Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


lunes, 29 de febrero de 2016

51).-Hildegarda de Bingen, Santa Doctora de la Iglesia.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 



Escultura que representa a Santa Hildegarda, en la iglesia parroquial que lleva su nombre, en Eibingen (Alemania). De artista desconocido, la obra incorpora bellamente los símbolos con que se la identifica: cruz pectoral, pluma, y libro.

Santa Hildegarda de Bingen O.S.B. (en alemán: Hildegard von Bingen; Bermersheim vor der Höhe, distrito de Alzey-Worms, Renania-Palatinado, Alemania, 16 de septiembre de 1098-Monasterio de Rupertsberg, Bingen, Rheinhessen, Renania-Palatinado, Alemania, 17 de septiembre de 1179) fue una abadesa, líder monacal, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana. Es conocida como la sibila del Rin y como la profetisa teutónica. El 7 de octubre de 2012 el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia junto a san Juan de Ávila durante la misa de apertura de la XIII Asamblea general ordinaria del sínodo de los obispos.
Considerada por los especialistas actuales como una de las personalidades más fascinantes y polifacéticas del Occidente europeo, se la definió entre las mujeres más influyentes de la Baja Edad Media,​ entre las figuras más ilustres del monacato femenino y quizá la que mejor ejemplificó el ideal benedictino,3​ dotada de una cultura fuera de lo común, comprometida también en la reforma de la Iglesia,​ y una de las escritoras de mayor producción de su tiempo.​ En expresión de Victoria Cirlot:


«[...] atravesando el muro de los tiempos han quedado sus palabras, incluso su sonido, y las imágenes de sus visiones


Martirologio Romano: En el monasterio de monte San Ruperto (hoy Rupertsberg), cerca de Bingen, en Hesse, santa Hildegardis, virgen, que expuso y describió piadosamente en libros sus conocimientos experimentales, tanto sobre ciencias naturales, médicas y musicales, como de contemplación mística († 1179)

Etimología : Hildegarda = guerrera vigilante. Viene de la lengua alemana.

Fecha de canonización: Su culto fue ratificado por el Papa Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012.

 Biografía

Nacida en Böckelheim sobre el Nahe en el año 1098; muerta en Rupertsberg cerca a Bingen en el 1179; su fiesta se celebra el 17 de septiembre.
Es desconocido el apellido de la familia de esta gran vidente y profetiza, llamada la Sibila del Rin. Los primeros biógrafos dan a sus padres los nombres de Hildeberto y Matilde (o Matilda), hablan de su nobleza y opulencia, pero no dan ningún detalle de sus vidas. Escritores posteriores la llaman Santa Hildegarda de Böckelheim, de Rupertsberg, o de Bingen.
Las leyendas la harían una Condesa de Spanheim. J. May (Katholik. XXXVII, 143) muestra mediante cartas y otros documentos que ella probablemente pertenecía a la familia ilustre de Stein cuyos descendientes son los actuales Príncipes de Salm. Su padre era un soldado al servicio de Meginhard, Conde de Spanheim.
Hildegarda fue una niña débil y enfermiza, y en consecuencia no recibió más que una poca educación en su hogar. Sus padres, a pesar de estar muy comprometidos en ocupaciones del mundo, tenían una inclinación religiosa y habían prometido a la niña para el servicio de Dios. A la edad de ocho años fue puesta bajo el cuidado de Juta, hermana del Conde Meginhard, que vivía como monja en el Disenberg (o Disibodenberg, la Montaña de San Disibod) en la Diócesis de Speyer. Tampoco aquí le fue dada a Hildegarda más que una mínima instrucción dado que era muy afligida por la enfermedad, estando con frecuencia escasamente capaz de caminar y a menudo privada incluso del uso de sus ojos. Se le enseño a leer y a cantar los salmos en Latín, lo suficiente para el canto del Oficio Divino, pero nunca aprendió a escribir.

Más adelante fue investida con el hábito de San Benito e hizo su profesión religiosa. Juta murió en el año 1136, e Hildegarda fue designada superiora.

Numerosas aspirantes se unieron a la comunidad y ella decidió irse a otra localidad, impelida además, como ella dice, por un mandato Divino. Escogió Rupertsberg cerca de Bingen en la orilla izquierda del Rin, aproximadamente a quince millas (unos 24 kilómetros) de Disenberg. Tras superar muchas dificultades y obtener el permiso del señor del lugar, el Conde Bernardo de Hildesheim, se estableció en su nuevo hogar con dieciocho hermanas en el 1147 o 1148 (1149 o 1150 según Delehaye). Probablemente en el 1165 fundó otro convento en Eibingen en el lado derecho del Rin dónde una comunidad ya había sido establecida en 1148, el cual, sin embargo, no tuvo éxito.
La vida de Hildegarda como niña, religiosa, y superiora fue extraordinaria. Pasando mucho tiempo sola a causa de su frágil salud, desarrollo una vida interior, intentando hacer uso de todo para su propia santificación. Desde sus primeros años fue favorecida con visiones. Ella dice de sí misma:

Hasta mi decimoquinto año vi mucho, y relaté algunas de las cosas vistas a otros, quienes inquirían con asombro, de donde podrían venir tales cosas. Yo también me preguntaba y durante mi enfermedad le pregunté a una de mis enfermeras si también veía cosas similares. Cuando contestó que no, un gran temor me poseyó. Frecuentemente, en mi conversación, relataba cosas del futuro, las cuales yo veía como si fueran del presente, pero, notando el asombro de mis oyentes, me volví más reservada.

Esta situación continuó hasta el fin de su vida. Juta había notado sus dones y se los había hecho conocidos a un monje de la abadía vecina, pero, al parecer, no se hizo nada en el momento. Cuando tenía aproximadamente cuarenta años de edad, Hildegarda recibió un mandato de divulgar al mundo lo que ella veía y oía. Ella dudó, temerosa de lo qué las personas podrían pensar o decir, a pesar de que estaba plenamente convencida del carácter Divino de las revelaciones. Pero, continuamente urgida, reprendida, y amenazada por la voz interior, manifestó todo a su director espiritual, y a través de él al abad bajo cuya jurisdicción estaba puesta su comunidad. Entonces se le ordeno a un monje que pusiera por escrito cualquier cosa que ella relatara; algunas de sus monjas también la ayudaban con frecuencia. Los escritos fueron sometidos al obispo (Enrique, 1145-53) y al clero de Mainz (Maguncia) que los declaro como provenientes de Dios.

La cuestión fue llevada también a conocimiento de Eugenio II (1145-53) quién estaba en Trier (Tréveris) en el 1147. Albero de Cluny, Obispo de Verdun, fue comisionado para investigar e hizo un informe favorable. Hildegarda continuó sus escritos. Muchedumbres de personas se congregaron en torno a ella, provenientes de los alrededores y de todas partes de Alemania y la Galia, para escuchar palabras de sabiduría de sus labios, y para recibir consejo y ayuda en las dolencias corporales y espirituales.
Estos no provenían solo de entre la gente vulgar sino que también hombres y mujeres notables de la Iglesia y del Estado eran llevados por las noticias de su sabiduría y santidad. Así por ejemplo, leemos que el Arzobispo Enrique de Mainz (Maguncia), el Arzobispo Eberhard de Salzburgo y el Abad Luis de San Eucario en Trier (Tréveris), le hicieron visitas. Santa Isabel de Schönau era amiga íntima suya y frecuente visitante. Tritemio en su "Crónica" habla de una visita de San Bernardo de Claraval, pero esto probablemente no sea correcto. No sólo en su casa da consejo, sino también en el extranjero. Muchas personas de todos los estados de vida le escribían y recibían respuesta, por lo que su correspondencia es bastante extensa. Su gran amor por la Iglesia y sus intereses la llevo a hacer muchas jornadas; visitaba a intervalos las casas de Disenberg y Eibingen; por una invitación vino a Ingelheim a ver al Emperador Federico; viajó a Würzburg, Bamberg, y la vecindad de Ulm, Cologne (Colonia), Werden, Trier (Tréveris), y Metz. No es verdad, sin embargo, que halla visto París o la tumba de San Martín en Tours.

En el último año de su vida Hildegarda tuvo que atravesar una prueba muy dura. En el cementerio adyacente a su convento fue enterrado un joven que había estado una vez bajo excomunión. Las autoridades eclesiásticas de Mainz (Maguncia) exigieron que hiciera sacar el cuerpo. Ella no se consideró obligada a obedecer dado que el joven había recibido los santos oleos y se supone que estaba por consiguiente reconciliado con la Iglesia. Una sentencia de entredicho fue puesta sobre su convento por el capítulo de (Mainz) Maguncia, la sentencia fue confirmada por el obispo Christian (V) Buch que en ese momento se encontraba en Italia. Tras mucha preocupación y correspondencia logro que el entredicho fuera levantado. Murió de santa muerte y fue enterrada en la iglesia de Rupertsberg.

Legado


Hildegarda fue grandemente venerada en vida y después de su muerte. Su biógrafo, Teodorico, la llama santa, y de muchos milagros se dice haber sido hechos a través de su intercesión. Gregorio IX (1227-41) e Inocencio IV (1243-54) ordenaron un proceso de investigación el cual fue repetido por Clemente V (1305-14) y por Juan XXII (1316-34). Ninguna canonización formal había tenido lugar, por ello y para disipar dudas, el Papa Benedicto XVI extendió su culto a toda la Iglesia el 7 de mayo de 2012, pero su nombre está en el Martirologio Romano y su fiesta es famosa en las Diócesis de Speyer, Mainz (Maguncia), Trier (Tréveris), y Limburg, también en la Abadía de Solesmes dónde un oficio propio es cantado (Brev. Monast. Tornac., 18 Sept.).

 Cuando el convento de Rupertsberg fue destruido en 1632 las reliquias de la santa fueron llevadas a Colonia y más tarde a Eibingen. En la secularización de este convento, fueron colocadas en la iglesia parroquial del lugar. En 1857 un reconocimiento oficial fue hecho por el Obispo de Limburg y las reliquias fueron puestas en un altar especialmente construido. En esta ocasión el pueblo de Eibingen la escogió como patrona. El 2 de julio del 1900, fue puesta aquí la piedra angular para el nuevo convento de Santa Hildegarda. El trabajo fue comenzado y completado a través de la munificencia del Príncipe Karl de Löwenstein, y las monjas Benedictinas de San Gabriel en Praga entraron a la nueva casa (17 Sept., 1904).

Todos los manuscritos encontrados en el convento en Eibingen fueron transferidos en 1814 a la biblioteca estatal en Wiesbaden. De esta colección el primero y mayor trabajo de Santa Hildegarda es el "Scivias" (Scire o vias Domini, o vias lucis), parte del cual había sido presentado al Arzobispo de Mainz (Maguncia). Ella lo comenzó en 1141 y trabajó en él durante diez años. Es una producción extraordinaria y difícil de entender, todo el profético y admonitorio al estilo de Ezequiel y el Apocalipsis.

