Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


viernes, 14 de agosto de 2015

30).-¿Qué es la filosofía?.-a

 Clases de Filosofía, en el Instituto de Humanidades Luis Campino, del profesor de filosofía don Oscar Santos Peralta, generación 1992.
Oscar Santos Peralta


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán; Franco Natalino; 


 i. filosofía y yo 
ii. la filosofía y las ciencias
 iii. la filosofía y la religión 
iv. los problemas de la filosofía
 v. la filosofía y su historia

Aristóteles 
i. filosofía y yo

¿Qué tengo que ver yo con la filosofía? ¿De qué me sirve la filosofía? De hecho, la mayoría de los hombres desarrollan perfectamente las actividades de su vida sin que les preocupen las altas especulaciones filosóficas. Para la industria y el comercio, para la oficina y el laboratorio, para la casa y la calle, para el agricultor y el hombre de la ciudad, para el deportista y el político, la filosofía no parece contar mayormente: a mí me sucede lo mismo...

Pero esta ausencia de la filosofía es sólo aparente. En realidad, es una ausencia presente, que trabaja por dentro toda la vida humana. No necesito de la filosofía para desempeñarme en los quehaceres de mi vida cotidiana. Pero, ¡cuántas veces me encuentro a mí mismo filosofando! ¡Cuántas veces, después de una jornada de trabajo, con dificultades que he debido superar o con éxitos que me han sorprendido, vuelvo a casa y necesito, en un momento de reflexión, escuchar la voz interior de mi espíritu que me pregunta sobre el significado de todo esto que sucede en mi vida! ¿Para qué trabajo? ¿Qué sentido tienen todos mis afanes y sudores para abrirme camino en la vida, y crearme una situación a mí y a mis hijos? ¿Qué es esta urgencia que siento yo y sentimos los hombres de agitarnos en la vida, de trabajar, de luchar y de vivir? Y todo esto, ¿por qué y para qué?

En estos momentos estás filosofando, estás haciendo filosofía, estás demostrando que la filosofía es algo que te interesa a tí. Porque los grandes problemas filosóficos son, en resumen, los problemas de mi vida.

La palabra filosofía es un término griego que significa «amante» («filos») de la sabiduría («sofía»). La invención y el sentido de su término se atribuyen al antiguo filósofo griego Pitágoras, el cual, interrogado por el rey Leontas, si él era un sabio, contestó: Yo no soy sabio («sofos»), sino un amante o un buscador de la sabiduría (filósofo). Con ello quería expresar, modestamente, que no poseía la ciencia, pero que trabajaba para adquirirla, insistiendo más en lo que no sabía que en lo que sabía. Los hombres han tenido siempre necesidad de buscar la sabiduría y por eso el filosofar ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes, en una forma más o menos perfecta. La búsqueda de la sabiduría ha sido, en todos los pueblos y en todas las culturas, una urgencia, que ha manifestado el grado de evolución y de progreso de la humanidad.

Pero ¿qué es la filosofía? ¿Qué es esa sabiduría que el filósofo desea alcanzar? Para que lo comprendamos mejor voy a describir el hecho mismo del filosofar. Ya hemos dicho que filosofamos muy frecuentemente en nuestra vida cotidiana. Atendamos a lo que hacemos en esos momentos, pues encierran para nosotros una preciosa lección. Para fijar mejor nuestra imaginación nos referiremos a un hecho concreto. No pocos de los grandes filósofos han encontrado su vocación a causa de algún aislamiento forzoso en su vida: La cárcel, la enfermedad, la desgracia, el destierro, &c. A causa de una enfermedad seria yo debo guardar cama durante largo tiempo. Me encuentro aislado entre las cuatro paredes de mi habitación y puedo, a lo más, contemplar el reducido panorama que mi ventana me permite entrever del jardín cercano. Mi enfermedad sigue con alternativas, cuyo fin yo no puedo prever. Con frecuencia pienso lo peor. En esos momentos toda mi atención se va concentrando cada vez más sobre mí mismo. Si yo muero, el mundo va a seguir como hasta ahora. La inmensa mayoría de los mortales, ni se darán cuenta de que yo he existido. Mi existencia habrá sido apenas en el mundo como la huella que en el mar ha dejado la gaviota al rozar la superficie del agua con sus alas. ¿Cuál es entonces el secreto de mi existencia? ¿Por qué ni siquiera voy a poder realizar una vida cumplida como veo otros hombres han logrado? ¿ Qué significo yo en el mundo? ¿Por qué he de estar atado a esta cama y sujeto a estos dolores, sin poder por mí mismo evadirme de esta situación? En estos momentos me hallo concentrado y solo sobre mí mismo. La soledad es el principio del filosofar. Siento toda la pequeñez y toda la insignificancia de mi ser frente al universo. Pero, al mismo tiempo, extiendo también esta insignificancia y esta pequeñez al universo mismo. Porque el universo no es más que un conjunto de seres como yo, y si cada uno deja de tener sentido, el universo entero es también un sin sentido y un fracaso. Sin embargo, surge en mí de repente una comprensión más profunda, una reacción contra esta situación absurda mía, que extiendo a todo el universo. Ya no me revelo contra el dolor y contra mi prisión, y probablemente dejo de mostrar mi impaciencia a los que me rodean. Porque, contra ese fracaso mío, de mi vida, y ese sin sentido del universo, afirmo que todo debe tener un último sentido.

Porque no es posible que yo me pierda en la nada y en el vacío, después de una existencia dolorosa e inútil. No es posible que todo el universo, en el que yo me encuentro instalado, carezca también de sentido; sino que debe tener su finalidad y yo dentro del mismo debo tener también mi propia finalidad, y todo debe tender hacia una última perfección y felicidad. En estos momentos estoy filosofando. Pero este filosofar, que todos realizamos, especialmente cuando nos recuperamos a nosotros mismos y dejamos de estar perdidos en las preocupaciones de nuestra vida diaria, este filosofar que sobre todo aparece cuando algo sacude hasta lo más íntimo todo nuestro ser, un triunfo, una desgracia, la guerra, la enfermedad, una felicidad inmensa, es un «filosofar espontáneo». Es decir, que todo hombre hace naturalmente, pero sin precisión y método. En tal caso nuestras ideas son confusas e imperfectas. Sólo alcanzamos conclusiones que no nos dan una seguridad y luz definitivas. La penumbra del misterio nos envuelve, y una serie de problemas sin solución surge siempre en nuestro derredor.

