Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


lunes, 26 de octubre de 2015

35).-La filosofía de Sócrates.-a

 Clases de Filosofía, en el Instituto de Humanidades Luis Campino, del profesor de filosofía don Oscar Santos Peralta, generación 1992.
Oscar Santos Peralta



Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 



(Atenas, 470 a.C. - id., 399 a.C) Filósofo griego. Pese a que no dejó ninguna obra escrita y son escasas las ideas que pueden atribuírsele con seguridad, Sócrates es una figura capital del pensamiento antiguo, hasta el punto de ser llamados presocráticos los filósofos anteriores a él. 
Rompiendo con las orientaciones predominantes anteriores, su reflexión se centró en el ser humano, particularmente en la ética, y sus ideas pasaron a los dos grandes pilares sobre los que se asienta la historia de la filosofía occidental: Platón, que fue discípulo directo suyo, y Aristóteles, que lo fue a su vez de Platón.

Biografía

Sócrates fue hijo de una comadrona, Faenarete, y de un escultor, Sofronisco, emparentado con Arístides el Justo. Pocas cosas se conocen con certeza de la biografía de Sócrates, aparte de que participó como soldado de infantería en las batallas de Samos (440), Potidea (432), Delio (424) y Anfípolis (422). Fue amigo de Aritias y de Alcibíades, al que salvó la vida.
La mayor parte de cuanto se sabe sobre él procede de tres contemporáneos suyos: el historiador Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón. El primero retrató a Sócrates como un sabio absorbido por la idea de identificar el conocimiento y la virtud, pero con una personalidad en la que no faltaban algunos rasgos un tanto vulgares. Aristófanes lo hizo objeto de sus sátiras en una comedia, Las nubes (423), donde se le identifica con los demás sofistas y es caricaturizado como engañoso artista del discurso.
Estos dos testimonios matizan la imagen de Sócrates ofrecida por Platón en sus Diálogos, en los que aparece como figura principal, una imagen que no deja de ser en ocasiones excesivamente idealizada, aun cuando se considera que posiblemente sea la más justa.
Se tiene por cierto que Sócrates se casó, a una edad algo avanzada, con Xantipa, quien le dio dos hijas y un hijo. Cierta tradición ha perpetuado el tópico de la esposa despectiva ante la actividad del marido y propensa a comportarse de una manera brutal y soez. En cuanto a su apariencia, siempre se describe a Sócrates como un hombre rechoncho, con un vientre prominente, ojos saltones y labios gruesos, del mismo modo que se le atribuye también un aspecto desaliñado.

La mayéutica

Al parecer, y durante buena parte de su vida, Sócrates se habría dedicado a deambular por las plazas y los mercados de Atenas, donde tomaba a las gentes del común (mercaderes, campesinos o artesanos) como interlocutores para sostener largas conversaciones, con frecuencia parecidas a largos interrogatorios. Este comportamiento correspondía, sin embargo, a la esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica.
El propio Sócrates comparaba tal método con el oficio de comadrona que ejerció su madre: se trataba de llevar a un interlocutor a alumbrar la verdad, a descubrirla por sí mismo como alojada ya en su alma, por medio de un diálogo en el que el filósofo proponía una serie de preguntas y oponía sus reparos a las respuestas recibidas, de modo que al final fuera posible reconocer si las opiniones iniciales de su interlocutor eran una apariencia engañosa o un verdadero conocimiento.
En sus conversaciones filosóficas, al menos tal y como quedaron reflejadas en los Diálogos de Platón, Sócrates sigue, en efecto, una serie de pautas precisas que configuran el llamado diálogo socrático. A menudo comienza la conversación alabando la sabiduría de su interlocutor y presentándose a sí mismo como un ignorante: tal fingimiento es la llamada ironía socrática, que preside la primera mitad del diálogo. En ella, Sócrates proponía una cuestión (por ejemplo, ¿qué es la virtud?) y alababa la respuesta del interlocutor, pero luego oponía con sucesivas preguntas o contraejemplos sus reparos a las respuestas recibidas, sumiendo en la confusión a su interlocutor, que acababa reconociendo que no sabía nada sobre la cuestión.
Tal logro era un punto esencial: no puede enseñarse algo a quien ya cree saberlo. El primer paso para llegar a la sabiduría es saber que no se sabe nada, o, dicho de otro modo, tomar conciencia de nuestro desconocimiento. Una vez admitida la propia ignorancia, comenzaba la mayéutica propiamente dicha: por medio del diálogo, con nuevas preguntas y razonamientos, Sócrates iba conduciendo a sus interlocutores al descubrimiento (o alumbramiento) de una respuesta precisa a la cuestión planteada, de modo tan sutil que la verdad parecía surgir de su mismo interior, como un descubrimiento propio.

