Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


viernes, 12 de febrero de 2016

48).-Exégesis bíblica (II) a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 

 


Clase de religión del Presbítero Marcial Umaña, en el Instituto de Humanidades Luis Campino, Años 1990 y 1991


Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Hermenéutica

La interpretación de un escrito tiene por objeto encontrar las ideas que el autor pretende expresar. No consideramos aquí la llamada interpretación auténtica o la propia declaración del escritor en cuanto al pensamiento que pretendió transmitir. Al interpretar la Biblia científicamente siempre se debe tener en cuenta su doble carácter: es un libro divino, en la medida en que tiene a Dios por su autor; es un libro humano, en la medida en que está escrito por hombres para hombres. 
En su carácter humano, la Biblia está sujeta a las mismas reglas de interpretación que los libros profanos; pero en su carácter divino, se le da a la custodia de la Iglesia para que la mantenga y la explique, por lo que precisa de las normas especiales de la hermenéutica. Bajo el primer aspecto, está sujeta a las leyes de la interpretación gramático-histórica; en virtud del último, está obligada por los preceptos de lo que podemos llamar la explicación católica.

Interpretación histórico-gramatical

La interpretación gramático-histórica implica tres elementos: en primer lugar, el conocimiento de los diversos significados de la expresión literaria a ser interpretada; en segundo lugar, la determinación del sentido preciso en el que se emplea la expresión literaria en cualquier pasaje dado; en tercer lugar, la descripción histórica de la idea así determinada. Lo dicho en los párrafos anteriores muestra suficientemente la diferencia entre el significado y el sentido de una palabra o una frase. La importancia de describir una idea históricamente puede ser ejemplificada por las sucesivas sombras de sentido inherentes al concepto de Mesías o de Reino de Dios.

(1) Significados de la expresión literaria:

La significación de la expresión literaria de la Biblia se aprende mejor mediante un profundo conocimiento de los llamados lenguajes sagrados en los que fue escrito el texto original de la Escritura, y mediante un conocimiento familiar con la manera bíblica de hablar.

(a) Lenguajes sagrados

San Agustín (De doctr. christ., II, XI; cf. XVI) nos advierte que “el conocimiento de lenguajes es el gran remedio contra los signos desconocidos. Los hombres de habla latina necesitan otros dos idiomas (el hebreo y el griego) para un conocimiento profundo de las Divinas Escrituras, de modo que pueda recurrir a las copias antiguas, si la infinita variedad de traductores latinos ocasiona alguna duda.” 
El Papa León XIII, en la Encíclica “Providentissimus Deus”, concurre con el gran doctor africano al instar al estudio de los lenguajes sagrados. "Es muy apropiado", escribe, "que los profesores de Sagrada Escritura y los teólogos dominen las lenguas en las que fueron escritos los libros sagrados originalmente; y sería bueno que los estudiantes de la Iglesia también los cultiven, sobre todo aquellos que aspiran a grados académicos. Y se deben hacer esfuerzos para establecer en todas las instituciones académicas ---como ya se ha hecho laudablemente en muchas---cátedras de otras lenguas antiguas, especialmente la semita, y de otras materias relacionadas con ellas, en beneficio principalmente de los que están destinados a profesar la literatura sagrada.
Tampoco puede argüirse que para el intérprete católico la Vulgata es el texto auténtico, que puede ser entendido por cualquier estudioso del latín. El pontífice considera esta excepción en la encíclica ya citada: "Aunque la Vulgata traduce substancialmente el significado del hebreo y del griego, no obstante, siempre dondequiera que haya ambigüedad o falta de claridad, el ‘examen de las lenguas antiguas’, para citar a San Agustín, será útil y ventajoso."
 El recurso al texto original está considerado como el único enfoque erudito a cualquier gran obra de la literatura. Una traducción no es nunca una reproducción perfecta del original; ninguna lengua puede expresar plenamente los pensamientos transmitidos en otra lengua; ningún traductor es capaz de captar los matices exactos de todas las verdades contenidas en cualquier obra, y en el caso de las versiones bíblicas, a menudo tenemos una buena razón para dudar de la autenticidad de sus variantes.

