La iglesia
El ambiente está tan cargado como si afuera lloviese a cántaros y los peregrinos se apretujasen para refugiarse al calor de las velas en suelo sagrado. Una salmodia, solemne, reverberante, comienza a impregnar las paredes recordando a los cánticos que algún lector descubrió imaginando el libro de Umberto Eco o viendo la película de Jean-Jacques Annaud, El nombre de la rosa. Si se aúpa o estira el cuello, ya puede verlos. Ahí vienen. Se trata de una comitiva de franciscanos que atraviesa a paso lento el recinto más venerado de la cristiandad para finalizar entonando el Vexilla Regis. Estamos en el Santo Sepulcro y es Viernes Santo. Hoy todo se habrá consumado.
El Santo Sepulcro de Jerusalén, templo con categoría de basílica –llamada de la Resurrección–, se erige sobre el montículo donde la tradición señala que Cristo fue crucificado –Gólgota en arameo y Calvario en latín–, y en sus entrañas custodia la propia tumba de Jesús. Resulta imposible explicar la forma del recinto atendiendo a las clasificaciones canónicas. Desde luego, no es de planta de cruz latina ni consta de bóvedas de cañón o de crucería como nuestras catedrales europeas.
Resulta tan imprevisible como fascinante en la primera impresión del viajero. Mientras por dentro conviven los recargados ornamentos y cirios ortodoxos con una austeridad franciscana tamizada por influencias de Oriente Próximo, visto el templo desde el exterior o a golpe de Google Earth, resulta un poliedro irregular de piedra y mampostería reflejo del caos que supone haber sido arrasado y reconstruido muchas veces a lo largo de casi dos mil años, desde la primera edificación que levantó el emperador Constantino. Sin embargo, donde más ferozmente reina el caos es en su interior.
Ninguno de los representantes cristianos que lo habitan posee la llave que abre y cierra la doble puerta del templo, modesta, de madera vetusta, en la esquina de una plaza empedrada del barrio cristiano. Lo viene haciendo una familia musulmana desde tiempos de Saladino, allá por la Tercera Cruzada (s. XII) y aunque la intención inicial era que los cristianos no recuperasen el bien más preciado de Tierra Santa, hoy funciona como mecanismo diplomático de primer orden: varios representantes cristianos de seis grupos cuya fe se distingue por su origen geográfico (griego, armenio, etíope, sirio, copto y franciscano) se quedan encerrados cada atardecer para que, cada día, antes del alba, un musulmán apoye una escalera contra el portón, les eche la llave por un ventanuco y el Santo Sepulcro vuelva a abrirse.
Otra familia musulmana es la guardiana de una doble puerta que, de abril a septiembre, abre a las 5 de la mañana y cierra a las 21 h –los domingos, a las 20 h– y de octubre a marzo, de 4 h a 19 h.
¿Por qué es este un método diplomático? Se dice que si un etíope se mueve de su zona, el copto podría enfadarse creyendo que trata de ocupar su delimitación, valga el ejemplo para los otros cuatro. Ha ocurrido: los etíopes controlan el tejado y lograron ocupar un trozo extra en un descuido copto allá por 1970. En 2002, un monje movió su silla unos centímetros y hubo hasta heridos. La policía israelí ha debido intervenir para pacificar más de un encontronazo.
Son los griegos quienes disfrutan de más metros cuadrados: el Calvario, la piedra de la unción y el katholicón, entre sus posesiones principales. Los armenios, también ortodoxos, son los dueños del subsuelo, donde hay una capilla dedicada a Santa Elena, madre del emperador Constantino, quien convirtió el cristianismo en religión oficial de Roma. Los franciscanos dominan la capilla de la Crucifixión, el lugar donde se descubrió la cruz y dos oratorios donde Cristo se apareció a su madre y a María Magdalena, mientras que los coptos controlan solamente una pequeña capilla dedicada a José de Arimatea. Los etíopes deben conformarse con el tejado.
