Los ritos litúrgicos latinos usados en las áreas de la iglesia católica donde el latín fue el lenguaje dominante fueron durante muchos siglos no menos numerosos que los ritos litúrgicos de las iglesias orientales católicas. En la actualidad su número es mucho más reducido. Posteriormente al Concilio de Trento, en 1568 y 1570, el papa Pío V suprimió los breviarios y misales que no pudieron demostrar una antigüedad de por lo menos dos siglos.
Muchos ritos locales que continuaban siendo legítimos incluso después de este decreto fueron voluntariamente abandonados, especialmente en el siglo XIX. La mayoría de las órdenes religiosas que aún mantenían un rito propio decidieron, en la segunda mitad del siglo XX, adoptar el rito romano reformado tal como se revisó de acuerdo con los decretos del Concilio Vaticano II. Unos pocos ritos litúrgicos latinos persisten hoy día para la celebración de la misa en forma revisada desde 1965-1970, pero los ritos litúrgicos específicos para celebrar los demás sacramentos han sido prácticamente abandonados.
Ritos litúrgicos actualmente en uso en la Iglesia católica de rito latino
Rito romano
El rito romano es por mucho el más ampliamente usado. Como los demás ritos litúrgicos, se desarrolló con el tiempo, con las nuevas formas sustituyendo las antiguas. Pasó por muchos cambios en el primer milenio y medio de existencia (ahora llamadas "misas pretridentinas"). La forma establecida por Pío V siguiendo lo solicitado por el Concilio de Trento y establecida entre 1560 y 1570, continuó con mínimas variaciones en los siglos posteriores. Cada edición típica nueva (la edición a la cual las otras impresiones deben adaptarse) del misal romano (ver misa tridentina) y de los otros libros litúrgicos derogaba la anterior.
Fue en el siglo XX cuando hubo cambios más profundos. El papa Pío X modificó radicalmente el salterio del breviario y alteró las rúbricas de la misa. Los papas posteriores continuaron con los cambios, empezando con Pío XII, quien revisó las ceremonias de semana santa y ciertos aspectos del misal romano en 1955.
El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue seguido por una revisión general de los rituales de todos los sacramentos, incluyendo la eucaristía. Como antes, cada nueva edición típica de un libro litúrgico oficial derogaba la anterior. Así pues, el misal romano de 1970, que derogó la edición de 1962, fue derogado por la de 1975. La edición 2002, a su vez, deroga la edición de 1975 tanto en latín, como en las traducciones oficiales que aparece y en las lenguas vernáculas. La misa de Pablo VI es actualmente la forma ordinaria del Rito Romano, pero bajo los términos del motu proprio Summorum Pontificum del papa Benedicto XVI la forma de la misa tridentina en la edición 1962 del misal romano está autorizada como forma extraordinaria del mismo rito.
Uso de Zaire
El uso de Zaire o rito congoleño es una variación inculturada del la forma ordinaria del rito romano usada de forma muy limitada en algunos países africanos desde finales de la década de 1970.
Uso Anglicano
Este uso, durante la liturgia de la eucaristía, especialmente la oración eucarística, es muy parecido al rito romano, mientras que es muy diferente durante la liturgia de la palabra y el rito penitencial. El lenguaje utilizado, que difiere del usado por la traducción de la Comisión Internacional sobre el Inglés Litúrgico, más extendida, está basado en el Libro de Oración Común, escrito originalmente en el siglo XVI. La mayoría de las parroquias usan el Libro de Alabanza Divina, el cual es una adaptación del anterior.
El uso anglicano está permitido por una instrucción pastoral de 1980 y solo está permitido en unas cuantas parroquias de los Estados Unidos, las cuales abandonaron la iglesia episcopal. La misma Instrucción permite también la ordenación de antiguos ministros episcopalianos casados como sacerdotes católicos.