Cuando este filosofar espontáneo se torna reflexión perfecta y metódica, con análisis de las experiencias humanas, comparación de los diversos problemas y de sus soluciones, estudio de las consecuencias que se siguen de unas afirmaciones respecto de otras, entonces es cuando ya se realiza el «filosofar» propiamente tal, decir el «filosofar científico». Ahora podemos comprender lo que es la filosofía en sí misma. Platón y Aristóteles, los dos mayores filósofos de Grecia antigua, han definido la filosofía como ciencia que nos da las últimas explicaciones de las cosas. Es decir, que responde a nuestras últimas preguntas sobre la realidad del hombre y del universo. ¿Cuál es en último término la realidad del hombre? ¿Cuál es el sentido último del hombre y del universo? La filosofía es la ciencia que responde a estos interrogantes. Por eso se ha definido como ciencia de las últimas causas o explicaciones. Pero en esos últimos interrogantes se hallan precisamente los problemas que afectan a lo más íntimo de mi ser. De aquí que la filosofía sea la ciencia más humana, más profundamente humana. Por supuesto que no podemos aspirar a una solución total de nuestros problemas, pero debemos al menos llegar con seguridad a resolver los más vitales problemas acerca del sentido y de la naturaleza del hombre y del universo. Pero si la filosofía es una ciencia profundamente humana, yo tengo que decir que la filosofía me afecta a mí mismo de una manera ineludible. Mis problemas individuales son también problemas humanos. Yo como individuo, como este individuo determinado, estoy interesado en resolver los problemas humanos que son mis problemas. El problema del dolor y de la muerte, de la felicidad y de la inmortalidad, del espíritu y de la materia, del bien y del mal, &c., son problemas, que me afectan a mí mismo, y que yo no puedo eludir porque los llevo dentro de mis entrañas. Si la filosofía es una ciencia humana, es también una ciencia de cada hombre. Cada uno la necesitamos. La ciencia de las últimas causas es «mi» ciencia.

ii. la filosofía y las ciencias

Para que conozcamos mejor lo que es la filosofía debemos compararla con las demás ciencias. ¿En qué se diferencia la filosofía de cualquier ciencia?

Hay muchas maneras de «conocer» una misma cosa. Supongamos que nos hallamos contemplando en una hermosa noche primaveral el cielo estrellado. La belleza silenciosa del firmamento nos habla de grandezas infinitas que nos sobrecogen. Ahora bien, el conocimiento que tenemos de una noche serena y de los astros que vemos brillar misteriosamente en el cielo, puede ser de muchas clases. Por de pronto, poseemos el conocimiento de los sentidos, que nos presentan el panorama del cielo y de los astros, y de la tierra iluminada por la luna, y de los objetos sombreados que están al alcance de nuestra vista en la penumbra nocturna. Este conocimiento lo obtenemos por la vista, que es una facultad sensitiva. Se llama conocimiento sensitivo o sensación. Por él conozco solamente las cosas que tengo inmediatamente presentes. Es común al hombre y a los animales, provistos de ojos muy parecidos a los del hombre.

Pero el hombre tiene un conocer que sobrepasa el de los sentidos. En la noche serena no solamente recibo la impresión material en mi vista, sino también se agolpan dentro de mí otros conocimientos sobre los objetos que estoy viendo. Comparo unas estrellas con otras; me doy cuenta de su movimiento; de su inmensa distancia a la tierra; veo que se me presentan como luminosas y de ahí deduzco que deben tener un brillo equivalente a las materias incandescentes; es decir, voy formando una serie de «ideas» y de «relaciones» entre los objetos que contemplo con la vista. Este conocimiento es ya totalmente diferente del animal, porque éste no puede conocer las «relaciones», ni poseer «ideas» del mundo exterior, y compararlo con el interior, como puede hacerlo el hombre. Pero el conocimiento que todos los hombres tenemos del cielo estrellado, es un conocimiento «vulgar», es decir, que no llega a penetrar en la íntima naturaleza de los astros, del firmamento en que los astros aparecen como adheridos, ni sabe por qué leyes rigen los movimientos de las estrellas, planetas, satélites, o conjuntos de estrellas. Existe, por tanto, un conocimiento más perfecto de la realidad de una noche serena, y es el de la ciencia astronómica. El astrónomo al contemplar el cielo tiene una penetración muy superior de la realidad de los astros, que el hombre común. Porque conoce el «porqué» de las distancias, del movimiento, de la naturaleza íntima de los astros, y su asombro es por ello inmensamente superior al del conocimiento puramente vulgar. Al paso que éste no puede dar razón de los fenómenos que contempla, el astrónomo le explicará las «causas» de los eclipses, y sus periodos, hasta poder predecirlos; la trayectoria de los astros, hasta poder anticipar el momento preciso en que la estela de un cometa va a aparecer en el horizonte de la tierra; el astrónomo conoce la materia de que están constituidos los astros, las distancias casi infinitas que separan a algunos de ellos de la tierra, la velocidad con que se mueven y las leyes físicas por que se rigen tan armoniosamente en sus movimientos sin provocar el cataclismo que un choque que entre dos estrellas significaría. En una palabra: el astrónomo puede dar la «razón», la «explicación», las «causas», del ser y del movimiento de los cuerpos celestes, y esto es lo que se llama el conocimiento científico, o la ciencia. Al paso que el conocimiento común o vulgar se contenta con saber lo más externo de la realidad, sin penetrar su fundamento, el científico llega hasta darnos razón de los fenómenos externos que están a la observación inmediata del hombre común. La superioridad del hombre de ciencia, consiste en que al conocer el por qué de los fenómenos pueda establecer las leyes por que los seres se rigen, y así prever los efectos que pueden producir y explicar, aun con anticipación, los efectos o fenómenos futuros. Y esto con una seguridad que se funda en la constancia misma de las leyes naturales bien conocidas. La ciencia, pues, es el conocimiento de las cosas por sus fundamentos, razones y causas. Para poner otro ejemplo, todos sabemos que ciertas hierbas o ciertas drogas curan determinadas dolencias. Pero mientras nos fundamos en las experiencias comunes, sólo poseemos el conocimiento vulgar de las mismas. El hombre de ciencia, el médico, no solamente sabe que ciertos elementos sanan, sino también conoce los ingredientes que poseen y su manera de obrar en el organismo. Por este conocimiento «científico», se distingue el médico del curandero, y puede, por lo mismo, aplicar aquél los remedios con una seguridad de que carece éste.