La filosofía de Sócrates

La cuestión moral del conocimiento del bien estuvo en el centro de las enseñanzas de Sócrates, con lo que imprimió un giro fundamental en la historia de la filosofía griega, al prescindir de las preocupaciones cosmológicas de sus predecesores. Como se ha visto, el primer paso para alcanzar el conocimiento consistía en la aceptación de la propia ignorancia, y en el terreno de sus reflexiones éticas, el conocimiento juega un papel fundamental. Sócrates piensa que el hombre no puede hacer el bien si no lo conoce, es decir, si no posee el concepto del mismo y los criterios que permiten discernirlo.
El ser humano aspira a la felicidad, y hacia ello encamina sus acciones. Sólo una conducta virtuosa, por otra parte, proporciona la felicidad. Y de entre todas las virtudes, la más importante es la sabiduría, que incluye a las restantes. El que posee la sabiduría posee todas las virtudes porque, según Sócrates, nadie obra mal a sabiendas: si, por ejemplo, alguien engaña al prójimo es porque, en su ignorancia, no se da cuenta de que el engaño es un mal. El sabio conoce que la honestidad es un bien, porque los beneficios que le reporta (confianza, reputación, estima, honorabilidad) son muy superiores a los que puede reportarle el engaño (riquezas, poder, un matrimonio conveniente).
El ignorante no se da cuenta de ello: si lo supiese, cultivaría la honestidad y no el engaño. En consecuencia, el hombre sabio es necesariamente virtuoso (pues conocer el bien y practicarlo es, para Sócrates, una misma cosa), y el hombre ignorante es necesariamente vicioso. De esta concepción es preciso destacar que la virtud no es algo innato que surge espontáneamente en ciertos hombres, mientras que otros carecen de ella. Todo lo contrario: puesto que la sabiduría contiene las demás virtudes, la virtud puede aprenderse; mediante el entendimiento podemos alcanzar la sabiduría, y con ella la virtud.
Sin embargo, en los Diálogos de Platón resulta difícil distinguir cuál es la parte de lo expuesto que corresponde al Sócrates histórico y cuál pertenece ya a la filosofía de su discípulo. Sócrates no dejó doctrina escrita, ni tampoco se ausentó de Atenas (salvo para servir como soldado), contra la costumbre de no pocos filósofos de la época, y en especial de los sofistas. Si, como parece, las ideas éticas antes expuestas son del propio Sócrates, su filosofía se sitúa en la antípodas del escepticismo y del relativismo moral de los sofistas, pese a lo cual, y a causa de su pericia dialéctica, fue considerado en su tiempo como uno de ellos, tal y como refleja la citada comedia de Aristofánes.
Con su conducta, Sócrates se granjeó enemigos que, en el contexto de inestabilidad en que se hallaba Atenas tras las guerras del Peloponeso, acabaron por considerar que su amistad era peligrosa para aristócratas como sus discípulos Alcibíades o Critias; oficialmente acusado de impiedad y de corromper a la juventud, fue condenado a beber cicuta después de que, en su defensa, hubiera demostrado la inconsistencia de los cargos que se le imputaban.
Según relata Platón en la Apología que dejó de su maestro, Sócrates pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió acatarla y morir, pues como ciudadano se sentía obligado a cumplir la ley de la ciudad, aunque en algún caso, como el suyo, fuera injusta; peor habría sido la ausencia de ley.

Scherezada Jacqueline Alvear Godoy

Sócrates supuso un punto de inflexión en el pensamiento. Por eso hablamos de filósofos presocráticos, marcando la diferencia entre las ideas que se aportaron antes y después de él. Considerado uno de los mayores filósofos de todos los tiempos, fue el maestro de Platón y ha tenido una enorme importancia en la historia del pensamiento. Conocerlo no es fácil, ya que nunca dejó nada por escrito; todas sus ideas las transmitió de forma oral y han sido otros los que las han recogido, a veces de forma contradictoria.

La Muerte de Sócrates



Sócrates fue un ateniense que vivió en los dos últimos tercios del siglo V a.C. Hijo de un escultor y una comadrona, fue un hombre que sirvió a su patria (se dice que con gran valor) en diversos enfrentamientos bélicos que sacudieron al mundo helénico. Por un tiempo siguió el oficio de su padre hasta que optó por seguir la carrera pedagógica (aunque de forma singular), muy de moda en aquellos tiempos por los sofistas.
La situación política y social que vivía Atenas (y en general toda el mundo helénico) fue propicia para que proliferaran los maestros itinerantes, quienes cobraban altas sumas por instruir a la juventud en conocimientos generales y en retórica. Dado el clima político, era común que los jóvenes y sus padres buscasen la mejor educación para con ello aspirar a los mejores puestos; un poco de barniz cultural con otro tanto de arte discursivo era suficiente para que cualquiera pudiese aspirar al quehacer político.
Muchos sofistas se hicieron de gran fama en aquellos tiempos, claro que su ideal no era la filosofía (salvo contadas excepciones) sino meramente instruir a los hijos de los más ricos, por ello iban de ciudad en ciudad cotizando sus lecciones. Sócrates no siguió ese camino, muy al contrario lo criticó y desafió... Interesado por la filosofía comenzó a estudiar a los filósofos naturalistas, aquellos que buscaban respuestas en lo que les rodeaba. Fue entonces que Sócrates descubrió su verdadera vocación, y siguiéndola logró que la filosofía retornarse al hombre, eso por que en lugar de preguntarse por la existencia, por la esencia o por el ser, como sus antecesores, este filosofo se preguntó por el hombre, comenzó a hacer antropología filosófica.