Ritos occidentales
Rito ambrosiano
El rito ambrosiano es celebrado en la mayor parte de la arquidiócesis de Milán, Italia y en partes de algunas diócesis colindantes en Italia y Suiza. El idioma actualmente utilizado suele ser el italiano. Es similar al rito romano, con algunas variantes en los textos y una ligera diferencia en el orden de las lecturas.
Rito de Braga
El rito bracarense es usado, de forma opcional desde el 18 de noviembre de 1971 en la arquidiócesis de Braga al norte de Portugal
Rito mozárabe
La liturgia hispánica, también llamada rito mozárabe o visigótico, fue el prevalente a lo largo de España en tiempos de los visigodos, ahora es celebrado en contadas ocasiones, principalmente en la catedral de Toledo.
Rito cartujo
El rito cartujo está en uso bajo una versión revisada en 1981. Aparte de los nuevos elementos en esta revisión, es fundamentalmente el rito de Grenoble del Siglo XII con algunas añadiduras de varias fuentes. Es actualmente el único rito de la Misa ordinario existente de una orden religiosa; pero por virtud del indulto Ecclesia Dei, alguno individuos o pequeños grupos están autorizados a usar algunos ritos hoy ya no usados.
Ritos occidentales católicos en desuso.
Rito africano
Este rito fue usado, antes de la conquista árabe del siglo VIII, en el norte de África, en particular en la provincia romana de África, la cual corresponde al actual Túnez, de la cual Cartago era su capital. Es muy similar al Rito romano, tanto así que las tradiciones litúrgicas occidentales han sido clasificadas como pertenecientes a dos corrientes, la tradición Norte Africana-Romana y la tradición Galicana (en el sentido amplio), comprendiendo ésta al resto del Imperio Romano de Occidente, incluyendo el norte de Italia.
Rito celta
El antiguo uso celta fue un compuesto de estructuras rituales no-romanas (posiblemente antioquenas) y textos no exentos de influencia romana, que era similar al rito mozárabe en muchos aspectos y habría sido usado por lo menos en algunas partes de Irlanda, Escocia, la parte norte de Inglaterra y tal vez incluso en Gales, Cornwall y Somerset, antes de haber sido ordenado su reemplazo por el rito romano en la Alta Edad Media.
El calificativo "celta" es probablemente un término equivocado y puede deberle su origen a la re-evangelización de las Islas Británicas por parte de Agustín de Canterbury en el Siglo VI. Se sabe poco de él, a pesar de que sobreviven varios textos litúrgicos.
El calificativo "celta" es probablemente un término equivocado y puede deberle su origen a la re-evangelización de las Islas Británicas por parte de Agustín de Canterbury en el Siglo VI. Se sabe poco de él, a pesar de que sobreviven varios textos litúrgicos.
Rito galicano
El rito galicano es un término retrospectivo aplicado a la suma de las variantes locales, en líneas similares a los arriba designados (como el rito celta o el hispánico), los cuales cayeron en desuso en Francia a finales del primer milenio. No deben ser confundidos con los llamados libros litúrgicos Neo Galicanos publicados en varias diócesis francesas luego del Concilio de Trento, los cuales tienen muy poco o nada que ver con él.
Entre los ritos occidentales diversos del romano, está el llamado «rito galicano». Fue propio de las iglesias de Francia desde el s.V al IX aproximadamente.
Origen. Aunque los comienzos de esta liturgia resulten todavía muy oscuros para los historiadores, parece lo más probable que «en la base existe un sustrato fundamental con la liturgia romana, derivado de ella y resto lejano del núcleo litúrgico primitivo» (M. Righetti, Historia de la Liturgia, I, Madrid 1955, 140). Pero muy variados factores determinan poco a poco su diferenciación. Por una parte, la situación política en que se encontraron aquellas poblaciones gálico-romanas durante la dominación de los francos , sin apenas contacto con la antigua metrópoli; y más tarde el empuje dado al cristianismo por los reyes cristianos de la dinastía merovingia, no exento de ciertos tintes nacionalistas. Por otra parte, en este s. v se fue acentuando la revolución cultural iniciada ya en el siglo anterior, con los continuos viajes, las peregrinaciones a Tierra Santa, el intercambio de obispos y monjes, occidentales unos, que permanecían por largo tiempo en Oriente admirando y aprendiendo entre otras cosas el esplendoroso culto de aquellas iglesias; orientales otros, que venían a establecerse en Occidente y trataban de incorporar a la liturgia occidental cuanto de bueno y edificante habían vivido en sus iglesias de Oriente.
