El Monte Sion (en hebreo הַר צִיוֹן, Har Tsiyyon; en árabe جبل صهيون, Jabel Sahyoun) es una colina de Jerusalén. Se encuentra fuera de las murallas de la ciudad vieja. El término Monte Sion fue usado por primera vez en las Sagradas Escrituras hebreas para la Ciudad de David (2 Samuel 5:7, 1 Crónicas 11:5, 1 Reyes 8:1, 2 Crónicas 5:2) y posteriormente se usó para el monte del Templo de Jerusalén, pero su significado ha cambiado y hoy se usa para nombrar a un monte también llamado Colina Occidental. En un sentido amplio, el término se usa como un sinécdoque para referirse a toda la Tierra de Israel.
Etimología
La etimología del término Sion no se sabe con certeza.
El lugar se menciona en el Libro de Samuel (2 Samuel 5:7) de la Biblia para denominar a una fortaleza jebusea que fue conquistada por el rey David, lo que lo sitúa en los orígenes israelitas.
En las lenguas semíticas, se puede asociar con la raíz hebrea ṣiyyôn (castillo), a la raíz árabe ṣiyya (tierra seca) o a la raíz árabe šanā ("protegido" o "ciudadela"). También puede estar relacionado con la raíz árabe ṣahî ("ascender hasta la cima") o ṣuhhay ("torre" o "cima de montaña") También puede guardar una relación con la palabra hurrita šeya ("río" o "cañón").
Sahyun (en árabe صهيون, Ṣahyūn o Ṣihyūn) significa Sion en árabe y en siríaco. Hay un valle llamado Wâdi Sahyûn (wadi es la palabra árabe para "valle") que tiene un nombre parecido al monte y que está localizado a unos 2,8 kilómetros de la puerta de Jaffa de la ciudad vieja.
El topónimo Har Tzion (literalmente, "Monte Sion") aparece nueve veces en Tanaj. Se escribe con la letra tzadi y no con la zayin.
Las tres localizaciones diferentes.
Los habitantes de Jerusalén han conservado el nombre en varias épocas, pero han cambiado su localización al sitio que han considerado más apropiado en cada época.
Parte baja de la Colina Oriental (Ciudad de David)
En primer lugar llamado Sion fue la fortaleza jebusea situada la zona baja de la antigua Colina Oriental de Jerusalén.
De acuerdo con el Libro de Samuel, Sion era el lugar donde estaba la fortaleza jebusea llamada "baluarte de Sion", que fue conquistada por el rey David. Posteriormente, la zona fue reconstruida parcialmente, fue renombrada como Ciudad de David y el monarca erigió en ella su palacio.
Cima de la Colina Oriental.
Tras la conquista de la ciudad jebusea, el área de construcción se expandió al norte hacia la parte más alta de la misma Colina Oriental. El Templo de Salomón se ubicó en esta parte, más alta. Una vez que se construyó el Primer Templo, en la cima de la Colina Oriental, el nombre se aplicó a ese lugar.
La identificación de las ciudades jebuseas e israelitas en la Colina Oriental se basa en la existencia del único manantial permanente del lugar, conocido como Fuente del Gihón, y las excavaciones arqueológicas han descubierto restos de muros y sistemas hidrológicos de la Edad del Bronce y de la Edad del Hierro.
El "Monte Sion" mencionado en las últimas partes del Libro de Isaías (Isaías 60:14), en el Libro de los Salmos y en el Primer Libro de los Macabeos (c. siglo II a.C.) parece referirse a la cima de esta colina, conocida generalmente como el Monte del Templo.
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El Camino del Papa, en la ladera del Monte Sion. |
El último lugar llamado Monte Sion fue la Colina Occidental, que destaca más que la Colina Oriental. Parece que los habitantes de Jerusalén del siglo I d.C. consideraron que era la localización del palacio del rey David. La Colina Occidental es conocida hoy como Monte Sion.
