Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


domingo, 28 de febrero de 2021

250).-Patricio de Azcárate Argumento de Ion.-a


Sexto EmblemaEl ancla sobre un delfín es idea de contraposición, de lo lento (ancla) y lo rápido (delfín). Esta imagen ya aparece como ornamento en algunas monedas romanas de tiempos del emperador Tito y Domiciano.

Sócrates, en una de las calles de Atenas, se encuentra con el rapsodista Ion de Efeso, que venía de Epidauro, donde había conseguido, en los juegos de Esculapio, el primer premio de canto en un concurso de rapsodistas. Conversa con él sobre el favor universal y belleza de su arte, que tiene el privilegio de conocer a fondo y derramar las obras de todos los grandes poetas. Pero Ion rehúsa tanto honor, y confiesa, con una modestia aparente, que si se considera sin igual entre los rapsodistas para la inteligencia de Homero, nada entiende ni de Hesiodo, ni de Arquiloco, ni de ningún otro poeta. Sócrates se sorprende, y no puede comprender que se entienda a Homero, con exclusión de los demás, puesto que Homero ha cantado en sus versos las mismas artes y los mismos objetos que Hesiodo, Arquiloco y los demás poetas, y alaba la excesiva modestia de Ion, pues si entiende bien uno, es claro que los entiende todos. O más bien, y esta era la opinión de Sócrates, Ion se hace grandes ilusiones sobre sí mismo y sobre su talento. La verdad es que no comprende mejor a Homero que a los demás poetas, y que la industria de los rapsodistas no es en el fondo, ni una ciencia, ni un arte. Pues entonces, ¿qué es? Una inspiración semejante a la que pone al poeta en delirio. Sócrates explica su idea en una comparación ingeniosa y clara, que llena la página más bella de este diálogo. La inspiración divina, que anima al poeta, se comunica del poeta al rapsodista, del rapsodista a la multitud, [182] y se forma así una cadena inspirada, como el imán que atrae al hierro trasmite al hierro su virtud, y de anillo en anillo se forma una cadena tocada del imán. De esta manera los poetas no son más que los intérpretes de los dioses, los rapsodistas lo son de los poetas, intérpretes de intérpretes, como los llama Sócrates, y ocupan el medio de una cadena inspirada, en la que la multitud misma es el último anillo. Esto es lo que explica la diversidad de los genios y de los géneros poéticos. Cada poeta canta lo que el Dios le inspira, el uno himnos tales como los de Peean, otro yambos como Arquiloco, otro versos épicos como Homero. Esto explica igualmente por qué cada poeta tiene su rapsodista, al que comunica la inspiración de sus cantos, y cómo Ion, por ejemplo, inspirado por Homero, jamás lo ha sido por los demás poetas. Cada uno de estos tiene un género propio y cada rapsodista un poeta, porque así lo quiere la inspiración, que nunca se divide. Y así el talento del rapsodista no es en manera alguna resultado del arte, como no lo es la poesía misma, sometida también al mismo anatema.

En vano clama Ion, y propone, para probar su ciencia, explicar todo Homero desde el principio al fin. Sócrates le demuestra que es incapaz de ello, porque Homero, obedeciendo al entusiasmo divino, ha hablado en sus versos de mil clases de artes que no conocía. ¿Y las conoce Ion? ¿Sabe la medicina, la adivinación, el mando de los ejércitos? Si fuera gran general, valdría más para él y para los griegos, dice irónicamente Sócrates, que, en vez de recitar versos, quisiera conducir ejércitos y ganar batallas; y si no conoce todas estas artes, no es más sabio que Homero, ni podría tampoco explicarlo. En fin, es preciso decidirse: o Ion es un embaucador que se alaba de una falsa ciencia, o Ion es un hombre inspirado, y su talento no es más que un grado del éxtasis poético. El diálogo se termina por la sumisión inevitable de Ion, que [183] dándose por vencido, arrastra tras sí a los rapsodistas, a Homero, a los poetas y a la poesía misma en una común derrota.

El pensamiento de Platón, cuando con mano ligera escribe este pequeño diálogo, ¿era hacer el proceso a la poesía? Esta pregunta no dejará de disonar a los lectores de Platón que retengan en la memoria la impresión que haya podido causarles las elocuentes páginas del Fedro, donde, por boca de Sócrates, ensalza tanto la inspiración poética, que la pone por cima de las facultades humanas y la identifica con los dioses. Los que estén en este caso no creerán, por lo menos al pronto, que el mismo escritor que ha sentido tan bien, que tan magníficamente ha alabado e imitado tantas veces el genio de los poetas en estos mitos profundos, en los que se complace en ocultar la verdad con el velo de las ficciones, haya sido el enemigo declarado de los poetas. Será preciso, para quitarles la ilusión, recordarles por lo pronto que, en el Fedro mismo, Platón llama a la poesía un delirio, y al poeta un alma fuera de sí misma, y que en medio de esta jerarquía tan original de las almas humanas creada por él, que marchan, después de las de los dioses, en un orden de mérito imaginado y marcado por él mismo, no concede al poeta sino el noveno lugar entre el alma del iniciado y la del artista.

El puesto de honor, el primero después de los dioses mismos, le ha dado al filósofo. La distancia sorprendente en que se encuentran el filósofo y el poeta da en qué pensar, y habrá de confesarse que la poesía debía perder mucho a sus ojos, cuando la miraba bajo cierto punto de vista.

