Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


martes, 28 de noviembre de 2017

117).-Heurística Bíblica.-a

  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda ; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; 





Curso de ciencias bíblicas en la parroquia de  Guadalupe de la comuna de Quinta Normal, años 2009





Noción.

 Es aquella parte esencial de la Hermeneútica bíblica que estudia los principios que deben aplicarse para la adecuada interpretación de la Biblia. Deriva del griego heurískein=encontrar. Tiene un carácter de disciplina introductoria a la Exégesis bíblica.
      
Metodología.

 Según se desprende de la inspiración divina de la S. Escritura, ésta es efecto fundamental de dos acciones convergentes, de modo que el libro inspirado es todo él obra de Dios y, al mismo tiempo, todo él también obra del hagiógrafo, siendo ambos verdaderos autores (cfr. Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, n° 11). La H. bíblica no es, pues, una ciencia meramente histórica, sino netamente teológica. Por ello, ante la Biblia, el intérprete debe situarse como un dialogante al que no compete juzgar el texto de modo exclusivamente humano: de un lado está Dios, que le habla en el texto sagrado, que no es un documento arqueológico, sino vivo, plantado en la Tradición ininterrumpida de la Iglesia; de otro, está el propio intérprete, que debe ponerse cuidadosa y humildemente a la escucha de Dios, para entenderle; ese entendimiento es un acto de fe que exige la obediencia del intérprete.
 Tal actitud hermenéutica no exime, sin embargo, del esfuerzo intelectual de la razón informada por la fe. «Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió, para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de los exegetas el trabajar según estas reglas... Porque todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura está sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar y de interpretar la palabra de Dios» (Dei Verbum, n° 12). 
Por su parte, H. Schlier sintetiza así la actitud hermenéutica: «Quien equipado con todas las técnicas del saber filológico e histórico se acerca a interpretar la S. E. y no se preocupa de añadir la experiencia fundamental, de la que nos habla el mismo N. T., es decir, la fe, ese tal jamás llegará a conocer la realidad que nos comunica en su mensaje el N. T.» (Über Sinn und Aufgabe einer Theologie des Neuen Testaments, Friburgo Br. 1964, 11).
      
De lo dicho se desprende la doble metodología que debe manejar el intérprete. De un lado, debe ayudarse de todos los auxilios racionales de crítica histórico-literaria: son los llamados principios, criterios o reglas racionales de interpretación, comunes en hermenéutica general. De otro lado están los principios o criterios dogmáticos o de fe, específicos de la interpretación bíblica. La distinción de ambas series de criterios es meto dológicamente correcta y útil, pero hay que. evitar, al hacer la exégesis bíblica, separar como dos mundos distintos ambas series, pues en tal caso se llegaría a una vivisección esterilizante, aun desde la propia perspectiva del saber. Es que la realidad del cristianismo, o quizá mejor dicho, de Cristo mismo, vivo y actuante en la Iglesia, y junto con pl la revelación del Padre y la misión del Espíritu Santo, desborda siempre la imagen fijada en un documento, aunque sea la propia Biblia.

 En ningún caso puede ser desligado el texto bíblico de la entera vida de la Iglesia, en cuyo seno adquirió su redacción literaria a impulsos de la divina inspiración, y ha sido custodiada e interpretada. Por consiguiente, el exegeta debe aplicar a cada texto los dos tipos de criterios hermenéuticos mencionados: la mejor técnica histórico-crítica y una actitud hermenéutica, que es la puesta en ejercicio de la fe, con todo su complejo dispositivo doctrinal y espiritual.
      
 Principios generales de interpretación. 

Suelen llamarse también -«reglas racionales de interpretación» , y son las comunes para todo estudio literario histórico-crítico de cualquier texto. Implican todas las cuestiones filológicas y lingüísticas, con su cortejo de disciplinas colindantes: lexicografía, semántica, semiología, etc., así como el instrumental para situar el texto en su marco histórico (Sitz im Leben) : historia, arqueología, circunstancias personales del autor y de su situación cultural, destinatarios inmediatos, fecha de composición del escrito, crítica histórico-literaria de sus fuentes, género literario al que pueda reducirse, etc. Desde este punto de vista, el estudio crítico de la Biblia utiliza, en cada época de la historia, los mismos recursos culturales que para cualquier monumento literario. Un mínimo de sintonización entre el lector y el mundo del autor es imprescindible para entender lo que se lee.
      
Por tanto, todas las disciplinas científicas que concurren en la interpretación de un texto cualquiera, pueden e incluso deben ser aplicadas a la interpretación de la Biblia siempre que haya presunción de su utilidad. A ello hay que sumar otros elementos más subjetivos, como la sensibilidad del lector, desigual desde su capacidad especulativa, artística, psicológica, espiritual, moral, etc. Las varias cualidades de los diversos intérpretes se complementan, y la historia de la exégesis bíblica ha ido adquiriendo una verdadera acumulación selectiva, como ha ocurrido con los grandes monumentos de la literatura universal.
      
La investigación escriturística contemporánea ha alcanzado un desarrollo considerable en cuanto a las técnicas de hermenéutica racional, en especial por lo que atañe a los auxilios suministrados por la filología, lingüística y algunos métodos hermenéuticos, como son el mejor conocimiento de los géneros literarios de la Biblia, el método histórico-formal (Formgeschichtliche Methode) y el histórico-redaccional (Redaktiongeschichtliche Methode) , que aunque con graves prejuicios y errores históricos, filosóficos y teológicos en sus principios, han ido siendo depurados por los críticos católicos, hasta ser empleados con utilidad para ahondar en el proceso de formación literaria de algunos libros o conjuntos de libros de la S. E. (especialmente el Pentateuco, los Salmos y los Evangelios Sinópticos) y en las peculiaridades del mensaje revelado de algunos de ellos (cfr. Instrucción Sancta Mater Ecclesia de la P.C.B., o. c. en bibl.). Sin embargo, el enorme esfuerzo de la investigación contemporánea en los dominios de la crítica racional no se ha visto coronado en general por un fruto paralelo desde el punto de vista de la profundización teológica. La causa de ello radica seguramente en el defecto de la actitud hermenéutica de fe: no pocos de los investigadores se han enfrentado con escasa sintonización de fe con la Biblia y con la Iglesia. Por esto se hace ahora especialmente necesario fijar de nuevo la atención en los criterios dogmáticos de hermenéutica.
      