En la segunda mitad del periodo del Primer Templo, la ciudad se expandió hacia el oeste y sus murallas se extendieron hasta abarcar totalmente a la Colina Occidental. Nabucodonosor II destruyó la ciudad casi por completo en el sitio del 586 a.C., evitando la continuidad de la memoria histórica. Posteriormente, hubo un largo periodo de reconstrucción que terminó con el Asedio de Jerusalén (año 70), que terminó con la total destrucción de la ciudad por parte de los romanos. Flavio Josefo, el historiador del siglo I, conoció la ciudad antes de que fuera destruida en ese segundo evento e identificó al Monte Sion en la Colina Occidental, separada de la Colina Oriental (más baja) por lo que él llamó el Valle de Tyropoeon. Debe decirse, no obstante, que Josefo nunca usó el nombre "Monte Sion" en ninguno de sus otros escritos, pero dice que la "ciudadela" del rey David se situaba en la colina más grande, refiriéndose también a la Colina Occidental.
Historia desde finales del Imperio romano.
A finales del periodo romano, se construyó una sinagoga en la entrada de la estructura conocida como la Tumba de David, probablemente por la creencia de que David trajo aquí el Arca de la Alianza desde Beit Shemesh y Quiriat-Jearim antes de la construcción del templo.
Durante la guerra palestina de 1948, el Monte Sion fue conquistado por la brigada Harel el 18 de mayo de 1948 y se convirtió en la única parte de la ciudad vieja que quedó en manos israelíes hasta el armisticio. Al principio se conectó con el barrio judío de Yemin Moshe a través del valle de Hinón a través de un túnel estrecho, pero con el tiempo hizo falta una alternativa para transportar suministros y evacuar soldados heridos en Monte Sion. Para ello se diseñó un teleférico capaz de cargar 250 kilos. El teleférico solo se usaba de noche y se bajaba al valle durante el día para no ser detectado. Realizaba el trayecto desde la posición israelí hasta el hospital de San Juan en dos minutos. En la actualidad se conserva en el hotel Mount Zion.
Entre 1948 y 1967, cuando la ciudad vieja estaba bajo ocupación jordana, los israelíes tenían prohibido el acceso a los lugares sagrados. El Monte Sion quedó como una tierra de nadie entre Israel y Jordania. El Monte Sion era el lugar accesible más cercano al antiguo templo judío. Hasta que Jerusalén fue tomado por Israel en la Guerra de los Seis Días, los israelíes escalaban hasta la Tumba de David para rezar. El camino tortuoso que lleva a la cima del Monte Sion se conoce como el Camino del Papa (Derekh Ha'apifyor). Se pavimentó para la histórica visita del papa Pablo VI a Jerusalén en 1964. |
Referencias bíblicas.
La referencia de Tanaj al Monte Tzion (Har Tzion) que dice su localización se deriva del salmo 48 compuesto por los hijos de Korah (levitas), diciendo que estaba en "el lado norte de la ciudad del gran rey", lo que Radak interpretó como la Ciudad de David "de la ciudad de David, que es Sion (1 Reyes 8:1-2; 2 Crónicas 5:2)". En 2 Samuel 5:7 también se lee "David tomó la fortaleza de Sion: la misma es la Ciudad de David", por lo que identifica al Monte Tzion como parte de la Ciudad de David y no como un área fuera de la ciudad vieja de Jerusalén. Rashi identifica la localización como la fuente de "alegría" mencionada en los salmos que era el patio del templo, la localización donde realizar ofrendas en la parte norte del complejo del templo. |
Las lenguas de Jerusalén.
Volver al hebreo era recuperar el idioma de los antepasados en la tierra natal que ellos habitaron y cuya pertenencia se quería reclamar. La lengua resucitada sirvió para movilizar apoyos a una conciencia nacionalista que ya existía.
| Portada del tercer volumen de la edición de la Biblia en hebreo y ladino publicada en Viena (1813-1816).Portada del tercer volumen de la edición de la Biblia en hebreo y ladino publicada en Viena (1813-1816).Yael Macías |
Lola Pons Rodríguez. Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.