El fondo de su pensamiento no deja ni la más pequeña duda, si del Fedro, favorable en cierto sentido a la poesía y a los poetas, pasamos a la República, donde les declara abiertamente la guerra. Allí, en el vasto plan de un [184] orden social completo, donde Platón da el derecho de ciudadanía a las profesiones y a las artes de todas clases, no encontró sitio para colocar a los representantes de la poesía. Desterró positivamente la poesía de su república ideal, y con ella a los poetas y a Homero, el más grande de todos.

Para resolver esta aparente contradicción, es preciso observar que en Platón hay siempre dos hombres, el artista y el filósofo. Artista, se muestra sensible, cuanto puede serlo, a las bellezas de la poesía; gusta, alaba, hace sentir y admirar la armonía, el brillo, el poder, la grandeza épica y lírica, y cuando quiere, por prudencia o por arte, encubrir el atrevimiento de ciertas ideas, toma de ella sus ficciones, sobrehaz ligera y encantadora, y su lengua inspirada. Esta es para él la forma y la expresión sublime de la imaginación. Filósofo y moralista, la ve ya con otros ojos. Olvida su belleza, y se fija ante todo en su utilidad. Se pregunta si la poesía es una ciencia o un arte capaz de instruir y de mejorar, si el poeta puede hacerse maestro de verdad o de virtud, y si para los ciudadanos es más bien un peligro que un beneficio. Aquí está encerrada toda la cuestión, lo mismo respecto a la política que a la moral, y Platón, por razones muy graves si no decisivas, la resuelve francamente contra la poesía y contra los poetas. La poesía, en efecto, no es una ciencia, porque ningún hombre puede adquirirla, ningún hombre puede enseñarla; es una inspiración que es el secreto de los dioses. Tampoco es un arte, porque todo arte tiene sus reglas, ¿y quién arreglará la inspiración? ¿quién habrá de gobernar al poeta, este «ser ligero, alado, sagrado» este eco de la musa, este inspirado, en fin? Bien que el poeta llegue a anunciar la verdad, no por eso es un sabio, ni un artista, en el verdadero sentido de la palabra, porque nada inventa, y al salir del éxtasis en que el Dios le ha sumido, pierde el sentido profundo de los versos que [185] recita, y no los entiende ya. Es la visión de un sueño que se borra en el acto de despertar, y que todo el arte del mundo no podría reproducir, y menos aún crear. No inventando nada por sí, no sabiendo nada de sí mismo, el poeta no puede enseñar nada a nadie, es un ser inútil, y es una carga para el Estado. Hay una ciencia, hija de la razón, ciencia que tiene su método, sus reglas, sus medios seguros de distinguirlo verdadero, de rechazar el error, de ilustrar los espíritus disipando las dudas, ciencia que se adquiere, se trasmite de hombre a hombre, y derrama la luz más lejos y con más seguridad que la poesía, y esta ciencia se llama la dialéctica. He aquí el arte que Platón prefiere a todos los dones de la imaginación. Platón es filósofo ante todo.

Pero hay más; si el poeta no fuese más que inútil, Platón no le cerraría con tanto rigor todo acceso en el Estado. Pero puede hacerse peligroso y entonces es cuando, en lugar de trasmitir como un eco el pensamiento del Dios que le inspira, toma sus propias visiones por el delirio divino, y celebra delante de la multitud la mentira y no la verdad, la superstición y no la religión, los tiranos y no los héroes. La poesía entonces se hace en su boca un instrumento de corrupción, tanto más temible, cuanto vestida con el atractivo de los versos y del canto, derrama el error sin dejar de ser bello. Hechicera funesta y semejante a las sirenas, atrae y seduce con su canto a los incautos para devorarlos.

He aquí los dos daños en que se ha parapetado Platón, y cuyo rastro es fácil descubrir bajo el estilo burlesco del Ion, la ironía del cual, por más que tiene el aire de dirigirse sólo al rapsodista de Homero y a sus iguales, alcanza de rechazo a Homero mismo, a los poetas y a la poesía entera, inmolada a la filosofía.


{Obras completas de Platón, por Patricio de Azcárate,
tomo segundo, Madrid 1871, páginas 181-185.}
puerta al infierno

sábado, 27 de febrero de 2021

249).-Platón Ion o de la poesía.-a


El segundo de los medallones posee la misma estructura con una inscripción latina que reza:PACE/ AC CON/CORDIA/ PARVE/ RES CRES/CVNT DISCORDIA/ DILABVN(TUR)Viene a recordar la máxima de Salustio "Concordia parvae res crescunt, discordia maximae dilabuntur" (Que su traducción sería: "en armonía las pequeñas cosas crecen, en discordia las grandes decaen").17 La ilustración de elefantes u hormigas la hizo San Jerónimo, tal y como lo indican algunos estudiosos.16 El autor Pierio Valeriano heredó el jeroglífico en su libro. Se trata de una alusión a la ética nicomáquea de Aristóteles en su relación con la concordia.

Sócrates – Ion de Efeso



Sócrates

¡Júpiter te salve! Ion.{1} ¿De dónde vienes hoy? ¿De tu casa de Efeso?

Ion

Nada de eso, Sócrates; vengo de Epidauro y de los juegos de Esculapio.

Sócrates

¿Los de Epidauro han instituido en honor de su Dios un combate de rapsodistas?

Ion

Así es, y de todas las demás partes de la música.

Sócrates

Y bien, ¿has diputado el premio? ¿cómo has salido?

Ion

He conseguido el primer premio, Sócrates. [188]

Sócrates

Me alegro y animo, porque es preciso tratar de salir vencedor también en las fiestas Panateneas.

Ion

Así lo espero, si Dios quiere.

