "complots reformadores". La nación se encontró entonces en su mayor crisis política desde la Revolución Gloriosa de 1688.
Ante el apoyo popular a la reforma, el ministerio de Grey rechazó aceptar la derrota ante la Cámara de los Lores y reintrodujo la ley. Fue aprobada fácilmente en la Cámara de los Comunes, pero encontró nuevamente dificultades en la Cámara de los Lores. Ante la presión popular, los Lores no rechazaron la ley totalmente, sino que fueron preparando el momento de cambiar su decisión mediante enmiendas. Frustrado por la actitud recalcitrance de los lores, Grey sugirió al rey que "hundiera" la Cámara de los Lores creando un número suficiente de nuevos títulos nobiliarios que aseguraran la aprobación de la Ley de la Reforma.
Cuando Guillermo IV rechazó esta idea, citando las dificultades que ocasionaría una extensión permanente de los pares, Grey y sus ministros dimitieron. El rey procuró restaurar al duque de Wellington en el cargo, pero antes tuvo conocimiento de una resolución oficial de la Cámara de los Comunes solicitando la vuelta de Grey. Siguiendo el consejo del duque de Wellington, el rey aceptó readmitir a Grey como primer ministro. También acordó crear nuevos pares si la Cámara de los Lores continuaba planteando dificultades, si bien no fue necesario recurrir a una medida tan extraordinaria, ya que los opositores a la ley acordaron finalmente abstenerse. Por lo tanto, el Parlamento aprobó la ley, que se convirtió en el Acta de la Reforma de 1832, también conocida como Ley de reforma de 1832. El Parlamento procedió a otras reformas, incluyendo la abolición de la esclavitud en todo el Imperio británico y la restricción del trabajo infantil.
Durante el resto de su reinado, Guillermo IV interfirió activamente en política sólo una vez -en 1834- cuando se convirtió en el último soberano en elegir un primer ministro en contra de la voluntad del Parlamento. Dos años después de la aprobación del Acta de la Reforma, el primer ministro se convirtió en un gobernante impopular; también perdió el apoyo del rey debido a su colaboración en la reforma de la Iglesia de Irlanda. En 1834, lord Grey dimitió y fue sustituido por uno de los Whigs de su gabinete, William Lamb, 2° vizconde de Melbourne. La mayor parte de la administración de Melbourne incluyó a los mismos miembros que la administración Grey; este nuevo gobierno se ganó la aversión de muchos, pero conservaba una mayoría abrumadora en la Cámara de los Comunes. Sus procedimientos de reforma, sin embargo, desagradaban al rey.
En octubre de 1834, el ministro whig John Charles Spencer, vizconde Althorp heredó un título nobiliario, lo que provocó que pasase de la Cámara de los Comunes a la de los Lores. Debido a su pase a la Cámara Alta, fue forzado a renunciar a sus cargos de líder de la Cámara de los Comunes y ministro de Hacienda -puestos que tradicionalmente no podía ejercer un miembro de la Cámara de los Lores-. Todos admitieron que la pérdida de Lord Althorp requería una reconstrucción parcial del gabinete, pero Guillermo IV declaró que el ministerio había sido debilitado más allá de una posible restauración. El rey utilizó el retiro de lord Althorp -no del gobierno, pero sí de una Cámara a otra- como el pretexto para cambiar el gobierno en su totalidad.
Con lord Melbourne fuera de escena, Guillermo IV decidió confiar el poder a un tory, sir Robert Peel. Puesto que Peel estaba entonces en Italia, se designó provisionalmente al duque de Wellington como primer ministro. Cuando Peel regresó y asumió personalmente la dirección del gobierno, fue consciente de la imposibilidad de gobernar con una gran mayoría whig en la Cámara de los Comunes. Por lo tanto, el rey disolvió el Parlamento y forzó unas nuevas elecciones. Aunque los tories ganaron más asientos que en la elección anterior, todavía seguían en minoría. Peel permaneció en el cargo durante algunos meses, pero dimitió después de una serie de derrotas parlamentarias. El gobierno de lord Melbourne fue restaurado, permaneciendo en el poder durante el resto del reinado de Guillermo IV.
Guillermo IV murió en el castillo de Windsor el 20 de junio de 1837, a los 71 años de edad, siendo sepultado en la capilla de san Jorge en Windsor.
Como no le sobrevivió ningún descendiente legítimo, la corona del Reino Unido pasó a su sobrina de 18 años, Victoria de Kent. Dado que la Ley Sálica estaba en vigor en Hannover, una mujer no podía reinar allí; por tanto, la corona de Hannover y el ducado de Brunswick-Luneburgo pasaron al siguiente hermano de Guillermo, Ernesto Augusto, duque de Cumberland. Con la muerte de Guillermo IV terminó la unión personal del Reino Unido y de Hannover, existente desde 1714.


