Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


martes, 23 de junio de 2020

219).-El nombre de la rosa.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 




La Sacra di San Michele (abadía de San Miguel), erigido en la cima del monte Pirchiriano, se encuentra en el sur del valle de Susa, en la región del Piamonte en el norte de Italia. La abadía fue fundada entre finales del siglo X y principios del siglo XI y se encuentra en la ruta de peregrinación que conecta Monte Sant'Angelo, en el sur de Italia, con Mont Saint-Michel, en el norte de Francia.


(título original Il nome della rosa en italiano) es una novela histórica de misterio escrita por Umberto Eco y publicada en 1980
Ambientada en el turbulento ambiente religioso del siglo xiv, la novela narra la investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso de Melk alrededor de una misteriosa serie de crímenes que suceden en una abadía del norte de Italia.
La gran repercusión de la novela provocó que se editaran miles de páginas de crítica de El nombre de la rosa, y se han señalado referentes que incluyen a Jorge Luis Borges, Arthur Conan Doyle y el escolástico Guillermo de Ockham.
En 1985 el autor publicó Apostillas a El nombre de la rosa, una especie de tratado de poética en el que comentaba cómo y por qué escribió la novela, aportando pistas que ilustran al lector sobre la génesis de la obra, aunque sin desvelar los misterios que se plantean en ella. El nombre de la rosa ganó el Premio Strega en 1981 y el Premio Médicis Extranjero de 1982, entrando en la lista «Editors' Choice» de 1983 del New York Times.
El gran éxito de crítica y la popularidad adquirida por la novela llevó a la realización de una versión cinematográfica homónima, dirigida por el francés Jean-Jacques Annaud en 1986, con Sean Connery como el franciscano Guillermo de Baskerville y Christian Slater encarnando a su discípulo, Adso.

Contexto

En su anterior obra teórica, Lector in fabula, Eco ya reseñaba en una llamada a pie de página la «polémica sobre la posesión de bienes y la pobreza de los apóstoles que se planteó en el siglo xiv entre los franciscanos espirituales y el pontífice»​ En dicha polémica destacó el polémico pensador franciscano Guillermo de Ockham, quien estudió la controversia entre los espirituales y el papado sobre la doctrina de la pobreza apostólica, principal para los franciscanos, pero considerada dudosa y posiblemente herética tanto por el papado como por los dominicos. La figura intelectual del nominalista Guillermo de Ockham, su filosofía empirista y científica, expresada en lo que se ha dado en llamar la navaja de Ockham, es considerada parte de las referencias que ayudaron a Eco a construir el personaje de Guillermo de Baskerville, y determinaron el marco histórico y la trama secundaria de la novela.
Según Eco, si no hubiera existido el Gruppo  no habría escrito El nombre de la rosa.​ El Gruppo , movimiento de neoavanguardia literaria al que perteneció el autor,​ perseguía una búsqueda experimental de las formas lingüísticas y el contenido que rompiera con los esquemas tradicionales. A ellos les debe «la propensión a la aventura "otra", al gusto por las citas y al collage».
​ En aplicación de su propia teoría literaria, El nombre de la rosa es una opera aperta, una «novela abierta», con dos o más niveles de lectura.
 Llena de referencias y de citas, Eco pone en boca de los personajes multitud de citas de autores medievales; el lector «ingenuo» puede disfrutarla a un nivel elemental sin comprenderlas, «después está el lector de segundo nivel que capta la referencia, la cita, el juego y por lo tanto sabe que se está haciendo, sobre todo, ironía». Pese a ser considerada una novela «difícil», por la cantidad de citas y notas al pie, o quizás incluso por eso, la novela fue un auténtico éxito popular. El autor ha planteado al respecto la teoría de que quizás haya una generación de lectores que desee ser desafiada, que busque aventuras literarias más exigentes.

La idea original de Eco era escribir una novela policíaca, pero sus novelas «nunca empezaron a partir de un proyecto, sino de una imagen. (···) De ahí la idea de imaginar a un benedictino en un monasterio que mientras lee la colección encuadernada del Manifiesto muere fulminado».