Sócrates

Muchas veces, mi querido Ion, os he tenido envidia a los que sois rapsodistas, a causa de vuestra profesión. Es, en efecto, materia de envidia la ventaja que ofrece el veros aparecer siempre ricamente vestidos en los más espléndidos saraos, y al mismo tiempo el veros precisados a hacer un estudio continuo de una multitud de excelentes poetas, principalmente de Homero, el más grande y más divino de todos, y no sólo aprender los versos, sino también penetrar su sentido. Porque jamás será buen rapsodista el que no tenga conocimiento de las palabras del poeta, puesto que para los que le escuchan, es el intérprete del pensamiento de aquél; función que le es imposible desempeñar, si no sabe lo que el poeta ha querido decir. Y, todo esto es muy de envidiar.

Ion

Dices verdad, Sócrates. Es la parte de mi arte que me ha costado más trabajo, pero me lisonjeo de explicar a Homero mejor que nadie. Ni Metrodoro de Lampsaco, ni Stesimbroto de Taso, ni Glaucón, ni ninguno de cuantos han existido hasta ahora, está en posición de decir sobre Homero tanto, ni cosas tan bellas, como yo.

Sócrates

Me encantas, Ion, tanto más, cuanto que no podrás rehusarme el demostrar tu ciencia.

Ion

Verdaderamente, Sócrates, merecen bien ser escuchados los comentarios que he sabido dar a Homero, y creo merecer de los partidarios de este poeta el que coloquen sobre mi cabeza una corona de oro. [189]

Sócrates

Me congratularé de que se me presente ocasión más adelante para escucharte; pero en este momento sólo quiero que me digas si tu habilidad se limita a la inteligencia de Homero, o si se extiende igualmente a la de Hesíodo y Arquíloco.

Ion

De ninguna manera; yo me he limitado a Homero, y me parece que basta.

Sócrates

¿No hay ciertos asuntos sobre los que Homero y Hesíodo dicen las mismas cosas?

Ion

Yo pienso que sí y en muchas ocasiones.

Sócrates

¿Podrías tú explicar mejor lo que dice Homero sobre estos objetos que lo que dice Hesíodo?

Ion

Los explicaría perfectamente en todos aquellos puntos en que hablan de las mismas cosas.

Sócrates

¿Y en aquellos que no dicen las mismas cosas? Por ejemplo, Homero y Hesíodo ¿no hablan del arte divinatorio?

Ion

Seguramente.

Sócrates

¡Y qué! ¿estarás tú en estado de explicar mejor que un buen adivino lo que estos dos poetas han dicho de una manera igual o de una manera diferente sobre el arte divinatorio?

Ion

No.

Sócrates

Pero si fueses adivino, ¿no es cierto que si podías [190] explicar los pasajes en que están de acuerdo, en igual forma podrías explicar aquellos en que están en desacuerdo?

Ion

Eso es evidente.

Sócrates

¿Por qué razón estás versado en las obras de Homero y no lo estás en las de Hesiodo, ni en las de los demás poetas? ¿Homero trata de distintos objetos que todos los demás poetas? ¿No habla principalmente de la guerra, de las relaciones que tienen entre sí los hombres, sean buenos o malos, sean particulares u hombres públicos, de la manera que los dioses conversan entre sí y con los hombres, de lo que pasa en el cielo y en los infiernos, de la genealogía de los dioses y de los héroes? ¿No es esta la materia que constituye las poesías de Homero?

Ion

Tienes razón, Sócrates.

Sócrates

¡Pero qué! ¿los demás poetas no tratan las mismas cosas?

Ion

Sí, Sócrates, pero no como Homero.

Sócrates

¿Por qué? ¿hablan peor?

Ion

Sin comparación.

Sócrates

¿Y Homero habla mejor?

Ion

Sí, ciertamente.

Sócrates

Pero, mi querido Ion, cuando muchas personas hablan sobre números, y una entre ellas habla excelentemente, ¿no reconocerá alguno de los demás que efectivamente habla bien? [191]

Ion

Sin contradicción.

Sócrates

Y esa misma persona será la que reconozca a los que hablan mal: ¿o será otra distinta?

Ion

La misma seguramente.

Sócrates

Y esa persona, ¿no será la que sabe el arte de contar?

Ion

Sí.

Sócrates

Y cuando muchas personas hablan de alimentos buenos para la salud y hay entre ellas una que habla perfectamente, ¿serán dos personas diferentes las que distingan, la una al que habla bien, y la otra al que habla mal, o bien será una misma persona?

Ion

Es claro que será la misma.

Sócrates

¿Quién es? ¿cómo se llama?

Ion

El médico.

Sócrates

En suma, cuando se habla de unos mismos objetos, será siempre el mismo hombre el que dará cuenta de los que hablan bien y de los que hablan mal; y es evidente que si no distingue el que habla mal, no distinguirá tampoco el que habla bien; se entiende respecto al mismo objeto.

Ion

Convengo en ello.

Sócrates

El mismo hombre, por consiguiente, está en estado de juzgar lo uno y lo otro. [192]

Ion

Sí.

Sócrates

¿No dices que Homero y los otros poetas, entre quienes se cuentan Hesiodo y Arquiloco, tratan de los mismos objetos, pero no de la misma manera, y que Homero habla bien y los otros menos bien?

Ion

Sí, y nada he dicho que no sea verdadero.

Sócrates

Si, pues, conoces tú al que habla bien, debes conocer igualmente a los que hablan mal.

Ion

Así parece.