27.-Victoria I, Reina de Gran-Bretaña e Irlanda de 1837 a 1901, Emperatriz de las Indias 


La reina Victoria de Inglaterra ascendió al trono a los dieciocho años y se mantuvo en él más tiempo que ningún otro soberano de Europa. Durante su reinado, Francia conoció dos dinastías regias y una república, España tres monarcas e Italia cuatro. En este dilatado período, que precisamente se conoce como "era victoriana", Inglaterra se convirtió en un país industrial y en una potencia de primer orden, orgullosa de su capacidad para crear riqueza y destacar en un mundo cada vez más dependiente de los avances científicos y técnicos.

En el terreno político, la ausencia de revoluciones internas, el arraigado parlamentarismo inglés, el nacimiento y consolidación de una clase media y la expansión colonial fueron rasgos esenciales del victorianismo; en lo social, sus fundamentos se asentaron en el equilibrio y el compromiso entre clases, caracterizados por un marcado conservadurismo, el respeto por la etiqueta y una rígida moral de corte cristiano. Todo ello protegido y fomentado por la figura majestuosa e impresionante, al mismo tiempo maternal y vigorosa, de la reina Victoria, verdadera protagonista e inspiradora de todo el siglo XIX europeo.

La que llegaría a ser soberana de Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India nació el 24 de mayo de 1819, fruto de la unión de Eduardo, duque de Kent, hijo del rey Jorge III, con la princesa María Luisa de Sajonia-Coburgo, descendiente de una de las más antiguas y vastas familias europeas. No es de extrañar, por lo tanto, que muchos años después Victoria no encontrase grandes diferencias entre sus relaciones personales con los distintos monarcas y las de Gran Bretaña con las naciones extranjeras, pues desde su nacimiento estuvo emparentada con las casas reales de Alemania, Rumania, Suecia, Dinamarca, Noruega y Bélgica, lo que la llevó muchas veces a considerar las coronas de Europa como simples fincas de familia y las disputas internacionales como meras desavenencias domésticas.

La niña, cuyo nombre completo era Alejandrina Victoria, perdió a su padre cuando sólo contaba un año de edad y fue educada bajo la atenta mirada de su madre, revelando muy pronto un carácter afectuoso y sensible, a la par que despabilado y poco proclive a dejarse dominar por cualquiera. El vacío paternal fue ampliamente suplido por el enérgico temperamento de la madre, cuya vigilancia sobre la pequeña era tan tiránica que, al alborear la adolescencia, Victoria todavía no había podido dar un paso en el palacio ni en los contados actos públicos sin la compañía de ayas e institutrices o de su misma progenitora. Pero como más tarde haría patente en sus relaciones con los ministros del reino, Victoria resultaba indomable si primero no se conquistaba su cariño y se ganaba su respeto.

Muerto su abuelo Jorge III el mismo año que su padre, no tardó en ser evidente que Victoria estaba destinada a ocupar el trono de su país, pues ninguno de los restantes hijos varones del rey tenía descendencia. Cuando se informó a la princesa a este respecto, mostrándole un árbol genealógico de los soberanos ingleses que terminaba con su propio nombre, Victoria permaneció callada un buen rato y después exclamó: "Seré una buena reina". Apenas contaba diez años y ya mostraba una presencia de ánimo y una resolución que serían cualidades destacables a lo largo de toda su vida.