Dentro del templo, sobre el pequeño montículo llamado Calvario –de cuya realidad histórica no queda otro vestigio que la persistencia secular que así lo señala– fue construida la capilla de la Crucifixión, en la que hay un altar distinto a todos los demás: bajo él e introduciendo el brazo por un hueco, el viajero podrá tocar la piedra en la que, aseguran, fue clavada la cruz del martirio. Al salir de esta estancia podemos acercarnos a la ‘piedra de la unción’, sobre la que fue limpiado y ungido con aceites el cuerpo de Jesús al ser descendido de la cruz. Se trata de una lámina de roca rosácea, muy desgastada por los millones de manos que antes que las suyas, lector, han acariciado su superficie. El sepulcro se halla bajo un mausoleo en forma de cubo situado en el centro de una rotonda y al que hay que entrar agachado. Una vez en su interior, se permite orar brevemente, durante unos pocos minutos, para enseguida dar paso a otras personas, pues allí dentro no caben más que cuatro o cinco. Si profesa la fe cristiana, le será imposible no sentir una honda conmoción interna, mayor que la del peregrino que tras un mes de penurias entra por fin en la catedral de Compostela o a la del creyente que levanta la vista por primera vez en el interior de San Pedro del Vaticano. Desde luego, no es necesario ser cristiano para notar algo allí dentro e interesarse por una losa de roca milenaria y la oquedad que contuvo, según los demás creen, el cuerpo de una singularidad hecha carne. En cualquier caso, si usted no cree, le proponemos que cierre igualmente los ojos y se deje empapar por la energía que siglos y siglos de adoración ha ido añadiéndose a las paredes del cubículo. Son muchos, demasiados en realidad, los turistas que escogen visitar Jerusalén en Semana Santa. Sin embargo, las continuas aglomeraciones en la ciudad vieja son el precio a pagar por contemplar algunas escenas que solo se producen en esas fechas. Además de los actos religiosos previstos dentro del Santo Sepulcro, durante el Viernes Santo se cruzará con personas venidas de todo el mundo que caminan con una cruz de madera a cuestas. Los verá en la Vía Dolorosa, cuyos viejos adoquines pisó Jesús descalzo y que señaliza con decoro nueve de las 15 estaciones de la Pasión: el interrogatorio y condena por Poncio Pilato, las caídas, el encuentro con la Virgen, el paño de la Verónica… Para conocer las últimas seis, el lector debe volver al Santo Sepulcro. |
Scherezada Jacqueline Alvear Godoy
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Viaje al secreto más oculto del Santo Sepulcro.
El 20 de octubre del 2016 se produjo un acontecimiento único en los últimos siglos: la apertura de la losa de mármol que se venera en el lugar donde la tradición sitúa el sepulcro de Jesús, dentro de la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén. Bajo aquella losa se descubrió una segunda losa, también de mármol gris, que contiene una hendidura en toda su longitud y que lleva esculpida una cruz de Lorena. Muy probablemente, esta es de la época de las cruzadas, de comienzos del siglo XII.