Sócrates

Así, mi querido Ion, no podemos engañarnos, si decimos que Ion está versado en el conocimiento de Homero igualmente que en el de los demás poetas, puesto que confiesa que un mismo hombre es juez competente de todos los que hablan de los mismos objetos, y que todos los poetas tratan poco más o menos las mismas cosas.

Ion

Pero entonces, Sócrates, ¿me dirás por qué, cuando se me habla de cualquiera otro poeta, no puedo fijar la atención, ni puedo decir nada que valga la pena, y en realidad me considero como dormido? Por el contrario, cuando se me cita a Homero, despierto en el acto, presto la mayor atención, y las ideas se me presentan profusamente.

Sócrates

No es difícil, mi querido amigo, adivinar la razón. Es evidente, que tú no eres capaz de hablar sobre Homero, ni por el arte, ni por la ciencia. Porque si pudieses hablar por el arte, estarías en estado de hacer lo mismo respecto todos los demás poetas. En efecto, la poesía es un solo y mismo arte, que se llama poética; ¿no es así? [193]

Ion

Sí.

Sócrates

¿No es cierto, que cuando se abraza un arte en toda su extensión, una misma crítica sirve para juzgar de todas las demás artes? ¿Quieres, Ion, que te explique cómo entiendo esto?

Ion

Con el mayor placer, Sócrates; gusto mucho en oíros, porque es oír a un sabio.

Sócrates

Quisiera mucho que dijeras verdad, Ion; pero ese título de sabio sólo pertenece a vosotros los rapsodistas, a los actores y a aquellos cuyos versos cantáis. Con respecto a mí, no sé más que decir sencillamente la verdad, cual conviene a un hombre de poco talento. Júzgalo por la pregunta que te acabo de hacer, y ya ves que es trivial y común, como que lo que he dicho está al alcance de cualquiera, esto es, que la crítica es la misma en cualquier arte que se considere, con tal que sea uno. Tomemos un ejemplo. La pintura en su conjunto ¿no es un solo y mismo arte?

Ion

Sí.

Sócrates

¿No hay y ha habido gran número de pintores buenos y malos?

Ion

Seguramente.

Sócrates

¿Has visto tú alguno que, siendo capaz de discernir lo bien o mal pintado en los cuadros de Polignoto,{2} hijo [194] de Aglaofon, no pueda hacer lo mismo respecto a los otros pintores? ¿Que cuando se le presentan las obras de éstos se duerma, se vea embarazado, y no sepa qué juicio formar? ¿Mientras que cuando se trata de dar su dictamen sobre los cuadros de Polignoto o de cualquiera otro pintor particular que sea de su agrado, se despierte, preste su atención, y se explique con la mayor facilidad?

Ion

No ciertamente, yo no le he visto.

Sócrates

¡Pero qué! en materia de escultura ¿has visto alguno que esté en actitud de decidir sobre el mérito de las obras de Dédalo, hijo de Melitón, o de Epeas, hijo de Panope, o de Teodoro de Samos, o de cualquiera otro estatuario, y que se vea dormido, embarazado y sin saber qué decir de las obras de los demás escultores?

Ion

No, ¡por Júpiter! no he visto a nadie en este caso.

Sócrates

No has visto, me figuro, a nadie, sea con relación al arte de tocar la flauta o el laúd, o de acompañar con el laúd al canto, o sea con relación a la rapsodia, que esté en estado de pronunciar su juicio sobre el mérito de Olimpo de Tamiras, de Orfeo y de Femius, el rapsodista de Itaca, y que tratándose de juzgar del mérito de Ion de Efeso, se viese en el mayor embarazo, y se considerase incapaz de decidir, en qué es bueno o mal rapsodista.

Ion

Nada tengo que oponer a lo que dices, Sócrates. Sin embargo, puedo asegurar, que soy yo, entre todos los hombres, el que habla mejor y con más facilidad sobre Homero, y que cuantos me escuchan convienen en lo bien que hablo, mientras que nada puedo decir sobre los demás poetas. Dime, yo te lo suplico, de dónde puede proceder esto. [195]