Jorge IV y Guillermo IV, tíos de Victoria, ocuparon el trono entre 1820 y 1837. Horas después del fallecimiento de éste último, el arzobispo de Canterbury se arrodillaba ante la joven Victoria para comunicarle oficialmente que ya era reina de Inglaterra. Ese día, la muchacha escribió en su diario: "Ya que la Providencia ha querido colocarme en este puesto, haré todo lo posible para cumplir mi obligación con mi país. Soy muy joven y quizás en muchas cosas me falte experiencia, aunque no en todas; pero estoy segura de que no hay demasiadas personas con la buena voluntad y el firme deseo de hacer las cosas bien que yo tengo". La solemne ceremonia de su coronación tuvo lugar en la abadía de Westminster el 28 de junio de 1838.
La tirantez de las relaciones de Victoria con su madre, que aumentaría con su llegada al trono, se puso ya de manifiesto en su primer acto de gobierno, que sorprendió a los encopetados miembros del consejo: les preguntó si, como reina, podía hacer lo que le viniese en real gana. Por considerarla demasiado joven e inexperta para calibrar los mecanismos constitucionales, le respondieron que sí. Ella, con un delicioso mohín juvenil, ordenó a su madre que la dejase sola una hora y se encerró en su habitación.
A la salida volvió a dar otra orden: que desalojaran inmediatamente de su alcoba el lecho de la absorbente duquesa, pues en adelante quería dormir sin compartirlo. Las quejas, las maniobras y hasta la velada ruptura de la madre nada pudieron hacer: su imperio había terminado y su voluntariosa y autoritaria hija iba a imponer el suyo. Y no sólo en la intimidad; también daría un sello inconfundible a toda una época, la que se ha denominado justamente con su nombre.
La sangre alemana de la joven reina no provenía únicamente de la línea materna, con su ascendencia más remota en un linaje medieval; había entrado con la entronización de la misma dinastía, los Hannover, que fueron llamados en 1714 desde el principado homónimo en el norte de Alemania para coronar el edificio constitucional que había erigido en el siglo XVIII la Revolución inglesa. Sus soberanos dejaron, en general, un recuerdo borrascoso por sus comportamientos públicos y privados y los feroces castigos infligidos a quienes se atrevían a criticarlos, pero presidieron la rápida ascensión de Gran Bretaña hacia la hegemonía europea.
Una pálida excepción la procuró Jorge III, de larga y desgraciada vida (su reinado duró casi tanto como el de Victoria), a causa de sus periódicas crisis de locura. Fue, sin embargo, respetado por sus súbditos, en razón de esa desgracia y de sus irreprochables virtudes domésticas. La mayoría de sus seis hijos no participaron de esta ejemplaridad y el heredero, Jorge IV, dañó especialmente con sus escándalos el prestigio de la monarquía, que sólo pudo reparar en parte su sucesor, Guillermo IV.
Al fallecer el rey Guillermo IV el 20 de junio de 1837 y convertirse en su sucesora al trono, Victoria tenía ante sí una larga tarea. Los celosos cuidados de la madre habían procurado sustraerla por completo a las influencias perniciosas de los tíos y del ambiente disoluto de la corte, regulando su instrucción según austeras pautas, imbuidas de un severo anglicanismo. Su educación intelectual fue algo precaria, pues parecía rebuscado pensar que la muerte de otros herederos directos y la falta de descendencia de Jorge IV y de Guillermo IV le abrirían el paso a la sucesión.