Sacada la segunda losa, empezaron las sorpresas. Inmediatamente bajo esta losa, y a 35 cm de la actual tierra del edículo de la basílica, apareció la que es la pieza fundamental del conjunto: un banco de piedra ordinaria excavado en la roca que está en conexión directa con la pared vertical, también excavada en la roca, que hay detrás de él. Las crónicas de los viajeros medievales, como Fèlix Faber (1480), que vieron el edículo sin los mármoles de recubrimiento actuales, testifican que banco y pared forman un todo de piedra. Este todo corresponde a la pared norte de la pequeña habitación donde está el lugar venerado como sepulcro de Jesús. La segunda sorpresa saltó cuando se vio que la pared sur de esta habitación correspondía a una segunda pared vertical, también de roca ordinaria, de unos dos metros de alto. Por lo tanto, el edículo de la basílica del Santo Sepulcro contiene un conjunto formado por dos paredes de piedra (norte y sur) y un banco (al lado norte) –todo excavado en la roca–. Este conjunto corresponde a un sepulcro del tipo “cámara sepulcral” al que se accedía bajando, pues quedaba por debajo del nivel del terreno exterior. De este sepulcro han desaparecido los lados este y oeste, así como el techo, que había sido cortado en la roca como el resto de la tumba, y un probable arco sóleo situado encima del banco de piedra. En resumen, sólo ha quedado la parte de la tumba relativa al banco de piedra; de hecho, la longitud del actual edículo es la misma que la del banco, mientras que su anchura corresponde al espacio entre las dos paredes de piedra. El suelo de piedra original del sepulcro, aún por descubrir, ha de hallarse bajo el actual pavimento de mármol.
El elemento arqueológico que hemos descrito concuerda con los datos documentales de los evangelios –a continuación ponemos entre comillas los textos que se encuentran en Mateo 27, Marcos 15-16, Lucas 24 y Juan 19-20. Por eso es legítimo suponer que nos encontramos ante la tumba de Jesús. En efecto, Jesús murió crucificado en la colina de la Calavera o Gólgota, lugar de las ejecuciones, un muñón de roca de 13 m de alto situado fuera de ciudad a 80 o 90 m de una de las puertas de Jerusalén. “Cerca”, en una zona de sepulcros que aprovechaban el berrocal de una antigua pedrera, había el “huerto” de José de Arimatea con un sepulcro “nuevo”, por estrenar. Este sepulcro se cerraba con “una piedra... muy grande” que se hacía “rodar”. La piedra indica que el sepulcro de Jesús era del tipo de cámara sepulcral y que “había sido tallado en la roca”. Se entraba bajando ligeramente hasta el “ lugar” donde se “depositaba” el cadáver, es decir, el citado banco de piedra. Este banco estaba situado “a la derecha” de la entrada –igual que en el sepulcro del edículo de Jerusalén. La bajada tenía que ser suave ya que una persona como Maria Magdalena “se agachó para mirar dentro del sepulcro”. La existencia del banco se confirma por una información doble de Marcos y Juan. En Marcos 16,5 se dice que las mujeres entraron en el sepulcro y encontraron “a un joven sentado que llevaba un vestido blanco” –evidentemente, sólo se podía sentar en el banco en cuestión–, mientras que en Juan 20,12 se habla de “dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el sitio (el banco) donde había sido puesto el cuerpo de Jesús”.
Claro está, pues, que cuando dieron sepultura a Jesús el viernes día 7 de abril del año 30 d.C. mientras el sol se ponía, no lo pusieron dentro de un nicho sino que lo depositaron sobre el banco de piedra –el “ sitio” del que hablan los evangelios. La razón de esta decisión es que Jesús había muerto tras una considerable agresión física y su cuerpo estaba en un estado lamentable. Tal como era costumbre entre los judíos de la época y, aún hoy en muchas culturas, un cadáver tiene que ser lavado y ungido con “aceites aromáticos” antes de enterrarlo. Pero como Jesús tuvo que ser enterrado a toda prisa porque empezaba el “reposo del sábado”, su cuerpo fue dejado sobre el banco de piedra. El cuerpo