Hemos distinguido el conocimiento «científico», del «vulgar». Pero, ¿cuál es el conocimiento «filosófico»? Volvamos otra vez a contemplar la noche serena con el astrónomo. Después que nos hemos maravillado ante las inconcebibles referencias que el sabio científico nos ha dado sobre la realidad del mundo sideral, nos quedan todavía algunas preguntas que hacer. No quedamos aún satisfechos con las explicaciones del hombre de ciencia, comprobables por el cálculo, el espectro o la experiencia múltiple de que podemos valernos. Porque si preguntamos al astrónomo: ¿Cuál es el origen del universo? ¿Cuándo comenzó a brillar el mundo de las estrellas en el firmamento? ¿Cuál es el destino último del universo? ¿Por qué existe el universo en vez de no existir?... A todas estas interrogaciones el hombre de ciencia enmudece: él solamente puede explicarnos lo que está al alcance de su experiencia y de sus cálculos matemáticos. Pero estos problemas escapan al análisis experimental y al cálculo matemático. El astrónomo no posee medios para respondernos. Entonces es cuando en el hombre aparece la «filosofía». La filosofía es la ciencia que nos da las últimas explicaciones sobre la realidad. En virtud de los primeros principios que la filosofía debe estudiar, ella es la única que puede llegar más allá del conocimiento puramente experimental, y, aplicando dichos principios y coordinando los últimos resultados de la ciencia, da un paso más allá, el último paso del conocimiento, y se pregunta sobre el último origen y el último fin del universo y la razón de su existencia. Esta es la diferencia entre la filosofía y las ciencias. Las demás ciencias: la astronomía, la física, la química, la biología, la medicina, la geología, &c., nos dan las explicaciones «inmediatas», científicas de la realidad. Pero los últimos interrogantes, las «últimas» explicaciones pertenecen a la filosofía. La filosofía es, pues, la ciencia que nos da las causas, las razones y fundamentos de la realidad, pero no cualesquiera causas, sino las causas últimas. Aquí reside la característica, y el valor particular del conocimiento «filosófico» sobre el conocimiento «vulgar», y aún sobre los demás conocimientos «científicos».

Precisamente porque la filosofía nos da las últimas explicaciones, comprenderemos ahora por qué se dice frecuencia que la filosofía es el «fundamento» de todas las ciencias. Efectivamente, así como el conocimiento vulgar debe admitir las conclusiones de los hombres de ciencia, así éstos deben admitir las conclusiones de la filosofía y guiarse por ellas su investigación científica. La filosofía es la ciencia de los primeros principios, y todas las ciencias necesitan de estos primeros principios para guiarse en su actividad intelectual. La filosofía es la ciencia que nos dice cómo hay que pensar, cual es el fundamento y origen último del universo, y es claro que todas las ciencias deben guardar las reglas para pensar acertadamente y examinar la realidad a la luz de su origen primero.

Además, la filosofía es también la ciencia «coordinadora» de todas las demás ciencias. En realidad cada una de las ciencias estudia una parte del cosmos, a veces una parte muy pequeña, muy especializada. Pero bien sabemos que todas las partes del cosmos están íntimamente ligadas entre sí. Las leyes naturales lo penetran todo, y afectan a todos los seres. Esto nos muestra que existe cierta unidad entre todas las partes del universo, y eso mismo nos está indicando que las ciencias no pueden ser independientes unas de otras, sino que se completan y se ayudan mutuamente. Ahora bien, es precisamente la filosofía, por estar encima de todas las ciencias, la que en último término determina el verdadero carácter de sus relaciones, v. g., acerca de la jerarquía de las ciencias. ¿Cuáles son la superiores; las materiales, las vitales, las espirituales, las teóricas, las prácticas, las individuales, las sociales? Este poder de coordinación, ilumina de tal manera el campo de las ciencias, que casi todos los grandes investigadores se han visto necesitados a solicitar el apoyo de la filosofía, y aún a hacer incursiones en el campo de la filosofía, para poder completar y aclarar sus propios resultados científicos y llegar a una visión de conjunto de los conocimientos humanos. Precisamente, cuanto más avanza la ciencia y más urgente es la necesidad de las especializaciones, se requiera más todavía el influjo coordinador de la filosofía, si no se quiere caer en una especialización mecánica, abstracta e inhumana, que haga perder al hombre el horizonte y la noción de su posición como hombre en el universo.

Finalmente, la filosofía es la «coronación» de las ciencias, y por eso se la ha llamado la «ciencia de las ciencias», o, como los antiguos decían, el «arte de las artes». Por la filosofía tenemos esa visión de conjunto de todos los conocimientos humanos, que el hombre necesita para orientarse. Y en la filosofía recibe su última orientación. Los grandes físicos, los grandes astrónomos, médicos, matemáticos, sienten la necesidad de esta visión de conjunto que corona sus propios conocimientos. Es la máxima expresión de la cultura humana y donde el conocimiento adquiere, en cuanto es posible a nuestras limitaciones, cierta tranquilidad y cierta hondura, o, por lo menos, donde conquistamos la sensación de habernos encontrado a nosotros mismos, tal como somos, y respondemos al interrogante siempre urgente en el interior del hombre, acerca de nuestra naturaleza y nuestras relaciones con el universo.