​ Extensamente familiarizado y apasionado del medioevo por anteriores trabajos teóricos, el autor trasladó esta imagen de modo natural a la Edad Media, y se pasó un año recreando el universo en que se desarrollaría la trama: 
«Pero recuerdo que pasé un año entero sin escribir una sola línea. Leía, hacía dibujos, diagramas, en suma, inventaba un mundo. Dibujé cientos de laberintos y plantas de abadías, basándome en otros dibujos, y en lugares que visitaba».

​ De ese modo, pudo familiarizarse con los espacios, con los recorridos, reconocer a sus personajes y enfrentarse con la tarea de encontrar una voz para su narrador, lo que tras repasar las de los cronistas medievales le recondujo de nuevo a las citas, y por ello la novela debía empezar con un manuscrito encontrado. Eco dice al respecto en Apostillas:
 «Así escribí de inmediato la introducción, situando mi narración en un cuarto nivel de inclusión, en el seno de otras tres narraciones: yo digo que Vallet decía que Mabillon había dicho que Adso dijo...».

Sinopsis
Abadía de Melk en 1672, antes de su renovación. Lugar
 desde donde Adso, ya anciano, redacta el manuscrito.


En un clima mental de gran excitación leí, fascinado, la terrible historia de Adso de Melk, y tanto me atrapó que casi de un tirón la traduje en varios cuadernos de gran formato procedentes de la Papeterie Joseph Gibert, aquellos en los que tan agradable es escribir con una pluma blanda. Mientras tanto llegamos a las cercanías de Melk, donde, a pico sobre un recodo del río, aún se yergue el bellísimo Stift, varias veces restaurado a lo largo de los siglos. Como el lector habrá imaginado, en la biblioteca del monasterio no encontré huella alguna del manuscrito de Adso.
Umberto Eco. El nombre de la rosa. Prefacio: Naturalmente, un manuscrito.

Es la Edad Media en la vecindad del invierno de 1327 bajo el papado de Juan XXII. El franciscano Guillermo de Baskerville y su discípulo, el novicio benedictino Adso de Melk, llegan a una abadía benedictina ubicada en la Italia septentrional y famosa por su impresionante biblioteca, la cual tiene unas estrictas normas de acceso. Guillermo debe organizar una reunión entre los delegados del papa y los líderes de la orden franciscana, en la que se discutirá sobre la supuesta herejía de la doctrina de la pobreza apostólica, promovida por una rama de la orden franciscana: los espirituales. La celebración y el éxito de dicha reunión se ven amenazados por una serie de muertes que los supersticiosos monjes, a instancias del ciego exbibliotecario Jorge de Burgos, consideran que siguen la pauta de un pasaje del Apocalipsis.

Guillermo y Adso, evadiendo en muchos momentos las normas de la abadía, intentan resolver el misterio descubriendo que, en realidad, las muertes giran alrededor de la existencia de un libro envenenado, un libro que se creía perdido: el segundo libro de la Poética de Aristóteles. La llegada del enviado papal e inquisidor Bernardo Gui inicia un proceso inquisitorial de amargo recuerdo para Guillermo, que en su búsqueda ha descubierto la magnífica y laberíntica biblioteca de la abadía. El método científico de Guillermo se ve enfrentado al fanatismo religioso representado por Jorge de Burgos.



Personajes de El nombre de la rosa

Guillermo de Baskerville

Es un fraile franciscano inglés del siglo xiv, con un pasado como inquisidor. A Guillermo de Baskerville se le encarga la misión de viajar a una lejana abadía benedictina para participar en una reunión en la que se discutiría sobre la supuesta herejía de una rama de los franciscanos: los espirituales. Esta descripción y la coincidencia en el nombre ha hecho pensar que el personaje de Guillermo podría remitir a Guillermo de Ockham,​ que efectivamente intervino en la disputa sobre la pobreza apostólica a petición de Miguel de Cesena, concluyendo que el papa Juan XXII era un hereje. De hecho, Eco consideró inicialmente a Ockham como personaje principal en lugar de a Guillermo de Baskerville. Asimismo, en la novela estos dos tienen una relación de amistad.
A su llegada, dada su fama de hombre perspicaz e inteligente, el abad le encarga investigar la extraña muerte de un monje para evitar el fracaso de la reunión. La descripción que hace la novela de Guillermo recuerda a Sherlock Holmes: 
«Su altura era superior a la de un hombre normal y, como era muy enjuto, parecía aún más alto. Su mirada era aguda y penetrante; la nariz afilada y un poco aguileña infundía a su rostro una expresión vigilante, salvo en los momentos de letargo a los que luego me referiré.»