(b) Lenguaje bíblico

El lenguaje bíblico presenta varias dificultades peculiares a sí mismo. En primer lugar, la Biblia no está escrita por un autor, sino que en casi todos los libros presenta el estilo de un escritor diferente. En segundo lugar, la Biblia no fue escrita en un solo período; el Antiguo Testamento cubre el período entre Moisés y el último escritor del Antiguo Testamento, es decir, más de mil años, por lo que muchas palabras pudieron haber cambiado su significado durante ese intervalo. En tercer lugar, el griego bíblico no es el lenguaje clásico de los autores griegos con los que estamos familiarizados; hasta hace unos quince años, para hablar del griego del Nuevo Testamento los estudiosos de la Biblia compilaban los léxicos del Nuevo Testamento, y escribían gramáticas del Nuevo Testamento. 
El descubrimiento de los papiros egipcios y otros restos literarios ha roto el muro de separación entre el lenguaje del Nuevo Testamento y el de la época en que fue escrito; respecto a este punto, nuestro tiempo presente puede ser considerado como un período de transición, que conduce a la composición de los léxicos y gramáticas que expresarán correctamente la relación del griego bíblico con el griego empleada en los escritos profanos. 
En cuarto lugar, la Biblia trata de la mayor variedad de temas, que requieren la correspondiente variedad de vocabulario; además, sus expresiones son a menudo figurativas, y por lo tanto sujetas a más frecuentes cambios de significado que el lenguaje de los escritores profanos.

¿Cómo nos familiarizaremos con el lenguaje bíblico, a pesar de las dificultades anteriores?

 San Agustín (De doctr. christ., II, IX ss.) sugiere como primer remedio la lectura continua de la Biblia, para que podamos adquirir "una familiaridad con el lenguaje de las Escrituras". Añade a esto una cuidadosa comparación del texto bíblico con el lenguaje de las antiguas versiones, un proceso calculado para eliminar algunas de las ambigüedades nativas del texto original. Según ese gran doctor, una tercera ayuda se encuentra en la lectura asidua de las obras de los Padres, ya que muchos de ellos formaron su estilo por una lectura constante de la Sagrada Escritura (loc. cit., II, XIII, XIV). No podemos omitir el estudio de los escritos de Filo Judeo y Josefo, los contemporáneos de los Apóstoles y los historiadores de su nación. 
Son ilustraciones útiles del lenguaje culto de la época apostólica. Otro medio de familiarizarse con los lenguajes propiamente dichos es el estudio de la etimología de los lenguajes sagrados. Para un entendimiento adecuado de la etimología de las palabras hebreas, es requisito el conocimiento de las lenguas afines; pero hay que tener en mente que muchos derivados tienen un significado bastante diferente al significado de sus respectivos radicales, de modo que un argumento basado sólo en la etimología está abierto a sospecha.

(2) Sentido de la expresión literaria:

Después de que las reglas anteriores han ayudado al intérprete a conocer los diversos significados de las palabras del texto sagrado, él debe esforzarse por investigar en qué sentido preciso el escritor inspirado empleó sus expresiones. Será ayudado en este estudio si presta atención al asunto del libro o capítulo, a su ocasión y propósito, al contexto gramatical y lógico y a los pasajes paralelos. Cualquier significado de las expresiones literarias que no esté de acuerdo con el objeto del libro, no puede ser el sentido en que el escritor lo usó. El mismo criterio nos orienta en la elección de cualquier matiz de significado y en la limitación de su alcance. 
El objeto de las Epístolas a los Romanos y a los Gálatas, por ejemplo, muestra en qué sentido San Pablo utilizó las expresiones “ley” y “obras de la ley”; el sentido de las expresiones “ espíritu de Dios”, “sabiduría” y entendimiento, que aparecen en Éx. 31,3 deben determinarse de la misma manera. La ocasión y el propósito de un libro o de un pasaje en general determinarán si ciertas expresiones deben ser tomadas en su sentido propio o figurado, ya sea con un alcance limitado o ilimitado.
 La atención a este punto nos ayudará a explicar correctamente tales pasajes como Jn. 6,53ss; Mt. 10,5; Heb. 1,5.7; etc. Por lo tanto entenderemos el primero de estos pasajes de la verdadera Carne y Sangre de Cristo, no de su figura; veremos el verdadero significado del mandato de Cristo contenido en el segundo pasaje, "No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos”; de nuevo, apreciemos el peso de la argumentación teológica a favor de la generación eterna del Hijo, como se indica en el tercer pasaje, que figura en la Epístola a los Hebreos.