En fotos, Jerusalén me llama la atención por su arquitectura blanca homogénea. Es una ciudad que roza el millón de habitantes: la parte oeste es habitada por judíos, la parte este por árabes. Bajo el meleke, esa piedra caliza blanquecina que da su aspecto a la Ciudadela de David o al Muro de las Lamentaciones, todo parece unitario. La engañosa unidad cromática del horizonte cae sobre la capital de un país que está enconado en la gestión del territorio. La Explanada de las Mezquitas (Al Aqsa) se ha convertido esta semana en el centro de la última contienda. El meleke, esa piedra de Jerusalén, tiene una virtud constructiva: se cincela con facilidad y luego, expuesta a la atmósfera, se endurece y se hace sólida. Es exactamente lo mismo que les ocurre a las lenguas: están al arbitrio de los hablantes, y, por encima de ellos, están sujetas a decisiones políticas que intentan moldearlas, regulando cómo, dónde y cuánto deben hablarse. Al aire público de la calle, en la conversación cotidiana, si esas decisiones políticas son aceptadas por los hablantes, triunfan y se hacen sólidas, cobran apariencia de decisión consensuada y natural. Estas regulaciones entran dentro de lo que en la Lingüística llamamos “planificación lingüística”, pero que socialmente y con toda justicia se llama también política lingüística. Que una determinada política lingüística triunfe o no está en manos de la sociedad que habla la lengua en cuestión.
Lo que se habla en Israel dice mucho de lo que ocurre en Israel. El hebreo es la lengua que hoy se habla en el Parlamento de Israel, la que usan sus ciudadanos judíos, la que se enseña en los colegios y la que conocen también, en buena medida, los palestinos. El hebreo, lengua semítica, tiene una larga historia, pero dejó de hablarse de forma viva en el siglo III. Siguió usándose desde entonces restringida a la liturgia y, desde el siglo XVIII, en algunos textos literarios. No era una lengua empleada cotidianamente; las comunidades judías de la Palestina del siglo XIX hablaban distintas lenguas: el árabe, el sefardí o el yiddish, una lengua de raíz germánica. Esa lengua hebrea que hoy es lengua oficial de Israel se reimplanta como lengua hablada por la voluntad y convicción del ruso Eliezer Ben-Yehuda (1858-1922). Ben-Yehuda sostenía que la lengua podría ser un elemento de cohesión para los judíos que estaban en la diáspora; fortalece en su etapa universitaria en París su conocimiento del hebreo y, primero en Argelia y luego en Palestina, se esfuerza en propagar el uso del idioma como lengua viva. Incluso hace un experimento en su propia familia: cría a su hijo desde su nacimiento exclusivamente en hebreo y lo convierte así en el primer hablante nativo de hebreo moderno.
La planificación lingüística empezó, como se ve, desde casa, pero paulatinamente fue ganando adeptos. Recuperar el hebreo supuso buscar nombres para objetos que no tenían nombre en el hebreo litúrgico, obligó a modernizar la lengua. Y así la lengua se cincelaba y fortalecía: desde 1898 hubo instrucción oficial en hebreo en las escuelas judías de Palestina y en 1953 se funda la Academia de la Lengua Hebrea. El proceso se parece al de otras lenguas recuperadas en el siglo XX, aunque aquí se partía de que la mayoría de los judíos (al menos, los varones) habían recibido educación religiosa en el hebreo escrito, por lo que conocían la lengua. Volver al hebreo tenía una función simbólica, era recuperar el idioma de los antepasados en la tierra natal que ellos habitaron y cuya pertenencia se quería reclamar. La lengua resucitada sirvió para movilizar apoyos a una conciencia nacionalista que ya existía, pero no era solo un ideal soñador, porque normalmente la planificación lingüística no es solo lingüística: promover el hebreo era también rebajar el peso del yiddish, muy empleado en las comunidades judías de la Europa oriental, y distinguía a los nuevos colonos de los ya establecidos en Palestina, ante los que se reivindicaba un liderazgo nuevo y joven. La lengua es de los hablantes, sí, pero su uso en entornos de poder, la selección de las lenguas en que se debe enseñar o traducir no son decisiones inmediatas de ellos sino de quienes los gobiernan. Ese hebreo que hoy nos parece una lengua más del mundo y que es la lengua oficial del Estado de Israel era, hace un siglo, el idioma que hablaban cotidianamente en casa solo diez familias judías. El forjado de una lengua común ha sido uno de los elementos que ha dado un color lingüístico de cohesión y homogeneidad a las distintas comunidades judías de Israel. Pero ellos no son los únicos habitantes de ese territorio: en el mapa lingüístico faltan los palestinos, hablantes del árabe palestino, también residentes en la ciudad de la piedra blanca donde hoy se empieza a oír el runrún de amenaza de una cuarta intifada. La primera intifada, por cierto, la de 1987, se llamó “la guerra de las piedras”.
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