En cuanto al apellido Baskerville, remite también a la novela de Arthur Conan Doyle protagonizada por Sherlock Holmes, El sabueso de los Baskerville, otro referente señalado.​ Guillermo también mastica frecuentemente las hojas de una o varias​ plantas desconocidas que producen un efecto psicoactivo, hábito semejante al que tiene Sherlock Holmes con la cocaína.

Adso de Melk

Voz narradora de la novela, es presentado como hijo de un noble austríaco, el barón de Melk, que en la novela combatía junto a Ludovico IV de Baviera, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Novicio benedictino, mientras se encontraba con su familia en la Toscana es encomendado a Guillermo por su familia como amanuense y discípulo, y ayuda a su mentor en la investigación. El personaje, como se menciona en la novela, comparte nombre con Adso de Montier-en-Der, abad francés nacido en 920 que escribió una biografía sobre el anticristo titulada De nativitate et obitu Antichristi e inspirado de cierta forma en Dr. Watson, el ayudante del detective Sherlock Holmes.
En una entrevista incluida en la versión DVD de la película El nombre de la rosa, su director, Jean-Jacques Annaud, asegura que Umberto Eco le manifestaba que Adso es un «imbécil», el cual «no entiende a su maestro», y que «al final no ha comprendido nada. No ha entendido la lección de su maestro».

Jorge de Burgos

El español Jorge de Burgos es un monje anciano y ciego, encorvado y «blanco como la nieve», venerado por el resto de los monjes, que lo temen tanto como lo respetan.

El que acababa de hablar era un monje encorvado por el peso de los años, blanco como la nieve; no me refiero solo al pelo sino también al rostro, y a las pupilas. Comprendí que era ciego. Aunque el cuerpo se encogía ya por el peso de la edad, la voz seguía siendo majestuosa, y los brazos y manos poderosos. Clavaba los ojos en nosotros como si nos estuviese viendo, y siempre, también en los días que siguieron, lo vi moverse y hablar como si aún poseyese el don de la vista. Pero el tono de la voz, en cambio, era el de alguien que solo estuviese dotado del don de la profecía.
Umberto Eco. El nombre de la rosa.


El nombre del personaje es un homenaje reconocido a Jorge Luis Borges; Eco tenía en mente un ciego que custodiase la biblioteca, y comenta en Apostillas que «... biblioteca más ciego solo puede dar Borges, también porque las deudas se pagan».

Según Umberto Eco, el personaje de Jorge debía ser español no solamente como referencia, por su hispanidad, a Jorge Luis Borges, sino también por haber sido en tierras españolas de donde surgieron las miniaturas y comentarios más famosos del Medioevo relativos al Apocalipsis. Jorge de Burgos cita significativamente dicho libro, cuyas copias aparecen abundantemente en la sección de la biblioteca dedicada a Hispania —entre ellas reproducciones del Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana— traídas a la abadía de la novela desde España por Jorge junto a la copia del segundo libro de la Poética de Aristóteles, fabricada asimismo esta en Silos por un español o un áraben. 




Personajes históricos.

Ubertino da Casale

Ubertino da Casale (1259-c. 1330) fue un religioso franciscano italiano, líder de los espirituales de la Toscana. En la novela es presentado como amigo de Guillermo.

Michele de Cesena

El italiano Miguel de Cesena (en italiano Michele da Cesena) (1270-1342) fue ministro general de la orden franciscana y teólogo. Miembro de los franciscanos «espirituales», que estaban enfrentados al papa Juan XXII en la disputa sobre la pobreza evangélica. Aparece en la novela como líder de la legación franciscana apoyada por el emperador Ludovico IV de Baviera.

Bernardo Gui

Bernardo Gui o Bernardo Guidoni (1261/1262-1331) fue un religioso dominico francés, inquisidor de Toulouse entre 1307 y 1323. En la novela es presentado como inquisidor al mando de los soldados franceses encargados de la indemnidad de la legación papal. Es retratado como némesis de Guillermo de Baskerville, cosa que se ha interpretado como una analogía hacia la relación entre Sherlock Holmes y el profesor Moriarty.