Principios específicos de la hermenéutica bíblica. 

Son los criterios teológicos o dogmáticos. Tienen su fundamento y exigencia en la inspiración divina de la S. E. De ahí arrancan dos grupos de criterios, basados respectivamente en la condición de Dios como autor y de la Iglesia como intérprete auténtico de la Biblia. Podríamos resumirlos en el cuadro de pie de pág.
      
Unas breves explicaciones del cuadro expuesto se hacen necesarias: Por analogía de la fe bíblica se entiende la íntima coherencia de las verdades religiosas contenidas en la Revelación escrita. Este principio ofrece un aspecto positivo: merced a la unidad y continuidad de la Revelación, unos textos proyectan luz sobre otros y ayudan al lector a una más honda inteligencia. Ofrece, a su vez, un aspecto negativo: ningún texto de la S. E. puede verdaderamente contradecir a otro; cualquier apariencia de contradicción sería sólo eso, apariencia, como efecto de la limitación del lector. Puede la S. E. mostrar diversos acentos, subrayar aspectos diversos de un mismo objeto (sea éste un relato o un paso doctrinal), como consecuencia del desarrollo progresivo de la Revelación y de la distinta personalidad de sus respectivos autores humanos; se puede dar progreso, como, p. ej., de ciertas imperfecciones morales de las leyes del Pentateuco hasta la perfección suma de la moral evangélica, predicada y vivida por Cristo: pero progreso y crecimiento no significan contradicción.
      
      Conectado con el principio de la analogía de la fe bíblica está el del desarrollo progresivo y homogéneo de la Revelación: Dios no ha mostrado de una sola vez al hombre toda la verdad, sino que, usando de una divina pedagogía, ha ido desvelando nuevos contenidos, revelándose progresivamente a Sí mismo en acontecimientos de la historia bíblica y en palabras que explicaban el acontecimiento (cfr. Dei Verbum, n° 2), hasta llegar a su Revelación suprema, que es Jesucristo, el Verbo Encarnado. Existen, pues, textos más antiguos que pueden ser mejor entendidos a la luz de textos posteriores.
      
Del principio básico de que Dios es el autor de ambos Testamentos se desprende también el tercero de los criterios derivados: la interna armonía de los dos Testamentos, íntimamente conexo con el anterior y que fundamenta, a su vez, la «interpretación cristiana del A. T.» y los sentidos «pleno» y «típico» de la S. E.. Con arreglo a tal armonía, las nociones, acontecimientos, cosas y personas del A. T. tienen una cierta correlación o «cumplimiento» en el N. T., de modo que, según fórmula feliz de S. Agustín, «Novum Testamentum in Vetere latet et Vetus in Novo patet». Este modo de entender el A. T. fue ya iniciado por Jesucristo y los Apóstoles, a quienes «abrió la mente para que entendieran las Escrituras» (Lc 24,44-45), y fue intensamente cultivado por la exégesis tipológica de los Santos Padres.
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Finalmente, «como la Sagrada Escritura hay que leerla o interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió... » (Dei Verbum, n° 12), lector e intérprete deben como «sintonizar» con ese Espíritu de Dios por medio de la práctica de la vida cristiana, especialmente de la oración, para que la gracia divina y la acción vivificante interna del Espíritu Santo abra el alma a la inteligencia de la S. E. Este criterio interpretativo debe ser usado, sin embargo, con especial humildad y prudencia, persuadido el intérprete de que sólo el Magisterio eclesiástico posee en última instancia el carisma del discernimiento de Espíritu, tanto para interpretar la S. E. como para enjuiciar las interpretaciones particulares de la misma. Sin caer, pues, en el error de la teoría protestante del «libre examen», el intérprete católico debe invocar la gracia divina para entender y profundizar lo que Dios dice en los sagrados libros.
      
El segundo gran principio es la consideración de la Iglesia como custodio e intérprete auténtico de la S. Escritura. Este principio supone una serie de criterios que hemos agrupado en cuatro, convencionalmente. En primer lugar se ha destacado el criterio de la interpretación auténtica de la Biblia que compete exclusivamente al Magisterio de la Iglesia (v.). Dicho Magisterio puede declarar infaliblemente el sentido auténtico de un texto de la S. E.; tales declaraciones solemnes se han dado pocas veces en la historia de la Iglesia y acerca de pocos textos; pueden reducirse a no muchos más de los siguientes: Mt 16,16-19; 26,26; Lc 22,19; lo 3,5; 21,15-17; Iac 5,14. Esta es la que se llama interpretación directa, que puede ser a su vez positiva, cuando se declara el sentido auténtico de un texto, o bien negativa, cuando se determina como errónea, temeraria, etc., alguna interpretación privada (p. ej., la condenación de la sentencia de J. L. Isenbihel, que negaba el sentido mesiánico de Is 7,14). La interpretación auténtica y directa del Magisterio es el primero y más concreto criterio específicode hermenéutica católica. Tales declaraciones se han dado normalmente ante determinadas circunstancias; por ello, el Magisterio no ha querido definir todas las perspectivas de un determinado texto, sino el sentido de éste respecto a la verdad de fe concreta (p. ej., presencia eucarística, primado de Pedro, mesianismo, sacramento de la unción de enfermos, etc.). Un texto, pues, declarado por el Magisterio puede contener aspectos que no entran en la definición: p. ej., respecto al mencionado texto de Is 7,14, el Magisterio ha definido su carácter mesiánico, pero no ha entrado en la cuestión de si ese carácter debe entenderse en sentido literal o en sentido típico.
      