En la introducción ella habla de sí misma y describe la naturaleza de sus visiones. Siguen tres libros, el primero contiene seis visiones; el segundo da siete visiones y tiene alrededor del doble el tamaño del primero; el tercero, igual en tamaño a los otros dos juntos, tiene trece visiones. El "Scivias" representa a Dios en Su Santa Montaña con la humanidad en la base; narra la condición original del hombre, su caída y redención, el alma humana y sus luchas, el Santo Sacrificio de la Misa, los tiempos por venir, el hijo de perdición y el fin del mundo.
Las visiones se entremezclan con admoniciones saludables a vivir en el temor del Señor. Los manuscritos del "Scivias" están también en Cues y en Oxford. Fue impreso por primera vez en París (1513) en un libro que contiene además los escritos de varias otras personas. Fue impreso de nuevo en Colonia en 1628, y fue reproducido por Migne, PL 197. El "Liber vitae meritorum" escrito entre 1158 y 1163, es una descripción pintoresca de la vida de un Cristiano virtuoso y de su contrario. Fue impreso por primera vez por Pitra, "Analecta Sacra", VIII (Monte Cassino, 1882).

 El "Liber divinorum operum" (1163-70) es una contemplación de toda la naturaleza a la luz de fe. El sol, la luna, y las estrellas, los planetas, los vientos, los animales, y el hombre, son en sus visiones expresión de algo sobrenatural y espiritual, y como ellos vienen de Dios deben conducir a Él (Migne, el loc. cit.). Mansi, en "Baluzii Missell". (Lucca, 1761), II, 337, lo toma de un manuscrito perdido desde entonces. 
Su "Carta a los Prelados de Mainz (Maguncia)" con respecto al entredicho puesto sobre su convento es colocada aquí entre sus trabajos por el manuscrito de Wiesbaden; en otros manuscritos está ubicado entre sus cartas.

El manuscrito de Wiesbaden le anexa nueve pequeños ensayos: 
Sobre la Creación y la caída del hombre; el trato de Dios a los renegados; sobre el sacerdocio y la Santa Eucaristía; sobre la unión entre Cristo y la Iglesia; sobre la Creación y la Redención; sobre los deberes de los jueces seculares; sobre las alabanzas a Dios con oraciones entremezcladas.

 "Liber Epistolarum et Orationum"; el manuscrito de Wiesbaden contiene las cartas de y para Eugenio III, Anastasio V, Adrian IV, y Alejandro III, El Rey Conrad III, el Emperador Federico, San Bernardo, diez arzobispos, nueve obispos, cuarenta y nueve abades y prebostes de monasterios o capítulos, veintitrés abadesas, muchos sacerdotes, maestros, monjes, monjas, y comunidades religiosas (P. L., loc. cit.). Pitra pone muchas adiciones; L. Clarus las editó en una traducción alemana (Ratisbon, 1854).

 "Vita S. Disibodi" y "Vita S. Ruperti"; éstos "Vitae", los cuales además Hildegarda declara ser revelaciones, fueron probablemente producto de las tradiciones locales y siendo, sobre todo la de San Ruperto, de fuentes muy exiguas; tienen sólo valor de legenda. 

 "Expositio Evangeliorum" cincuenta homilías en alegoría (Pitra, el loc. cit.). "Lingua Ignota"; el manuscrito, en once folios con una lista de novecientas palabras de un idioma desconocido, principalmente sustantivos y sólo unos pocos adjetivos, una explicación en latín, y en algunos casos en alemán, junto con un alfabeto desconocido de veintitrés letras impreso por Pitra. 

Una colección de setenta himnos y sus melodías. Un manuscrito de esto está también en Afflighem, impreso por Roth (Wiesbaden, 1880) y por Pitra. No sólo en este trabajo, sino en otros lugares Hildegarda exhibe elevados dotes poéticos, transfigurados por su persuasión íntima de una misión Divina. "Liber Simplicis Medicinae" y "Liber Compositae Medicinae"; el primero fue editado en 1533 por Schott en Strasburgo como "Physica S Hildegardis",

 El Dr. Jessen (1858) encontró un manuscrito de este en la biblioteca de Wolfenbuttel. Consiste de nueve libros que tratan de las plantas, de los elementos, de los árboles, de las piedras, de los peces, de los pájaros, de los cuadrúpedos, de los reptiles, de los metales, impresos por Migne como "Subtilitatum Diversarum Naturarum Libri Novem."

En I859, Jessen logró obtener de Copenhague un manuscrito titulado "Hildegardis Curae et Causae", y examinándolo comprobó satisfecho que era el segundo trabajo médico de la santa. Consiste en cinco libros y tratados de las divisiones generales de las cosas creadas, del cuerpo humano y de sus dolencias, de las causas, síntomas, y tratamiento de enfermedades.

 "38 Solutiones Quaestionum" son las respuestas a preguntas propuestas por los monjes de Villars a través de Gilberto de Gembloux sobre varios textos de la Escritura (P. L., loc. el cit.). "Explanatio Regulae S. Benedicti", también declarado revelación, exhibe la regla tal como la entendía y aplicaba en esos días por un superior inteligente y moderado. "Explanatio Symboli S. Athanasii", una exhortación dirigida a sus hermanas en religión. 

El "Revelatio Hildegardis de Fratribus Quatuor Ordinum Mendicantium", y las otras profecías contra los Mendicantes, etc., son falsificaciones. El "Speculum futurorum temporum" es una adaptación libre de textos escogidos de sus escritos hecha por Gebeno, prior de Eberbach (Pentachronicon, 1220). 
Algunos impugnarán la autenticidad de sus escritos, entre otros Preger en su "Gesch. der deutchen Mystik", 1874, pero sin razones suficientes. (Ver Hauck en "Kirchengesch. Deutschl", IV,398 sqq). Su correspondencia es para ser leída con cautela; tres cartas de papas han sido probadas falsas por Von Winterfeld en "Neue Archiv", XXVII, 297.

La primera biografía de Santa Hildegarda fue escrita por los monjes contemporáneos Godofredo y Teodorico. Guilberto de Gembloux comenzó otra.
El 7 de octubre de 2012 su nombre fue agregado a la lista de Doctores de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI.

Muerte y veneración

E 17 de septiembre de 1179, a los 81 años de edad murió Hildegarda. Las crónicas hagiográficas cuentan que a la hora de su muerte aparecieron dos arcos muy brillantes y de diferentes colores que formaban una cruz en el cielo.40​

Entre 1180 y 1190 el monje Teoderico de Echternach escribió la Vita (Vida) de Hildegarda, recogiendo pasajes autobiográficos que la monja había dejado y contado. Gregorio IX abrió el proceso de canonización en 1227, aunque no se concluyó. Fue reabierto por Inocencio IV en 1244, sin que tampoco en esta ocasión se llegase a concluir. Sin embargo, debido a la difusión de su culto se la inscribió en el Martirologio romano,nota 8​ incluyéndose además su nombre en algunas letanías; se extrajeron reliquias de su sepulcro; se celebró su fiesta litúrgica; se le atribuyeron milagros y sus representaciones pictóricas y escultóricas comenzaron a ser objeto de veneración.



Reliquias de Hildegarda de Bingen en la Iglesia de Eibingen.

Sus reliquias fueron conservadas en el convento de Rupertsberg hasta la destrucción de éste en 1632, durante la Guerra de los Treinta Años. Entonces fueron llevadas a Colonia y después a Ebingen donde se depositaron en la iglesia parroquial donde aún reposan.
En 1940 se aprobó oficialmente su celebración para las iglesias locales. Con motivo del 800 aniversario de su muerte, Juan Pablo II se refirió a ella como profetisa y santa.​ De la misma manera, en 2006, el papa Benedicto XVI también se refirió a Hildegarda como santa y la encomió como una de las grandes mujeres de la cristiandad junto con Catalina de Siena, Teresa de Ávila y la madre Teresa de Calcuta.
En el año 2010 el papa Benedicto XVI dedicó a Hildegarda las Audiencias Generales del 1 y 8 de septiembre, dentro del marco de una serie de catequesis sobre escritores cristianos, siendo la primera mujer presentada en estas catequesis; recordó, entre otras cosas, que los contemporáneos de Hildegarda la consideraron con el título de "profetisa teutónica" y puntualizó el valor teológico de sus escritos y enseñanzas.44​45​
En diciembre de 2011, el papa Benedicto XVI anunció su decisión de otorgar a santa Hildegarda el título de "Doctora de la Iglesia".​ El 10 de mayo de 2012 procedió a inscribirla en el catálogo de los santos y extender su culto litúrgico a la Iglesia universal, en una "canonización equivalente". El 27 de mayo de 2012 durante el rezo del Regina Caeli del día de Pentecostés, el papa determinó la fecha para la proclamación como Doctora.​ El 7 de octubre de 2012, durante la misa de apertura del Sínodo de los obispos en la Basílica de San Pedro en Roma, se realizó la proclamación oficial por el cual se le concedió el título de Doctora para la Iglesia Universal junto con san Juan de Ávila por el papa Benedicto XVI.​
Hildegarda también es venerada por algunas de las Iglesias que conforman la Comunión anglicana, entre ellas la Iglesia de Inglaterra y la Iglesia episcopal escocesa.​ Tanto en la Iglesia católica como en la Comunión anglicana se la celebra el 17 de septiembre.

La iconografía religiosa de Hildegarda es escasa, probablemente porque su culto fue local por bastante tiempo. Se la retrata con los atributos propios de una abadesa de la orden de san Benito: báculo abacial y hábito benedictino con velo negro y blanco; sus representaciones más antiguas reproducen la manera en que aparece en las miniaturas de sus escritos: sentada con un estilo en la mano en actitud de escribir sobre un par de tablillas o dictando a un monje, con cinco flamas alrededor de la cabeza representando la visión divina. Más tarde se cambia el estilo por una pluma de ave, con algún pergamino o libro en la mano — comúnmente el Scivias — y algún instrumento musical.

domingo, 28 de febrero de 2016

50).-Robert Aitken y la biblia.-a

Robert Aitken 

(1734–1802) fue un editor en Filadelfia, nacido en Dalkeith, Escocia. Fue el primero en publicar una Biblia en el recientemente formado Estados Unidos.
Comenzó su carrera como un vendedor de libros en Filadelfia en 1769 y 1771. Luego comenzó la publicación de The Pennsylvania Magazine (La revista de Pennsylvania) en 1775, continuando hasta 1776. También imprimió copias del Nuevo Testamento en 1777, 1778, 1779, y 1781.
Debido a la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, Inglaterra cesó el envío a América de Biblias, lo que provocó que el 11 de septiembre de 1777 el Congreso Continental elevara una moción para que se instruyera al Comité de Comercio a que se comprase 20.000 Biblias de "Escocia, Holanda, o de donde sea". Esto, finalmente, no fue votado. Una segunda moción para importar Biblias fue hecha una resolución, pero fue pospuesta y luego no fue considerada.

La Biblia de Aitken


De las diez mil copias de la Biblia de Robert Aitken, se sabe que solo unas pocas existen hoy. En 1940, el reverendo Edwin AR Rumball-Petre pudo ubicar veintiocho copias en instituciones estados unidos y en el extranjero y veintidós en colecciones privadas. De los otros, solo la imaginación puede atreverse a sugerir su destino.