Bertrando del Poggetto

Bertrand du Pouget (en italiano Bertrando del Poggetto) (c. 1280-1352) fue un diplomático y cardenal francés. Aparece en la novela como líder de la legación del papado de Aviñón.

Girolamo de Caffa

Girolamo de Caffa es el nombre usado en la novela para referirse a Jerónimo de Cataluña, también conocido como Hieronymus Catalani, religioso franciscano y primer obispo de Cafa (Crimea).

Otros personajes

Adelmo da Otranto: Novicio, ilustrador y miniaturista.
Venancio de Salvemec: Monje, traductor de manuscritos, especialista en griego y árabe.
Berengario da Arundel: Monje inglés, ayudante del bibliotecario.
Severino da Sant'Emmerano: Monje alemán, herbolario.
Malaquías de Hildesheim: Monje alemán, bibliotecario.
Abbone da Fossanova: Abad del monasterio.
Bencio de Upsala: Monje escandinavo, estudiante de retórica.
Alinardo da Grottaferrata: Monje más anciano de la abadía.
Remigio da Varagine: Monje cillerero, antiguo miembro de los dulcinistas.

Salvatore de Monferrato: Monje deforme, ayudante de Remigio, antiguo miembro de los dulcinistas.
Nicola da Morimondo: Monje vidriero.
Aymaro d'Alessandria: Monje chismoso y burlón, copista.
Rábano de Toledo: Monje iluminador.
Patricio de Clonmacnois: Monje iluminador.
Magnus de Iona: Monje iluminador.
Pacífico da Tívoli: Monje.
Pietro de Sant'Albano: Monje.
Gunzo da Nola: Monje.

Hugo de Newcastle: Teólogo franciscano inglés, miembro de la legación imperial.
Obispo de Alborea: Religioso dominico, miembro de la legación papal.

Campesina del pueblo junto a la abadía; Adso se enamora de ella y nunca llega a saber su nombre.

Análisis
Título

Según cuenta el autor en Apostillas, la novela tenía como título provisional La abadía del delito, título que descartó porque centraba la atención en la intriga policíaca. Su sueño, afirma, era titularlo Adso de Melk, un título neutro, dado que el personaje de Adso no pasaba de ser el narrador de los acontecimientos. Según una entrevista concedida en 2006, El nombre de la rosa era el último de la lista de títulos, pero «todos los que leían la lista decían que El nombre de la rosa era el mejor».

El título se le había ocurrido casi por casualidad, y la figura simbólica de la rosa resultaba tan densa y llena de significados que, como dice en Apostillas:
 «ya casi los ha perdido todos: rosa mística, y como rosa ha vivido lo que viven las rosas, la guerra de las dos rosas, una rosa es una rosa, los rosacruces, gracias por las espléndidas rosas, rosa fresca toda fragancia». 
Para Eco, esa carencia de significado final debida al exceso de significados acumulados respondía a su idea de que el título «debe confundir las ideas, no regimentarlas».

Imagen del Tacuinum Sanitatis, siglo xiv

Hace frío en el scriptorium, me duele el pulgar. Dejo este texto, no sé para quién, este texto, que ya no sé de qué habla: stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.
Adso de Melk



Al enigma del título se unía el del verso en latín que cerraba la novela. A este respecto, el autor explica en Apostillas que, aunque el lector hubiese captado las «posibles lecturas nominalistas» del verso, esa indicación llegaría en el último momento, cuando el lector habría podido ya escoger múltiples y variadas posibilidades. Responde acerca del significado del verso, diciendo que es un verso extraído de una obra de Bernardo Morliacense, benedictino del siglo xii que compuso variaciones sobre el tema del ubi sunt, añadiéndoles la idea de que de todas las glorias que desaparecen lo único que restan son meros nombres.

De la rosa solo queda el nombre desnudo
o(Aunque) persiste el nombre de la rosa primigenia, (solo) el nombre desnudo tenemos.
Bernardo Morliacense


Relacionado con el título de la novela es también el poema de la escritora novohispana sor Juana Inés de la Cruz que aparece en el epígrafe inicial de las Apostillas a El nombre de la rosa:

Rosa que al prado, encarnada,
te ostentas presuntuosa
de grana y carmín bañada:
campa lozana y gustosa,
pero no, que siendo hermosa
también serás desdichada.


Estructura y narrador.