Pero ello no impediría que la reina desempeñara un papel fundamental en el resurgimiento de un indiscutible sentimiento monárquico al aproximar la corona al pueblo, borrando el recuerdo de sus antecesores hasta afianzar sólidamente la institución en la psicología colectiva de sus súbditos. No fue tarea fácil. Sus hombres de estado tuvieron que gastar largas horas en enseñarle a deslindar el ámbito regio en las prácticas constitucionales, y procuraron recortar la influencia de personajes dudosos de la corte, como el barón de Stockmar, médico, o la baronesa de Lehzen, una antigua institutriz. Los mayores roces se producirían con sus injerencias en la política exterior, y particularmente en las procelosas cuestiones de Alemania, cuando bajo la égida de Prusia y de Bismarck surgió allí el gran rival de Gran Bretaña, el imperio germano.
En el momento de la coronación, la escena política inglesa estaba dominada por William Lamb, vizconde de Melbourne, que ocupaba el cargo de primer ministro desde 1835. Lord Melbourne era un hombre rico, brillante y dotado de una inteligencia superior y de un temperamento sensible y afable, cualidades que fascinaron a la nueva reina. Victoria, joven, feliz y despreocupada durante los primeros meses de su reinado, empezó a depender completamente de aquel excelente caballero, en cuyas manos podía dejar los asuntos de estado con absoluta confianza. Y puesto que lord Melbourne era jefe del partido whig (liberal), ella se rodeó de damas que compartían las ideas liberales y expresó su deseo de no ver jamás a un tory (conservador), pues los enemigos políticos de su estimado lord habían pasado a ser automáticamente sus enemigos.
Tal era la situación cuando se produjeron en la Cámara de los Comunes diversas votaciones en las que el gabinete whig de lord Melbourne no consiguió alcanzar la mayoría. El primer ministro decidió dimitir y los tories, encabezados por Robert Peel, se dispusieron a formar gobierno. Fue entonces cuando Victoria, obsesionada con la terrible idea de separarse de lord Melbourne y verse obligada a sustituirlo por Robert Peel, cuyos modales consideraba detestables, sacó a relucir su genio y su testarudez, disimulados hasta entonces: su negativa a aceptar el relevo fue tan rotunda que la crisis hubo de resolverse mediante una serie de negociaciones y pactos que restituyeron en su cargo al primer ministro whig. Lord Melbourne regresó al lado de la reina y con él volvió la felicidad, pero pronto iba a ser desplazado por una nueva influencia.
El 10 de febrero de 1840 la reina Victoria contrajo matrimonio. Se trataba de una unión prevista desde muchos años antes y determinada por los intereses políticos de Inglaterra. El príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, alemán y primo de Victoria, era uno de los escasísimos hombres jóvenes que la adolescente soberana había tratado en su vida y sin duda el primero con el que se le permitió conversar a solas. Cuando se convirtió en su esposo, ni la predeterminación ni el miedo al cambio que suponía la boda impidieron que naciese en ella un sentimiento de auténtica veneración hacia aquel hombre no sólo apuesto, exquisito y atento, sino también dotado de una fina inteligencia política.
Alberto tampoco dejó de tener sus dificultades al principio. Por un lado, tardó en acostumbrarse al puesto que le había trazado de antemano el parlamento, el de príncipe consorte, un status que adquirió a partir de él (en Gran Bretaña y en Europa) sus específicas dimensiones. Por otro lado, tardó aún más en hacerse perdonar una cierta inadaptación a los modos y maneras de la aristocracia inglesa, al soslayar su innata timidez con el clásico recurso del envaramiento oficial y la altivez de trato. Pero con el tacto y perseverancia del príncipe, y la viveza natural y el sentido común de Victoria, la real pareja despejó en una misma voluntad todos los obstáculos y se granjeó un universal respeto con sus iniciativas. Fue el suyo un amor feliz, plácido y hogareño, del que nacieron cuatro hijos y cinco hijas; ellos y sus respectivos descendientes coparon la mayor parte de las cortes reales e imperiales del continente, poniendo una brillante rúbrica a la hegemonía de Gran Bretaña en el orbe, vigente hasta la Primera Guerra Mundial. Llegó el día en que Victoria fue designada «la abuela de Europa».
Alberto fue para Victoria un marido perfecto y sustituyó a lord Melbourne en el papel de consejero, protector y factótum en el ámbito de la política. Y ejerció su misión con tanto acierto que la soberana, aún inexperta y necesitada de ese apoyo, no experimentó pánico alguno cuando en 1841 el antaño aborrecido Peel reemplazó por fin a Melbourne al frente del gabinete. A partir de ese momento, Victoria descubrió que los políticos tories no sólo no eran monstruos terribles, sino que, por su conservadurismo, se hallaban mucho más cerca que los whigs de su talante y sus creencias. En adelante, tanto ella como su marido mostraron una acusada predilección por los conservadores, siendo frecuentes sus polémicas con los gabinetes liberales encabezados por lord Russell y lord Palmerston.