El 21 de enero de 1781, Aitken solicitó al Congreso que certificara su versión de la Biblia, que él ya había impreso como precisa. EL congreso accedió a su petición de certificar su Biblia, como una forma de ayudar a la Industria Impresora estadounidense, pero negó su segunda petición de que su Biblia "fuera publicada bajo la Autoridad del Congreso", y que él fuera "comisionado, o de otra manera seleccionado para editar y vender Ediciones de las Sagradas Escrituras".
A pesar del apoyo del Congreso, de la interrupción de siete años de envíos de Biblias desde Inglaterra, y de estar casi un año sin competencia de las importaciones, la Biblia de Aitken fue un desastre comercial, terminando él con pérdidas de más de £3,000 por las 10.000 biblias que imprimió. Su último intento de que el Congreso le comprara sus Biblias, para entregárselas a los soldados dados de baja, fue rechazada por el Congreso. Falleció en Filadelfia en 1802.

domingo, 14 de febrero de 2016

49).-Exégesis bíblica (III) a

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 


Historia de la exégesis

La historia de la exégesis muestra sus comienzos, crecimiento, decadencia y restauración. Señala los métodos que se pueden recomendar de forma segura, y advierte contra aquellos que más bien corrompen que explican las Sagradas Escrituras. En general, podemos distinguir entre la exégesis judía y la cristiana.

Exégesis judía

La interpretación judía de las Escrituras se inició casi en la época de Moisés, como puede deducirse a partir de vestigios encontrados tanto en los libros canónicos más recientes como en los libros apócrifos. Pero los judíos palestinos diferían de los helenísticos en su método de interpretación.

(A) Exégesis palestina:

Todos los intérpretes judíos concurren en admitir un doble sentido de la Escritura, uno literal y uno místico, aunque no debemos entender estos términos en su sentido estrictamente técnico.

(1) La exposición literal es representada principalmente por la llamada paráfrasis caldea o Tárgum, que entró en uso después del Cautiverio, porque pocos de los exiliados que regresaron entendían la lectura de los Libros Sagrados en su hebreo original. El primer lugar entre estas paráfrasis se le debe dar al Tárgum de Onkelos, el cual parece haber estado en uso ya para el siglo I d.C., aunque adquirió su forma presente sólo alrededor de 300-400 d.C. Explica el Pentateuco, adhiriéndose en sus partes legales e históricas a un texto hebreo, que es, a veces, más cercano al original de los Setenta que al de Masora, pero tan alejado del original en las porciones proféticas y poéticas al punto de dejarlas casi irreconocibles. ---Otra paráfrasis del Pentateuco es el Tárgum Pseudo-Jonatán, o el Tárgum de Jerusalén. Escrito después del siglo VII d.C., es de poco valor tanto desde el punto de vista crítico como exegético, puesto que sus explicaciones son del todo arbitrarias. ---El Tárgum Jonatán, o la paráfrasis de los profetas, comenzó a ser escrita en el siglo I, en Jerusalén; pero le debe su forma presente a los rabinos de Jerusalén del siglo IV. Los libros históricos son una traducción bastante fiel del texto original; en las partes poéticas y en los profetas posteriores, la paráfrasis a menudo presenta la ficción en lugar de la verdad. ---La paráfrasis de la Hagiógrafa trata sobre el Libro de Job, los Salmos, el Cantar de los Cantares, Proverbios, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Ester y Crónicas. No fue escrito antes del siglo VII, y está tan lleno de ficción rabínica que apenas merece la atención del intérprete serio. Las notas sobre el Cantar, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester descansan en la tradición pública; aquellas sobre otras hagiógrafas expresan las opiniones de uno o más maestros privados; la paráfrasis de Crónicas es la más reciente y menos confiable.

(2) El método de argumentación utilizado en el Primer Evangelio y en la Epístola a los Hebreos muestra que antes de la venida de Cristo los judíos admitían un sentido místico en la Escritura; lo mismo se puede deducir de una carta de Pseudo-Aristeas y el fragmento de Aristóbulo. La narrativa del Evangelio, por ejemplo, Mateo 23,16 ss., da testimonio de que los fariseos intentaban derivar sus tradiciones arbitrarias de la [Legislación de Moisés|Ley]] por medio de las más extraordinarias contorsiones de su significado real. La interpretación mística de la Escritura practicada por los eruditos judíos que vivieron después de la época de Cristo puede reducirse a los siguientes sistemas:

(a) Los talmudistas le adscribieron a cada texto muchos miles de significados legítimos pertenecientes ya sea a la Halajá o a la Hagadá. La Halajá contenía las inferencias legales derivadas de la Legislación de Moisés, todas las cuales los talmudistas atribuían al mismo Moisés; la Hagadá era la colección de todo el material reunido por los talmudistas a partir de la historia, arqueología, geografía, gramática y otras fuentes extra-bíblicas, sin excluir las más ficticias. En sus comentarios, estos autores distinguen un doble sentido: el propio, o primitivo, y el derivado. El primero se subdividía en el sentido manifiesto y el recóndito; este último se dividía en deducciones lógicas e inferencias basadas en la forma en que se escribieron las palabras hebreas o en asociación de ideas. En cuanto a las reglas de hermenéutica seguidas por los talmudistas, Hillel las redujo a siete, Ismael a trece, y R. José de Galilea a treinta y dos. En substancia, muchos de estos principios no difieren de los que prevalecen en nuestros días.

El intérprete ha de guiarse por la relación del género con la especie, de lo que está claro con lo que está oscuro, de los paralelismos verbales y reales con sus respectivos homólogos, del ejemplo con lo ejemplificado, de lo que es lógicamente coherente con lo que parece contradictorio, del ámbito del escritor con su producción literaria. Los comentarios escritos de acuerdo con estos principios se llaman Midrashim (plural de Midrash); se debe mencionar los siguientes:

Mekhilta (medida, regla, ley) explica a Éxodo 12,1-23.30; 31,12-17; 35,1-4, y es variamente asignado al siglo II o al III, o incluso a tiempos más recientes; da la Halajá de los ritos y leyes ceremoniales, pero también contiene material que pertenece a la Hagadá;
Siphra explica el Libro de Levítico;
Siphri, los Libros de Números y Deuteronomio]];
Pesiqta, las secciones sabáticas.
Rabboth (plural de Rabba) es una serie de Midrashim que explica los libros individuales del Pentateuco y los cinco Megilloth o los cinco Hagiógrafa que se leían en las sinagogas; el sentido alegórico, anagógico y moral es preferido al literal, y se valoran altamente las fábulas y dichos de los rabinos;
Tanchuma es el primer comentario continuo sobre el Pentateuco; contiene algunas valiosas tradiciones, especialmente de origen palestino.
Yalqut contiene anotaciones sobre todos los libros del Antiguo Testamento.
(b) Los caraítas se relacionan con los talmudistas, según los saduceos se relacionan con los fariseos. Rechazaban las tradiciones talmúdicas, según los saduceos se negaban a reconocer la autoridad de la enseñanza farisaica (cf. Josefo, Ant., XVIII, X, 6). Los caraítas derivan su origen de Anán, nacido alrededor de 700 d.C., quien fundó esta secta por rencor, pues no había obtenido la jefatura de los judíos fuera de Palestina. Desde Bagdad, su lugar de origen, la secta pronto se extendió a Palestina y especialmente a Crimea, de modo que alrededor de 750 d.C. ocasionó lo que fue prácticamente un cisma entre los judíos. Los caraítas rechazan todas las tradiciones, y aceptan sólo la ley mosaica. Por medio de las trece reglas hermenéuticas de Ismael, establecen el sentido literal de la Escritura, y complementan esto con el silogismo y el consenso de la sinagoga. Debido a su rechazo a la interpretación auténtica y su pretensión al juicio privado, han sido llamados por algunos autores "protestantes judíos".

(B) Exégesis helenística:

En términos generales, los judíos alejandrinos fueron favorables a la explicación alegórica de la Escritura, tratando así de armonizar los registros inspirados con los principios de la filosofía griega. Eusebio ha conservado ejemplares de esta exégesis helenística en los fragmentos de Aristóbulo (Hist. Eccles, VII, XXXII, Praepar evang, VIII, X) y en la carta del Pseudo-Aristeas (Præpar. Evang., VIII, IX), ambos de los cuales escribieron en el siglo II a.C. Filón da fe de que los esenios]] se adhirieron a los mismos principios exegéticos (De vit. contempl, X); pero el propio Filón (murió en 39 d.C.) es el principal representante de esta forma de interpretación. Según Filón, Abraham simboliza las virtudes adquiridas por la doctrina; Isaac, la virtud innata; Jacob, la virtud adquirida por la práctica y la meditación; Egipto representa el cuerpo; Canaán, la piedad; la paloma, la sabiduría divina, etc. (De Abraham, II).

Los cabalistas superaron a los intérpretes anteriores en su explicación alegórica de la Escritura. Vestigios de su sistema se encuentran en los últimos siglos antes de la cristiana, pero su pleno desarrollo no tuvo lugar hasta el final del primer milenio antes de Cristo. De acuerdo con su nombre, el cual se deriva de una palabra que significa "recibir", los cabalistas reclamaban que poseían una doctrina secreta recibida a través de la tradición de Moisés, a quien le había sido revelada en el monte Sinaí. Afirmaban que todas las cosas terrenales tenían sus prototipos celestiales o ideales; creían que el sentido literal de la Escritura incluye el sentido alegórico, según el cuerpo incluye al alma, aunque sólo los iniciados podían llegar a este significado velado. Tres métodos ayudaban a alcanzar dicho objetivo: Gematria toma el valor numérico de todas las letras que forman una palabra o una expresión y deriva el significado oculto del número resultante; Notaricón forma nuevas palabras completas con las solas letras de una palabra, o forma una palabra a partir de las letras iniciales de varias palabras o de una frase; Temura consiste en la transposición de las letras que componen una palabra, o en la substitución sistemática de otras letras. Así ellos transponen las consonantes de mal’akhi (mi ángel; Éxodo 23,23) para formar Mikha’el (Miguel). Hay un sistema doble de sustitución: el primero, Athbash, sustituye la última letra del alfabeto por la primera, la penúltima por la segunda, etc. El segundo sistema sustituye las letras de la segunda mitad del alfabeto por las letras correspondientes de la primera mitad. La doctrina cabalística se ha reunido en dos libros principales, uno de los cuales se llama "Yecirah", el otro "Zohar".