El contexto es la tercera ayuda para determinar el sentido preciso en el que el escritor utiliza cada palabra. No tenemos que insistir en la necesidad de explicar una expresión de conformidad con su ambiente gramatical. El comentarista debe asegurarse de la conexión gramatical de una expresión, a fin de no violentar las normas de inflexión o de sintaxis. El llamado paralelismo poético puede considerarse como parte integrante de la gramática tomada en un sentido más amplio. Pero el contexto lógico también requiere atención; un comentarista no debe explicar cualquier expresión en tal sentido que coloque al autor contradiciéndose a sí mismo, y debe tener cuidado de asignar a cada palabra un significado que vaya mejor de acuerdo con el pensamiento de la oración del capítulo, e incluso del libro. Sin embargo, no debe pasarse por alto que el contexto es a veces más psicológico que lógico; en la poesía lírica, en las palabras de los profetas, o en los diálogos animados a veces los pensamientos y sentimientos son traídos en yuxtaposición, cuya conexión lógica no es aparente. Por último, está el llamado contexto óptico que se encuentra en las visiones de los profetas. El vidente inspirado puede percibir agrupados en la misma visión eventos que están muy separados unos de otros en tiempo y espacio.

Los llamados paralelismos verbales ayudarán al comentarista a determinar el sentido preciso en el que el escritor inspirado usó sus palabras. En el caso del paralelismo verbal, o en la repetición de las mismas expresiones literarias en diferentes partes de los libros inspirados, es mejor explicar el lenguaje de Pablo con el de Pablo, las expresiones de Juan con las de Juan, que explicar a Pablo con Mateo, y a Juan con Lucas. Una vez más, es más natural explicar una expresión que ocurre en el Cuarto Evangelio con otra que se encuentra en el mismo libro que con un pasaje paralelo tomado del Apocalipsis. 
Por último, hay que tener en cuenta que el paralelismo de pensamiento, o paralelismo real, es una ayuda más fiable para encontrar el sentido exacto de un pasaje que una simple repetición material de una oración o frase.

(3) Marco histórico

Los escritores inspirados relacionaron con sus palabras las ideas que ellos mismos poseían, y que sabían que eran inteligibles para sus contemporáneos. Cuando hablaban de una casa, expresaban una habitación a la que sus contemporáneos estaban acostumbrados, no a un artificio usado por los bárbaros. Por lo tanto, con el fin de llegar al sentido preciso de un pasaje hay que tener en cuenta su contexto histórico, hay que consultar el testimonio de la historia. El verdadero sentido de la Biblia no se puede encontrar en una idea o un pensamiento históricamente falso. 
Por lo tanto, el comentarista debe estar bien familiarizado con la historia y arqueología sagradas, a fin de conocer, hasta cierto punto al menos, las diversas costumbres, leyes, hábitos, prejuicios nacionales, etc. bajo cuya influencia los autores inspirados compusieron sus respectivos libros. De lo contrario, será imposible para él comprender las alusiones, las metáforas, el lenguaje y el estilo de los escritores sagrados. Lo que se ha dicho sobre la interpretación histórico-gramatical de la Escritura está resumido, por así decirlo, en la encíclica ya citada:
 "Cuanto más nuestros adversarios argumenten al contrario, tanto más solícitamente nos debemos adherir a los cánones de interpretación recibidos y aprobados. Por lo tanto, mientras sopesamos los significados de las palabras, la conexión de ideas, el paralelismo de los pasajes, y similares, debemos por todos los medios hacer uso de tales ilustraciones como las que pueden extraerse de la erudición apropiada de una clase externa."

Interpretación católica

Dado que la Iglesia es el custodio oficial e intérprete de la Biblia, su enseñanza sobre las Sagradas Escrituras y su sentido genuino debe ser la guía suprema del comentarista. Las inferencias que se derivan de este principio son en parte negativas, en parte positivas.

(1) Instrucciones negativas:

A las siguientes directrices se les llama negativas no porque no impliquen una actitud mental positiva o porque no lleven a resultados positivos, sino porque a primera vista parecen enfatizar la evitación de ciertos métodos de proceder que serían legítimos en la exégesis de libros profanos. Se basan en lo que la Iglesia enseña sobre el carácter sagrado de la Biblia.

(a) Evitar la irreverencia: 

Dado que la Biblia es la propia palabra de Dios, su estudio debe comenzar y proseguir con un espíritu de reverencia y oración. Los Padres insisten en esta necesidad para muchos pasajes. San Atanasio llama a las Escrituras la fuente que apaga nuestra sed de justicia y que nos provee la doctrina de la piedad (Ep. Fest. XXXIX); San Agustín (C. Faust, XIII, XVIII.) desea que se lean para un memorial de nuestra fe, para consuelo de nuestra esperanza y para una exhortación a la caridad; Orígenes (Ep. ad Gregor. Neocæs., c. III) considera la oración piadosa como el medio más esencial para el entendimiento de las divinas Escrituras; pero desea ver humildad unida con la oración; San Jerónimo (In Mich., I, X) concurre con San Agustín (De doctr. christ., III, XXXVII) respecto a la oración como la ayuda principal y más necesaria para el entendimiento de las Escrituras. Podríamos añadir las palabras de otros escritores patrísticos, si las alegadas referencias no fuesen lo suficientemente claras y explícitas para remover toda duda sobre el asunto.