Junto a la interpretación directa, existe la indirecta, cuando no es el texto mismo de la Biblia el que constituye el objeto formal de la declaración, sino que ésta se refiere formal y directamente a una verdad de fe, para cuya ilustración se trae a colación uno o varios textos de la S. E. Estos casos son numerosísimos en la Historia de la Iglesia y no siempre es fácil precisar de qué modo la declaración del Magisterio afecta a la interpretación de los textos bíblicos. La razón es que cuando el Magisterio define una verdad de fe, lo que queda definido es esa verdad misma; al lado de ella el Magisterio puede y suele dar ciertas razones de conveniencia, las cuales sólo indirecta y no formalmente entran en el alcance de la definición, salvo que expresamente se diga. Así, pues, el intérprete habrá de deducir del contexto de la definición magisterial hasta qué punto queda afectada la interpretación del pasaje. En cualquier caso está obligado a no contradecir el sentido en que el Magisterio ha utilizado el texto, y siempre será para él un criterio orientador en su interpretación personal.
      
Las verdades de la fe tienen entre sí una conexión, más o menos inmediata. Por ello, ante un texto concreto, el intérprete suele tener que poner en confrontación, de alguna manera, todo o parte del discurso general de la fe. En cualquier caso, debe mantener el criterio heurístico de la analogía de la fe católica, es decir, como es lógico, ninguna interpretación particular de la S. E. puede estar en oposición con la doctrina católica; si tal contradicción se produjese, sería indicio de error, y el intérprete deberá reandar el camino de su investigación.
      
En cierto modo, el principio de analogía de la f e católica puede englobar los otros dos criterios heurísticos de: el sentido de la S. Tradición de la Iglesia y el testimonio moralmente unánime de los Santos Padres. Ambos son por lo general más constatables documentalmente que el principio de analogía; o, dicho de otro modo, pueden constituir pasos previos para establecer tal analogía. Ambos criterios alertan al lector acerca de si su interpretación está en conformidad con lo que la Iglesia ha creído y enseñado a lo largo de su historia, o bien si su interpretación personal es coincidente con'la de los Santos Padres, testigos primeros de la fe cristiana.
      
El problema epistemológico en la hermenéutica bíblica. Como consecuencia del desarrollo poskantiano de la crítica del conocimiento, se fue introduciendo, en sectores de la intelectualidad, la exigencia de someter a una crítica radical de racionalidad toda afirmación. Así, fue sometido a análisis filosóficos el testimonio bíblico, de modo que, en las últimas décadas, la lectura epistemológica de la Biblia se ha acentuado por algunos pensadores, hasta constituir para ellos la más grave cuestión bíblica, de modo semejante a como a fines del s. xtx lo fue la inerrancia.
      
Se ha llegado a afirmar -con toda una gama de matices- que el contenido de la Revelación , de unaparte, y la manera de exponer de los autores sagrados -es decir, la representación o expresión lingüística y literaria de ese contenido-, de otra, no se identifican sin más. Incluso, que la identidad o adecuación de ambos aspectos no queda garantizada por la sola inspiración divina de la Biblia. En otras palabras, se ha planteado el problema de la separación entre contenido y representación -testimonio- de los escritos sagrados. Tal distinción tiene dimensiones legítimas (obviamente no son lo mismo la palabra y la realidad significada por ella); sin embargo, una extremada radicalización del problema ha conducido con rapidez en ciertos ambientes a la separación absolutizada de ambas cosas.
      
Tropezamos aquí con una cuestión en la que inciden temáticas gnoseológicas y eclesiológicas de fondo.

 a) Gnoseológicas, ya que el tema es diversamente enfocado según se haya alcanzado un realismo del conocimiento o se haya derivado hacia el agnosticismoo el idealismo. Desde una posición realista se advierte que el conocimiento  de cada persona es limitado, pero verdadero, es decir, versa auténticamente sobre la realidad extramental de la que capta su ser y sus cualidades, etc. El problema de la intercomunicación -y, por tanto, el de la hermenéutica- se presenta así como un problema a veces difícil (no siempre es fácil traducir de un lenguaje a otro, expresar y captar un pensamiento, etc.), pero no angustioso: el pensar y el hablar de los diversos hombres versa sobre la realidad y en ella comunican. Si, en cambio, se ha caído en una interpretación agnóstica o idealista del conocimiento se puede acabar sosteniendo que cada hombre está encerrado en el círculo de las propias ideas y condenado a la incomunicación. 

b) Eclesiológicas, ya que según se reconozca o no la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia se estará en condiciones de advertir la íntima unidad que reina entre todos los momentos de la historia de la Iglesia, a la que el Espíritu Santo no ha dejado de asistir para que captara y trasmitiera la palabra revelada, o se estará expuesto a caer en un criticismo eclesiológico con la consiguiente pretensión de acceder a la S. E. por encima de la historia de la Iglesia y sin más garantías de verdad que las que ofrezca la personal inteligencia.
      
Una deformación en ambos puntos -tal y como se encuentra en la teología protestante liberal y movimientos similares- lleva a pensar que el «hombre bíblico» y el «hombre moderno» representan universos mentales incomunicables, lo que desemboca en una hipertrofia del problema hermenéutico y en intentos de «reinterpretación» del mensaje bíblico y cristiano que implican en realidad su transformación o su reducción arbitraria (como ocurre, p. ej., en la desmitologización, v., de R. Bultmann, v.; el método de la reducción henológica de H. Duméry, v.; la reinterpretación ontológica según el método de la correlación de P. Tillich, v., etc.). Una adecuada comprensión de los dos puntos señalados lleva, en cambio, a advertir que el «hombre antiguo» y el «hombre moderno» no están separados por un abismo y que el cristiano, en la medida en que está unido vitalmente a la Iglesia, ha estado siempre en comunión con la verdad de la palabra divina. Y, por consiguiente, a enfrentarse con la tarea exegética y hermenéutica con el interés y el afán de quien quiere penetrar en la comprensión de la palabra divina para poder así expresarla y difundirla cada vez con más fidelidad y eficacia, pero con la serenidad de quien sabe que esa palabra era ya poseída por él, aunque tal vez con menor hondura, y era ya susceptible de ser comunicada.
     