Podemos añadir los nombres de los comentaristas judíos más destacados:

Saadya Gaon (n. 892; m. 942), en el Fayum, Egipto, tradujo todo el Antiguo Testamento al arábigo y escribió comentarios sobre el mismo.
Moisés ben Samuel Ibn Chiqitilla, de Córdoba, explicó la totalidad del Antiguo Testamento en arábigo, entre los años 1050 y 1080 d.C.; sólo se conservan fragmentos de su obra.
Rabí Salomón ben Isaac, conocido también bajo los nombres de Rashi y Yarchi (nació alrededor de 1040, en Troyes; m. 1105), explicó la totalidad del Antiguo Testamento, excepto Crónicas y Esdras, según su sentido literal, aunque no descuidó el alegórico; mostró una tendencia anti-cristiana.
Rabí Abraham ibn Ezra, a menudo llamado Aben Ezra (nació alrededor de 1093 en Toledo, España, y murió en 1167 en la isla de Rodas). Entre sus muchas otras obras dejó un comentario incompleto sobre el Pentateuco y otras partes del Antiguo Testamento; tradujo el sentido literal fielmente sin excluir el alegórico, por ejemplo, en el Cantar.
El Rabí David Kimchi, llamado también Radak (nació en 1170 en Narbona m. 1230); explicó casi todos los libros del Antiguo Testamento en el sentido literal, sin excluir el espiritual; su sentimiento anti-cristiano se manifiesta en su tratamiento de las profecías mesiánicas.
Rabí Moyses ben Maimón, llamado comúnmente Maimónides o Rambam (nació en 1135 en Córdoba, España, y murió en 1204 en Egipto); se convirtió al islamismo con el fin de escapar de la persecución; luego huyó a Egipto, donde vivió como judío, y donde, para guiar a los que no podían armonizar sus principios filosóficos con la enseñanza de la Sagrada Escritura, escribió su famosa "Guía de los Perplejos", una obra en la que presenta algunos de los relatos bíblicos como meras expresiones literarias de determinadas ideas.
Rabí Isaac Abrabanel (m. 1508 ), explicó el Pentateuco, los libros proféticos y Daniel, y a menudo añadió material irrelevante y argumentos en contra la revelación cristiana.
Rabí Elías Levita (m. después de 1542), es conocido como uno de los mejores gramáticos judíos, y como autor de la obra "Tradición de la Tradición", en la que da la historia de la crítica masorética.
Entre los intérpretes caraítas podemos mencionar a:

Rabí Jacob ben Rubén (siglo XII), que escribió escolios breves sobre todos los libros de la Escritura;
Rabí Aarón ben Joseph (m. 1294), autor de un comentario literal sobre el Pentateuco, los primeros profetas, Isaías, los Salmos y el Libro de Job;
Rabí Aarón ben Elia (siglo XIV), quien explicó el Pentateuco;
Entre los cabalistas:

Rabí Moisés Najmánides, también conocido como Rambam (m. alrededor de 1280), merece mención debido a su explicación del Pentateuco, que es citado muchas veces por Pablo de Burgos.
Los principales comentadores judíos han sido reimpresos en las llamadas Biblias Rabínicas que aparecieron en Venecia de 1517; Venecia, 1525, 1548, 1568, 1617; Basilea, 1618; Ámsterdam, 1724.

Exégesis cristiana

En aras de la claridad podemos distinguir tres grandes períodos en la exégesis cristiana: el primero termina alrededor de 604 d.C., el segundo nos lleva hasta el Concilio de Trento y el tercero abarca el tiempo después del Concilio de Trento.

(A) Primer periodo: hasta el 604 d.C.: período patrístico:

El período patrístico comprende tres distintas clases de exégetas: los apostólicos y escritores apologéticos, los Padres griegos y los Padres latinos. La cantidad de literatura apologética producida por estas tres clases varía grandemente; pero su carácter es tan claramente propio de cada una de las tres que apenas podemos considerarlas bajo el mismo encabezado.

(1) Los Padres Apostólicos y apologistas:

Los primeros cristianos usaron las Escrituras en sus reuniones religiosas al igual que los judíos las empleaban en las sinagogas, sin embargo, los primeros añadían los escritos del Nuevo Testamento más o menos completamente a los del Antiguo. Los Padres Apostólicos no escribieron ningunos comentarios profesionales; el uso de las Escrituras fue incidental y ocasional en lugar de técnico, pero sus citas y alusiones muestran inequívocamente su aceptación de algunos de los escritos del Nuevo Testamento. En los escritos de los apologistas del siglo II tampoco hay tratados profesionales de la Sagrada Escritura. San Justino y San Ireneo se destacan por su hábil defensa del cristianismo, y sus argumentos se basan a menudo en los textos de la Escritura. San Hipólito parece haber sido el primer teólogo católico que intentó dar una explicación a toda la Escritura; conocemos su método por los fragmentos existentes de sus escritos, especialmente de su comentario sobre el Libro de Daniel. Se puede decir en general que estos primeros escritores cristianos admiten en la Escritura tanto el sentido literal como el alegórico. Este último sentido parece haber sido aceptado por San Clemente de Roma, San Justino, San Ireneo, mientras que el literal parece prevalecer en los escritos de San Hipólito, Tertuliano, los Clementinos y entre los gnósticos.

(2) Los Padres griegos

La Encíclica "Providentissimus Deus" se refiere principalmente a los Padres Griegos cuando dice: "Cuando en varias sedes surgieron escuelas de catequesis y teología, de las cuales las más famosas fueron las de Alejandría y de Antioquía, en las mismas se enseñó poco de lo que estaba contenido en la lectura, la interpretación y la defensa de la Palabra divina escrita. De ellas salió un número de Padres y escritores cuyos laboriosos estudios y admirables escritos han merecido justamente para los tres siglos siguientes la denominación de la edad de oro de la exégesis bíblica.”

(a) La Escuela de Alejandría La tradición ama rastrear el origen de la Escuela de Alejandría hasta el evangelista San Marcos. Sea como fuere, hacia el final del siglo II nos encontramos con San Panteno, presidente de la escuela, ninguno de cuyos escritos se conservan, pero Eusebio (Hist. Eccl., V, X) y San Jerónimo (De vir. Ill., c. XXXVI) testifican que explicaban la Sagrada Escritura. Clemente de Alejandría lo coloca entre los que no escribieron ningún libro (Strom., I, I); murió antes de 200. Su sucesor fue Clemente de Alejandría, que había sido primero su discípulo, y después de 190 fue su colega. De sus escritos se conservan "Cohortatio ad Gentes", "Pedagogo", y "Stromata", también la traducción al latín de parte de sus ocho libros exegéticos (Migne, PG, IX, 729-740). Clemente fue seguido por Orígenes (n. 185; m. 254), la gloria principal de toda la escuela. Entre sus obras, cuya gran mayoría se ha perdido, merecen atención especial su "Hexapla" y su triple explicación de la Escritura, a modo de escolios, homilías y comentarios. Fue Orígenes, también, quien desarrolló completamente los principios hermenéuticos que distinguen a la Escuela de Alejandría, aunque ningún otro Padre los haya aplicado en su totalidad. Aplicó la distinción de Platón de cuerpo, alma y espíritu a las Escrituras, reconociendo en ellos un sentido literal, moral, y místico o espiritual. No es que toda la Escritura tenga este triple sentido. En algunas partes se puede ignorar el sentido literal, en otros puede faltar el alegórico, mientras que en otros se pueden encontrar los tres sentidos. Orígenes cree que las aparentes discrepancias de los evangelistas se pueden explicar sólo mediante el sentido espiritual, que toda la ley ceremonial y ritual debe ser explicada místicamente, y que todas las profecías acerca de Judea, Jerusalén, Israel, etc., se deben referir al Reino de los Cielos y a sus ciudadanos, a los ángeles buenos y malos, etc. Entre los escritores prominentes de la Escuela de Alejandría se puede mencionar a Julio Africano (c. 215), San Dionisio el Grande (m. 265), San Gregorio Taumaturgo (m. 270), Eusebio de Cesarea (m. 340), San Atanasio (m. 373), Dídimo de Alejandría (m. 397), San Epifanio (m. 403), San Cirilo de Alejandría (m. 444), y finalmente también los famosos Padres capadocios, San Basilio el Grande (m. 379), San Gregorio Nacianceno (m. 389) y San Gregorio de Nisa (m. 394). Sin embargo, estos últimos tres tienen muchos puntos en común con la Escuela de Antioquía.

(b) La Escuela de Antioquía

Los Padres de Antioquía se adhirieron a los principios hermenéuticos que insisten más en el llamado sentido gramático-histórico de los Libros Sagrados que en su significado moral y alegórico. Es cierto que Teodoro de Mopsuestia insistió en el sentido literal en detrimento del típico, creyendo que el Nuevo Testamento le aplica algunas de las profecías al Mesías sólo a modo de acomodación, y que debido a sus alegorías el Cantar de los Cantares, junto con otros pocos libros, no deben ser admitidos en el canon. Pero generalmente hablando, los Padres de Antioquía y Siria oriental, los últimos de los cuales formaron la Escuela de Nisibis o Edesa, tomaron un curso medio entre Orígenes y Teodoro, evitando los excesos de ambos, y poniendo así el fundamento de los principios hermenéuticos que los exégetas católicos debían seguir. Los principales representantes de la Escuela de Antioquía son San Juan Crisóstomo (m. 407); Teodoro de Mopsuestia (m. 429), condenado por el Quinto Concilio Ecuménico debido a su explicación de Job y el Cantar de los Cantares, y en ciertos aspectos precursor de Nestorio; San Isidoro de Pelusio, en Egipto (m. 434), contado entre los comentadores antioquenos debido a sus explicaciones bíblicas insertadas en cerca de doscientas de sus cartas; Teodoreto, Obispo de Ciro en Siria (m. 458), conocido por sus Preguntas sobre el Octateuco, los Libros de Reyes y Crónicas, y por sus Comentarios sobre los Salmos, el Cantar, los Profetas, y las Epístolas de San Pablo. La Escuela de Edesa se gloría en los nombres de Afraates, quien floreció en la primera mitad del siglo IV, San Efrén (m. 373), Cirilona, Balæo, Rábulas, Isaac el Grande, etc.

(3) Los Padres Latinos

También los Padres latinos admitieron un doble sentido en la Escritura, insistiendo diversamente ahora en uno, ahora en el otro. Sólo podemos enumerar sus nombres: Tertuliano (n. 160), San Cipriano (m. 258), San Victorino (m. 297), San Hilario (m. 367), Mario Victorino (m. 370), San Ambrosio (m. 397), Rufino (m. 410), San Jerónimo (m. 420), San Agustín (m. 430), Primasio (m. 550), Casiodoro (m. 562), San Gregorio Magno (m. 604). San Hilario, Mario Victorino y San Ambrosio dependen, en cierto grado, de Orígenes y la Escuela Alejandrina; San Jerónimo y San Agustín son dos grandes lumbreras de la Iglesia Latina de quienes dependen la mayoría de los escritores latinos de la Edad Media; al final de las obras de Sam Ambrosio aparece insertado un comentario a las epístolas paulinas que ahora se atribuye a Pseudo-Ambrosio o Ambrosiastro.

(B) Segundo período de exégesis, de 604 a 1546 d.C.

Consideramos los nueve siglos siguientes como un período de exégesis, no debido a su productividad uniforme o su esterilidad en el campo del estudio bíblico, ni debido a su tendencia uniforme de desarrollar ninguna rama particular de exégesis, sino más bien debido a su dependencia característica en la obra de los Padres. Ya sea que resumiesen o ampliasen, ya sea que analizasen o derivasen nuevas conclusiones a partir de premisas antiguas, siempre partieron de los resultados patrísticos como su base de operación. Aunque durante este período las obras de los escritores griegos no pueden de ninguna manera compararse con las de los latinos, todavía será conveniente considerarlas aparte.