(b) No error en la Escritura: 

Puesto que Dios es el autor de la Sagrada Escritura, ésta no contiene ningún error, ninguna contradicción, nada contrario a la verdad científica o histórica. La Encíclica “Providentissimus Deus” es muy explícita en su declaración de esta prerrogativa de la Biblia: "Todos los libros que la Iglesia acepta como sagrados y canónicos están escritos total y completamente, en todas sus partes, por dictado del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que la inspiración no sólo es esencialmente incompatible con el error, sino que lo excluye y rechaza tan absoluta y necesariamente, como es imposible que Dios mismo, la Verdad Suprema, sea autor de alguna falsedad." Los Padres concurren con esta enseñanza casi unánimemente; podemos referir al lector a San Jerónimo (In Nah., I, IV), San Ireneo (C. hær., II, XXVIII), Clemente de Alejandría (Strom., VII, XVI), San Agustín ("C. Faust.", II, II; cf. "In Ps. CXVIII", serm. XXXI, 5; "Ad Hier.", ep. LXXXII, 2, 22; "Ad Oros. c. Prisc.", XI), San Gregorio Magno (Præf. in Job, n. 2). El gran doctor africano sugiere un remedio simple y radical contra los errores aparentes en la Biblia: "O mi códice está erróneo, o el traductor se equivocó, o yo no entiendo.”

Pero la inerrancia no es la prerrogativa de todo lo que acierta a encontrarse en la Biblia; se limita a lo que los escritores inspirados declaran como propio, a menos que citen las palabras de un orador que sea infalible en sus declaraciones, las palabras de un Apóstol, por ejemplo, o de un orador divinamente autorizado, sea ángel u hombre (cf. Lucas 1,42.67; 2,25; 2 Mac. 7,21), o también palabras consideradas con autoridad divina ya sea por la Escritura (cf. 1 Cor. 3,19; Gál. 4,30) o por la Iglesia (por ejemplo, el Magníficat). Las palabras biblícas que no entran dentro de ninguna de estas categorías llevan sólo la autoridad del orador, cuyo peso debe ser estudiado a partir de otras fuentes. Aquí es el lugar para tomar nota de una decisión emitida por la Comisión Bíblica, 13 de febrero de 1905, según la cual ciertas declaraciones de las Escrituras pueden ser tratadas como citas, a pesar de que en la superficie parecen ser declaraciones del escritor inspirado. Pero esto se puede hacer sólo cuando hay prueba cierta e independiente de que el escritor inspirado realmente cita las palabras de otra persona sin la intención de hacerlas suyas. Los escritores recientes llaman a tales citas pasajes "tácitos" o "implícitos".

La inerrancia de la Escritura no nos permite admitir contradicciones en sus declaraciones. Esto se entiende del texto auténtico o primitivo de la Biblia. Debido a las corrupciones del texto, debemos prepararnos para hallar contradicciones en detalles de menor importancia; en los asuntos de más peso estas discrepancias han podido evitarse incluso en nuestro texto actual. Las discrepancias que puedan aparecer en materias de fe o moral deben poner al comentarista en guardia que las mismas expresiones bíblicas no se tomen en todas partes en el mismo sentido, que varios pasajes pueden diferir unos de otros como la declaración completa de una doctrina difiere de su expresión incompleta, como una presentación clara difiere de su trazado obscuro. Así “obras” tiene un significado en Santiago 2,24 y otro en Rom. 3,28; “hermanos” denota una clase de relación en Mateo 12,46, y otra clase muy diferente en la mayoría de los otros pasajes; Juan 14,28 y 10,30, Hch. 8,12 y Mt. 28,19 se oponen respectivamente uno a otro como una declaración clara se opone a una obscura, como una explícita a una mera implicación.

En las discrepancias bíblicas aparentes que se encuentran en los pasajes históricos, el comentarista debe distinguir entre las declaraciones hechas por el escritor inspirado y las que sólo son citadas por él (cf. 1 Sam. 31,9 y 2 Sam. 1,6 ss.), entre el doble relato del mismo hecho y la narración de dos incidentes similares, entre las cronologías que comienzan con diferentes puntos de partida, y por último entre un compendio y un informe detallado de un evento. Por último, las discrepancias aparentes que aparecen en los pasajes proféticos requieren investigaciones, si los respectivos textos emanan de los profetas como profetas (cf. 2 Sam. 7,3-17), si se refieren al mismo o a temas similares (por ejemplo, la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo), si consideran su asunto desde el mismo punto de vista (por ejemplo, el sufrimiento y el Mesías glorioso), si usan lenguaje propio o figurado. Así, el profeta Natán, en su capacidad privada alienta a David a construir el Templo (2 Rey. 7,3), pero como profeta le anuncia que será Salomón quien construirá la casa de Dios (ibíd., 13).