quedó cubierto con “la sábana de amortajar” y su cabeza, sujeta por “un pañuelo”, “atado” por debajo de la mandíbula para evitar la caída. “El domingo de buena mañana”, el 9 de abril del año 30 d.C., cuando las mujeres vuelven al sepulcro para lavar y ungir el cuerpo de Jesús, se encuentran con que no está encima del banco de piedra excavado en la roca donde lo habían depositado. María Magdalena piensa primero que “se lo han llevado fuera del sepulcro”. Después, emerge en las mujeres una hipótesis que rompe todas las barreras y expectativas y cambia la historia: “Jesús, el crucificado, ha resucitado. Mirad el lugar [¡el banco!] donde lo habían puesto”. Las mujeres fueron en busca de los discípulos varones, que se mostraron del todo escépticos: “Algunas mujeres de nuestro grupo... han ido de buena mañana al sepulcro, no han encontrado el cuerpo de Jesús y han vuelto diciendo que hasta habían tenido una visión de ángeles, a los cuales aseguraban que él vive”. El escepticismo es la reacción del que no quiere hacerse demasiadas preguntas, ni complicarse ni implicarse en algo que podría romper los esquemas. Al otro lado del escepticismo está la apuesta fuerte, a todo o nada. El escéptico es temeroso. El que apuesta es audaz. ¿Puede equivocarse? Ciertamente, pero también puede acertarla. La vida no es una ecuación ni una deducción, sino una decisión que da respeto pero que puede acabarse con un triunfo, el de la misma vida sobre la muerte. La fe en la resurrección de Jesús no es una evidencia de tipo lógico pero tampoco un salto al vacío a-racional. La investigación histórica muestra un acuerdo entre los datos arqueológicos y los de los evangelios. El dato arqueológico no demuestra aquello que la fe cree, pero le da verosimilitud y estimula la razonabilidad. Los evangelios canónicos no son ninguna invención, sino documentos del siglo I donde la fe de sus autores y la historia que narran se mezclan y complementan. Por eso ha de leerse como cualquier otro documento antiguo, al tiempo que son el fundamento de la fe cristiana. De ellos sale una revolución: la que empezó en un banco excavado en la roca, dentro de un sepulcro de Jerusalén hace dos mil años. |
El Gólgota El Calvario, también conocido como el Gólgota, fue un sitio que se encontraba cerca del exterior de las murallas de Jerusalén. En este lugar Jesús fue crucificado. Gólgota o Gólgotha proviene del griego Γολγοθᾶ; posteriormente escrito como Γολγοθᾶς. La palabra surge de la traducción al griego en el Nuevo Testamento de un término arameo que se cree que pudiera ser Gûlgaltâ. La Biblia traduce el término como "Lugar de [la] Calavera", frase que figura en griego como Κρανίου Τόπος (Kraníou Tópos), y en latín como Calvariæ Locus, de donde deriva la palabra española Calvario.
Referencias bíblicas y etimología Evangelio de Mateo: "Llegaron al sitio llamado Gólgota, que quiere decir lugar de la calavera" (Mateo 27:33) Evangelio de Marcos: "Le llevaron al lugar del Gólgota, que quiere decir lugar de la calavera" (Marcos 15:22) Evangelio de Lucas: "Cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, le crucificaron allí" (Lucas 23:33) Evangelio de Juan: "Tomaron, pues, a Jesús, que, llevando su cruz, salió al sitio llamado lugar de la calavera, que en hebreo se dice Gólgota" (Juan 19:16-17) El apelativo "lugar de la calavera" en arameo es gagûltâ. La etimología está basada en la raíz hebrea גלל g-l-l, de la que se deriva la palabra hebrea calavera, גֻּלְגֹּלֶת (gulgōleṯ). Se han dado algunas explicaciones alternativas. Se ha sugerido que el nombre arameo es gol go a tha, que significa "monte de ejecución", y que su localización es la misma que el Goatha mencionado en el pasaje del Libro de Jeremías (Jeremías 31:39) que describe la geografía de Jerusalén. Una explicación alternativa es que el lugar fuese un sitio para ejecuciones públicas, y que el nombre hiciera referencia a los cráneos abandonados que podían encontrarse ahí, o que estuviera situado cerca de un cementerio y que el nombre