(1) Los escritores griegos:

Los escritores griegos que vivieron entre los siglos VI y XIII compusieron en parte comentarios, en parte recopilaciones. Los obispos de Cesarea, Andreas y Aretas, que son variamente asignados a los siglos V y VI, o al VIII y IX, explicaron el Apocalipsis; Procopio de Gaza (524) escribió sobre el Octateuco, Isaías y Proverbios; Hesiquio de Jerusalén escribió probablemente para fines del siglo VI sobre Levítico, Salmos, Isaías, los Profetas Menores y la concordancia de los Evangelios; Anastasio Sinaíta (m. 599) dejó doce libros de comentarios alegóricos sobre el Hexameron; Olimpiodoro (m. 620) y San Máximo (m. 662) dejó más explicaciones sobrias que Anastasio, aunque no están libres de alegorismo; San Juan Damasceno (m. 760) tiene muchas explicaciones bíblicas en sus obras dogmáticas y polémicas, además de escribir un comentario sobre las Epístolas Paulinas, en el que sigue a Teodoreto y a San Cirilo de Alejandría, pero especialmente a San Crisóstomo. Focio (m. 891), Oecumenio (siglo X), Teofilacto (m. 1107) y Eutimio (m. 1118) fueron seguidores del Cisma Griego, pero sus obras exegéticas merecen atención. Las antedichas compilaciones se denominan técnicamente catenae. Ofrecen explicaciones continuas de varios libros de la Escritura de tal manera que después de cada texto dan las diversas explicaciones patrísticas, ya sea en pleno o por medio de un resumen, y por lo general añaden el nombre del Padre particular, cuya opinión se transcribe. Varias de estas catenae han sido impresas, como Nicéforo, en el Octateuco (Leipzig, 1772), B. Corderius, en los Salmos (Amberes, 1643-1646); A. Schottius, sobre Proverbios (Lyon, 1633); Angelo Mai, sobre Daniel (Roma, 1831); Cramer, sobre el Nuevo Testamento (Oxford, 1638 a 1640).

(2) Los escritores latinos:

A los escritores latinos de esta época se les puede dividir en dos clases: los pre-escolásticos y los escolásticos. Las dos no son de igual importancia, pero son demasiado diferentes para ser tratadas bajo el mismo encabezado.

(a) El período pre-escolástico: Entre los muchos escritores de esta época que fueron fundamentales en difundir las exposiciones bíblicas de los Padres, los siguientes merecen mención: San Isidoro de Sevilla (m. 636), San Beda el Venerable (m. 735), Alcuino (m. 804), Haymo de Halberstadt (m. 855), Rábano Mauro (m. 856), Walafrido Strabo (m. 849), quien compiló la glossa ordinaria, Anselmo de Laon (m. 1117), autor de la glossa interlinearis, Rupert de Deutz (m. 1135), Hugo de San Víctor (m. 1141), Pedro Abelardo (m. 1142) y San Bernardo (m. 1153). Los escritos particulares de cada uno de estos grandes hombres se encuentran bajo sus respectivos nombres.

(b) Los escolásticos: Sin dibujar una línea matemática de distinción entre los escritores de este período, podemos decir que las obras que aparecieron al principio son notables por sus explicaciones lógicas y teológicas; las obras siguientes mostraron más erudición filológica; y las finales comenzaron a ofrecer material para la crítica textual. El primero de estos grupos de escritos coincide con la llamada época dorada de la teología escolástica que prevaleció alrededor del siglo XIII. Sus principales representantes son tan conocidos que sólo necesitamos mencionar sus nombres. Pedro Lombardo (m. 1164) encabeza correctamente la lista, pues él parece ser el primero que introdujo completamente a su obra exegética las divisiones, distinciones, definiciones y método de argumentación escolásticos. Luego le sigue el Card. Stephen Langton (m. 1228), autor de la división en capítulos según existen en nuestras Biblias de hoy día; el Card. Hugh de Saint-.Cher (m. 1260), autor del llamado “Corrector Dominico”, y de la primera concordancia bíblica; el Beato Alberto Magno (m. 1280); Santo Tomás de Aquino (m. 1274); San Buenaventura (m. 1274); Raimondo Martini (m 1290) quien escribió la obra polémica conocida como “Pugio Fidei” contra los moros y judíos; se puede añadir cierto número de otros nombres, pero son de menor importancia.

En 1311, en el Concilio de Vienne, el Papa Clemente V ordenó que se fundaran cátedras de lenguas orientales en las principales universidades, de modo se pudiese refutar a los judíos y mahometanos a partir de sus propias fuentes. Los resultados filológicos de esta ley pueden verse en la famosa “Postilla” de San Nicolás de Lira (m. 1340), una obra que recibió notables adiciones por Pablo de Burgos (m. 1435). Alfonso Tostato, llamado también Abulense (m. 1455), y Denis el Cartujo (m. 1471) regresaron al método de interpretación más escolástico; Lorenzo Valloa (m. 1457) aplicó los resultados de sus estudios griegos a la explicación del Nuevo Testamento, aunque se opuso indebidamente a la Vulgata Latina.

Sin insistir en los exégetas menos ilustres de este período, pasaremos a aquellos que aplicaron a la Escritura no sólo su erudición filológica, sino también su acumen para la crítica textual en su estado incipiente. Aug. Justiniani editó una Octapla del Salterio (Génova, 1516), el Card. Jiménez terminó su Políglota Complutense (1517); Erasmo publicó la primera edición de su Nuevo Testamento Griego (1517); el Card. Cajetan (m. 1535) intentó una explicación de las Escrituras según los textos originales; Santes Pagnino (m. 1541) tradujo el Antiguo y el Nuevo Testamento de nuevo a partir de sus textos originales; cierto número de otros eruditos trabajaron en el mismo campo, y publicaron ya sea nuevas traducciones o escolios, o también comentarios en los que se arrojaba nueva luz sobre uno o más libros de las Sagradas Escrituras.

(C) Tercer período de exégesis: después del Concilio de Trento

Unas cuantas décadas antes del Concilio de Trento, el protestantismo comenzó a hacer sus incursiones a las diversas partes de la Iglesia, y sus resultados se sintieron no sólo en el campo de la teología dogmática, sino también en la literatura bíblica. Por lo tanto, debemos distinguir después de éste a los exégetas católicos y a los protestantes.


Bibliografía: MANGENOT en Vig., Dict. de la Bible, s.v. Herméneutique; SCHANZ en Kirchenlex., s.v. Exeqese; ZAPLETAL, Hermeneutica Bibl. (Friburgo, 1897); DÖLLER, Compendium herm. bibl. (Paderborn, 1898); CHAUVIN, Leçons d'introduction générale, théologique, historique et critique aux divines Ecritures (París, 1898); SENEPIN, De divinis scripturis earumque interpretatione brevis institutio (Lyon y París, 1893); LESAR, Compendium hermeneuticum (Laybach, 1891); CORNELY, Introductio in Libros Sacros (París, 1885 y 1894), I. Casi todas las obras sobre hemenéutica darán una lista más o menos completa de la literatura reciente. En cuanto a los Padres y escritores latinos, el lector puede consultar a MIGNE, P.L., CCXIX, 79-84. Vea también: ORÍGENES, De Principiis IV.8-27; TERTULIANO, De pr scriptionibus; TICONIO, Liber de septem regulis; AGUSTÍN, De doctrinâ christ.; JUNILIUS, De partibus divin leqis; VICENTE DE LÉRINS, Commonitorium; EUQUERIO Liber formularum spiritualis intelligent ; CASIODORO, De institutione divinarum literarum; KIHN, Theodor von Mopsuestia und Junilius Africanus (Friburgo, 1880). Para la Edad Media consulte: RÁBANO MAURO, De clericorum institutione, III, VIII-XV; HUGO DE SAN VÍCTOR, Erudit. didascal., Lib. V; y algo más tarde, JEAN GERSON, Propositiones de sensu literali Scriptur sacr in Opera (París, 1606), I, p. 515. Luego del surgimiento de la Reforma:: PAGNINO, Isagoges seu introductionis ad sacras scripturas liber unus (Lyon, 1528, 1536); SIXTO SENENSIS, Bibliotheca sancta (Venecia, 1566); el lector encontrará un número de obras pertenecientes a este período en MIGNE, Scriptur. Sacr. Cursus Completus. Entre las obras protestantes se deben señalar: BRIGGS, General Introduction to the Study of Holy Scriptures (Nueva York, 1899); FAIRBAIRN, Hermeneutical Manual (Edimburgo, 1858); TERRY, Biblical Hermeneutics (Nueva York, 1883); DAVIDSON, Sacred Hermeneutics (Edimburgo, 1844).

Fuente: Maas, Anthony. "Biblical Exegesis." The Catholic Encyclopedia. Vol. 5. New York 1908

viernes, 12 de febrero de 2016

48).-Exégesis bíblica (II) a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 

 


Clase de religión del Presbítero Marcial Umaña, en el Instituto de Humanidades Luis Campino, Años 1990 y 1991


Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Hermenéutica

La interpretación de un escrito tiene por objeto encontrar las ideas que el autor pretende expresar. No consideramos aquí la llamada interpretación auténtica o la propia declaración del escritor en cuanto al pensamiento que pretendió transmitir. Al interpretar la Biblia científicamente siempre se debe tener en cuenta su doble carácter: es un libro divino, en la medida en que tiene a Dios por su autor; es un libro humano, en la medida en que está escrito por hombres para hombres. 
En su carácter humano, la Biblia está sujeta a las mismas reglas de interpretación que los libros profanos; pero en su carácter divino, se le da a la custodia de la Iglesia para que la mantenga y la explique, por lo que precisa de las normas especiales de la hermenéutica. Bajo el primer aspecto, está sujeta a las leyes de la interpretación gramático-histórica; en virtud del último, está obligada por los preceptos de lo que podemos llamar la explicación católica.

Interpretación histórico-gramatical

La interpretación gramático-histórica implica tres elementos: en primer lugar, el conocimiento de los diversos significados de la expresión literaria a ser interpretada; en segundo lugar, la determinación del sentido preciso en el que se emplea la expresión literaria en cualquier pasaje dado; en tercer lugar, la descripción histórica de la idea así determinada. Lo dicho en los párrafos anteriores muestra suficientemente la diferencia entre el significado y el sentido de una palabra o una frase. La importancia de describir una idea históricamente puede ser ejemplificada por las sucesivas sombras de sentido inherentes al concepto de Mesías o de Reino de Dios.

(1) Significados de la expresión literaria:

La significación de la expresión literaria de la Biblia se aprende mejor mediante un profundo conocimiento de los llamados lenguajes sagrados en los que fue escrito el texto original de la Escritura, y mediante un conocimiento familiar con la manera bíblica de hablar.