La filosofía es pues una ciencia distinta de las demás ciencias, porque posee un objeto propio y característico distinto del de aquéllas. Su objeto es precisamente el de las «últimas explicaciones», razones, causas o fundamentos de la «realidad», a los cuales no alcanza el conocimiento llamado científico. En cierta manera podemos decir, sin embargo, que la filosofía comprende en sí los objetos de todas las ciencias, porque los primeros principios de la filosofía afectan a todas las realidades estudiadas por las ciencias particulares. Por eso algunos han creído que la filosofía no se distinguía del conjunto de las ciencias. Sin embargo, los primeros principios, las últimas explicaciones y más remotas, están fuera del alcance de las ciencias positivas y por eso es necesario admitir la existencia de una ciencia superior, dedicada a estudiar ese campo inalcanzable por aquéllas. Los escolásticos llaman «objeto formal», al aspecto especial bajo el cual una ciencia estudia su objeto. En este sentido, diremos que el objeto formal de la filosofía, que la distingue de las demás ciencias, es el de las «razones o explicaciones últimas» de la realidad, al paso que las otras ciencias no van más allá de las «razones o explicaciones inmediatas», al alcance de la experiencia.

iii. la filosofía y la religión

Hemos dicho anteriormente que la filosofía le daba al hombre la explicación de su último sentido y destino en el universo. ¿Pero no es acaso esta iluminación última del hombre más propia de la religión? ¿Es que es lo mismo filosofía que religión? La respuesta a este interrogante es negativa. La filosofía es diferente de la religión. Aunque hay cierta afinidad profunda entre una y otra ambas contribuyen a su manera a explicarnos, a aclararnos, el sentido y el destino del hombre. Veamos pues la diferencia entre la filosofía y la religión y las relaciones que las unen entre sí.

El hombre es un animal religioso. Así podemos definirlo, porque a través de toda la historia de la humanidad la religión ha sido una manifestación característica del hombre. El sentimiento de lo religioso, el culto, la creencia en alguna divinidad han envuelto a los individuos y a las sociedades; se han manifestado en el hombre primitivo y en el moderno, en el ignorante y en el sabio. Y aunque no han faltado manifestaciones irreligiosas y ateas, la humanidad sigue en su conjunto llevada por el sentimiento religioso. Esto nos plantea el problema de la religión y de su relación con la filosofía. La religión, generalmente le ha dado al hombre una creencia determinada en su origen y en su destino. Desde las cosmogonías mitológicas griegas bajo la influencia de los dioses, hasta las transformaciones de la metempsícosis en las religiones orientales y el creacionismo de la religión cristiana, toda religión le ha dado al hombre una noticia acerca de su origen, de su último fin, y de las condiciones a que debe sujetarse en este mundo para alcanzarlo. ¿Cuál es en orden a la religión la posición de la filosofía?

Religión, como su misma palabra parece indicar (del latín re-ligare, atar firmemente), es una «relación», un «vínculo», una «atadura», que une al hombre con Dios. Mira, ante todo, a la actitud que el hombre debe adoptar frente a la divinidad y su máxima expresión es el «culto». Este es la veneración tributada por el hombre a la divinidad en reconocimiento de su excelencia, poder y autoridad sobre el hombre. Como es fácil de ver, la religión mira ante todo a una actitud práctica, pero supone conocimientos teóricos en que se funde dicha actitud, y por eso nos da generalmente una concepción determinada del hombre y del mundo y de sus relacione para con Dios.

La filosofía se distingue de la religión, porque su actitud es más general. No se refiere directamente a Dios, sino que pretende simplemente hallar las últimas explicaciones de la realidad. Lo que sucede es que en su avance sobre los problemas del mundo y del hombre, debe plantearse también el problema de Dios, y, por consiguiente, debe desembocar también en el problema de la religión. Llega así un momento en que la filosofía debe hacerse «religiosa», es decir, plantearse el problema de las relaciones del hombre con Dios. La actitud religiosa es, sin embargo, diferente de la actitud filosófica. Aquélla es actitud de «veneración» respecto de Dios; esta es más bien actitud de «investigación». Es cierto que con frecuencia la investigación es iluminada por la veneración, así como la veneración también es reforzada por la investigación. La religión ilumina a la filosofía en muchos aspectos, y la filosofía ilumina y fortalece también a su vez a la religión.

Pero debemos distinguir entre religión «natural» y «sobrenatural». La primera es la que el hombre puede llegar a formarse por sus propias luces naturales. Tal es la religión de las sociedades primitivas y de algunas actuales en países o regiones no civilizadas. También en regiones de alta cultura la religión natural ha sido la única conocida: tal sucedió por ejemplo en Grecia, donde la religión fue fruto del sentimiento y de la razón humana. Esta religión es válida, porque el hombre por la sola luz natural de la razón puede conocer sus relaciones fundamentales con Dios y debe adoptar de consiguiente la actitud propiamente religiosa. La afinidad entre la religión natural y la filosofía es muy grande. En realidad aquélla es la culminación necesaria del conocimiento filosófico.

Religión «sobrenatural» es la que el hombre recibe por una «especial revelación» de Dios, en la cual se le indica cómo debe tributar a Dios el culto necesario y se le revelan algunas verdades acerca de Dios, que el hombre no puede conocer por su propia razón natural. La religión sobrenatural está en sí misma fuera del alcance de la filosofía, y ésta nunca podría alcanzar las verdades contenidas en una revelación o la voluntad particular con que Dios desea que se le tribute un culto determinado. Religión sobrenatural es la cristiana.

¿Cuáles son, pues, las relaciones entre la filosofía y la religión sobrenatural?

En primer lugar, la filosofía es «fundamento indirecto» de la religión sobrenatural en cuanto que nos da las «bases racionales» en que debe fundarse o que debe presuponer toda religión sobrenatural: La filosofía debe demostrar los primeros principios del conocimiento y los primeros principios de la religión natural, base de la sobrenatural. Al establecer los primeros principios del conocimiento, la filosofía demuestra que el mundo es una realidad, que el hombre es un ser distinto del mundo, que puede conocer las cosas como reales y distintas del hombre, y que, por tanto, está dentro de relaciones reales con los demás seres. Entre estos seres la filosofía debe demostrar la existencia de Dios, la posibilidad de la revelación, la posibilidad de los milagros y las condiciones en que éstos pueden ser admitidos como ciertos y como criterios de la revelación... Todo esto es lo que se llama el «fundamento racional» de la revelación, sin el cual no es posible admitir ninguna religión revelada. He aquí una función principalísima de la filosofía respecto de la religión sobrenatural.

Pero el conocimiento alcanzado por la filosofía es inferior al que nos abre la revelación. Esta nos descubre realidades acerca de Dios, que el hombre no puede alcanzar por su propia ciencia. En este sentido la filosofía está en inferioridad de condiciones. También está en inferioridad por su método o medio de conocimiento: la filosofía se apoya en conocimientos «humanos», que son imperfectos y falible la revelación se apoya en la ciencia «divina», que se nos manifiesta, que es infinita e infalible.