Libros de la biblioteca de la Abadía de Melk, en Austria



Según narra la introducción, «Naturalmente, un manuscrito», El nombre de la rosa está basada en un manuscrito que fue a parar a manos del autor en 1968, Le manuscript de Dom Adson de Melk, un libro escrito por un tal «abate Vallet» encontrado en la abadía de Melk, a orillas del Danubio, en Austria. El supuesto libro, que incluía una serie de indicaciones históricas bastante pobres, afirmaba ser una copia fiel de un manuscrito del siglo xiv encontrado en la abadía de Melk.​
A partir de esa base, la novela reconstruye con detalle la vida cotidiana en la abadía y la rígida división horaria de la vida monacal, que articulan los capítulos de la novela dividiéndola en siete días, y estos en sus correspondientes horas canónicas: maitines, laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. El empeño puesto en lograr un ambiente adecuado permite que el autor use en repetidas ocasiones citas en latín, especialmente en las conversaciones eruditas entre los monjes.
La historia está narrada en primera persona por el ya anciano Adso, que desea dejar un registro de los sucesos que presenció siendo joven en la abadía. En Apostillas, Eco comenta una curiosa dualidad del personaje: es el anciano de ochenta años que narra los sucesos acaecidos en los que intervino Adso, el joven de dieciocho años.
 
«El juego consistía en hacer entrar continuamente en escena al Adso anciano, que razona sobre lo que recuerda haber visto y oído cuando era el otro Adso, el joven. (···) Este doble juego enunciativo me fascinó y me entusiasmó muchísimo». La voz narrativa es, pues, una voz pasada por múltiples filtros; tras el ineludible filtro de la edad y de los años pasados por el personaje, la introducción de la novela explica que el texto original de Adso de Melk es registrado por J. Mabillon, a su vez citado por el abate Vallet, de quien el autor tomaría prestada la historia. Según explicó Eco en Apostillas, este triple filtro vino motivado por la búsqueda de una voz medieval para el narrador, apercibiéndose de que finalmente «los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado».

Intertextualidad.

El escolástico Guillermo de Ockham, una posible inspiración para el franciscano protagonista de la novela.



El nombre de Adso ha sido considerado un tributo a Simplicio, un personaje del Diálogo sobre los principales sistemas del mundo de Galileo Galilei (Ad simplicio, «para Simplicio») y se ha señalado la similitud con el personaje del Dr. Watson, compañero de Sherlock Holmes, a quien el protagonista, Guillermo de Baskerville, alude por su nombre.

En la novela se realiza una exposición del método científico y el razonamiento deductivo, usados hábilmente por Guillermo para resolver el misterio, recordando en ocasiones su actuación tanto a Sherlock Holmes como a Guillermo de Ockham (c. 1280/1288 – 1349),6​ franciscano y filósofo escolástico inglés, pionero del nominalismo, considerado por algunos padre de la epistemología y de la filosofía modernas en general.
También se alude al libro II de la Poética de Aristóteles, que se perdió aparentemente durante la Edad Media y del que nada se conoce, aunque se supone (y la novela así lo señala) que trataba sobre la comedia y la poesía yámbica. Es el libro que en la novela causa la muerte de varios monjes.
Teodosio Muñoz Molina señala en Las cuentas pendientes entre Eco y Borges varias coincidencias con El ojo de Alá, un cuento de Rudyard Kipling que Borges manifestaba haber leído un centenar de veces; también con otro religioso detective inglés, el hermano Cadfael, protagonista de la serie de novelas de Ellis Peters ambientadas en el siglo xii. Dice posteriormente que la novela:

... constituye un tan gigantesco como justificado centón que imbrica fragmentos de todos los libros de la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis; y, en un policromático y desmesurado mosaico textual, concurren promiscuamente Platón, Aristóteles, Ausonio, Boecio, Clemente de Alejandría, san Agustín, san Benito, san Anselmo, san Alberto Magno, san Buenaventura, santo Tomás de Aquino, san Bernardo, san Beda, el Beato de Liébana, Dante Alighieri, Pedro Hispano y Juan Hispano, Hugo de San Víctor, Occam, Bacon, Duns Scoto y un sinfín de documentos papales y conciliares, reglas monásticas, así como frases, alusiones y procedimientos que denotan un gran conocimiento de los cultivadores de la alquimia, desde la Physyca kai mystica del gnóstico Bolos Demócrito y la Tabula Smaradigna del nebuloso Hermes Trismegistos, hasta el Speculum Alchemiae de Roger Bacon y el Tetragrammaton del catalán Arnaldo de Vilanova, no sin haber buscado además la connivencia de Averroes, de Avicena, de Abu-Bakr-Muhammad Ibn Zaka-riyya ar Razi y del no menos profuso antropónimo de Geber Abu Musa Djabir Ibn Hajjam Al-Azid Al-Kufi Al-Tusi Al-Sufi.. 
Teodosio Muñoz Molina. Las cuentas pendientes entre Eco y Borges.