(a) Lenguajes sagrados

San Agustín (De doctr. christ., II, XI; cf. XVI) nos advierte que “el conocimiento de lenguajes es el gran remedio contra los signos desconocidos. Los hombres de habla latina necesitan otros dos idiomas (el hebreo y el griego) para un conocimiento profundo de las Divinas Escrituras, de modo que pueda recurrir a las copias antiguas, si la infinita variedad de traductores latinos ocasiona alguna duda.” 
El Papa León XIII, en la Encíclica “Providentissimus Deus”, concurre con el gran doctor africano al instar al estudio de los lenguajes sagrados. "Es muy apropiado", escribe, "que los profesores de Sagrada Escritura y los teólogos dominen las lenguas en las que fueron escritos los libros sagrados originalmente; y sería bueno que los estudiantes de la Iglesia también los cultiven, sobre todo aquellos que aspiran a grados académicos. Y se deben hacer esfuerzos para establecer en todas las instituciones académicas ---como ya se ha hecho laudablemente en muchas---cátedras de otras lenguas antiguas, especialmente la semita, y de otras materias relacionadas con ellas, en beneficio principalmente de los que están destinados a profesar la literatura sagrada.
Tampoco puede argüirse que para el intérprete católico la Vulgata es el texto auténtico, que puede ser entendido por cualquier estudioso del latín. El pontífice considera esta excepción en la encíclica ya citada: "Aunque la Vulgata traduce substancialmente el significado del hebreo y del griego, no obstante, siempre dondequiera que haya ambigüedad o falta de claridad, el ‘examen de las lenguas antiguas’, para citar a San Agustín, será útil y ventajoso."
 El recurso al texto original está considerado como el único enfoque erudito a cualquier gran obra de la literatura. Una traducción no es nunca una reproducción perfecta del original; ninguna lengua puede expresar plenamente los pensamientos transmitidos en otra lengua; ningún traductor es capaz de captar los matices exactos de todas las verdades contenidas en cualquier obra, y en el caso de las versiones bíblicas, a menudo tenemos una buena razón para dudar de la autenticidad de sus variantes.

(b) Lenguaje bíblico

El lenguaje bíblico presenta varias dificultades peculiares a sí mismo. En primer lugar, la Biblia no está escrita por un autor, sino que en casi todos los libros presenta el estilo de un escritor diferente. En segundo lugar, la Biblia no fue escrita en un solo período; el Antiguo Testamento cubre el período entre Moisés y el último escritor del Antiguo Testamento, es decir, más de mil años, por lo que muchas palabras pudieron haber cambiado su significado durante ese intervalo. En tercer lugar, el griego bíblico no es el lenguaje clásico de los autores griegos con los que estamos familiarizados; hasta hace unos quince años, para hablar del griego del Nuevo Testamento los estudiosos de la Biblia compilaban los léxicos del Nuevo Testamento, y escribían gramáticas del Nuevo Testamento. 
El descubrimiento de los papiros egipcios y otros restos literarios ha roto el muro de separación entre el lenguaje del Nuevo Testamento y el de la época en que fue escrito; respecto a este punto, nuestro tiempo presente puede ser considerado como un período de transición, que conduce a la composición de los léxicos y gramáticas que expresarán correctamente la relación del griego bíblico con el griego empleada en los escritos profanos. 
En cuarto lugar, la Biblia trata de la mayor variedad de temas, que requieren la correspondiente variedad de vocabulario; además, sus expresiones son a menudo figurativas, y por lo tanto sujetas a más frecuentes cambios de significado que el lenguaje de los escritores profanos.

¿Cómo nos familiarizaremos con el lenguaje bíblico, a pesar de las dificultades anteriores?

 San Agustín (De doctr. christ., II, IX ss.) sugiere como primer remedio la lectura continua de la Biblia, para que podamos adquirir "una familiaridad con el lenguaje de las Escrituras". Añade a esto una cuidadosa comparación del texto bíblico con el lenguaje de las antiguas versiones, un proceso calculado para eliminar algunas de las ambigüedades nativas del texto original. Según ese gran doctor, una tercera ayuda se encuentra en la lectura asidua de las obras de los Padres, ya que muchos de ellos formaron su estilo por una lectura constante de la Sagrada Escritura (loc. cit., II, XIII, XIV). No podemos omitir el estudio de los escritos de Filo Judeo y Josefo, los contemporáneos de los Apóstoles y los historiadores de su nación. 
Son ilustraciones útiles del lenguaje culto de la época apostólica. Otro medio de familiarizarse con los lenguajes propiamente dichos es el estudio de la etimología de los lenguajes sagrados. Para un entendimiento adecuado de la etimología de las palabras hebreas, es requisito el conocimiento de las lenguas afines; pero hay que tener en mente que muchos derivados tienen un significado bastante diferente al significado de sus respectivos radicales, de modo que un argumento basado sólo en la etimología está abierto a sospecha.

(2) Sentido de la expresión literaria:

Después de que las reglas anteriores han ayudado al intérprete a conocer los diversos significados de las palabras del texto sagrado, él debe esforzarse por investigar en qué sentido preciso el escritor inspirado empleó sus expresiones. Será ayudado en este estudio si presta atención al asunto del libro o capítulo, a su ocasión y propósito, al contexto gramatical y lógico y a los pasajes paralelos. Cualquier significado de las expresiones literarias que no esté de acuerdo con el objeto del libro, no puede ser el sentido en que el escritor lo usó. El mismo criterio nos orienta en la elección de cualquier matiz de significado y en la limitación de su alcance. 
El objeto de las Epístolas a los Romanos y a los Gálatas, por ejemplo, muestra en qué sentido San Pablo utilizó las expresiones “ley” y “obras de la ley”; el sentido de las expresiones “ espíritu de Dios”, “sabiduría” y entendimiento, que aparecen en Éx. 31,3 deben determinarse de la misma manera. La ocasión y el propósito de un libro o de un pasaje en general determinarán si ciertas expresiones deben ser tomadas en su sentido propio o figurado, ya sea con un alcance limitado o ilimitado.
 La atención a este punto nos ayudará a explicar correctamente tales pasajes como Jn. 6,53ss; Mt. 10,5; Heb. 1,5.7; etc. Por lo tanto entenderemos el primero de estos pasajes de la verdadera Carne y Sangre de Cristo, no de su figura; veremos el verdadero significado del mandato de Cristo contenido en el segundo pasaje, "No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos”; de nuevo, apreciemos el peso de la argumentación teológica a favor de la generación eterna del Hijo, como se indica en el tercer pasaje, que figura en la Epístola a los Hebreos.

El contexto es la tercera ayuda para determinar el sentido preciso en el que el escritor utiliza cada palabra. No tenemos que insistir en la necesidad de explicar una expresión de conformidad con su ambiente gramatical. El comentarista debe asegurarse de la conexión gramatical de una expresión, a fin de no violentar las normas de inflexión o de sintaxis. El llamado paralelismo poético puede considerarse como parte integrante de la gramática tomada en un sentido más amplio. Pero el contexto lógico también requiere atención; un comentarista no debe explicar cualquier expresión en tal sentido que coloque al autor contradiciéndose a sí mismo, y debe tener cuidado de asignar a cada palabra un significado que vaya mejor de acuerdo con el pensamiento de la oración del capítulo, e incluso del libro. Sin embargo, no debe pasarse por alto que el contexto es a veces más psicológico que lógico; en la poesía lírica, en las palabras de los profetas, o en los diálogos animados a veces los pensamientos y sentimientos son traídos en yuxtaposición, cuya conexión lógica no es aparente. Por último, está el llamado contexto óptico que se encuentra en las visiones de los profetas. El vidente inspirado puede percibir agrupados en la misma visión eventos que están muy separados unos de otros en tiempo y espacio.

Los llamados paralelismos verbales ayudarán al comentarista a determinar el sentido preciso en el que el escritor inspirado usó sus palabras. En el caso del paralelismo verbal, o en la repetición de las mismas expresiones literarias en diferentes partes de los libros inspirados, es mejor explicar el lenguaje de Pablo con el de Pablo, las expresiones de Juan con las de Juan, que explicar a Pablo con Mateo, y a Juan con Lucas. Una vez más, es más natural explicar una expresión que ocurre en el Cuarto Evangelio con otra que se encuentra en el mismo libro que con un pasaje paralelo tomado del Apocalipsis. 
Por último, hay que tener en cuenta que el paralelismo de pensamiento, o paralelismo real, es una ayuda más fiable para encontrar el sentido exacto de un pasaje que una simple repetición material de una oración o frase.

(3) Marco histórico

Los escritores inspirados relacionaron con sus palabras las ideas que ellos mismos poseían, y que sabían que eran inteligibles para sus contemporáneos. Cuando hablaban de una casa, expresaban una habitación a la que sus contemporáneos estaban acostumbrados, no a un artificio usado por los bárbaros. Por lo tanto, con el fin de llegar al sentido preciso de un pasaje hay que tener en cuenta su contexto histórico, hay que consultar el testimonio de la historia. El verdadero sentido de la Biblia no se puede encontrar en una idea o un pensamiento históricamente falso. 
Por lo tanto, el comentarista debe estar bien familiarizado con la historia y arqueología sagradas, a fin de conocer, hasta cierto punto al menos, las diversas costumbres, leyes, hábitos, prejuicios nacionales, etc. bajo cuya influencia los autores inspirados compusieron sus respectivos libros. De lo contrario, será imposible para él comprender las alusiones, las metáforas, el lenguaje y el estilo de los escritores sagrados. Lo que se ha dicho sobre la interpretación histórico-gramatical de la Escritura está resumido, por así decirlo, en la encíclica ya citada:
 "Cuanto más nuestros adversarios argumenten al contrario, tanto más solícitamente nos debemos adherir a los cánones de interpretación recibidos y aprobados. Por lo tanto, mientras sopesamos los significados de las palabras, la conexión de ideas, el paralelismo de los pasajes, y similares, debemos por todos los medios hacer uso de tales ilustraciones como las que pueden extraerse de la erudición apropiada de una clase externa."

Interpretación católica

Dado que la Iglesia es el custodio oficial e intérprete de la Biblia, su enseñanza sobre las Sagradas Escrituras y su sentido genuino debe ser la guía suprema del comentarista. Las inferencias que se derivan de este principio son en parte negativas, en parte positivas.

(1) Instrucciones negativas:

A las siguientes directrices se les llama negativas no porque no impliquen una actitud mental positiva o porque no lleven a resultados positivos, sino porque a primera vista parecen enfatizar la evitación de ciertos métodos de proceder que serían legítimos en la exégesis de libros profanos. Se basan en lo que la Iglesia enseña sobre el carácter sagrado de la Biblia.

(a) Evitar la irreverencia: 

Dado que la Biblia es la propia palabra de Dios, su estudio debe comenzar y proseguir con un espíritu de reverencia y oración. Los Padres insisten en esta necesidad para muchos pasajes. San Atanasio llama a las Escrituras la fuente que apaga nuestra sed de justicia y que nos provee la doctrina de la piedad (Ep. Fest. XXXIX); San Agustín (C. Faust, XIII, XVIII.) desea que se lean para un memorial de nuestra fe, para consuelo de nuestra esperanza y para una exhortación a la caridad; Orígenes (Ep. ad Gregor. Neocæs., c. III) considera la oración piadosa como el medio más esencial para el entendimiento de las divinas Escrituras; pero desea ver humildad unida con la oración; San Jerónimo (In Mich., I, X) concurre con San Agustín (De doctr. christ., III, XXXVII) respecto a la oración como la ayuda principal y más necesaria para el entendimiento de las Escrituras. Podríamos añadir las palabras de otros escritores patrísticos, si las alegadas referencias no fuesen lo suficientemente claras y explícitas para remover toda duda sobre el asunto.