Ya los filósofos sofistas habían iniciado el camino antropológico en la filosofía, pues la corriente de pensamiento iba en esa dirección, pero fue Sócrates quien transitó cabalmente ese camino e incluso se opuso radicalmente a la tendencia relativista de los sofistas. Por que mientras ellos hablaban de una justicia particular a cada situación o a cada lugar, Sócrates fue más allá y afirmó que si bien existen diversas justicias también existe una “justicia” que las define a todas. De esa característica por los conceptos universales nació su fama de encontrar definiciones a las cosas, fama que el propio Aristóteles le reconoce.

Una frase que define muy bien a la filosofía de Sócrates es esa de: “Conócete a ti mismo”, que aunque estuvo inscrita en el templo de Apolo (en Delfos) se le atribuye al filosofo, pues él aspiraba a que las personas (todos aquellos que encontrase a su paso) buscasen dentro de si, conociesen su interior, escudriñasen sus pensamientos en busca de la verdad. Fue a raíz de esa inscripción que Sócrates se dio cuenta de una máxime verdad que definiría el rumbo de su pensamiento; “sólo se que no se nada”, otra frase clave en la filosofía socrática. Conociéndose así mismo el filosofo se dio cuenta que no sabía gran cosa, que estaban errados los que creían saber y que era su misión (encomendada por el Dios) hacerles notar a los otros esa cuestión; tal como lo cuenta en un pasaje de su Apología:

« Querefonte —narra Sócrates, Apol., 21— habiendo ido una vez a Delfos, tuvo la osadía de preguntar al oráculo si había alguien más sabio que yo. Y la Pitia le contestó: «Nadie». Al oir esto yo pensé: ¿Qué quiere decir el Dios?, ¿qué es lo que esconde en sus palabras?, pues tengo la certeza de no ser sabio, ni mucho menos. Entonces, ¿qué quiere decir cuando afirma que soy el más sabio entre los hombres? Y largo tiempo estuve pensando qué era lo que quería decir. Después me puse a indagar. Interpelé a uno de los que pasan por sabios y me dije: ahora voy a desmentir el vaticinio y a mostrar al oráculo que éste es más sabio que yo, aunque él haya dicho que yo lo soy. Pero, al examinarlo, he aquí lo que me ocurrió... Al conversar con él descubría que parecía sí sabio a muchos y sobre todo a sí mismo, pero que no lo era, e intenté demostrarle: «Tú crees ser sabio y no lo eres...» Al irme pensé: en verdad soy más sabio que él pues nadie entre nosotros sabe nada bello y bueno, pero él cree saber y no sabe; yo no sé, pero tampoco creo saber. Y por esta pequeñez parece que soy más sabio: porque no creo saber lo que no sé. »

En ese pasaje se aprecia el hecho de que Sócrates a lo largo de su vida apeló a la virtud, pero no simplemente a la virtud moralista (como sostienen algunos de sus críticos) sino a una forma de vida que trasciende y dota a la existencia de significado; una vida más bella, buena y justa.
De la cita también podemos señalar ese ideal del filósofo por cuestionar a todos o más bien a aquel bien dispuesto, según determinase su "daimon", para mostrarle su falta de conocimiento; ello mediante la refutación y la ironía, para luego ya con el espíritu limpio de error comenzar la labor de parto en el sujeto, en un tipo de analogía que el propio Sócrates hacia sobre su misión, similar al trabajo que hace una partera (como su madre) denominado mayéutica, que pasaría a ser el arte de hacer nacer pensamientos.
En cada uno de los diálogos platónicos en los que interviene Sócrates es notorio como el filósofo pretende llegar a un conocimiento mayor del que tiene o parte su interlocutor, le hace preguntas a las cuales cada vez es más complicado responder y es entonces que aparece el espíritu genial de este pensador, que con sus cuestionamientos limpia al espíritu del error en que se encuentran sus interlocutores (como si fuese un médico del alma), algunos responden interesados otros indignados o llenos de dudas, y es que la fama de Sócrates de ser un sembrador de dudas era muy conocida en su ciudad. El mismo afirmaba que no estaba ahí para resolver cuestiones sino para fomentarlas y que fuese el propio dueño de esa idea o pensamiento quien la resolviese.

El carácter de lucha por la moral y de sembrador dudas hizo que así como fama Sócrates cosechase enemistades, fue de ahí de donde nacieron las intrigas que lo llevaron a la muerte. Fue acusado de tratar de introducir el culto a otros dioses y de corromper a la juventud, cargos de los cuales se defendió elocuentemente y logró apenas una amonestación monetaria, pero dado su carácter que tendía a exaltar los ánimos en una segunda votación los jueces por mayoría votaron por la pena de muerte, condena que el filósofo cumplió de la misma manera como exhortó a vivir a los hombres; con dignidad y respeto a un bien o poder mayor.

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