Eco y Borges.


Esquema del laberinto


La figura de Jorge Luis Borges circula por El nombre de la rosa encarnada en el personaje de Jorge de Burgos, ambos son ciegos, «venerables en edad y sabiduría», ambos de lengua natal española.​ A este respecto, Eco escribió esto en 1992 en un especial del diario Clarín dedicado a Borges:

Evidentemente, hay una suerte de homenaje en El nombre de la rosa, pero no por el hecho de que haya llamado a mi personaje Burgos. Una vez más estamos frente a la tentación del lector de buscar siempre las relaciones entre novelas: Burgos y Borges, el ciego, etc.. [...] Al igual que los pintores del Renacimiento, que colocaban su retrato o el de sus amigos, yo puse el nombre de Borges, como el de tantos otros amigos. Era una manera de rendirle homenaje a Borges.


Eco quedó fascinado por Borges desde los veintidós o veintitrés años, cuando un amigo le prestó Ficciones (1944) allá por 1955 o 1956, siendo Borges todavía prácticamente un desconocido en Italia. Precisamente en Ficciones se halla recogido La biblioteca de Babel, cuento del escritor argentino aparecido anteriormente en El jardín de senderos que se bifurcan (1941); se han señalado varias coincidencias entre la biblioteca de la abadía, que constituye el espacio protagonista de la novela, y la biblioteca que Borges describe en su historia: no solo su estructura laberíntica y la presencia de espejos (motivos recurrentes en la obra de Borges), sino también que el narrador de La biblioteca de Babel sea un anciano librero que ha dedicado su vida a la búsqueda de un libro que posee el secreto del mundo.

También en el título se encuentran reminiscencias borgianas; en El golem (1964) Borges escribía, en el mismo sentido que el verso final de la novela que «el nombre es arquetipo de la cosa», y «en las letras de rosa está la rosa».




La ciudad de Dios.
Primer folio de un manuscrito de 1470 de La ciudad de Dios (De Civitate Dei) de San Agustín. New York Public Library, Spencer Collection MS 30.


Según Gonzalo Soto Posada, Eco aplica en El nombre de la rosa una de las figuras de la retórica clásica, el adynaton, e interpreta la novela como una inversión de La ciudad de Dios de San Agustín, escrita entre 412 y 426, en la que se enfrenta el concepto de «ciudad celestial» con la «ciudad pagana». En La ciudad de Dios los caballeros del bien construyen la «ciudad de Dios» y valores como la vida, la paz, el amor, la justicia... Los caballeros del mal destruyen ese proyecto, e inundan la tierra de muerte, guerra, odio, injusticia. En la novela de Eco, los caballeros del bien, representados por Jorge de Burgos, son los asesinos y los destructores, mientras que Guillermo de Baskerville, el supuesto hereje, es un constructor, perseguido por Burgos y sus secuaces.

Este enfrentamiento ideológico gira alrededor de un libro, el segundo de la Poética de Aristóteles, manuscrito que se supone desaparecido en la Edad Media, y en el que supuestamente el filósofo realizaba una defensa de la comedia y el humor como posibilidad de cuestionar los absolutos establecidos. El personaje de Burgos representa aquí una ortodoxia autoritaria, aferrada al pasado, paradigma del «Yo soy el camino, la verdad y la vida» cristiano, enfrentado a Baskerville, que personaliza la cultura de la risa, la que cuestiona la ortodoxia, el que proclama «Yo busco la verdad», considerando que nada es definitivo y que todo debe ser reinterpretado y contemplado con un sano escepticismo.