Esto nos da la diferencia entre la razón y la revelación o entre la filosofía y la fe. La filosofía se funda en la razón humana, es un conocimiento racional, la fe se funda en la revelación divina que es sobrenatural. Y aquí mismo veremos la diferencia entre «filosofía», «religión sobrenatural» y «teología sobrenatural». La religión sobrenatural es simplemente el conjunto de las verdades reveladas, tanto en lo que hay que obrar como creer. Generalmente se contiene en el Credo o las Confesiones religiosas. La teología en cambio es una ciencia que analiza el contenido de los dogmas revelados, a fin de establecer lo mejor posible qué es lo que nos dicen y sacar consecuencias ulteriores para la vida y para el conocimiento humano. La teología, pues, se funda principalmente en la revelación, en la autoridad divina pero utiliza también la razón. La filosofía en cambio debe fundarse exclusivamente en la razón.

A pesar de esta diferencia entre la filosofía y la religión sobrenatural y la teología debe existir una concordancia entre ellas, puesto que una verdad no puede oponerse a otra verdad. Surge entonces el problema de la sujeción, de una a otra, de la superioridad e influencia entre ellas. Una vez demostrado el valor sobrenatural de una revelación, la filosofía debe dar por definitivo e infalible el contenido de la revelación, puesto que proviene de Dios, Verdad Infinita. Como filosofía no puede utilizar los elementos de la revelación, pues, una vez ha tenido conocimiento de ellos, le sirven hasta cierto punto, porque sabe que son verdades infalibles. De aquí que ninguna conclusión filosófica puede resultar contraria a la revelación, y en caso de que alguna vez tal apareciese, esto es señal de que la dicha conclusión filosófica no es correcta o acertada. En una palabra, la filosofía debe mirar a la teología, a la revelación, como algo a lo que no puede contradecir, o en términos técnicos, como una «norma negativa».

Se ha dicho con frecuencia, y los grandes teólogos y filósofos de la Edad Media fueron los que acuñaron la expresión, que la filosofía es «la esclava» de la teología. Esto es verdad, en el sentido de que la filosofía debe proporcionar a la teología los fundamentos que ésta necesita, los fundamentos racionales, y además guardar para con la teología la actitud respetuosa que la Revelación se merece como norma negativa. Pero esto no indica que la filosofía tenga que renunciar a su valor racional específico, antes bien debe mantenerlo, por cuanto, por ser el hombre un ser racional, sólo fundado en bases racionales puede admitir la revelación misma. La revelación respeta, en ese sentido, la razón y los principios racionales, que son el medio y el campo y la luz propia de la filosofía.

iv. los problemas de la filosofía

Para conocer mejor lo que es la filosofía hemos de tener ante la vista los problemas propios de la filosofía.

Ante todo, el problema más inmediato al filósofo es el del hombre mismo. Es el más inmediato y el más importante para el hombre, porque va en juego su propia realidad, mi propia realidad individual: ¿Qué soy yo?, ¿qué es el hombre?, ¿cuál es su origen, su destino, su íntima naturaleza? ¿qué son el cuerpo y el alma y las relaciones o los lazos que los unen?, ¿cómo están unidos? Especialmente interesa conocer la misteriosa realidad, actividad y propiedades del alma: ¿Qué es el conocimiento, la libertad, el sentimiento? ¿El alma es simple o compuesta, es espiritual o material, es inmortal o termina su existencia con la muerte del cuerpo? He aquí algunos problemas importantes relativos al hombre mismo, que escapan de los métodos de las ciencias particulares sobre el hombre y que deben ser afrontados por la filosofía: la parte que los estudia se llama Psicología.

Después del hombre, viene como problema más inmediato el del mundo. Vivimos rodeados de este mundo visible que llamamos el «cosmos», del cual formamos parte: ¿Cuál es el origen del mundo?, ¿es eterno o temporal?, ¿cuál es el fin último del mundo?; ¿su estructura en qué consiste? ¿Todas las cosas son vivientes, o hay algunas que no tienen vida?, ¿qué es la materia, qué es la vida, por qué los seres del mundo parecen regirse por leyes físicas inmutables, &c., &c.? He aquí otros tantos problemas que escapan también a los métodos de las ciencias físico-naturales y que deben ser estudiados por la filosofía. La parte de ésta que los estudia se llama Cosmología.

Viene luego el problema de la realidad que está más allá del mundo sensible, y del hombre mismo. El hombre es esencialmente religioso y se plantea por ello espontáneamente el problema de Dios: ¿Dios existe?, ¿qué es y cómo es?, ¿cuáles son las relaciones del mundo y del hombre con Dios?, ¿qué es la religión y cómo debe el hombre practicarla?, &c., &c. Son éstos algunos de los problemas que la filosofía debe resolver acerca de Dios. Problemas de importancia capital, porque afectan a la comprensión misma del mundo y del hombre. La concepción del hombre y del mundo en la más íntima esencia depende de la concepción misma de Dios. La parte de la filosofía que estudia los problemas relativos a Dios se llama Teodicea o Teología natural.

Después de estos problemas relativos en particular al mundo, al hombre y a Dios, aparece otro grupo de problemas que afectan por igual a la Psicología, a la Cosmología y a la Teodicea. Son los problemas del ser en general. Ser es lo mismo que realidad, y por poco que reflexionemos, veremos que el mundo, el hombre y Dios tienen de común que son «realidad», que son «algo», que son «ser». Viene entonces el problema general sobre el ser: ¿Qué es el ser?, ¿en qué consiste que algo sea realidad y que no sea nada?, ¿cuáles son las características esenciales del ser, las leyes por que se rige su estructura íntima? Estos problemas afectan por igual al hombre, al mundo y a Dios. La parte de la filosofía que los estudia es la más general de todas y por eso se llama Ontología General, o simplemente Ontología, que significa estudio del ser.

Hasta ahora, hemos considerado problemas que se refieren a realidades. Pero surge necesariamente para la filosofía el valor de la filosofía misma como filosofía, es decir, como ciencia. ¿Qué valor tienen nuestros conocimientos filosóficos?, ¿reflejan la realidad?, ¿qué es nuestro conocimiento en sí mismo?, el estudio de esta actividad misteriosa del hombre que llamamos «conocimiento» y de su relación con el mundo real, constituye una parte de la filosofía que se llama Crítica en cuanto estudia el valor del conocimiento y Lógica en cuanto estudia las leyes del mismo para que podamos pensar rectamente.