Sócrates

Eso es lo que quiero examinar, y quiero exponerte mi pensamiento. Ese talento, que tienes, de hablar bien sobre Homero, no es en ti un efecto del arte, como decía antes, sino que es no sé qué virtud divina que te transporta, virtud semejante a la piedra que Eurípides ha llamado magnética, y que los más llaman piedra de Heráclea. Esta piedra, no sólo atrae los anillos de hierro, sino que les comunica la virtud de producir el mismo efecto y de atraer otros anillos, de suerte que se ve algunas veces una larga cadena de trozos de hierro y de anillos suspendidos los unos de los otros, y todos estos anillos sacan su virtud de esta piedra. En igual forma, la musa inspira a los poetas, éstos comunican a otros su entusiasmo, y se forma una cadena de inspirados. No es mediante el arte, sino por el entusiasmo y la inspiración, que los buenos poetas épicos componen sus bellos poemas. Lo mismo sucede con los poetas líricos. Semejantes a los coribantes, que no danzan sino cuando están fuera de sí mismos, los poetas no están con la sangre fría cuando componen sus preciosas odas, sino que desde el momento en que toman el tono de la armonía y el ritmo, entran en furor, y se ven arrastrados por un entusiasmo igual al de las bacantes, que en sus movimientos y embriaguez sacan de los ríos leche y miel, y cesan de sacarlas en el momento en que cesa su delirio. Así es, que el alma de los poetas líricos hace realmente lo que estos se alaban de practicar. Nos dicen que, semejantes a las abejas, vuelan aquí y allá por los jardines y vergeles de las musas, y que recogen y extraen de las fuentes de miel los versos que nos cantan. En esto dicen la verdad, porque el poeta es un ser alado, ligero y sagrado, incapaz de producir mientras el entusiasmo no le arrastra y le hace salir de sí mismo. Hasta el momento de la inspiración, todo hombre es impotente para hacer versos y pronunciar oráculos. Como los poetas no [196] componen merced al arte, sino por una inspiración divina, y dicen sobre diversos objetos muchas cosas y muy bellas, tales como las que tú dices sobre Homero, cada uno de ellos sólo puede sobresalir en la clase de composición a que le arrastra la musa. Uno sobresale en el ditirambo, otro en los elogios, éste en las canciones destinadas al baile, aquél en los versos épicos, y otro en los yambos, y todos son medianos fuera del género de su inspiración, porque es ésta y no el arte la que preside a su trabajo. En efecto, si supiesen hablar bien, gracias al arte, en un sólo género, sabrían igualmente hablar bien de todos los demás. El objeto que Dios se propone al privarles del sentido, y servirse de ellos como ministros, a manera de los profetas y otros adivinos inspirados, es que, al oírles nosotros, tengamos entendido que no son ellos los que dicen cosas tan maravillosas, puesto que están fuera de su buen sentido, sino que son los órganos de la divinidad que nos habla por su boca. Tinnicos de Calcide es una prueba bien patente de ello. No tenemos de él más pieza en verso, que sea digna de tenerse en cuenta, que su Pean{3} que todo el mundo canta, la oda más preciosa que se ha hecho jamás, y que, como dice él mismo, es realmente una producción de las musas. Me parece, que la divinidad nos ha dejado ver en él un ejemplo patente, para que no nos quede la más pequeña duda de que si bien estos bellos poemas son humanos y hechos por la mano del hombre, son, sin embargo, divinos y obra de los dioses, y que los poetas no son más que sus intérpretes, cualquiera que sea el Dios que los posea. Para hacernos conocer esta verdad, el Dios ha querido cantar con toda intención la oda más bella del mundo por boca del poeta más mediano. ¿No crees tú que tengo razón? mi querido Ion. [197]

Ion

Sí, ¡por Júpiter! tus discursos, Sócrates, causan en mi alma una profunda impresión, y me parece que los poetas, por un favor divino, son para con nosotros los intérpretes de los dioses.

Sócrates

Y vosotros los rapsodistas ¿no sois los intérpretes de los poetas?

Ion

También es cierto.

Sócrates

Luego sois vosotros los intérpretes de los intérpretes.

Ion

Sin contradicción.

Sócrates

Vamos, respóndeme Ion, y no me ocultes nada de lo que te voy a preguntar. Cuando recitas, como conviene, ciertos versos heroicos, y conmueves el alma de los espectadores, ya cantando a Ulises en el momento en que lanzándose al umbral de su palacio, se da a conocer a los amantes de Penélope y derrama a sus pies una multitud de flechas{4} o ya a Aquiles arrojándose sobre Héctor{5} o cualquiera otro pasaje conmovedor de Andrómaca, de Hécuba, o de Priamo,{6} ¿te dominas, o estás fuera de tí mismo? llena tu alma de entusiasmo, ¿no te imaginas estar presente a las acciones que recitas, y que te encuentras en Itaca o delante de Troya, en una palabra, en el lugar mismo donde pasa la escena?

Ion

¡La prueba que me pones a la vista es patente, Sócrates! Porque si he de hablarte con franqueza, te aseguro, que [198] cuando declamo algún pasaje patético, mis ojos se llenan de lágrimas, y que cuando recito algún trozo terrible o violento, se me erizan los cabellos y palpita mi corazón.

Sócrates

¡Pero qué! Ion. ¿Diremos que un hombre está en su sano juicio, cuando, vestido con un traje de diversos colores y llevando una corona de oro, llora en medio de los sacrificios y de las fiestas, aunque no haya perdido ninguno de sus adornos, o cuando, en compañía de más de veinte mil amigos, se le ve sobrecogido de terror, a pesar de no despojarle ni hacerle nadie ningún daño?

Ion

No ciertamente, Sócrates, puesto que es preciso decirte la verdad.

Sócrates

¿Sabes tú, si trasmitís los mismos sentimientos al alma de vuestros espectadores?

Ion

Lo sé muy bien. Desde la tribuna, donde estoy colocado, los veo habitualmente llorar, dirigir miradas amenazadoras, y temblar como yo con la narración de lo que oyen. Y necesito estar muy atento a los movimientos que en ellos se producen, porque si los hago llorar, yo me reiré y cogeré el dinero; mientras que si los hago reír, yo lloraré y perderé el dinero que esperaba.