     

BIBL.: 1) Fuentes: CONC. TRIDENTINO, Sessio IV, 8: Denz.Sch. 1507; CONC. VATICANO I, Sessio 111, Const. «Dei Filius», cap. 2: Denz.Sch. 3007; CONO. VATICANO II, Const. «Dei Verbum», n° 2-13; LEóN XIII, Ene. Providentissimus Deus: Denz.Sch. 3281-3289; Pío IX, Ene. Qui pluribus: Denz.Sch. 2784; S. Pío X, Ene. Pascendi: Denz.Sch. 3490; S. Pío X, Motu proprio «Sacrorum antistitum»: ib. 3546; BENEDICTO XV, Ene. «Spiritus Paraclitus»: ib. 3652-3654; Pío XII, Ene. Divino Altlante Spiritu: ib. 3826-3831; íD, Ene. Humani Generis: ib. 3884,3886-3889; PAULO VI, Instrucción Sancta Mater Ecclesia de la Pont. Comisión Bíblica de 21 abr. 1964: ib. 3999.

lunes, 27 de noviembre de 2017

116).-La cosmovisión bíblica.-a

  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda ; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; 



Curso de ciencias bíblicas en la parroquia de  Guadalupe de la comuna de Quinta Normal, años 2009

Anllela hormazabal moya

La cosmovisión, es decir, la percepción del mundo y de los fenómenos de la naturaleza, se basa en la mitología en casi todas las religiones orientales. El mito y su forma de pensar les ayudaba a los pueblos desde la prehistoria a resumir sus percepciones, conocimientos e interpretaciones con respecto del mundo. La cos­movisión "mítica" no es una percepción equivocada o falsa acerca del mundo, sino un concepto muy diferente. Es la interpretación del mundo que refleja el desarrollo mental de la humanidad durante una larga época que precedió al pensamiento científico. 
Es una forma poco diferenciada del conocimiento del ser social. La humanidad siempre tuvo conocimientos, acordes con su nivel espiritual, sobre el mundo. Además, tuvo también experiencias. Pero la cosmovisión es más que la suma de éstos; es una generalización y la búsqueda de relaciones que están fuera del radio de la experiencia cotidiana. La cosmovisión mitológica se caracteriza por la generalización analógica, es decir, es un proceso en que el hombre intenta definir e interpretar el mundo por intermedio de deducciones surgidas de su propio ser, y a la luz de su propia experiencia. Con la generali­zación se pretende conocer los fenómenos o las cosas inalcanza­bles por la experiencia, se intenta agrandar la experiencia cotidiana al ámbito más amplio del propio cosmos. Si su propia experiencia es escasa, la transfiere al pasado, y para eso inventa a un ser humano, un hombre de tamaño y de calidades sobrenaturales.

Todas las culturas conocidas, hasta la llegada de la filosofía natural de los griegos, integraban sus conocimientos en una cosmovisión mitológica.

La experiencia y el conocimiento adquiridos con el tiempo aumentaban su saber, pero esto no era suficiente para cambiar su percepción del mundo. Todavía no se agudizaba la contradicción entre el conocimiento de la naturaleza y la cosmovisión mitológica. El conocimiento de la naturaleza no se transformó en cosmovisión científica hasta el siglo VII a.C.; para eso fue necesaria una revolu­ción intelectual realizada en la antigua Grecia.

Esta revolución tuvo cierta influencia en el Cercano Oriente, pero la cosmovisión mitológica sobreviviría durante mucho tiempo más, aunque incorporara algunos conocimientos más avanzados en ella, como ocurrió con la astronomía en Babilonia.

En Mesopotamia la observación de los astros alcanzó un alto nivel y se recopiló mucho material durante los últimos siglos del segundo milenio y en los primeros siglos del primer milenio a.C. Estas observaciones transformaron los conceptos religiosos. En su panteón, algunos de los dioses importantes cedieron su lugar a los dioses de las estrellas (Nabu, Ninurta), quienes más adelante se transformaron en los dioses de la ciencia. Las religiones quedaron dentro de la cosmovisión mitológica. Sin embargo, la elevación de estos dioses representaba una forma incipiente de búsqueda del conocimiento de la naturaleza.

La astrología no era bien recibida por los antiguos judíos. Isaías se burla de aquellos "quienes contemplan las estrellas para pronos­ticar lo que vendrá" (Cáp. 46.13); es una alusión peyorativa a los babilonios. La astrología babilónica se orientaba hacia la cosmolo­gía mitológica, pero los judíos la rechazaban. Para ellos la astrología babilónica era igual a su religión, lo que no excluía que hayan absorbido ciertos métodos y resultados de éstos (sistema del ca­lendario). El Deuteronomio prohíbe la astrología (Cáp. 4.19). El Libro de Job (Cáp. 38.31, etc.) demuestra, que tenían buenos conoci­mientos sobre las estrellas; el profeta Amos también lo menciona (Cáp. 5.8).

No sólo los resultados de la astrología de Babilonia enriquecie­ron la ciencia de los judíos, sino también la influencia de otras disciplinas (medicina, ciencias naturales, metalurgia, etc.), lo que se manifiesta en su visión más amplia del mundo percibida en la Biblia.

La Biblia no tiene mitología propia. Los grandes mitos del Oriente clásico, referentes a la creación, faltan en la Biblia. Cuando Milton escribió su epopeya, el Paraíso perdido, tuvo que inventar mitos. Tampoco hay teogonía (generación de los dioses) o teomaquía (lucha entre los dioses); todo eso es consecuencia del fuerte y rápido desarrollo del monoteísmo. El desarrollo monoteísta influía en las culturas orientales y contribuyó a la transformación o modifi­cación de la cosmovisión mitológica (Egipto en el siglo XIV a.C., o Mesopotamia en el primer milenio a.C.). Pero, sólo la religión judía llegó al monoteísmo y dio nacimiento también al cristianismo e islamismo.
 En las demás religiones había sólo tendencias monoteís­tas. Los elementos míticos que se encuentran en la Biblia se incor­poraron antes de la época de los profetas clásicos; en el desarrollo posterior de la religión ya no los permitieron, porque estaban en contradicción con el monoteísmo.

En algunos libros modernos, hay ilustraciones que quieren mostrar la percepción de los judíos o de los babilonios sobre el universo. Las figuras no son convincentes ni correctas. No nacieron en la Babilonia Antigua sino en los libros panbabilónicos, e inducen a error no sólo por su contenido sino también por su metodología equivocada.