hiciera referencia a los huesos que estaban enterrados ahí. En algunas tradiciones cristianas y judías, el Gólgota es el lugar donde se encuentra el cráneo de Adán. Una versión habitual de esta tradición dice que Sem y Melquisedec viajaron al lugar donde se encontraba el Arca de Noé, recuperaron el cráneo de Adán y fueron guiados por ángeles hasta el Gólgota, que es descrito como una colina con forma calavera en el centro del Mundo, donde también estaba la cabeza de la serpiente del Edén. Esta tradición aparece en muchas fuentes antiguas, incluyendo la Kitab al-Magall, el Libro de Adán y Eva, la Cueva de los Tesoros y los escritos del patriarca Eutychius de Alejandría. También se sugiere que la orografía del lugar tenía la forma de una calavera y que recibió ese nombre por esa razón. |
Orden del Santo sepulcro
La Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén (en italiano, Ordine equestre del Santo Sepolcro di Gerusalemme) es una orden de caballería católica que tiene sus orígenes en Godofredo de Bouillón, principal líder de la Primera Cruzada. Según las opiniones más autorizadas, tanto vaticanas como hierosolimitanas, comenzó como una confraternidad mixta clerical y laica de peregrinos, que creció gradualmente alrededor de los Santos Lugares de la cristiandad en Oriente Medio: el Santo Sepulcro, la tumba de Jesucristo. Su divisa es Deus lo vult (Dios lo quiere). Creada en 1098 por Godofredo de Bouillón, duque de la Baja Lorena y Protector del Santo Sepulcro, tras la victoriosa primera cruzada, es reconocida como la Orden de Caballería más antigua del mundo. Su objetivo primordial fue proteger el Santo Sepulcro de los infieles con la ayuda de 50 esforzados caballeros. Balduino I de Jerusalén (hermano de Godofredo) la dotó oficialmente de su primer reglamento, que sería imitado por las órdenes del Temple y el Hospital. Entre sus hechos más gloriosos, la Orden luchó valerosamente junto al rey Balduino I de Jerusalén en 1123, participó en los asedios de Tiro en 1124, de Damasco (durante la Segunda Cruzada, en 1148) y de San Juan de Acre en 1180. Tras la toma en 1187 de la ciudad santa de Jerusalén por los musulmanes de Saladino, la Orden se trasladó a Europa y se extendió por países como Polonia, Francia, Alemania y Flandes. A partir de entonces, se dedicó al rescate de cautivos cristianos de manos musulmanas. En España, también obtuvo protagonismo al intervenir en numerosas batallas de la Reconquista contra los musulmanes. Los componentes de la Orden siempre han sido distinguidos miembros de la nobleza europea, aunque actualmente se han dispensado las pruebas nobiliarias para el ingreso. En 1489, el papa Inocencio VIII incorporó la Orden a la de los hospitalarios, aunque en algunos lugares (como España) conservó su autononomía, con un régimen especial dentro de la Iglesia católica. En 1868 el papa Pío IX le confirió unos nuevos estatutos, mediante la bula "Cum multa". Actualmente subsiste dedicada al sostenimiento del Patriarcado Latino de Jerusalén y sus fieles, y conservando (como la Orden de Malta o la Orden Teutónica) una consideración honorífica y particular dentro de la Iglesia católica. Organización En febrero de 1996, el Sumo Pontífice Juan Pablo II mejoró el estatus de la Orden. Hoy es una Asociación Pública de fieles con personalidad legal canónica y pública, constituida por la Santa Sede bajo la Ley Canónica 312, párrafo 1:1. Más allá de sus connotaciones históricas y de su azaroso progreso en tiempos pasados, los aspectos más valiosos e interesantes de la Orden hoy en día radican en el papel que se le ha asignado, y que persigue dentro del ámbito de la Iglesia Católica y a través de su estructura administrativa y sus organizaciones locales en varias comunidades. a) Propósitos Los objetivos de la Orden son: Fortalecer en sus miembros la práctica de la vida cristiana, en absoluta fidelidad al Sumo Pontífice y según las enseñanzas de la Iglesia, observando como fundamento los principios de la caridad que hacen de la Orden un medio