Sócrates

¿Ves ahora cómo el espectador es el último de estos anillos, que como yo decía, reciben los unos de los otros la virtud que les comunica la piedra de Heráclea? El rapsodista, tal como tú, el actor, es el anillo intermedio, y el primer anillo es el poeta mismo. Por medio de estos anillos el Dios atrae el alma de los hombres, por donde quiere, haciendo pasar su virtud de los unos a los otros, y lo mismo que sucede con la piedra imán, está pendiente de él una larga cadena de coristas, de maestros de capilla [199] de sub-maestros, ligados por los lados a los anillos que van directamente a la musa. Un poeta está ligado a una musa, otro poeta a otra musa, y nosotros decimos a esto estar poseído, dominado, puesto que el poeta no es sui juris, sino que pertenece a la musa. A estos primeros anillos, quiero decir, a los poetas, están ligados otros anillos, los unos a éste, los otros a aquel, e influidos todos por diferentes entusiasmos. Unos se sienten poseídos por Orfeo, otros por Museo, la mayor parte por Homero. Tú eres de estos últimos, Ion, y Homero te posee. Cuando se cantan en tu presencia los versos de algún otro poeta, tú te haces el soñoliento, y tu espíritu no te suministra nada; pero cuando se te recita algún pasaje de este poeta, despiertas en el momento, tu alma entra, por decirlo así, en movimiento, y te ocurre abundantemente de qué hablar. Porque no es en virtud del arte, ni de la ciencia, el hablar tú de Homero como lo haces, sino por una inspiración y una posesión divinas. Y lo mismo que los coribantes no sienten ninguna otra melodía que la del Dios que los posee, ni olvidan las figuras y palabras que corresponden e este arte, sin fijar su atención en todos los demás, de la misma manera tú, Ion, cuando se hace mención de Homero, apareces sumamente afluyente, mientras que permaneces mudo tratándose de los demás poetas. Me preguntas cuál es la causa de esta facilidad de hablar cuando se trata de Homero, y de esta infecundidad cuando se trata de los demás, y es que el talento, que tienes para alabar a Homero, no es en tí efecto del arte, sino de una inspiración divina.

Ion

Muy bien dicho, Sócrates. Sin embargo, sería para mí una sorpresa, si tus razones fuesen bastante poderosas para persuadirme de que cuando hago el elogio de Homero, estoy poseído y fuera de mí mismo. Creo que tú mismo no lo creerías, si me oyeses discurrir sobre este poeta. [200]

Sócrates

Pues bien, quiero escucharte; pero antes responde a esta pregunta. Entre tantas cosas como Homero trata, ¿sobre cuáles hablas tú bien? Porque sin duda tú no puedes hablar bien sobre todas.

Ion

Vive seguro, Sócrates, de que no hay una sola de la que no esté en estado de hablar bien.

Sócrates

Probablemente no de las cosas que tú ignoras, y que Homero trata.

Ion

¿Cuáles son las cosas que Homero trata y yo ignore?

Sócrates

¿Homero no habla de las artes en muchos parajes y muy detenidamente? Por ejemplo, ¿el arte de conducir un carro? Si pudiera recordar los versos, te los diría.

Ion

Yo los sé; voy a decírtelos.

Sócrates

Recítame, pues, las palabras de Néstor a su hijo Antícolo, cuando le da consejos sobre las precauciones que debe tomar para evitar el tocar a la meta en la carrera de carros, en los funerales de Patroclo.

Ion

Inclínate, le dice, bien preparado, sobre tu carro a la izquierda; al mismo tiempo con el látigo y la voz apura al caballo de la derecha, flojándole las riendas; haz que el caballo de la izquierda se aproxime a la meta, de manera que el cubo de la rueda, hecho con arte, parezca tocar en ella, y que sin embargo evite tropezarla.{7}

Sócrates

Basta. ¿Quién juzgará mejor, Ion, si Homero habla [201] bien o mal en estos versos, un médico o un cochero?

Ion

El cochero sin duda.

Sócrates

¿Es porque conoce el arte que corresponde a todas estas cosas o por otra razón?

Ion

No, sino porque conoce este arte.

Sócrates

Dios ha atribuido a cada arte la facultad de juzgar sobre las materias que a cada uno correspondan, porque no juzgamos mediante la medicina las mismas cosas que conocemos por el pilotaje.

Ion

Verdaderamente no.

Sócrates

Ni por el arte de carpintería lo que conocemos por la medicina.

Ion

De ninguna manera.

Sócrates

¿No sucede lo mismo con todas las demás artes? Lo que nos es conocido por la una, no nos es conocido por la otra. Pero antes de responder a esto, dime: ¿no reconoces que las artes difieren unas de otras?

Ion

Sí.

Sócrates

En cuanto puede conjeturarse, digo, que una es diferente de otra, porque esta es la ciencia de un objeto y aquella de otro. ¿Piensas tú lo mismo?

Ion

Sí.

Sócrates

Porque si fuese la ciencia de los mismos objetos, ¿qué [202] razón tendríamos para hacer diferencia entre un arte y otro arte, puesto que ambos conducían al conocimiento de las mismas cosas? Por ejemplo, yo sé que estos son cinco dedos, y tú lo sabes como yo. Si yo te preguntase, si lo sabemos ambos por la aritmética, o lo sabemos tú por un arte y yo por otro, dirías sin dudar que por un mismo arte, la aritmética.

Ion

Sí.

Sócrates

Responde ahora a la pregunta que estaba a punto de hacerte antes, y dime, si crees, con relación a todas las artes sin excepción, que es necesario que el mismo arte nos haga conocer los mismos objetos, y otro arte objetos diferentes.

Ion

Así me parece.

Sócrates

Por consiguiente, el que no posee un arte, no está en estado de juzgar bien de lo que se dice o se hace en virtud de este arte.

Ion

Dices verdad.

Sócrates

Con relación a los versos que acabas de citar, ¿juzgarás tú mejor que el cochero, si Homero habla bien o mal?

Ion

El cochero juzgará mejor.

Sócrates

Porque tú eres rapsodista y no eres cochero.

Ion

Sí.

Sócrates

¿El arte del rapsodista es distinto que el del cochero? [203]

Ion

Sí.

Sócrates

Puesto que es distinto, tiene que ser la ciencia de otros objetos.

Ion

Sí.