En el Oriente Antiguo nunca se formó una cosmovisión explícita y ordenada. Todas las alusiones son ocasionales, parciales y sin sistema alguno. La cosmovisión mítica excluye lo sistemático o metódico. Los representantes de la línea panbabilónica prepararon un sistema sobre algo que no era sistemático y con eso falsearon la cosmogonía oriental. Es imposible encerrar la cosmogonía de la Biblia en las categorías de Aristóteles. Sin embargo, aunque la cosmovisión de la Biblia no sea estrictamente científica, tampoco puede decirse que no tenga bases racionales.

Es necesario comprender la naturaleza de la cosmogonía mís­tica para que podamos interpretar las alusiones de la Biblia en su historicidad. Las alusiones no forman una cosmología sistemática, son deducciones analógicas de experiencias cotidianas, generali­zan hasta el extremo y explican la naturaleza, antropomorfizándola.

Miremos algunos textos: "No te harás imagen ni ninguna seme­janza de lo que esté arriba en el cielo ni abajo en la tierra, ni en las aguas abajo de la tierra" (Éxodo 20.4). Esta división corresponde al concepto babilónico, en el cual "an-sar" es la parte superior (cielo), "ki-sar" la parte media (tierra) y "abzu" es el océano. No es casual que la Biblia no diga esto en la descripción de la creación, que podría ser una parte de su cosmogonía, sino en un pronunciamiento legal-ético, en que no es más que el lugar eventual de la morada de los dioses respetados en otras creencias. 
El primer capítulo del Génesis menciona sólo las aguas debajo de la bóveda y las aguas sobre la bóveda (Vers. 7). El Libro de Job menciona las columnas de la tierra (Vers. 9.6). En los Salmos leemos sobre los cimientos del mundo (Cáp. 18.15), o los montes que se derrumban en el corazón del mar (Cáp. 46.2). Ezequiel menciona el "ombligo de la tierra" (Cáp. 38.12). Todo eso y las demás expresiones menciona­das, no son cosmología. Podríamos aludir al capítulo 38 de Job que nos presenta el cosmos en forma poética. Pero éste es un poema filosófico de alto valor espiritual, que demuestra que el cosmos, como teoría, no les interesaba mucho.

En el primer capítulo del Génesis, podemos reconocer la mito­logía oriental, pero difiere de ésta. En ella no figura la creación de la nada sino mucho más el arreglo y ordenamiento de la materia desordenada del Caos. El primer versículo del Génesis, según la interpretación de los textos orientales, se traduciría así: Cuando Elohim (Dios) hubo formado los cielos y la tierra, la tierra era desordenada, encima de los mares había oscuridad, encima de las aguas soplaba un viento fuerte y en ese momento dijo Dios: que haya luz... (Gen. 1.1-3). Los primeros tres versículos forman uno solo y no describen las fases de la creación, sino - como la introducción de las epopeyas orientales- presentan el caos ancestral, el punto de partida.
 Los elementos del caos son: el mar "tehom"; el viento fuerte "ruaj Elohim"; éstos son conocidos en las cosmogonías orientales, sin embargo son diferentes. Miremos la palabra "tehom". En hebreo el mar es "yam". Desde el punto de vista lingüístico y también en su función en aquella descripción, la palabra "tehom" es igual a la diosa Tiamat en la mitología babilónica, que es la deificación del mar en la epopeya Enuma-elis. Pero en esta epopeya Tiamat desempeña un papel importante; en su personificación podemos reconocer la especulación filosófica acerca del papel del agua y del mar en aquella cosmogonía. En el Génesis la palabra "tehom" está privada de toda marca mitológica, por eso su traduc­ción es sólo "mar".

Lo mismo se refiere a la expresión "ruaj Elohim" (su traducción es "el alma o el espíritu de Elohim") que se transforma en "viento fuerte". Los conceptos mitológicos sufren una reinterpretación y el resultado es un concepto más abstracto sobre la creación del mundo. Esta transformación está más cerca, no sólo en el tiempo sino también en el contenido, de la gran revolución que significó la visión científica de la naturaleza, promovida por los griegos alrede­dor del siglo V a.C. La Biblia, en esta época, ya había abandonado las bases primitivas y se acercaba a la visión científica, si no en todos los aspectos, por lo menos hizo sus primeros pasos.

La transformación de la visión judía significa un acercamiento a la filosofía naturista de los griegos. Pero mientras ésta se dirigió hacia el materialismo, el judaísmo buscaba un nuevo camino hacia la fe en el Dios Creador, lo que significaba que la divinidad abando­naba su envoltura mitológica y se transformaba en trascendental. La cosmogonía en la cosmovisión mitológica es la lucha de las fuerzas deificadas de la naturaleza, mientras en la Biblia es una sustancia autónoma que está encima del Cosmos.
 La filosofía griega quitó lo divino de la cosmogonía, mientras la Biblia lo considera como origen de toda la existencia. Como consecuencia de esta transformación, poco a poco dejó de influir en la religión la fe en los poderes sobrenaturales (hasta cierto punto esta fe se incorporó en la religión popular), y todo se puso bajo el poder, sin restricción, de Dios; la religión pura se oponía y se opone a todo poder que no sea sometido a la Voluntad Divina.

domingo, 26 de noviembre de 2017

115).-La critica científica de la biblia.-a



 Curso de ciencias bíblicas en la parroquia de  Guadalupe de la comuna de Quinta Normal, años 2009

Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy


Anllela camila Hormazabal moya


La crítica bíblica es una rama de la ciencia que ha posibilitado el entendimiento de la Biblia, como parte de la cultura del Cercano Oriente y de la universal. Era conocida en las épocas antiguas y medievales e incluso, se practicaba dentro de la misma Biblia y con respecto a la Biblia. Así fueron criticados versículos partiendo de otros versículos que son contradictorios o incongruentes o incom­prensibles entre sí por otras razones.