La inerrancia de la Escritura excluye también cualquier contradicción entre la Biblia y los principios ciertos de la ciencia. No se puede suponer que los escritores inspirados deben concurrir con todas las diversas hipótesis que los científicos suponen hoy día y rechazan mañana; sino que se le requerirá al comentarista que armonice la enseñanza de la Biblia con los resultados científicos que se apoyan en pruebas sólidas. Esta norma está claramente establecida por la encíclica en las palabras de San Agustín:
 "Lo que realmente puedan demostrar que es cierto de la naturaleza física, tenemos que demostrar que es capaz de reconciliación con nuestras Escrituras, y lo que afirmen en sus tratados que es contrario a estas Escrituras nuestras, es decir a la fe católica, tendremos que demostrar o bien que es totalmente falso, o en todo caso, debemos, sin la menor vacilación, creer que es así "(De Gen. ad litt., I, XXI, XLI).
 Sin embargo, el comentarista también debe tener cuidado "de no hacer aseveraciones temerarias, o de afirmar lo desconocido como conocido” (San Aug. In Gen. Op impoerf., IX, 30). La Encíclica apela aquí de nuevo a las palabras del gran doctor africano (San Agustín, de Gen ad litt, II, IX, XX): [El Espíritu Santo] que habló por ellos [los escritores inspirados], no tenía la intención de enseñarles estas cosas a los hombres [es decir, la naturaleza esencial de las cosas del universo visible], cosas que de ningún modo son útiles para la salvación.” 
El Pontífice continúa: "De ahí que… describieron y trataron con cosas en un lenguaje más o menos figurativo, o en términos que eran de uso general en esa época, y que en muchos casos son de uso diario hoy día, incluso por los más eminentes hombres de ciencia. El lenguaje ordinario describe principal y adecuadamente lo que viene bajo los sentidos; y un poco de la misma manera, los escritores sagrados ---como nos recuerda el Doctor Angélico (Summa, I, Q. LXX, a. 1, ad 3um)--- ‘se atuvieron a lo que se veía aparentemente’, registraron lo que Dios, hablando al hombre, denotó de una manera que los hombres pudiesen entender y a la que estuviesen acostumbrados.” En Gén. 1,16, por ejemplo, el sol y la luna son llamados dos grandes lumbreras; en Josué 10,12 se le ordena al sol que se detenga; en Ecls. 1,5 el sol corre a su lugar; en Job 26,11 el firmamento aparece sólido y broncíneo; en otros pasajes el cielo esta sostenido por columnas, y Dios pasea sobre las nubes del cielo.

Finalmente, el comentarista debe estar preparado para bregar con las discrepancias aparentes entre la historia bíblica y la profana. Las consideraciones a tener en cuenta aquí son similares a las establecidas en el párrafo anterior. En primer lugar, no todas las declaraciones que se encuentran en las fuentes profanas pueden considerarse a priori como verdad del Evangelio; algunas de ellas se refieren a temas que los autores conocían imperfectamente; otras proceden de sentimientos partidistas y de la vanidad nacional; otras más se basan en documentos antiguos traducidos sólo imperfecta o parcialmente. En segundo lugar, la Biblia no enseña ex professo la historia o cronología profana. 
Trata esos temas de manera sólo incidental, en la medida en que están relacionados con los temas sagrados. Por tanto, sería erróneo considerar que la Escritura contiene un curso completo de historia y cronología, o considerar que el texto de su parte histórica está fuera de toda sospecha de corrupción. En tercer lugar, debemos tener en mente las palabras de San Jerónimo (in Jer, 28,10.): "Muchas cosas en la Sagrada Escritura están relacionadas según la opinión de la época en la que se dice que sucedieron, y no de acuerdo a la verdad objetiva"; y de nuevo (in Matt. 14,8.): " De acuerdo con la costumbre de la Escritura, el historiador narra la opinión respecto a muchas cosas de acuerdo con la creencia general en ese momento".