(b) No error en la Escritura: 

Puesto que Dios es el autor de la Sagrada Escritura, ésta no contiene ningún error, ninguna contradicción, nada contrario a la verdad científica o histórica. La Encíclica “Providentissimus Deus” es muy explícita en su declaración de esta prerrogativa de la Biblia: "Todos los libros que la Iglesia acepta como sagrados y canónicos están escritos total y completamente, en todas sus partes, por dictado del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que la inspiración no sólo es esencialmente incompatible con el error, sino que lo excluye y rechaza tan absoluta y necesariamente, como es imposible que Dios mismo, la Verdad Suprema, sea autor de alguna falsedad." Los Padres concurren con esta enseñanza casi unánimemente; podemos referir al lector a San Jerónimo (In Nah., I, IV), San Ireneo (C. hær., II, XXVIII), Clemente de Alejandría (Strom., VII, XVI), San Agustín ("C. Faust.", II, II; cf. "In Ps. CXVIII", serm. XXXI, 5; "Ad Hier.", ep. LXXXII, 2, 22; "Ad Oros. c. Prisc.", XI), San Gregorio Magno (Præf. in Job, n. 2). El gran doctor africano sugiere un remedio simple y radical contra los errores aparentes en la Biblia: "O mi códice está erróneo, o el traductor se equivocó, o yo no entiendo.”

Pero la inerrancia no es la prerrogativa de todo lo que acierta a encontrarse en la Biblia; se limita a lo que los escritores inspirados declaran como propio, a menos que citen las palabras de un orador que sea infalible en sus declaraciones, las palabras de un Apóstol, por ejemplo, o de un orador divinamente autorizado, sea ángel u hombre (cf. Lucas 1,42.67; 2,25; 2 Mac. 7,21), o también palabras consideradas con autoridad divina ya sea por la Escritura (cf. 1 Cor. 3,19; Gál. 4,30) o por la Iglesia (por ejemplo, el Magníficat). Las palabras biblícas que no entran dentro de ninguna de estas categorías llevan sólo la autoridad del orador, cuyo peso debe ser estudiado a partir de otras fuentes. Aquí es el lugar para tomar nota de una decisión emitida por la Comisión Bíblica, 13 de febrero de 1905, según la cual ciertas declaraciones de las Escrituras pueden ser tratadas como citas, a pesar de que en la superficie parecen ser declaraciones del escritor inspirado. Pero esto se puede hacer sólo cuando hay prueba cierta e independiente de que el escritor inspirado realmente cita las palabras de otra persona sin la intención de hacerlas suyas. Los escritores recientes llaman a tales citas pasajes "tácitos" o "implícitos".

La inerrancia de la Escritura no nos permite admitir contradicciones en sus declaraciones. Esto se entiende del texto auténtico o primitivo de la Biblia. Debido a las corrupciones del texto, debemos prepararnos para hallar contradicciones en detalles de menor importancia; en los asuntos de más peso estas discrepancias han podido evitarse incluso en nuestro texto actual. Las discrepancias que puedan aparecer en materias de fe o moral deben poner al comentarista en guardia que las mismas expresiones bíblicas no se tomen en todas partes en el mismo sentido, que varios pasajes pueden diferir unos de otros como la declaración completa de una doctrina difiere de su expresión incompleta, como una presentación clara difiere de su trazado obscuro. Así “obras” tiene un significado en Santiago 2,24 y otro en Rom. 3,28; “hermanos” denota una clase de relación en Mateo 12,46, y otra clase muy diferente en la mayoría de los otros pasajes; Juan 14,28 y 10,30, Hch. 8,12 y Mt. 28,19 se oponen respectivamente uno a otro como una declaración clara se opone a una obscura, como una explícita a una mera implicación.

En las discrepancias bíblicas aparentes que se encuentran en los pasajes históricos, el comentarista debe distinguir entre las declaraciones hechas por el escritor inspirado y las que sólo son citadas por él (cf. 1 Sam. 31,9 y 2 Sam. 1,6 ss.), entre el doble relato del mismo hecho y la narración de dos incidentes similares, entre las cronologías que comienzan con diferentes puntos de partida, y por último entre un compendio y un informe detallado de un evento. Por último, las discrepancias aparentes que aparecen en los pasajes proféticos requieren investigaciones, si los respectivos textos emanan de los profetas como profetas (cf. 2 Sam. 7,3-17), si se refieren al mismo o a temas similares (por ejemplo, la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo), si consideran su asunto desde el mismo punto de vista (por ejemplo, el sufrimiento y el Mesías glorioso), si usan lenguaje propio o figurado. Así, el profeta Natán, en su capacidad privada alienta a David a construir el Templo (2 Rey. 7,3), pero como profeta le anuncia que será Salomón quien construirá la casa de Dios (ibíd., 13).

La inerrancia de la Escritura excluye también cualquier contradicción entre la Biblia y los principios ciertos de la ciencia. No se puede suponer que los escritores inspirados deben concurrir con todas las diversas hipótesis que los científicos suponen hoy día y rechazan mañana; sino que se le requerirá al comentarista que armonice la enseñanza de la Biblia con los resultados científicos que se apoyan en pruebas sólidas. Esta norma está claramente establecida por la encíclica en las palabras de San Agustín:
 "Lo que realmente puedan demostrar que es cierto de la naturaleza física, tenemos que demostrar que es capaz de reconciliación con nuestras Escrituras, y lo que afirmen en sus tratados que es contrario a estas Escrituras nuestras, es decir a la fe católica, tendremos que demostrar o bien que es totalmente falso, o en todo caso, debemos, sin la menor vacilación, creer que es así "(De Gen. ad litt., I, XXI, XLI).
 Sin embargo, el comentarista también debe tener cuidado "de no hacer aseveraciones temerarias, o de afirmar lo desconocido como conocido” (San Aug. In Gen. Op impoerf., IX, 30). La Encíclica apela aquí de nuevo a las palabras del gran doctor africano (San Agustín, de Gen ad litt, II, IX, XX): [El Espíritu Santo] que habló por ellos [los escritores inspirados], no tenía la intención de enseñarles estas cosas a los hombres [es decir, la naturaleza esencial de las cosas del universo visible], cosas que de ningún modo son útiles para la salvación.” 
El Pontífice continúa: "De ahí que… describieron y trataron con cosas en un lenguaje más o menos figurativo, o en términos que eran de uso general en esa época, y que en muchos casos son de uso diario hoy día, incluso por los más eminentes hombres de ciencia. El lenguaje ordinario describe principal y adecuadamente lo que viene bajo los sentidos; y un poco de la misma manera, los escritores sagrados ---como nos recuerda el Doctor Angélico (Summa, I, Q. LXX, a. 1, ad 3um)--- ‘se atuvieron a lo que se veía aparentemente’, registraron lo que Dios, hablando al hombre, denotó de una manera que los hombres pudiesen entender y a la que estuviesen acostumbrados.” En Gén. 1,16, por ejemplo, el sol y la luna son llamados dos grandes lumbreras; en Josué 10,12 se le ordena al sol que se detenga; en Ecls. 1,5 el sol corre a su lugar; en Job 26,11 el firmamento aparece sólido y broncíneo; en otros pasajes el cielo esta sostenido por columnas, y Dios pasea sobre las nubes del cielo.

Finalmente, el comentarista debe estar preparado para bregar con las discrepancias aparentes entre la historia bíblica y la profana. Las consideraciones a tener en cuenta aquí son similares a las establecidas en el párrafo anterior. En primer lugar, no todas las declaraciones que se encuentran en las fuentes profanas pueden considerarse a priori como verdad del Evangelio; algunas de ellas se refieren a temas que los autores conocían imperfectamente; otras proceden de sentimientos partidistas y de la vanidad nacional; otras más se basan en documentos antiguos traducidos sólo imperfecta o parcialmente. En segundo lugar, la Biblia no enseña ex professo la historia o cronología profana. 
Trata esos temas de manera sólo incidental, en la medida en que están relacionados con los temas sagrados. Por tanto, sería erróneo considerar que la Escritura contiene un curso completo de historia y cronología, o considerar que el texto de su parte histórica está fuera de toda sospecha de corrupción. En tercer lugar, debemos tener en mente las palabras de San Jerónimo (in Jer, 28,10.): "Muchas cosas en la Sagrada Escritura están relacionadas según la opinión de la época en la que se dice que sucedieron, y no de acuerdo a la verdad objetiva"; y de nuevo (in Matt. 14,8.): " De acuerdo con la costumbre de la Escritura, el historiador narra la opinión respecto a muchas cosas de acuerdo con la creencia general en ese momento".

El Padre Delattre afirma (Le Criterium a l'usage de la Nouvelle Exegese Biblique, Lieja, 1907) que, según San Jerónimo, los escritores inspirados informan la opinión pública prevaleciente en el momento de los hechos relatados, no la opinión pública prevaleciente cuando la narrativa fue escrita. Esta distinción es de la mayor importancia práctica de lo que parece ser al principio. Pues el padre Delattre sólo admite que el historiador inspirado puede escribir de acuerdo a las apariencias sensibles, mientras que sus opositores sostienen que puede seguir también las llamadas apariencias "históricas"
Por último, se debe mencionar a este respecto las dos primeras decisiones de la Comisión Bíblica. Algunos escritores católicos han tratado de eliminar ciertas dificultades históricas del texto sagrado, ya sea considerando los respectivos pasajes como citas tácitas o implícitas de otros autores, por las que los escritores inspirados no responden de ningún modo; o negando que los escritores sagrados responden de algún modo por la exactitud histórica de los hechos que narran, ya que utilizan estos hechos evidentes sólo como clavijas para colgar una enseñanza moral.
 La Comisión Bíblica rechazó estos dos métodos mediante los decretos emitidos, respectivamente, 13 de febrero y 23 de junio de 1905, añadiendo, sin embargo, que cualquiera de ellos puede ser admitido en el caso en que, prestando la debida atención al sentido y juicio de la Iglesia, se pueda demostrar con argumentos sólidos que el escritor sagrado realmente citó los dichos o documentos de otro sin hablar en su propio nombre, o no tenía la intención realmente de escribir historia, sino sólo proponer una parábola, una alegoría u otro concepto literario no histórico.

(2) Directrices positivas:

San Ireneo representa la enseñanza de la Iglesia primitiva cuando escribe que la verdad ha de ser aprendida donde están los carismas de Dios, y que la Sagrada Escritura es interpretada de forma segura por los que tienen la sucesión apostólica (Adv. haer., IV, XXVI, 5). San Vicente de Lérins parece resumir la enseñanza de los Padres sobre este tema cuando escribe que debido a las grandes complejidades de diversos errores, es necesario que la línea de interpretación profética y apostólica sea dirigida de acuerdo a la norma de la enseñanza eclesiástica y católica. El Concilio Vaticano I hace hincapié en el decreto del Concilio de Trento (Ses. IV, De edit. Et usu sacr. libr.) cuando enseña (Constit. De fide cathol., C. ii) que "en las cosas de la fe y la moral que pertenecen a la edificación de la doctrina cristiana, que se considera el verdadero sentido de la Sagrada Escritura que ha sido y es sostenido por nuestra Santa Madre la Iglesia, cuyo lugar es juzgar el verdadero sentido e interpretación de las Escrituras; y por tanto, que no se le permite a nadie interpretar la Sagrada Escritura contra tal sentido ni tampoco contra el acuerdo unánime de los Padres ". De ahí surgen los siguientes principios.