La mente racional de los antiguos hebreos, lectores y estudio­sos de la Biblia, no podía pasar por alto comprobaciones de con­tradicciones, incertidumbres, versículos truncos, gramática oscura, palabras o expresiones incomprensibles que suelen darse en toda literatura antigua. La literatura talmúdica fue la primera que quiso encarar estos temas y buscarles solución. A veces la encontraron, otras optaron por una solución alusiva y muchas veces reinterpretaron los textos desde el punto de vista teológico y humano. A veces se quedaron sólo en el planteamiento de los problemas.
Los gnósticos cristianos censuraban y juzgaban al Antiguo Testamento, mientras los enemigos paganos del cristianismo ha­cían lo mismo con el Nuevo. Había quienes ponían en duda el origen divino o el carácter sagrado o inspirado de estos Libros, pero no tanto con argumentos científicos, sino para debilitar los conceptos de las otras denominaciones y demostrar la prioridad de la religión propia. En el siglo IX, Khivi al Balkhi redactó un documento de 200 preguntas que se refieren a la Biblia, a fin de comprobar la supe­rioridad del Corán.

La crítica científica de la Biblia, libre de propaganda denominacional, comenzó con Abraham Ibn Ezra, científico prestigiado entre los judíos de España en el siglo XI. El llegó a la conclusión de que en los Cinco Libros de Moisés, hay algunas partes que fueron redactadas más tarde que la mayoría de las demás.
Al seguir este mismo camino, Baruj Spinoza (Siglo XVII) en su Tratado Teológico Político, llegó a la conclusión de que la Biblia es un documento literario de cierta época, cierto espíritu, ciertas per­sonas, con intereses naturales específicos. Por lo tanto, hay que interpretarla con los mismos métodos naturales y racionales (natu-raliter et rationaliter) que cualquier otro libro heredado de épocas anteriores. La Biblia, además, no quiere indicar cuáles son las normas de la fe, sino inculcar la obediencia.
El padre de la crítica científica de la Biblia fue Jean Astruk, médico cristiano de Francia, quien se dedicó a analizar el Pentateu­co, atribuido a Moisés, que contiene las normas básicas, incluso también para las religiones monoteístas posteriores. Aceptaba la autoría de Moisés, pero creía demostrar que Moisés había realizado su obra tomando diversas fuentes literarias preexistentes y compa­ginaba su libro, en parte, de éstas. De esta manera resuelve el problema de textos contradictorios dentro de las Escrituras, afir­mando que no son contradicciones entre sí, sino compaginaciones de distintas fuentes.

Quien condujo todos estos descubrimientos a la cumbre de la organización teórica y sistematización analítica, fue Julius Wellhausen en Alemania, a fines del siglo XIX. Al aceptar y evaluar la existencia de varias fuentes, Wellhausen definió el origen histórico del orden de la sucesión de esas fuentes y, también, el motivo ideológico de su aparición.
A consecuencia de la fuerte oposición de la Iglesia, el Nuevo Testamento se transformó sólo más tarde en objeto de análisis científico. El pionero en este campo fue Samuel Reimarus, profesor de Hamburgo, quien, por temor de publicar su libro, mandó el manuscrito a Lessing, ilustre escritor y crítico de la época. Reimarus creía demostrar que los Evangelios presentan la actuación de Jesús en forma premeditada. Según su opinión, los Apóstoles entendían e interpretaban mal las actividades y las palabras de Jesús.

Durante el siglo XIX surgieron muchos científicos, incluso teó­logos y religiosos, quienes reconocieron que los libros del Nuevo Testamento deben ser interpretados con los mismos métodos cien­tíficos que cualquier obra profana de la misma época. Al seguir este criterio, D.F. Strauss separó los elementos míticos de la historia de Jesús e intentó reconstruir su vida real. F.Ch. Baur, fundador de la línea teológica de Tuebingen, demostró que los libros del Nuevo Testamento se redactaron a base de diferentes fuentes y que éstas confirman la existencia de diferentes tendencias religiosas, a veces opuestas, dentro del cristianismo primitivo.

A fines del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, se llevaron a cabo, con ímpetu creciente, los descubrimientos arqueológicos en el Cercano Oriente, que ayudaron a dilucidar los textos bíblicos y enriquecieron algunos aspectos de la ciencia bíblica.
Se ha comprobado que varias culturas influyeron en la redac­ción de las Escrituras. Es notable la investigación de Hermann Gunkel, publicada como "Schoepfung und Chaos" (Creación y Caos) en 1895, así como el aporte científico del profesor israelí, M.D. Casutto en este campo.
En nuestro siglo los investigadores están alejándose de la pasión analítica de Wellhausen, que fragmentaba los textos para armar con ellos probables mosaicos reconstruidos, y en cambio aplican más la lectura de la Biblia desde dentro, evaluando su contenido con profundidad literaria, filosófica y filológica y con criterio constructivo.

El descubrimiento de los Manuscritos del Mar Muerto y de otros hallazgos en Israel son de suma importancia, pues facilitan una aproximación científica a la Palabra.
Algunos sostienen que los descubrimientos no ayudan tanto a las investigaciones del Nuevo Testamento como a las del Antiguo. Yo, personalmente, no estoy de acuerdo con esta opinión. Los Rollos del Mar Muerto, el hallazgo de datos gnóstico-cristianos en Nag Hamaddi y los nuevos descubrimientos de epigrafía romana, hicieron posible que algunos personajes del Nuevo Testamento (Gallio, Quirinio, Poncio Pilato y otras más) salieran del círculo de las "personas bíblicas" y se transformaran en "personas históricas". Todos estos hallazgos permiten comprobar, completar y modificar las narraciones históricas de los libros bíblicos. Dan posibilidad de conocer mejor los movimientos religiosos del mundo helenista y favorecen las investigaciones comparadas, también en los libros del Nuevo Testamento.