Después de la realidad y del conocimiento, vienen los problemas del obrar humano. El hombre debe desarrollar una actividad múltiple, pues la vida es acción. Entre estas actividades, la más característica del hombre es la que se refiere a las acciones que realiza como ser libre y con responsabilidad. Aquí surge el problema de la moral. Una vez realizadas ciertas acciones, tenemos conciencia de que hemos obrado bien en unos casos y mal en otros. ¿Qué es aquello por lo cual algunas acciones las juzgamos buenas y otras malas?, ¿qué es la conciencia moral?, ¿qué es el vicio y la virtud?, ¿la justicia y el derecho?, ¿la sociedad nacional e internacional?, ¿qué relaciones deben regir a los individuos y a las sociedades en la conducta, en su actividad? Estos son algunos de los problemas que la filosofía debe estudiar respecto de la conducta humana. La parte de la filosofía correspondiente se llama Ética o Moral, porque estudia lo que se refiere a las «costumbres» humanas, en cuanto tales.

Además de la acción o conducta moral, que es la más propiamente humana, el hombre desarrolla otras actividades, entre las cuales debemos señalar la creación y contemplación de las obras de arte. La filosofía debe explicarnos en qué consisten, en último término, la esencia del arte y cuáles sus leyes fundamentales. Esta parte de la filosofía se llama Estética.

Finalmente, una gran parte de la actividad del hombre, que afecta en gran escala a toda la humanidad, y a sus relaciones individuales, nacionales e internacionales, es la actividad técnica, que está dirigida a la transformación de la materia para los usos del hombre. El estudio de los problemas generales de la técnica, de sus fundamentos en la realidad última de las cosas, especialmente en la naturaleza misma del hombre, pertenece a una parte de la filosofía, que no ha alcanzado hasta ahora independencia respecto de las otras, pero que creemos debería ser objeto de un estudio aparte, debido a la importancia que el desarrollo de la técnica ha estado adquiriendo en los dos últimos siglos. Creemos que la parte propia de la filosofía, destinada a elucidar los últimos problemas de la técnica, es el tratado de las causas, que la filosofía clásica suele incluir en la Ontología general.

Existe en las fronteras mismas en que la ciencia termina para dar lugar a la filosofía una zona de influencia, común que tiene problemas característicos, los cuales deben ser resueltos con aporte de las ciencias positivas y de la filosofía. Enumeremos algunas de las disciplinas filosóficas que han ido surgiendo después del análisis de esas regiones intermedias: Filosofía de las ciencias, de la cultura, de la educación, del lenguaje, del derecho, de la sociedad, de la política, del arte, de la religión, de la historia, &c.

Considerando que los problemas más generales de la filosofía pertenecen a la Ontología general, ésta debe ser el fundamento de todas las demás partes de la filosofía. Especialmente de las otras tres ramas especiales de la realidad, que se llaman también Ontologías especiales: la Psicología, la Cosmología y la Teodicea.

Estas cuatro partes de la filosofía se llaman asimismo Metafísica. La Ontología generalmente, Metafísica general y las Ontologías Especiales, Metafísicas Especiales. El nombre de Metafísica (que significa «más allá de lo físico»), se les aplica porque el conocimiento filosófico de las realidades del ser en general, y de las Metafísicas especiales, está más allá del conocimiento sensible: se trata de realidades más íntimas, que no pueden ser objeto del conocimiento propio de los sentidos, los cuales solo alcanzaron el mundo físico.

Pero antes de la Ontología General, debería estudiarse e] problema mismo de la posibilidad de la existencia de la filosofía, es decir, el problema del conocimiento. Este constituye, en consecuencia, una especie de estudio previo a toda la filosofía.

Según las indicaciones que acabamos de hacer podría agruparse el conjunto de los problemas filosóficos según aparece en el siguiente cuadro sinóptico:

Filosofía 



I  del pensarsus leyes= Lógica
su valor= Crítica
II  del ser
 (metafísica)
general= Ontología
especial= Cosmología
= Psicología
= Teodicea

III  del obrar

arte

= Estética
técnica= Filosofía de
 la Técnica
moral= Ética

v. la filosofía y su historia

Para el estudio de la filosofía es importante, y aun necesario, tener una recta concepción de la «Historia de la Filosofía». El hombre ha tenido siempre necesidad de filosofar. En todas las grandes culturas ha surgido una concepción del hombre que alcanza hasta sus últimos problemas, y, por tanto, de carácter más o menos filosófico. Decimos más o menos filosófico, porque con frecuencia esta concepción del hombre se ha hallado unida a una actitud religiosa; y no puramente racional.

La historia de la filosofía abarca todas las manifestaciones, todos los esfuerzos del hombre por resolver los problemas filosóficos, realizados a través de la historia. La historia completa de la filosofía debe tener en cuenta tanto la filosofía oriental, como la occidental. En el Oriente, tanto en la China como en la India y en Persia han existido concepciones filosóficas, algunas de las cuales han continuado hasta nuestros días. Pero, para nuestro objeto, debemos más bien limitarnos a la filosofía occidental. Esta ha tenido origen en Grecia, y suele dividirse en cuatro grandes épocas: Filosofía antigua (Griega, Greco-romana y Cristiana-patrística), Filosofía medieval (Cristiana, Escolástica, Árabe y Judía), Filosofía Moderna (desde el Renacimiento hasta fines del siglo XIX), Filosofía Contemporánea (siglo XX).

Una mirada a la historia de la filosofía nos convence de que los problemas filosóficos han tenido las soluciones más diversas. Algunos han considerado la realidad como materia: «Materialismo». Para éstos el hombre es un ser puramente material, por tanto perecedero como todos los demás seres; no hay lugar para la existencia de Dios, ni de otros seres espirituales; otros filósofos han profesado el «espiritualismo», distinguiendo entre el mundo material y el mundo espiritual; el hombre participa a la vez de ambos mundos y tiene no solamente un principio material, sino también espiritual. Generalmente los que admiten en el hombre un principio espiritual también lo consideran inmortal.