El Padre Delattre afirma (Le Criterium a l'usage de la Nouvelle Exegese Biblique, Lieja, 1907) que, según San Jerónimo, los escritores inspirados informan la opinión pública prevaleciente en el momento de los hechos relatados, no la opinión pública prevaleciente cuando la narrativa fue escrita. Esta distinción es de la mayor importancia práctica de lo que parece ser al principio. Pues el padre Delattre sólo admite que el historiador inspirado puede escribir de acuerdo a las apariencias sensibles, mientras que sus opositores sostienen que puede seguir también las llamadas apariencias "históricas"
Por último, se debe mencionar a este respecto las dos primeras decisiones de la Comisión Bíblica. Algunos escritores católicos han tratado de eliminar ciertas dificultades históricas del texto sagrado, ya sea considerando los respectivos pasajes como citas tácitas o implícitas de otros autores, por las que los escritores inspirados no responden de ningún modo; o negando que los escritores sagrados responden de algún modo por la exactitud histórica de los hechos que narran, ya que utilizan estos hechos evidentes sólo como clavijas para colgar una enseñanza moral.
 La Comisión Bíblica rechazó estos dos métodos mediante los decretos emitidos, respectivamente, 13 de febrero y 23 de junio de 1905, añadiendo, sin embargo, que cualquiera de ellos puede ser admitido en el caso en que, prestando la debida atención al sentido y juicio de la Iglesia, se pueda demostrar con argumentos sólidos que el escritor sagrado realmente citó los dichos o documentos de otro sin hablar en su propio nombre, o no tenía la intención realmente de escribir historia, sino sólo proponer una parábola, una alegoría u otro concepto literario no histórico.

(2) Directrices positivas:

San Ireneo representa la enseñanza de la Iglesia primitiva cuando escribe que la verdad ha de ser aprendida donde están los carismas de Dios, y que la Sagrada Escritura es interpretada de forma segura por los que tienen la sucesión apostólica (Adv. haer., IV, XXVI, 5). San Vicente de Lérins parece resumir la enseñanza de los Padres sobre este tema cuando escribe que debido a las grandes complejidades de diversos errores, es necesario que la línea de interpretación profética y apostólica sea dirigida de acuerdo a la norma de la enseñanza eclesiástica y católica. El Concilio Vaticano I hace hincapié en el decreto del Concilio de Trento (Ses. IV, De edit. Et usu sacr. libr.) cuando enseña (Constit. De fide cathol., C. ii) que "en las cosas de la fe y la moral que pertenecen a la edificación de la doctrina cristiana, que se considera el verdadero sentido de la Sagrada Escritura que ha sido y es sostenido por nuestra Santa Madre la Iglesia, cuyo lugar es juzgar el verdadero sentido e interpretación de las Escrituras; y por tanto, que no se le permite a nadie interpretar la Sagrada Escritura contra tal sentido ni tampoco contra el acuerdo unánime de los Padres ". De ahí surgen los siguientes principios.

(a) Textos definidos: 

El comentador católico está obligado a adherirse a la interpretación de los textos que la Iglesia ha definido explícita o implícitamente. El número de estos textos es pequeño, por lo que el comentador puede fácilmente evitar cualquier transgresión de este principio. El Concilio de Trento enseña que Rom. 5,12 se refiere al pecado original (Ses. V, cc. II, IV), que Juan 3,5 enseña la absoluta necesidad del bautismo de agua (Ses. V, c. IV; Ses. VII, De bapt., c. II), que Mateo 26,26 ss. debe ser entendido en el sentido adecuado (Ses. XIII, cap. I); el Concilio Vaticano I da una definición directa de los textos, Mt. 16,16 ss. y Juan 21,15 ss. Muchos más textos de las Escrituras son definidos indirectamente mediante la definición de ciertas doctrinas y la condena de ciertos errores. El Primer Concilio de Nicea, por ejemplo, mostró cómo debían ser interpretados los pasajes en el que los arrianos basaban su afirmación de que el Verbo era una criatura; el Quinto Concilio Ecuménico (II de Constantinopla) enseña el significado correcto de muchas profecías, condenando la interpretación de Teodoro de Mopsuestia.