El redescubrimiento de las religiones de misterio en la historia religiosa del helenismo, las nuevas investigaciones de los dioses redentores (quienes mueren y resucitan), colocan la formación del cristianismo en un contexto contemporáneo más generalizado, más universal. Además, las nuevas investigaciones referentes al helenismo han dado mayor relieve a la investigación de los elemen­tos míticos de las narraciones del Nuevo Testamento, lo que ha traído consigo la formación de la "escuela mitológica" en la teología cristiana. Esta calificó como míticas las narraciones de los Evange­lios casi en su totalidad, mientras la "escuela histórica" llamó la atención a la importancia de los datos históricos que estaban escondidos entre los míticos. 
La escuela mitológica ha cometido exageraciones. Sin embargo, cumplió una importante tarea cientí­fica al señalar los rasgos míticos de la presentación de Jesús en los Evangelios, y con esto abrió el camino a la formación de una tendencia teológica, cuyo mayor exponente es R. Bultmann. 
Sus seguidores, sabiendo que es imposible definir el curso "histórico" de la vida de Jesús, ponen como objetivo principal de sus inves­tigaciones nuevo testaméntales, conocer y evaluar las ideas forma­das con respecto a Jesús y a sus enseñanzas en las comunidades cristianas primitivas (kerygma). Esta escuela se ha transformado en un nuevo modo de ver teológico, discutido por algunos, que ha influido mucho en la teología cristiana de nuestra época.

viernes, 24 de noviembre de 2017

114).-El vía crucis​ o viacrucis​.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 

(en latín: «camino de la cruz») es una de las devociones o prácticas de oración más extendidas entre los católicos.4​ Se realiza el Viernes Santo y refiere los diferentes momentos vividos por Jesús de Nazaret desde su prendimiento hasta su crucifixión y sepultura. La expresión se usa también comúnmente para expresar todo tipo de dificultades que se presentan en la vida cuando se quieren alcanzar ciertos objetivos.

También conocido como "estaciones de la cruz" y "vía dolorosa", se trata de un acto de piedad, un camino de oración que busca con la meditación de la pasión y muerte de Jesucristo en su camino al Calvario. El camino se representa con una serie de catorce imágenes de la Pasión, denominadas estaciones, correspondientes a incidentes particulares que, según la tradición católica, Jesús sufrió por la salvación de la humanidad basados en los relatos evangélicos y la tradición. También se llama via crucis al recorrido de cruces que señalan un camino o una ruta donde se puede realizar este ejercicio piadoso.

La costumbre es hacer un recorrido grupal que puede tener lugar dentro del templo o por las calles, deteniéndose en cada estación y rezando una oración en cada una, una lectura de algún pasaje del evangelio y también un cuento. La piedad dejó o hizo que el arte produjera obras maravillosas para representar las distintas escenas del vía crucis.​ Existen vía crucis monumentales en muchos lugares, como el vía crucis de Lorca, que finaliza en un lugar único en el mundo, el de Ortigueira, que recorre las principales calles de esta villa costera, acompañando a Jesús Nazareno, el Monte Calvario, cerro sobre el que se construyeron una serie de ermitas a comienzos del s. XVII como alternativa a los peregrinos que no pudieran desplazarse a Tierra Santa, o en Mérida. Otros vía crucis conocidos se encuentran en Lourdes, Montserrat.

Estaciones

La forma tradicional de esta práctica piadosa consta de las siguientes catorce estaciones:

Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
Segunda estación: Jesús carga la cruz
Tercera estación: Jesús cae por primera vez
Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre María.
Quinta estación: Simón el Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Sexta estación: Verónica limpia el rostro de Jesús.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres que lloran por él.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su madre María.
Decimocuarta estación: Jesús es sepultado.

Decimoquinta estación: Jesús resucita al tercer día de ser crucificado.


Reforma de Juan Pablo II

El Viernes Santo de 1991, con la autoría de Juan Pablo II, se creó un nuevo viacrucis con 15 Estaciones basadas todas ellas en momentos del Nuevo Testamento, ya que el primigenio se basa en pasajes recogidos de la Tradición cristiana, algunos recogidos en los evangelios apócrifos, entre los que se encontraban el encuentro de Jesús con María, su madre y el acto en el que la Santa Mujer Verónica le enjuga el rostro a Jesús. Este nuevo viacrucis comienza con la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní y finaliza con la sepultura de Jesús. A veces, se añade una Decimaquinta Estación dedicada a la Resurrección de Cristo. 
Fue un intento de acercar ecuménicamente a todas las confesiones cristianas, y aunque se usa alternativamente al tradicional, en ningún caso lo ha sustituido. El nuevo via crucis es:

Cristo crucificado (h. 1632), por Velázquez (Prado, Madrid).


Primera Estación: Jesús en el huerto de los Olivos.
Segunda Estación: Jesús, traicionado por Judas, es arrestado.
Tercera Estación: Jesús es condenado por el Sanedrín
Cuarta Estación: Jesús es negado por Pedro
Quinta Estación: Jesús es condenado a muerte por Pilato
Sexta Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas.
Séptima Estación: Jesús carga la cruz.
Octava Estación: Jesús es ayudado por Simón el Cirineo a llevar la cruz.
Novena Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Décima Estación: Jesús es crucificado.
Undécima Estación: Jesús promete su reino al buen ladrón.
Duodécima Estación: Jesús en cruz, su madre y el discípulo
Decimotercera Estación: Jesús muere en la cruz.
Decimocuarta Estación: Jesús es sepultado.

Decimoquinta Estación: Jesús Resucita de entre los muertos [Vigilias Pascuales].







DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

«VÍA CRUCIS»
con las Estaciones comentadas e ilustradas

.


El Vía crucis es una devoción centrada en los Misterios dolorosos de Cristo, que se meditan y contemplan caminando y deteniéndose en las estaciones que, del Pretorio al Calvario, representan los episodios más notables de la Pasión.

La difusión del ejercicio del Vía crucis ha estado muy vinculada a la Orden franciscana. Pero no fue San Francisco quien lo instituyó tal como lo conocemos, si bien el Pobrecillo de Asís acentuó y desarrolló grandemente la devoción a la humanidad de Cristo y en particular a los misterios de Belén y del Calvario, que culminaron en su experiencia mística en la estigmatización del Alverna; más aún, San Francisco compuso un Oficio de la Pasión de marcado carácter bíblico, que es como un «vía crucis franciscano», y que rezaba a diario, enmarcando cada hora en una antífona dedicada a la Virgen. En todo caso, fue la Orden francisana la que, fiel al espíritu de su fundador, propagó esta devoción, tarea en la que destacó especialmente San Leonardo de Porto Maurizio.