Sócrates

¡Pero qué! cuando Homero dice, que Hecamedes, concubina de Néstor, dio a Macaon, que estaba herido, un brebaje y se expresa así:{8} «lo echó en vino de Pramnea, sobre el que raspó queso de cabra con un cuchillo de metal, y mezcló con ello cebolla para excitar la sed,» ¿pertenece al médico o al rapsodista juzgar si Homero habló bien o mal?

Ion

A la medicina.

Sócrates

Y cuando Homero dice:{9} «Ella se lanzó en el abismo, como el plomo que, atado al asta de un buey salvaje, se precipita en el fondo de las aguas, llevando la muerte a los peces voraces,» ¿diremos que corresponde al pescador, más bien que al rapsodista, el calificar estos versos, y si lo que expresan está bien o mal hecho?

Ion

Es evidente, Sócrates, que esto corresponde al arte del pescador.

Sócrates

Mira ahora si tú me presentarías la cuestión siguiente: Sócrates, puesto que encuentras en Homero los objetos, cuyo juicio pertenece a cada uno de estos diferentes artes, busca en igual forma en este poeta los objetos que [204] pertenecen a los adivinos y al arte adivinatorio, y dime si Homero se ha expresado bien o mal en sus poesías en este punto. Ve ahora con qué facilidad y con qué verdad yo te respondería. Homero habla de estos objetos en muchos pasajes de su Odisea, por ejemplo, en aquel en que el divino Teoclimenes, nacido de la raza de Melampe, dirige estas palabras a los amantes de Penélope:{10} «¡Desgraciados, cuán horrible suerte os espera! vuestras cabezas, vuestras fisonomías, vuestros miembros, se verán rodeados de tinieblas. Oigo vuestros gemidos incesantes, y veo vuestras mejillas anegadas en lágrimas. El vestíbulo y atrio del palacio están llenos de fantasmas que se precipitan al Tártaro en medio de las sombras. El sol ha desaparecido del firmamento, y una fatídica nube cubre el universo.» Homero en muchos pasajes habla de esta manera, como cuando describe el ataque del campamento de los griegos, donde se leen estos versos:{11} «En el momento de ir a salvar el foso, un ave apareció a la izquierda del ejército; era un águila de remontado vuelo, que llevaba en sus garras una enorme serpiente ensangrentada, aún viva y palpitante, que hacía esfuerzos para defenderse. Habiéndose inclinado hacia atrás, hirió cerca del cuello el pecho del águila, obligando a ésta a soltarla a causa de la violencia del dolor, y dejándola caer en medio de los soldados, voló, por el espacio, a placer de los vientos, dando terribles quejidos.» Estos, te diría, y otros semejantes, son los pasajes cuyo examen y juicio pertenecen al adivino.

Ion

En eso no dirías más que la verdad.

Sócrates

Tu respuesta no es menos verdadera, Ion. Lo mismo [205] que te he señalado en la Odisea y en la Iliada pasajes que pertenecen, unos al adivino, otros al médico, otros al pescador, desígname tú ahora, Ion, tú que conoces mejor que yo a Homero, los pasajes que son del resorte de la rapsodia, y que te corresponde examinar y juzgar con preferencia á los demás hombres.

Ion

Te respondo, Sócrates, que todos son de la competencia del rapsodista.

Sócrates

Pero eso no lo decías hace poco. ¿Cómo tienes tan mala memoria? No es propio de un rapsodista ser tan olvidadizo.

Ion

¿Pues qué es lo que yo he olvidado?

Sócrates

¿No te acuerdas haber dicho que el arte del rapsodista es distinto que el del cochero?

Ion

Sí, me acuerdo.

Sócrates

¿No has confesado que, siendo distinto, tiene que conocer de otros objetos?

Ion

Sí.

Sócrates

El arte del rapsodista, según lo que tú dices, no conocerá todas las cosas, como no las conocerá el rapsodista.

Ion

Quizá es preciso exceptuar esta clase de objetos, Sócrates.

Sócrates

Pero tú entiendes por esta clase de objetos todo lo que pertenece a las otras artes. Por consiguiente, [206] ¿qué objetos habrás de conocer tú como rapsodista, puesto que no puedes conocerlos todos?

Ion

Conoceré, creo yo, los discursos que se ponen en boca del hombre y de la mujer, de los esclavos y de las personas libres, de los que obedecen y de los que mandan.

Sócrates

¿Quieres decir que el rapsodista sabrá mejor que el piloto de qué manera debe hablar el que manda una nave batida por la tempestad?

Ion

No; para esto será mejor el piloto.

Sócrates

¿El rapsodista sabrá mejor que el médico los discursos de que habrán de valerse los que dirigen a enfermos?

Ion

No, lo confieso.

Sócrates

¿Quieres hablar de los discursos que convienen a un esclavo?

Ion

Sí.

Sócrates

Por ejemplo, ¿pretendes que el rapsodista, y no el vaquero, sabrá lo que es preciso decir para amansar las bestias cuando están irritadas?

Ion

No.

Sócrates

¿Y sabrá mejor que un trabajador en lana lo tocante a su trabajo?

Ion

No. [207]

Sócrates

¿Sabrá mejor los discursos de que un general debe valerse para inspirar ánimo a sus soldados?

Ion

Sí, he aquí lo que el rapsodista debe conocer.

Sócrates

¡Pero qué! ¿el arte del rapsodista es el mismo que el arte de la guerra?

Ion

Por lo menos yo sé muy bien cómo debe hablar un general de ejército.