(b) Interpretación patrística: El Papa León XIII en su encíclica "Providentissimus Deus", repite los principios relativos a la autoridad de los Padres establecida por los Concilios de Trento y Vaticano I: "Los Santos Padres, a quienes, después de los Apóstoles, la Iglesia debe su crecimiento ---quienes la han plantado, regado, construido, gobernado y cuidado’ "(Aug., C. Julian., II, X, 37), los Santos Padres, decimos, son de suprema autoridad cada vez que todos interpreta en una y la misma forma cualquier texto de la Biblia en cuanto a la doctrina de fe o moral; pues su unanimidad claramente evidencia que tal interpretación se nos ha transmitido desde los Apóstoles como asunto de fe católica.” Por lo tanto, se requieren tres condiciones a fin de que la autoridad patrística pueda ser absolutamente decisiva: en primer lugar, tiene que interpretar los textos referentes a cuestiones de fe o moral; en segundo lugar, debe hablar en calidad de testigos de la tradición católica, no sólo como teólogos privados; en tercer lugar, debe haber una unanimidad moral en su interpretación. El silencio de algunos de los principales Padres no destruye esta unanimidad, y está suficientemente garantizada por la voz anuente de los principales autores patrísticos que viven en cualquier período crítico, o por el acuerdo de los comentaristas que viven en varias épocas; pero la unanimidad se destruye si algunos de los Padres niega abiertamente la exactitud de la interpretación dada por los demás, o si explican el pasaje de tal manera que haga imposible la explicación dada por los demás. Sin embargo, la encíclica nos advierte que tratemos con reverencia la opinión de los Padres, aunque no haya unanimidad: "La opinión de los Padres", dice el Santo Padre, "es también de gran peso cuando tratan de estos asuntos en su capacidad de doctores, no oficialmente; no sólo porque sobresalen en su conocimiento de la doctrina revelada y en su conocimiento de muchas cosas que son útiles en la comprensión de los libros apostólicos, sino porque son hombres de santidad eminente y de ardiente celo por la verdad, a quienes Dios ha concedido una medida más amplia de su luz. "

(c) La analogía de fe: Aquí también la Encíclica “Providentissimus Deus” es nuestra guía: “En los otros pasajes”, dice, “se debe seguir la analogía de la fe y la doctrina católica, según propuesta autoritativamente por la Iglesia, se debe mantener como la ley suprema; pues viendo que el Dios mismo es el autor tanto de los Libros Sagrados como de la doctrina confiada a la Iglesia, es claramente imposible que por medios legítimos se pueda extraer ninguna enseñanza de los primeros, que esté de algún modo en desacuerdo con esta última." Este principio tiene una doble influencia sobre la interpretación de la Escritura, una negativa y una influencia positiva. En primer lugar, el comentarista no puede admitir en la Escritura una afirmación contraria a la enseñanza de la Iglesia; por el contrario, el acuerdo de una explicación con la doctrina de la Iglesia no prueba su corrección, ya que más de una explicación puede estar de acuerdo con la enseñanza eclesiástica. En segundo lugar, el intérprete católico debe explicar la enseñanza oscura y parcial de las Escrituras mediante la enseñanza clara y completa de la Iglesia; por ejemplo, los pasajes que se refieren a la naturaleza humana y divina de Cristo, y el poder de atar y desatar, encuentran su explicación y su complemento en la tradición católica y en las definiciones conciliares. Y aquí debemos tener en cuenta lo que la encíclica añade sobre la doctrina que nos ha llegado en un canal menos autoritario: "La autoridad de otros intérpretes católicos no es tan grande; pero el estudio de la Escritura siempre ha seguido avanzando en la Iglesia, y, por tanto, estos comentarios también tienen su lugar honorable propio, y son útiles en muchos aspectos para la refutación de los asaltantes y la explicación de las dificultades."

Retórica sagrada

La enseñanza auténtica de la Sagrada Escritura es útil para todos, pero pocos tienen el tiempo necesario para investigarla. Es por esta razón que los estudiantes de las Escrituras expresan sus resultados por escrito con el fin de compartir su luz con el mayor número posible. Sixto Senensis [Bibliotheca sancta (Venecia, 1575), I, pp 278 ss.] enumera veinticuatro diversas formas en que se pueden expresar tales explicaciones bíblicas. Pero algunos de estos métodos ya no están en uso, mientras que otros pueden ser reducidos a menos y más generales encabezados. De acuerdo al fin que el escritor tenga en mente, pueden ser divididos en tratados teóricos y prácticos o histórico-dogmáticos y morales. Considerando las personas para las que fueron escritas, son exposiciones ya sea populares o eruditas; pero si la división se hace a base de su forma literaria, que es el principio común y más racional de la división, hay cinco tipos de la exégesis bíblica: la versión, la paráfrasis, la glosa y escolio, la disertación y el comentario.

(1) La versión:

La versión es la traducción de la Biblia de un lenguaje a otro, especialmente del original a la lengua vernácula. A una versión hecha directamente del texto original se le llama “inmediata”, mientras que es “mediata” si se basa directamente en otra versión. Es verbal si traduce las mismas palabras; es una versión libre si traduce el significado en lugar de las palabras. Una buena versión debe ser fiel y clara, es decir, debe expresar el pensamiento sin ninguna modificación; debe reproducir la forma literaria, ya sea poética o prosaica, figurativa o adecuada, y debe ser fácilmente inteligible, en la medida en que el carácter de los dos lenguajes lo permita. Esto demuestra la dificultad de hacer una buena traducción, ya que implica no sólo un conocimiento profundo de las dos lenguas, sino también una idea precisa sobre el significado auténtico de la Sagrada Escritura.