El Vía crucis consta de 14 estaciones, cada una de las cuales se fija en un paso o episodio de la Pasión del Señor. A veces se añade una decimaquinta, dedicada a la resurrección de Cristo. En la práctica de este ejercicio piadoso, las estaciones tienen un núcleo central, expresado en un pasaje del Evangelio o tomado de la devota tradición cristiana, que propone a la meditación y contemplación uno de los momentos importantes de la Pasión de Jesús. Puede seguirle la exposición del acontecimiento propuesto o la predicación sobre el mismo, así como la meditación silenciosa. Ese núcleo central suele ir precedido y seguido de diversas preces y oraciones, según las costumbres y tradiciones de las diferentes regiones o comunidades eclesiales. En la práctica comunitaria del Vía crucis, al principio y al final, y mientas se va de una estación a otra, suelen introducirse cantos adecuados.

Aquí ofrecemos el Vía crucis con textos e imágenes que ayuden a meditar y contemplar «los excesos del amor de Cristo». Los fieles y las comunidades sabrán escoger lo que les sea más útil en sus circunstancias y lo que mejor les ayude a seguir a Cristo, acompañando a María y acompañados de ella.

Introducción.- Para una información más amplia y profunda sobre la historia y naturaleza del Vía crucis, véase el artículo de Antonio Izquierdo, L.C.: Vía crucis de Cristo y del cristiano .



EJERCICIO DEL VÍA CRUCIS

Por la señal de la Santa Cruz... Señor mío Jesucristo...

O en su lugar:

En el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

Ofrenda a la Virgen: «Dame tu mano, María»
(Gerardo Diego)

La oración en el Huerto
(Gerardo Diego)

Oración inicial

Nosotros, cristianos, somos conscientes de que el vía crucis del Hijo de Dios no fue simplemente el camino hacia el lugar del suplicio. Creemos que cada paso del Condenado, cada gesto o palabra suya, así como lo que vieron e hicieron todos aquellos que tomaron parte en este drama, nos hablan continuamente. En su pasión y en su muerte, Cristo nos revela también la verdad sobre Dios y sobre el hombre.

Hoy queremos reflexionar con particular intensidad sobre el contenido de aquellos acontecimientos, para que nos hablen con renovado vigor a la mente y al corazón, y sean así origen de la gracia de una auténtica participación. Participar significa tener parte. Y ¿qué quiere decir tener parte en la cruz de Cristo? Quiere decir experimentar en el Espíritu Santo el amor que esconde tras de sí la cruz de Cristo. Quiere decir reconocer, a la luz de este amor, la propia cruz. Quiere decir cargarla sobre la propia espalda y, movidos cada vez más por este amor, caminar... Caminar a través de la vida, imitando a Aquel que «soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios» (Hb 12,2).

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, colma nuestros corazones con la luz de tu Espíritu Santo, para que, siguiéndote en tu último camino, sepamos cuál es el precio de nuestra redención y seamos dignos de participar en los frutos de tu pasión, muerte y resurrección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. [Juan Pablo II]

Primera Estación
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Reo es de muerte», dijeron de Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado.

San Juan el evangelista nos dice que, pocas horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo largo de todo el Vía crucis.

Cuántos temas para la reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos, negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra conversión y salvación.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Segunda Estación
JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Condenado muerte, Jesús quedó en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y, reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.

El peso de la cruz es excesivo para las mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Tercera Estación
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para seguir su camino.

Isaías había profetizado de Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y confianza buscando su ayuda y perdón.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Cuarta Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

En su camino hacia el Calvario, Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos, pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez, la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y confortados por el amor y la compasión que se transmiten.

Nos es fácil adivinar lo que padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis, porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una madre y un hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va asumiendo su misión de corredentora.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Quinta Estación
JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Jesús salió del pretorio llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto. Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que venía del campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su conversión.

El Cireneo ha venido a ser como la imagen viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda amorosa y desinteresada.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Sexta Estación
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Dice el profeta Isaías: «No tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción profética de la figura de Jesús camino del Calvario, con el rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.

Una letrilla tradicional de esta sexta estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón». Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda: «Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hacéis».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Séptima Estación
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús, empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.

Nada tiene de extraño que Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas de su postración.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Octava Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Dice el evangelista San Lucas que a Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras, que si la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya podían pensar cómo lo haría con los culpables.

Mientras muchos espectadores se divierten y lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente: la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una lección sobre el santo temor de Dios.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Novena Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes de Dios, a los que servían los planes de los hombres, y así había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del altar en que había de ser inmolado.

Jesús agota sus facultades físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre, hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber. Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad de los pecados, que hundieron a Cristo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Décima Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Ya en el Calvario y antes de crucificar a Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión, se las repartieron.

Para Jesús fue sin duda muy doloroso ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo del Hijo querido.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Undécima Estación
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

«Y lo crucificaron», dicen escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y apoyado en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte superior de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el título o causa de la condenación: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». También crucificaron con él a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

El suplicio de la cruz, además de ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!».

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Duodécima Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Desde la crucifixión hasta la muerte transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después ocurrió el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo: «Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.

A los motivos de meditación que nos ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo de sus entrañas.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimotercera Estación
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Para que los cadáveres no quedaran en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza. Después, José de Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el cuerpo sin vida de su Hijo.

Escena conmovedora, imagen de amor y de dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla, siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón acabó de atravesar el alma de la María.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimocuarta Estación
JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

José de Arimatea y Nicodemo tomaron luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo. Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y regresaron todos a Jerusalén.

Con la sepultura de Jesús el corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad. Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el sepulcro, y cuanto simbolizan.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

Decimoquinta Estación
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]

Pasado el sábado, María Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro. Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida. Entraron en el sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a un ángel que les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días. Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos los que, siendo testigos presenciales de la muerte y sepultura del Señor, después lo vieron y trataron resucitado.

En los planes salvíficos de Dios, la pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el sepulcro, sino la resurrección, en la que definitivamente la vida vence a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la nueva condición de hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jesús, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


Oremos: Señor Jesucristo, tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te acompañemos también en tu resurrección; concédenos caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

Santa Juana de Arco.-a

Santa Juana de Arcos (Domrémy, Francia, 1412 - Ruán, id., 1431) Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una familia campesina acomoda...