De ahí, el hacerse paulatino de una liturgia autóctona, cuyas características pudieran ser, en consonancia con el genio de la raza, la ampulosidad de sus ritos, el vuelo lírico de sus fórmulas, la delicada expresión del sentimiento popular, tan distante ya de la sobriedad exquisita de la liturgia romana. De ahí también las claras influencias orientales que adornan el rito galicano, fenómeno perfectamente explicable en una época tan hondamente impresionable, con su lógico sentido de adaptación y de imitación.
Decadencia. Sin embargo, la liturgia galicana no duró mucho; llevaba dentro de sí aquellos elementos disgregadores que la arrastrarían a su disolución. Si el rito milanés ambrosiano (v.) logró sobrevivir a la romanización del culto, se debió en buena parte a la autoridad y prestigio de la sede metropolitana, y a la veneración por el que creían entonces fundador de este rito, S. Ambrosio. Pero en la Galia merovingia reinó una amplísima libertad, que llevó la variedad ritual demasiado lejos, hasta convertirse en pura anarquía. Faltaba la autoridad de un Obispo y de una sede que centralizara de algún modo la ordenación de la liturgia, y ni los esfuerzos realizados por los concilios provinciales de la época en pro de una mayor unidad consiguieron su intento.
Semejante inestabilidad y desconcierto no hizo sino acelerar el trance de decadencia. A su vez, los Romanos Pontífices no cejaron en su empeño de una mayor unidad litúrgica en torno al rito romano. Así, S. Bonifacio, aconsejado por el papa Zacarías, trabajó por desenraizar ciertas intromisiones galicanas en el rito romano de los países germánicos, lo cual no dejó de impresionar a los pueblos francos. Se aprecia ya una fuerte romanización en los libros litúrgicos galicanos que hoy conocemos: Missale Gallicanum vetus, Missale Gothicum, Missale Francorum. Todavía más significativa es la presencia del Sacramentario Gelasiano (s. VII), importantísimo libro litúrgico de la iglesia de Roma, escrito en Francia con no pocos usos galicanos ya. Tan implantado estaba en las diócesis galas, que fueron apareciendo a continuación diversas adaptaciones, como el Gelasiano de San Galo 348, el de Angulema, el de Gallone, etc.
El proceso de romanización coronó su última etapa durante el reinado carolingio. El esplendor de la liturgia y canto de la iglesia de Roma, desplegado en París por el papa Esteban 11 cuando vino a la coronación de Pipino el Breve (a. 754), entusiasmó a los francos. El mismo Pipino comenzó introduciendo el canto gregoriano en la liturgia galicana, según testimonio de su hijo Carlomagno, para terminar incorporando el Sacramentario Gregoriano, con la ayuda de su tío, el obispo de Metz. Finalmente, Carlomagno consumó la obra de su padre con facilidad, hasta el punto de que, pocos años después de su muerte, solamente quedaban algunos misales galicanos arrinconados en los archivos y en estado calamitoso.
La Misa galicana. Mientras el celebrante y clero hacen su ingreso, se entona una antífona con salmo, similar al canto de entrada romano. El celebrante saluda al pueblo con «El Señor esté siempre con vosotros» y se canta el Trisagio en griego y latín, al que sigue el canto de la Prophetia o del Benedictus. Termina este rito de entrada con la collectio post prophetiam, precedida de una invitación a la plegaria de los fieles o praefatio.