(a) Textos definidos: 

El comentador católico está obligado a adherirse a la interpretación de los textos que la Iglesia ha definido explícita o implícitamente. El número de estos textos es pequeño, por lo que el comentador puede fácilmente evitar cualquier transgresión de este principio. El Concilio de Trento enseña que Rom. 5,12 se refiere al pecado original (Ses. V, cc. II, IV), que Juan 3,5 enseña la absoluta necesidad del bautismo de agua (Ses. V, c. IV; Ses. VII, De bapt., c. II), que Mateo 26,26 ss. debe ser entendido en el sentido adecuado (Ses. XIII, cap. I); el Concilio Vaticano I da una definición directa de los textos, Mt. 16,16 ss. y Juan 21,15 ss. Muchos más textos de las Escrituras son definidos indirectamente mediante la definición de ciertas doctrinas y la condena de ciertos errores. El Primer Concilio de Nicea, por ejemplo, mostró cómo debían ser interpretados los pasajes en el que los arrianos basaban su afirmación de que el Verbo era una criatura; el Quinto Concilio Ecuménico (II de Constantinopla) enseña el significado correcto de muchas profecías, condenando la interpretación de Teodoro de Mopsuestia.

(b) Interpretación patrística: El Papa León XIII en su encíclica "Providentissimus Deus", repite los principios relativos a la autoridad de los Padres establecida por los Concilios de Trento y Vaticano I: "Los Santos Padres, a quienes, después de los Apóstoles, la Iglesia debe su crecimiento ---quienes la han plantado, regado, construido, gobernado y cuidado’ "(Aug., C. Julian., II, X, 37), los Santos Padres, decimos, son de suprema autoridad cada vez que todos interpreta en una y la misma forma cualquier texto de la Biblia en cuanto a la doctrina de fe o moral; pues su unanimidad claramente evidencia que tal interpretación se nos ha transmitido desde los Apóstoles como asunto de fe católica.” Por lo tanto, se requieren tres condiciones a fin de que la autoridad patrística pueda ser absolutamente decisiva: en primer lugar, tiene que interpretar los textos referentes a cuestiones de fe o moral; en segundo lugar, debe hablar en calidad de testigos de la tradición católica, no sólo como teólogos privados; en tercer lugar, debe haber una unanimidad moral en su interpretación. El silencio de algunos de los principales Padres no destruye esta unanimidad, y está suficientemente garantizada por la voz anuente de los principales autores patrísticos que viven en cualquier período crítico, o por el acuerdo de los comentaristas que viven en varias épocas; pero la unanimidad se destruye si algunos de los Padres niega abiertamente la exactitud de la interpretación dada por los demás, o si explican el pasaje de tal manera que haga imposible la explicación dada por los demás. Sin embargo, la encíclica nos advierte que tratemos con reverencia la opinión de los Padres, aunque no haya unanimidad: "La opinión de los Padres", dice el Santo Padre, "es también de gran peso cuando tratan de estos asuntos en su capacidad de doctores, no oficialmente; no sólo porque sobresalen en su conocimiento de la doctrina revelada y en su conocimiento de muchas cosas que son útiles en la comprensión de los libros apostólicos, sino porque son hombres de santidad eminente y de ardiente celo por la verdad, a quienes Dios ha concedido una medida más amplia de su luz. "

(c) La analogía de fe: Aquí también la Encíclica “Providentissimus Deus” es nuestra guía: “En los otros pasajes”, dice, “se debe seguir la analogía de la fe y la doctrina católica, según propuesta autoritativamente por la Iglesia, se debe mantener como la ley suprema; pues viendo que el Dios mismo es el autor tanto de los Libros Sagrados como de la doctrina confiada a la Iglesia, es claramente imposible que por medios legítimos se pueda extraer ninguna enseñanza de los primeros, que esté de algún modo en desacuerdo con esta última." Este principio tiene una doble influencia sobre la interpretación de la Escritura, una negativa y una influencia positiva. En primer lugar, el comentarista no puede admitir en la Escritura una afirmación contraria a la enseñanza de la Iglesia; por el contrario, el acuerdo de una explicación con la doctrina de la Iglesia no prueba su corrección, ya que más de una explicación puede estar de acuerdo con la enseñanza eclesiástica. En segundo lugar, el intérprete católico debe explicar la enseñanza oscura y parcial de las Escrituras mediante la enseñanza clara y completa de la Iglesia; por ejemplo, los pasajes que se refieren a la naturaleza humana y divina de Cristo, y el poder de atar y desatar, encuentran su explicación y su complemento en la tradición católica y en las definiciones conciliares. Y aquí debemos tener en cuenta lo que la encíclica añade sobre la doctrina que nos ha llegado en un canal menos autoritario: "La autoridad de otros intérpretes católicos no es tan grande; pero el estudio de la Escritura siempre ha seguido avanzando en la Iglesia, y, por tanto, estos comentarios también tienen su lugar honorable propio, y son útiles en muchos aspectos para la refutación de los asaltantes y la explicación de las dificultades."

Retórica sagrada

La enseñanza auténtica de la Sagrada Escritura es útil para todos, pero pocos tienen el tiempo necesario para investigarla. Es por esta razón que los estudiantes de las Escrituras expresan sus resultados por escrito con el fin de compartir su luz con el mayor número posible. Sixto Senensis [Bibliotheca sancta (Venecia, 1575), I, pp 278 ss.] enumera veinticuatro diversas formas en que se pueden expresar tales explicaciones bíblicas. Pero algunos de estos métodos ya no están en uso, mientras que otros pueden ser reducidos a menos y más generales encabezados. De acuerdo al fin que el escritor tenga en mente, pueden ser divididos en tratados teóricos y prácticos o histórico-dogmáticos y morales. Considerando las personas para las que fueron escritas, son exposiciones ya sea populares o eruditas; pero si la división se hace a base de su forma literaria, que es el principio común y más racional de la división, hay cinco tipos de la exégesis bíblica: la versión, la paráfrasis, la glosa y escolio, la disertación y el comentario.

(1) La versión:

La versión es la traducción de la Biblia de un lenguaje a otro, especialmente del original a la lengua vernácula. A una versión hecha directamente del texto original se le llama “inmediata”, mientras que es “mediata” si se basa directamente en otra versión. Es verbal si traduce las mismas palabras; es una versión libre si traduce el significado en lugar de las palabras. Una buena versión debe ser fiel y clara, es decir, debe expresar el pensamiento sin ninguna modificación; debe reproducir la forma literaria, ya sea poética o prosaica, figurativa o adecuada, y debe ser fácilmente inteligible, en la medida en que el carácter de los dos lenguajes lo permita. Esto demuestra la dificultad de hacer una buena traducción, ya que implica no sólo un conocimiento profundo de las dos lenguas, sino también una idea precisa sobre el significado auténtico de la Sagrada Escritura.

(2) La paráfrasis

La paráfrasis expresa el sentido genuino de la Escritura en forma continua y más expansiva. La versión elimina las dificultades que surgen del hecho de que la Biblia está escrita en un idioma extranjero, la paráfrasis aclara también las dificultades de pensamiento. Pues suministra las transiciones y términos medios omitidos por el autor; cambia la fraseología extraña y complicada a frases idiomáticas; amplifica las declaraciones breves del original mediante la adición de definiciones, la indicación de causas y razones y la ilustración del texto con referencias a pasajes paralelos. Una buena paráfrasis debe expresar el pensamiento del original con mucha exactitud, y al mismo tiempo debe ser breve y clara; en esta forma de exposición hay peligro de hacer obscuro lo que se dijo claramente en el texto original.

(3) La glosa y el escolio

La versión elimina del texto de la Escritura las dificultades relacionadas con la lengua extranjera, la paráfrasis aclara las dificultades del pensamiento; pero todavía hay otras dificultades relacionadas con la Biblia, las que deben ser eliminadas por medio de notas. Un tipo de notas breves, llamadas glosas, explica las dificultades relacionadas con las palabras; otro tipo, llamado escolio, se refiere a variantes de lectura, a dificultades verbales, a personas, países y cosas desconocidas y a la conexión de pensamiento. Dos célebres series de glosas merecen mención especial: la glossa ordinaria por Walafrido Estrabón, y la Glosa Interlinearis por Anselmo de Laon.

(4) La disertación

Los contemporáneos de Orígenes, Eusebio y San Jerónimo les preguntaron sobre determinados textos difíciles de la Escritura; los fieles de todas las edades han sentido una necesidad similar de aclaraciones especiales de pasajes en particular. Podríamos llamar disertaciones o tratados a tales preguntas. Se entiende que sólo los textos realmente importantes deben ser objeto de tales explicaciones académicas. A fin de satisfacer al lector curioso, el ensayista debe examinar el texto de manera crítica; debe establecer sus diversas explicaciones dadas por otros escritores y pesarlas a la luz de los principios de la hermenéutica; por último, debe dar la verdadera solución de la dificultad, probarla con argumentos sólidos, y defenderla contra las excepciones principales.

(5) El comentario

El comentario es una explicación continua, completa, erudita y bien formulada, que trata no sólo de los pasajes más difíciles, sino de todo lo que necesita aclaración. Por lo tanto el comentarista debe discutir todas las variantes, establecer y probar el verdadero sentido del libro que explica, añadir toda la información personal, geográfica, histórica y étnica necesaria, e indicar las fuentes de donde la extrae, armonizar las oraciones individuales entre sí y con el alcance de todo el libro, considerar sus contradicciones aparentes, y explicar el sentido en que se deben entender sus citas del Antiguo Testamento. Con el fin de asegurar una exposición ordenada, el autor debe establecer como premisas los diversos estudios histórico-críticos que pertenecen a todo el libro; debe dividir y subdividir el libro en sus partes principales y subordinadas, indicando claramente el tema especial de cada una; debe, finalmente, organizar las diversas opiniones sobre cuestiones en disputa en una lista cuidadosamente distribuida, con el fin de aliviar el trabajo del lector. Lo que se ha dicho muestra suficientemente las cualidades que debe poseer un comentario bien escrito; debe ser fiel en la presentación del sentido genuino de la Escritura; debe ser claro, completo y breve; y debe mostrar el trabajo privado del comentarista por la luz que arroja sobre las cuestiones más complicadas. Los comentarios que consisten en simples listas de los puntos de vista patrísticos sobre los textos sucesivos de la Escritura son llamados “catenae”.

Tal vez la homilía se puede agregar a los métodos anteriores de exposición bíblica. Está escrito en una forma popular, y es de una tendencia práctica. No se ocupa de las sutiles y más difíciles cuestiones de la Escritura, sino que explica las palabras de una sección bíblica en el orden en que ocurren. Un tipo más elevado de homilía se apodera de la idea fundamental de una sección de las Escrituras, y considera el resto en relación con ella. La Iglesia siempre ha fomentado tales discursos homiléticos, y los Padres han dejado un gran número de ellos en sus escritos.


Santa Juana de Arco.-a

Santa Juana de Arcos (Domrémy, Francia, 1412 - Ruán, id., 1431) Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una familia campesina acomoda...