La risa

La risa como elemento subversivo es un agente desencadenante de las muertes que suceden en la novela. A este respecto, el filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno Slavoj Žižek escribió lo siguiente en su libro El sublime objeto de la ideología:

Lo que perturba en El nombre de la rosa, sin embargo, es la creencia subyacente en la fuerza liberadora y antitotalitaria de la risa, de la distancia irónica. Nuestra tesis aquí es casi exactamente lo opuesto a esta premisa subyacente en la novela de Eco: en las sociedades contemporáneas, democráticas o totalitarias, esa distancia cínica, la risa, la ironía, son, por así decirlo, parte del juego. La ideología imperante no pretende ser tomada seriamente o literalmente. Tal vez el mayor peligro para el totalitarismo sea la persona que toma su ideología literalmente —incluso en la novela de Eco, el pobre Jorge, la encarnación de la creencia dogmática que no ríe, es ante todo una figura trágica: anticuado, una especie de muerto en vida, un remanente del pasado, y con seguridad no una persona que represente los poderes políticos y sociales existentes.
Slavoj Žižek (1992). El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI.



Umberto Eco, el escritor y los signos.

RAFAEL NARBONA
20 febrero, 2016

La muerte de Umberto Eco plantea varios interrogantes.
 ¿Es posible hacer literatura de masas con la dignidad de una obra inspirada por una alta exigencia artística?
 ¿Tiene sentido mantener las clásicas distinciones entre géneros o hemos entrado en una época caracterizada por la hibridez?
 ¿Hay límites entre lo ficticio y lo real que no deben traspasarse? ¿Cuál es el papel del escritor en una sociedad que tiende a menospreciar el hecho estético y no reconoce la autoridad de los intelectuales?


 Umberto Eco se doctoró en 1954 en la Universidad de Turín, con una tesis que se publicaría dos años más tarde con el título El problema estético en Santo Tomás de Aquino. Profesor de comunicación visual en Florencia, se especializó en semiótica y en 1962 publicó Obra abierta, un inspirado ensayo que reproducía las principales tesis de la Escuela Hermenéutica de Hans-George Gadamer: no hay obras cerradas y con un sentido unilateral y definitivo, sino textos en movimiento caracterizados por la polisemia y la polifonía. El sentido no debe buscarse en la realidad empírica, sino en un orbe inteligible, semejante al Mundo de las Ideas de Platón. Wittgenstein no se equivocaba al postular que el sentido del mundo se encuentra más allá de sus límites físicos. En el caso de la literatura y el arte, no hay una verdad revelada ni una escisión ontológica. Simplemente, la referencia del hecho estético es el la historia del hecho estético, con su tradición precedente y las inevitables transformaciones que experimenta una obra con el paso de las generaciones. Cada interpretación es un nuevo estrato que engrosa el perfil de un texto. Por eso, la crítica y la creación literarias son arqueología, pero arqueología viva, dinámica, que -lejos de preservar el pasado- lo multiplica en distintas direcciones.

Corroborando las tesis de Roland Barthes, Eco postula que en cada obra hay una estructura que soporta los cambios introducidos por cada lector y cada época. No se trata de una estructura estática, sino elástica que convierte la experiencia estética en una interlocución entre el autor y el espectador, o entre el autor y otro autor. Cualquier obra es una fusión de horizontes. Es imposible concebir a Leopardi, sin Dante y Hölderlin. La literatura siempre es un palimpsesto, pues la escritura (o el arte) siempre deja una huella, un surco, que otros aprovechan para crear nuevas formas.

Umberto Eco profundiza su análisis de la cultura y la creación artística en Apocalípticos e integrados (1964), interrogándose sobre el valor de la cultura de masas. Eco se aleja de las posiciones apocalípticas o aristocráticas, que desdeñan la cultura popular. La distinción entre alta y baja cultura formulada por Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (1930) le parece estéril, pues la cultura popular no es el fruto de una degradación estética, sino la expresión de una época o, por utilizar un concepto hegeliano, una figura que encarna el devenir del Espíritu. Superman es un mito moderno, tan valioso como Heracles, Aquiles o Sansón. El superhombre del cómic norteamericano no es una vulgarización del mito del héroe, sino una actualización del viejo drama del paladín, campeón o semidiós, cuyo poder esconde una trágica vulnerabilidad. En el caso de Superman, el talón de Aquiles se convierte en exposición a un mineral extraterrestre, la famosa «kryptonita». Este recurso no significa bajar un escalón en la escala épica, sino renovar su potencial dramático.