Tres son las lecturas de la Misa galicana: la primera, tomada del A. T.; la segunda, del Apóstol (Hechos y Epístolas), seguida del Cántico de los tres jóvenes; la lectura evangélica va precedida de una solemne procesión y seguida del Trisagio, nuevamente. El celebrante hace luego la explicación homilética de los textos leídos.
Termina esta liturgia de la Palabra con unas preces litánicas, que dirige el diácono, de marcado sello oriental. En el Misal de Stowe se conserva un formulario de estas preces:
Entre los ritos occidentales diversos del romano, está el llamado «rito galicano». Fue propio de las iglesias de Francia desde el s.V al IX aproximadamente.
Origen. Aunque los comienzos de esta liturgia resulten todavía muy oscuros para los historiadores, parece lo más probable que «en la base existe un sustrato fundamental con la liturgia romana, derivado de ella y resto lejano del núcleo litúrgico primitivo» (M. Righetti, Historia de la Liturgia, I, Madrid 1955, 140). Pero muy variados factores determinan poco a poco su diferenciación. Por una parte, la situación política en que se encontraron aquellas poblaciones gálico-romanas durante la dominación de los francos , sin apenas contacto con la antigua metrópoli; y más tarde el empuje dado al cristianismo por los reyes cristianos de la dinastía merovingia, no exento de ciertos tintes nacionalistas. Por otra parte, en este s. v se fue acentuando la revolución cultural iniciada ya en el siglo anterior, con los continuos viajes, las peregrinaciones a Tierra Santa, el intercambio de obispos y monjes, occidentales unos, que permanecían por largo tiempo en Oriente admirando y aprendiendo entre otras cosas el esplendoroso culto de aquellas iglesias; orientales otros, que venían a establecerse en Occidente y trataban de incorporar a la liturgia occidental cuanto de bueno y edificante habían vivido en sus iglesias de Oriente.
De ahí, el hacerse paulatino de una liturgia autóctona, cuyas características pudieran ser, en consonancia con el genio de la raza, la ampulosidad de sus ritos, el vuelo lírico de sus fórmulas, la delicada expresión del sentimiento popular, tan distante ya de la sobriedad exquisita de la liturgia romana. De ahí también las claras influencias orientales que adornan el rito galicano, fenómeno perfectamente explicable en una época tan hondamente impresionable, con su lógico sentido de adaptación y de imitación.
Decadencia. Sin embargo, la liturgia galicana no duró mucho; llevaba dentro de sí aquellos elementos disgregadores que la arrastrarían a su disolución. Si el rito milanés ambrosiano (v.) logró sobrevivir a la romanización del culto, se debió en buena parte a la autoridad y prestigio de la sede metropolitana, y a la veneración por el que creían entonces fundador de este rito, S. Ambrosio. Pero en la Galia merovingia reinó una amplísima libertad, que llevó la variedad ritual demasiado lejos, hasta convertirse en pura anarquía. Faltaba la autoridad de un Obispo y de una sede que centralizara de algún modo la ordenación de la liturgia, y ni los esfuerzos realizados por los concilios provinciales de la época en pro de una mayor unidad consiguieron su intento.
Semejante inestabilidad y desconcierto no hizo sino acelerar el trance de decadencia. A su vez, los Romanos Pontífices no cejaron en su empeño de una mayor unidad litúrgica en torno al rito romano. Así, S. Bonifacio, aconsejado por el papa Zacarías, trabajó por desenraizar ciertas intromisiones galicanas en el rito romano de los países germánicos, lo cual no dejó de impresionar a los pueblos francos. Se aprecia ya una fuerte romanización en los libros litúrgicos galicanos que hoy conocemos: Missale Gallicanum vetus, Missale Gothicum, Missale Francorum. Todavía más significativa es la presencia del Sacramentario Gelasiano (s. VII), importantísimo libro litúrgico de la iglesia de Roma, escrito en Francia con no pocos usos galicanos ya. Tan implantado estaba en las diócesis galas, que fueron apareciendo a continuación diversas adaptaciones, como el Gelasiano de San Galo 348, el de Angulema, el de Gallone, etc.