Algunos filósofos sostienen que toda la realidad del universo forma un solo ser material («monismo materialista») o un solo ser espiritual y divino («Monismo panteísta»); otros explican la realidad del universo como distinta de Dios, y admiten que Dios es un ser personal («teísmo») distinto del mundo y Creador de éste («Creacionismo»).

En cuanto al problema del conocimiento, han aparecido, a través, de la historia de la filosofía, las soluciones más diversas: algunos sostienen que nada podemos conocer, con certeza («escepticismo»), otros que solamente podemos conocer nuestra conciencia y que no sabemos lo que hay fuera de ella, y el mundo que creemos exterior no es sino una creación subjetiva de la conciencia misma («subjetivismo, idealismo»); otros en fin sostienen que por el conocimiento percibimos las cosas exteriores a la conciencia y en mayor o menor grado la percibimos tal como son («realismo»).

En el orden moral también la diversidad de opiniones es notable: según unos, la moralidad consiste en la utilidad («utilitarismo»); según otros la moralidad es una creación subjetiva del hombre sin fundamento en las cosas («idealismo»); otros en fin sostienen que hay principios de moralidad independientes de la voluntad del hombre y a los cuales éste debe acomodarse para obrar bien o mal («racionalismo»).

Así podríamos ir viendo acerca de todos los problemas filosóficos un desfile de opiniones diversas en toda la historia de la filosofía.

Esto plantea un serio problema sobre la filosofía misma: Si los hombres hasta ahora no han podido ponerse de acuerdo en la solución de los problemas filosóficos, no es de esperar que en el futuro se llegue a descubrir una solución aceptable para todos, y esto parece indicar que los problemas filosóficos no tienen una solución, o, por lo menos, el hombre no puede alcanzarla. No sabemos, por tanto, a punto fijo cuál es la solución de los problemas, no podemos averiguar cuál es la teoría verdadera, y todas las opiniones tendrían, con el mismo derecho, carta de ciudadanía en el mundo filosófico.

Ante este problema se adoptan dos actitudes fundamentales: algunos reconocen esta diversidad y admiten simplemente que es imposible hallar una solución. Lógicamente, estos autores desembocan en el escepticismo. Pero el escepticismo está contra las experiencias humanas más inmediatas y aún contra nuestras exigencias más íntimas. El escepticismo es como filosofía un suicidio intelectual, y, además, contradictorio, porque no puede afirmarse a sí mismo.

Por este motivo, otros adoptan una actitud diametralmente opuesta: Establecen un cierto núcleo de soluciones o verdades filosóficas que ellos creen ciertas, y forman un «sistema» determinado. O bien, eligen entre los sistemas filosóficos aquel que les parece verdadero y desde este sistema juzgan a los demás, rechazándolos en todo o en parte. Esta opinión o actitud tiene fundamento en la experiencia de que podemos conocer muchas verdades, y, por tanto, no podemos afirmar que el hombre no conoce nada, y supuesto que algo conoce como verdad, lo contrario debe ser excluido como falso. Pero el problema surge cuando se trata de establecer cuál de los sistemas filosóficos es el verdadero, preferible a todos los demás.

Por eso, otros toman una actitud intermedia: prescindiendo de una decisión en favor de un sistema determinado, realizan un estudio de conjunto sobre la historia de la filosofía; en ese estudio creemos hallar nosotros la verdadera solución al problema. Efectivamente, si atendemos a la historia misma de la filosofía, veremos que, a pesar de la multiplicidad de problemas y de soluciones, a veces las más contradictorias, existe una cierta tendencia, en todos los filósofos de mayor relieve a salvar, a afirmar ciertos principios fundamentales para el hombre, y para su vida: Estos principios fundamentales, que son necesarios para la existencia humana, para la convivencia de los hombres entre sí, para el orden social y para la conservación y el desarrollo de la humanidad, se hallan afirmados por la inmensa mayoría de los filósofos, aún cuando después discrepen acerca de otros muchos problemas. En realidad, este conjunto de principios, hacia los cuales converge la historia de la filosofía, es lo que se puede llamar «la filosofía perenne», la realidad del hombre, la distinción entre el hombre y los demás seres aún los animales superiores; la inteligencia y la libertad; la conciencia moral, la necesidad de la sociedad humana; la dependencia o relación del hombre con un mundo transcendente; la religión, &c., éstos, y algunos más, son temas hacia los cuales converge, en forma afirmativa, toda la historia de la filosofía: decimos que converge en su conjunto, porque, aún cuando puedan señalarse excepciones, la inmensa mayoría y los más autorizados de los representantes del pensamiento filosófico en el Occidente coinciden en una afirmación y reafirmación de estos principios: Las filosofías persas, chinas, hindúes en el Oriente; y en el Occidente podemos citar las cumbres de su historia: Sócrates, Platón, Aristóteles, los Estoicos, los Académicos greco-romanos, Cicerón, Séneca, el neoplatónico Plotino, entre los filósofos paganos; toda la filosofía cristiana occidental, hasta el siglo XVII, y desde entonces: Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibnitz, Wolff, Kant, Hegel (aunque con interpretación idealista): el Positivismo del siglo XIX se vio obligado a crear también una concepción social de tipo religioso; y en el siglo XX han abundado las figuras de primer relieve que están testimoniando el valor de estos principios fundamentales.

Nuestra opinión es, en consecuencia, que la historia de la filosofía lejos de suscitar en nosotros una duda universal, nos confirma en la existencia de ciertos valores humanos fundamentales y perennes, y su conjunto lo llamaremos «filosofía perenne». En cambio, el hecho de la discrepancia acerca de tantos otros puntos, nos enseña que debemos ser más cautelosos en su afirmación: solamente un sólido fundamento debe inducirnos, en cada caso, a admitir como verdadera una solución determinada, dejando más bien, cuando esto no sea posible con seguridad, abierto nuestro juicio hasta que aparezca la solución debidamente fundada. Esta es, a nuestro parecer, la lección que nos ofrece la historia de la filosofía, y a esta luz debemos estudiarla, y aprovecharla para nuestra formación filosófica. Por de pronto, ya aparece que la historia de la filosofía, por sí sola, no es suficiente medio de información filosófica. Se necesita cierto criterio de discriminación en las doctrinas filosóficas, so pena de perdernos en un bosque enmarañado, sin saber cuál es nuestro verdadero camino. Asimismo se impone también una cautela y un espíritu crítico en la lectura de los autores, tanto antiguos como modernos, a fin de discriminar en ellos qué es lo válido o lo inválido de sus doctrinas.