Sócrates

Quizá, Ion, estás versado en el arte de mandar la tropa. En efecto, si fueses a la vez buen picador y buen tocador de laúd, distinguirías los caballos que tienen buena o mala marcha. Pero si yo te preguntase mediante qué arte conoces los caballos que marchan bien, si por tu cualidad de picador o por la de tocador de laúd, ¿qué me responderías?

Ion

Te respondería que como picador.

Sócrates

En igual forma, si conocieses los que tocan bien el laúd, ¿no confesarías que este discernimiento le hacías como tocador de laúd y no como picador?

Ion

Sí.

Sócrates

Pues bien, puesto que entiendes el arte militar, ¿tienes este conocimiento como hombre de guerra o como buen rapsodista?

Ion

Importa poco, a mi parecer, en qué concepto.

Sócrates

¿Cómo dices que importa poco? El arte del rapsodista [208] es el mismo, a juicio tuyo, que el arte de la guerra, o son dos artes diferentes?

Ion

Yo creo que es el mismo arte.

Sócrates

De manera, que el que es buen rapsodista ¿es también buen general de ejército?

Ion

Sí, Sócrates

Sócrates

Por esta razón, ¿el que es buen general de ejército es igualmente buen rapsodista?

Ion

Por la misma razón no lo creo.

Sócrates

Por lo menos crees que un excelente rapsodista es igualmente un excelente capitán.

Ion

Seguramente.

Sócrates

¿Y no eres tú el mejor rapsodista de toda la Grecia?

Ion

Sin comparación, Sócrates

Sócrates

Por consiguiente, tú, Ion, ¿eres el capitán más grande de toda la Grecia?

Ion

Yo te lo garantizo, Sócrates; he aprendido el oficio en Homero.

Sócrates

En nombre de los dioses, Ion, ¿cómo, siendo tú el mejor capitán y el mejor rapsodista de la Grecia, andas de ciudad en ciudad recitando versos y no estás al frente de los ejércitos? ¿Piensas que los griegos tienen gran [209] necesidad de un rapsodista con su corona de oro, y que para nada necesitan un general?

Ion

Nuestra ciudad, Sócrates, está sometida a vuestra dominación; vosotros mandáis nuestras tropas y no necesitamos de ningún general. En cuanto a vuestra ciudad y a la de Lacedemonia, no me elegirán para conducir sus ejércitos, porque os creéis vosotros con capacidad para hacerlo.

Sócrates

Mi querido Ion, ¿no conoces a Apolodoro de Cinica?

Ion

¿Quién es?

Sócrates

El que los atenienses han puesto muchas veces a la cabeza de sus tropas, aunque extranjero; ¿y a Fanostenes de Andros y Heráclides de Clazomenes que nuestra república ha elevado al grado de generales y a los primeros puestos a pesar de ser extranjeros, porque han dado pruebas de su mérito? ¿Y no escogerá para mandar sus ejércitos y no colmará de honores a Ion de Efeso, si le considera digno de ello? ¡Pues qué! vosotros los efesienses ¿no sois atenienses de origen, y Efeso no es una ciudad que no cede en nada a ninguna otra? Si dices la verdad, Ion; si es al arte y a la ciencia a lo que debes tu buena inteligencia de Homero, entonces obras mal conmigo, porque después de haberte alabado por las bellezas que sabes de Homero y haberme prometido que me harías partícipe de ellas, veo ahora que me engañas, porque no sólo no me haces partícipe, sino que tampoco quieres decirme cuáles son esos conocimientos en que sobresales, por más que te he apurado; y, semejante a Proteo, giras en todos sentidos, tomas toda clase de formas, y para librarte de mí, concluyes por trasformarte en general, para que yo no pueda ver a qué punto llega tu habilidad en la [210] inteligencia de Homero. Por último, si es al arte al que debes esta habilidad y comprometido como estás a mostrármela, faltas a tu palabra, entonces tu procedimiento es injusto. Si por el contrario, no al arte sino a una inspiración divina se debe el que digas tan bellas cosas sobre Homero, por estar tú poseído y sin ninguna ciencia, como te dije antes, en este caso no tengo motivo para quejarme de tí. Por lo tanto mira si quieres pasar a mis ojos por un hombre injusto o por un hombre divino.

Ion

La diferencia es grande, Sócrates; es mucho mejor pasar por un hombre divino.

Sócrates

En este caso, Ion, te conferimos precioso título de celebrar a Homero por inspiración divina y no en virtud del arte.

———

{1} Los rapsodistas fueron, entre los griegos, los primeros depositarios de las obras de los grandes poetas Hesíodo, Homero, Arquíloco y miraban como una profesión formal el popularizar sus versos. Tenían concurso cada cinco años en Epidauro, donde había un templo consagrado a Esculapio.

{2} Era de la isla de Tasos. Los frescos célebres que pintó en Delfos hacia el año 395 antes de J. C. llamaban la atención por el dibujo y por la expresión de los semblantes.

{3} Oda en honor de Apolo

{4} Homero, Odisea, XXII.

{5} Homero, Iliada, XXII, 311.

{6} Homero, Iliada, 405, 430, 431, 515.

{7} Iliada, XXIII, 335.

{8} Iliada, XI, 639.

{9} Iliada, XXIV, 80.

{10} Odisea, XX, 351.

{11} Iliada, XII, 200.


{Obras completas de Platón, por Patricio de Azcárate,
tomo segundo, Madrid 1871, páginas 187-210.}

puerta al infierno

Santa Juana de Arco.-a

Santa Juana de Arcos (Domrémy, Francia, 1412 - Ruán, id., 1431) Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una familia campesina acomoda...