El proceso de romanización coronó su última etapa durante el reinado carolingio. El esplendor de la liturgia y canto de la iglesia de Roma, desplegado en París por el papa Esteban 11 cuando vino a la coronación de Pipino el Breve (a. 754), entusiasmó a los francos. El mismo Pipino comenzó introduciendo el canto gregoriano en la liturgia galicana, según testimonio de su hijo Carlomagno, para terminar incorporando el Sacramentario Gregoriano, con la ayuda de su tío, el obispo de Metz. Finalmente, Carlomagno consumó la obra de su padre con facilidad, hasta el punto de que, pocos años después de su muerte, solamente quedaban algunos misales galicanos arrinconados en los archivos y en estado calamitoso.
La Misa galicana. Mientras el celebrante y clero hacen su ingreso, se entona una antífona con salmo, similar al canto de entrada romano. El celebrante saluda al pueblo con «El Señor esté siempre con vosotros» y se canta el Trisagio en griego y latín, al que sigue el canto de la Prophetia o del Benedictus. Termina este rito de entrada con la collectio post prophetiam, precedida de una invitación a la plegaria de los fieles o praefatio.
Tres son las lecturas de la Misa galicana: la primera, tomada del A. T.; la segunda, del Apóstol (Hechos y Epístolas), seguida del Cántico de los tres jóvenes; la lectura evangélica va precedida de una solemne procesión y seguida del Trisagio, nuevamente. El celebrante hace luego la explicación homilética de los textos leídos.
Termina esta liturgia de la Palabra con unas preces litánicas, que dirige el diácono, de marcado sello oriental. En el Misal de Stowe se conserva un formulario de estas preces:
«Digamos todos de corazón: Señor, escúchanos y ten misericordia de nosotros...»; con la collectio post precem, el celebrante cierra esta oración.
La liturgia del sacrificio se abre con la procesión solemne de ofrendas: se llevaba al altar el pan encerrado en una caja en forma de torre y el vino en el cáliz, cubierto todo con velos, mientras el pueblo cantaba el sonus, canto procesional de ofertorio, análogo al bizantino Himno de los Querubines. Depositadas las ofrendas sobre el altar, se cantan las Laudes o triple Aleluya, se leen los dípticos con los nombres de vivos y difuntos que se conmemoran, juntamente con la memoria de los santos, y el celebrante recita la collectio post nomina. El rito termina con el beso de paz, a la vez que se recita la collectio post pacem.
La oración eucarística se inicia con la contestatio o immolatio correspondiente al prefacio romano, y de fórmula más extensa. Canta el pueblo el Sanctus, y sigue una breve oración de transición Post Sanctus, que conecta con la consagración. Después de la consagración tiene gran relieve la oración llamada Post pridie, dado su carácter de anámnesis y epiclesis conjuntamente. En el rito de la fracción del pan, las partículas se ponen en forma de cruz y se entona un canto llamado Confractorium. El Pater noster es recitado por celebrante y pueblo, a la manera oriental. Precede a la comunión una bendición del obispo a los fieles, para que se acerquen justificados al cáliz de bendición; a los sacerdotes se les permite dar la bendición también, pero con fórmula más breve; era un rito entrañable para el pueblo, que continuó usándose en las diócesis galas, aun después de abolido el rito galicano. La comunión se recibía en el altar; los hombres, sobre la palma de la mano descubierta; las mujeres, en la mano cubierta con un pañuelo; se comulga también del cáliz del Señor. Mientras tanto, se canta la antífona fija Trecanum. Sigue la oración poscomunión. Y termina la Misa con estas palabras: Missa acta est. In pace!
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