La habilidad política del príncipe Alberto y el escrupuloso respeto observado por la reina hacia los mecanismos parlamentarios, contrariando en muchas ocasiones sus propias preferencias, contribuyeron en gran medida a restaurar el prestigio de la corona, gravemente menoscabado desde los últimos años de Jorge III a causa de la manifiesta incompetencia de los soberanos. Con el nacimiento, en noviembre de 1841, del príncipe de Gales, que sucedería a Victoria más de medio siglo después con el nombre de Eduardo VII, la cuestión sucesoria quedó resuelta. Puede afirmarse, por lo tanto, que en 1851, cuando la reina inauguró en Londres la primera Gran Exposición Internacional, la gloria y el poder de Inglaterra se encontraban en su momento culminante. Es de señalar que Alberto era el organizador del evento; no hay duda de que había pasado a ser el verdadero rey en la sombra
A lo largo de los años siguientes, Alberto continuó ocupándose incansablemente de los difíciles asuntos de gobierno y de las altas cuestiones de Estado. Pero su energía y su salud comenzaron a resentirse a partir de 1856, un año antes de que la reina le otorgase el título de príncipe consorte con objeto de que a su marido le fueran reconocidos plenamente sus derechos como ciudadano inglés, pues no hay que olvidar su origen extranjero. Fue en 1861 cuando Victoria atravesó el más trágico período de su vida: en marzo fallecía su madre, la duquesa de Kent, y el 14 de diciembre expiraba su amado esposo, el hombre que había sido su guía y soportado con ella el peso de la corona.
Como en otras ocasiones, y a pesar del dolor que experimentaba, la soberana reaccionó con una entereza extraordinaria y decidió que la mejor manera de rendir homenaje al príncipe desaparecido era hacer suyo el objetivo central que había animado a su marido: trabajar sin descanso al servicio del país. La pequeña y gruesa figura de la reina se cubrió en lo sucesivo con una vestimenta de luto y permaneció eternamente fiel al recuerdo de Alberto, evocándolo siempre en las conversaciones y episodios diarios más baladíes, mientras acababa de consumar la indisoluble unión de monarquía, pueblo y estado.
Desde ese instante hasta su muerte, Victoria nunca dejó de dar muestras de su férrea voluntad y de su enorme capacidad para dirigir con aparente facilidad los destinos de Inglaterra. Mientras en la palestra política dos nuevos protagonistas, el liberal William Gladstone y el conservador Benjamin Disraeli, daban comienzo a un nuevo acto en la historia del parlamentarismo inglés, la reina alcanzaba desde su privilegiada posición una notoria celebridad internacional y un ascendiente sobre su pueblo del que no había gozado ninguno de sus predecesores. En un supremo éxito, logró también que una aristocracia proverbialmente licenciosa se fuera impregnando de los valores morales de la burguesía, a medida que ésta llevaba a su apogeo la Revolución Industrial y cercenaba las competencias del último reducto nobiliario, la Cámara de los Lores. Ella misma extremó las pautas más rígidas de esa moral y le imprimió ese sello personal algo pacato y estrecho de miras, que no en balde se ha denominado victoriano.
El único paréntesis en este estado de viudez permanente lo trajeron los gobiernos de Disraeli, el político que mejor supo penetrar en el carácter de la reina, alegrarla y halagarla, y desviarla definitivamente de su antigua predilección por los whigs. También la convirtió en símbolo de la unidad imperial al coronarla en 1877 emperatriz de la India, después de dominar allí la gran rebelión nacional y religiosa de los cipayos. La hábil política de Disraeli puso asimismo el broche a la formidable expansión colonial (el imperio inglés llegó a comprender hasta el 24 % de todas las tierras emergidas y 450 millones de habitantes, regido por los 37 millones de la metrópoli) con la adquisición y control del canal de Suez. Londres pasó a ser así, durante mucho tiempo, el primer centro financiero y de intercambio mundial. Un sinfín de guerras coloniales llevó la presencia británica hasta los últimos confines de Asia, África y Oceanía.
Durante las últimas tres décadas de su reinado, Victoria llegó a ser un mito viviente y la referencia obligada de toda actividad política en la escena mundial. Su imagen pequeña y robusta, dotada a pesar de todo de una majestad extraordinaria, fue objeto de reverencia dentro y fuera de Gran Bretaña. Su apabullante sentido común, la tranquila seguridad con que acompañaba todas sus decisiones y su íntima identificación con los deseos y preocupaciones de la clase media consiguieron que la sombra protectora de la llamada Viuda de Windsor se proyectase sobre toda una época e impregnase de victorianismo la segunda mitad del siglo.
Su vida se extinguió lentamente, con la misma cadencia reposada con que transcurrieron los años de su viudez. Cuando se hizo pública su muerte, acaecida el 22 de enero de 1901, pareció como si estuviera a punto de producirse un espantoso cataclismo de la naturaleza. La inmensa mayoría de sus súbditos no recordaba un día en que Victoria no hubiese sido su reina.

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