Pero ésto nos lleva a estudiar otro punto de sumo interés para nuestra orientación filosófica. La historia misma de la filosofía es una lección muy rica en enseñanzas, que no debemos olvidar. Ella nos obliga a distinguir tres aspectos de la filosofía: la filosofía como actividad, como resultado y como ideal.

La filosofía como «actividad» es el filosofar mismo realizado por el hombre. Siempre que un hombre se preocupe por estudiar los problemas filosóficos de acuerdo con el método exigido, está haciendo filosofía. Esta actividad es lo que se llama filosofar, o la filosofía como actividad. Puede el hombre filosofar bien o mal, puede hacer bien o mal filosofía, pero ciertamente está filosofando, está desarrollando una actividad filosófica.

La filosofía como «resultado» es el fruto de la actividad filosófica. En su filosofar el hombre llega a ciertos resultados, es decir, a dar a los problemas filosóficos determinadas soluciones. Toda solución, propuesta a través de la historia de la filosofía, es filosofía como resultado. Naturalmente que los resultados son buenos y malos, aceptables o inaceptables conformes o disconformes con la realidad de donde surgen los problemas. Esto nos indica que hay filosofía buena y filosofía mala, es decir, que no corresponde al verdadero planteamiento de los problemas, y no expresa la realidad tal como en sí es. Ahora bien, propiamente hablando solamente es verdadera ciencia filosófica como resultado aquella que se conforma o que expresa la realidad tal como en sé es, por lo cual, tan sólo es auténtica filosofía la que llega a resultados positivos, o conformes con la realidad, la que resuelve satisfactoriamente los problemas. Sería, pues, un error identificar la filosofía con la historia de la filosofía, ya que ésta abarca o debe tener en cuenta todo el esfuerzo filosófico con los resultados positivos y negativos a los que el hombre ha ido llegando. De aquí que la tendencia a identificar la filosofía con sus historias, llamada «historicismo filosófico», confunde lo bueno y lo malo en filosofía, los resultados auténticos e inauténticos, en una palabra, lo verdadero y lo falso. Así como en las demás ciencias distinguimos entre las soluciones equivocadas o superadas y las que verdaderamente responden a la realidad, lo mismo acaece en filosofía: en física, en medicina, &c., nadie incorpora a las ciencias físicas o médicas las soluciones equivocadas, tanto antiguas, como modernas. Los errores en física o en medicina no forman parte propiamente hablando de la «ciencia física o médica»; igualmente en filosofía los errores no forman parte de la «ciencia» filosófica. Propiamente hablando, solamente es filosofía la filosofía como «resultado positivo», es decir, el conjunto de soluciones verdaderas a los problemas filosóficos. Se impone, por consiguiente en la lectura de los autores una discriminación entre los resultados positivos a que han llegado, y las fallas, insuficiencias y errores e inconsecuencias en que a veces han caído.

Finalmente, la filosofía como «ideal» es el conjunto de soluciones verdaderas a todos los problemas filosóficos. Acerca de si el alma humana es mortal o inmortal, existe una respuesta verdadera, la que expresa la realidad correspondiente a la inmortalidad o mortalidad del alma. Acerca de la existencia de Dios existe una respuesta verdadera; porque es imposible que sean a la vez verdaderas la afirmación y la negación de la existencia de Dios. Acerca de la existencia de un orden moral, independiente de la voluntad humana, existe también su respuesta verdadera, es decir, la que está de acuerdo con la realidad acerca de dicho orden moral. Así podríamos seguir mencionando problemas filosóficos. Pero éstos son innumerables. Con frecuencia alcanzan un grado de dificultad tan grande que el hombre nunca podrá llegar a resolverlos. Se trata, a veces, de problemas abstrusos, ajenos a la experiencia del hombre y que sólo con medios de que el hombre carece podrían ser resueltos. Por eso, la filosofía como «ideal», es decir, el conocimiento completo de todos los problemas filosóficos no existe para el hombre, nunca puede ser logrado por nosotros. Solamente Dios, con su ciencia infinita, lo conoce todo. Al hombre, en cambio, porque tiene una facultad limitada, le es imposible resolver muchos problemas acerca de su propia naturaleza, de la naturaleza del mundo y de Dios. Esto no quiere decir que algunos problemas fundamentales no los podamos resolver con certeza. Este conjunto limitado de problemas, que por cierto incluye lo más esencial para la vida del hombre y para la comprensión de su origen, su naturaleza y su destino, ha sido resuelto positivamente y con seguridad, y está siempre al alcance de una inteligencia normal comprobar el valor positivo de dichas soluciones. Pero en comparación con la totalidad de los problemas filosóficos, éstos constituyen una pequeña parte, y más de una vez el hombre sólo puede alcanzar acerca de los otros un grado de probabilidad o de verisimilitud más o menos aproximado a la realidad. Debemos reconocer modestamente nuestra capacidad limitada de conocer, que debe ser un estímulo para avanzar más hacia el estudio y solución de nuevos problemas filosóficos.

Para la comprensión de lo que es la filosofía debe tenerse presente ésta triple distinción de la filosofía, como actividad, como resultado y como ideal. La «actividad» no se justifica, como filosofía, por sí sola; el «resultado» es auténtica filosofía sólo cuando es positivo, es decir, cuando la solución está de acuerdo con la realidad; la filosofía como «ideal» nunca puede ser alcanzada por el hombre en su totalidad, sino sólo parcialmente, en cierto conjunto de problemas. La inteligencia humana es limitada. Ningún autor filosófico, ningún hombre, ha podido hasta ahora, ni seguramente podrá en lo futuro, presentar una filosofía exenta de algunos errores de soluciones negativas y de deficiencias en el planteamiento y en la solución de ciertos problemas. Conocemos, es verdad, los jalones de orientación sobre el origen y destino del hombre, sobre el sentido trascendente de su vida terrenal, y los principios fundamentales por que debe regirse en su vida individual y social, en sus relaciones con el mundo y con Dios. Pero es trabajo de cada uno, «mío», la apropiación consciente de esos principios últimos de la filosofía, a fin de cumplir como lo requiere nuestra dignidad de hombres, el alto destino a que Dios nos ha llamado.

puerta del infierno

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