El nombre de la rosa, que apareció en 1980, es la plasmación literaria de esta interpretación de la cultura. Ambientada en el siglo XIV, la peripecia de fray Guillermo de Baskerville y su pupilo Adso Melk en la abadía de los Apeninos ligures se despliega como una trama policial, con grandes dosis de suspense. Es indiscutible que el éxito de la novela procede de esa intriga, pero la cadena de misteriosos asesinatos se revela compatible con los conflictos teológicos entre franciscanos y dominicos. Los franciscanos reivindican la pobreza evangélica y la ternura de Jesús, que advirtió:
 «Misericordia quiero, no penitencia». 
No conciben límites en el poder de Dios y creen que podría haber creado un mundo donde el pecado fuera virtud o el tiempo avanzara macha atrás. Incluso podría haber engendrado un universo donde no existiera Dios. Por el contrario, los dominicos creen que Dios está limitado por la Razón. Su voluntad es omnipotente, pero no puede cambiar las leyes de la naturaleza, invirtiendo el orden temporal o transformando el mal en excelencia moral. La aparición en la biblioteca de la abadía de la extraviada sección de la Poética aristotélica dedicada a la comedia amenaza con añadir nuevas fisuras a la Cristiandad, justificando el escarnio de cualquier verdad de fe, con el pretexto de no oponer cortapisas ni objeciones al humor. La risa es subversiva, insolente e impúdica. No puede contar con el respaldo del Filósofo, término que se atribuía por excelencia a Aristóteles en el siglo XIII. Ocultar ese manuscrito justifica perpetrar los crímenes más horrendos.

Creo que el mejor Eco se encuentra en los tres títulos citados. El resto de su obra tiene un indudable interés, pero carece de la misma altura. Eco intentó repetir la fórmula de El nombre de la rosa con El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1994), Baudolino (2000), La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) y El cementerio de Praga (2010), pero con resultados mucho más mediocres. No olvido su Tratado de semiótica general (1975) y su ensayo Lector in fabula (1979), que aportaron brillantes ideas sobre la intertextualidad, los signos y la comunicación. Sin la profundidad de Gadamer o Ricoeur, Eco abordó el tema de la comprensión, una forma de conocimiento alternativa a la verificación empírica de las ciencias naturales, que ha reducido la verdad a tristes evidencias, proscribiendo experiencias como la fe y menoscabando la trascendencia del fenómeno estético.

Al igual que Borges, Eco preconizó la autonomía del hecho literario. El escritor no se nutre necesariamente de vivencias, sino de lecturas. Escribir es una extraña forma de vivir, pero no está de más recordar que la palabra es la principal seña de identidad de la especie humana. Creo que ahora estamos en condiciones de responder a las preguntas del inicio de esta nota. El nombre de la rosa es la prueba irrefutable de que la cultura de masas no está divorciada del rigor estético. La reciente muerte de Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor (1960), corrobora esta tesis. Los límites entre lo real y lo ficticio deberían ser inexistentes en el ámbito de lo imaginario, pues la creación artística exige una completa libertad.

En Número Cero (2015), Eco critica al periodismo sensacionalista, pero desliza otro mensaje no menos importante: el escritor es un demiurgo que dilata lo real. Por eso mismo, resulta absurdo respetar la canónica de los géneros. A sangre fría (1966), de Truman Capote, es a la vez novela e investigación periodística. El nombre de la rosa es novela histórica y policíaca, teología y filosofía, e incluso se permite una breve incursión en el romance y la pulsión sexual. Eco no fue Camus ni Unamuno, pero siempre se mantuvo al corriente de los cambios políticos y sociales, expresando opiniones que agradaron a unos e irritaron a otros. No ocultó su antipatía hacia Ratzinger ni su aprecio hacia la labor reformadora del Papa Francisco. Su visión de las cosas a veces pecó de cierto apresuramiento. Como buen italiano, se apasionaba con facilidad, lo cual no suele favorecer la ecuanimidad.
 ¿Soñaba Eco con el paraíso? 
Es posible. Si era así, su fantasía le atribuiría forma de biblioteca. No me cuesta mucho trabajo imaginarlo en la Biblioteca de Babel, discutiendo con Borges sobre el tiempo o los universales.

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