(2) La paráfrasis

La paráfrasis expresa el sentido genuino de la Escritura en forma continua y más expansiva. La versión elimina las dificultades que surgen del hecho de que la Biblia está escrita en un idioma extranjero, la paráfrasis aclara también las dificultades de pensamiento. Pues suministra las transiciones y términos medios omitidos por el autor; cambia la fraseología extraña y complicada a frases idiomáticas; amplifica las declaraciones breves del original mediante la adición de definiciones, la indicación de causas y razones y la ilustración del texto con referencias a pasajes paralelos. Una buena paráfrasis debe expresar el pensamiento del original con mucha exactitud, y al mismo tiempo debe ser breve y clara; en esta forma de exposición hay peligro de hacer obscuro lo que se dijo claramente en el texto original.

(3) La glosa y el escolio

La versión elimina del texto de la Escritura las dificultades relacionadas con la lengua extranjera, la paráfrasis aclara las dificultades del pensamiento; pero todavía hay otras dificultades relacionadas con la Biblia, las que deben ser eliminadas por medio de notas. Un tipo de notas breves, llamadas glosas, explica las dificultades relacionadas con las palabras; otro tipo, llamado escolio, se refiere a variantes de lectura, a dificultades verbales, a personas, países y cosas desconocidas y a la conexión de pensamiento. Dos célebres series de glosas merecen mención especial: la glossa ordinaria por Walafrido Estrabón, y la Glosa Interlinearis por Anselmo de Laon.

(4) La disertación

Los contemporáneos de Orígenes, Eusebio y San Jerónimo les preguntaron sobre determinados textos difíciles de la Escritura; los fieles de todas las edades han sentido una necesidad similar de aclaraciones especiales de pasajes en particular. Podríamos llamar disertaciones o tratados a tales preguntas. Se entiende que sólo los textos realmente importantes deben ser objeto de tales explicaciones académicas. A fin de satisfacer al lector curioso, el ensayista debe examinar el texto de manera crítica; debe establecer sus diversas explicaciones dadas por otros escritores y pesarlas a la luz de los principios de la hermenéutica; por último, debe dar la verdadera solución de la dificultad, probarla con argumentos sólidos, y defenderla contra las excepciones principales.

(5) El comentario

El comentario es una explicación continua, completa, erudita y bien formulada, que trata no sólo de los pasajes más difíciles, sino de todo lo que necesita aclaración. Por lo tanto el comentarista debe discutir todas las variantes, establecer y probar el verdadero sentido del libro que explica, añadir toda la información personal, geográfica, histórica y étnica necesaria, e indicar las fuentes de donde la extrae, armonizar las oraciones individuales entre sí y con el alcance de todo el libro, considerar sus contradicciones aparentes, y explicar el sentido en que se deben entender sus citas del Antiguo Testamento. Con el fin de asegurar una exposición ordenada, el autor debe establecer como premisas los diversos estudios histórico-críticos que pertenecen a todo el libro; debe dividir y subdividir el libro en sus partes principales y subordinadas, indicando claramente el tema especial de cada una; debe, finalmente, organizar las diversas opiniones sobre cuestiones en disputa en una lista cuidadosamente distribuida, con el fin de aliviar el trabajo del lector. Lo que se ha dicho muestra suficientemente las cualidades que debe poseer un comentario bien escrito; debe ser fiel en la presentación del sentido genuino de la Escritura; debe ser claro, completo y breve; y debe mostrar el trabajo privado del comentarista por la luz que arroja sobre las cuestiones más complicadas. Los comentarios que consisten en simples listas de los puntos de vista patrísticos sobre los textos sucesivos de la Escritura son llamados “catenae”.

Tal vez la homilía se puede agregar a los métodos anteriores de exposición bíblica. Está escrito en una forma popular, y es de una tendencia práctica. No se ocupa de las sutiles y más difíciles cuestiones de la Escritura, sino que explica las palabras de una sección bíblica en el orden en que ocurren. Un tipo más elevado de homilía se apodera de la idea fundamental de una sección de las Escrituras, y considera el resto en relación con ella. La Iglesia siempre ha fomentado tales discursos homiléticos, y los Padres han dejado un gran número de ellos en sus escritos.


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