fundamental de asistencia a Tierra Santa; Sostener y ayudar a las obras e instituciones benéficas, culturales y sociales de la Iglesia Católica en Tierra Santa, en particular las de y en el Patriarcado Latino de Jerusalén, con las cuales la Orden mantiene lazos tradicionales; Apoyar la conservación y propagación de la fe en esas tierras, y promover el interés por esta labor no solo entre los católicos diseminados por todo el mundo, que están unidos en la caridad por el símbolo de la Orden, sino también entre todos los demás cristianos; Defender los derechos de la Iglesia Católica en Tierra Santa. La Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén es la única institución laica del Estado del Vaticano encargada de satisfacer las necesidades del Patriarcado Latino de Jerusalén y de todas las actividades e iniciativas para apoyar la presencia cristiana en Tierra Santa. Las contribuciones hechas por sus miembros son, por lo tanto, la principal fuente de financiación de las instituciones patriarcales. b) Estructura de la Orden La Orden tiene una jerarquía definida. Al frente de la misma se encuentra el Gran Maestro, Cardenal nombrado directamente por el Santo Padre para dirigir y gobernar la Orden. El Gran Maestro es asistido por un cuerpo consultivo, el Gran Magisterio, cuya tarea es identificar y acordar con el Patriarcado Latino de Jerusalén los programas y acciones que se llevarán a cabo cada año para apoyar a las instituciones y comunidades cristianas en Tierra Santa, incluyendo la operativa y los plazos. La Presidencia del Gran Magisterio está compuesta por el Gobernador General, los Vice-Gobernadores Generales y el Canciller de la Orden: esta es la «junta» ejecutiva de la Orden. A partir de ahí, la jerarquía luego se divide en dos partes distintas: eclesiástica y laica. La primera, encabezado por el Canciller y el Oficial Ceremonial, es responsable del desarrollo espiritual de la Orden; la segunda, encabezado por el Gobernador General, es responsable de gestionar la Orden. La tarea de la jerarquía eclesiástica es definir programas y eventos que se pondrán en marcha para desarrollar la espiritualidad de los miembros. La tarea de la jerarquía laica es llevar a cabo las actividades sociales y caritativas de la Orden a beneficio de Tierra Santa. La Orden se subdivide en Lugartenencias, que a su vez están divididas en Secciones. Si corresponde, las Secciones pueden dividirse en Delegaciones. El Lugarteniente, los Jefes de Sección (Presidi en Italia y Sicilia) y los Delegados (responsables de las Delegaciones) están acompañados por una organización eclesiástica paralela compuesta por Priores de Sección y Delegación. Todos estos roles son funcionales, implican responsabilidades administrativas; no son títulos honoríficos. El mandato es de cuatro años y renovable, siempre sujeto a que el titular lleve a cabo sus tareas de manera correcta y efectiva. Los candidatos adecuados para cada puesto son sugeridos por el superior inmediato y las candidaturas se someten a las instancias superiores y al Gran Magisterio para su aprobación final. La Orden actualmente cuenta con 52 Lugartenencias: 24 en Europa, 15 en América del Norte y Canadá, 5 en América Latina y 6 en Australia y el Lejano Oriente. En la actualidad, el número de miembros activos se cifra en torno a los 23.000, personas que realmente practican la vida de servicio y caridad que prometieron defender cuando fueron admitidos en la Orden. c) Actividades Como ya se indicó, la Orden está representada en casi todos los países del mundo donde hay una gran comunidad católica y se dan las condiciones adecuadas para que se puedan desarrollar las actividades que le permitan alcanzar sus objetivos. Juntos, e individualmente, cada Lugartenencia, Sección y Delegación elaboran un programa anual de reuniones y eventos destinados a fortalecer el crecimiento espiritual de los Miembros, así como para crear conciencia sobre el papel y las actividades de la Orden en sus respectivas comunidades locales. Las donaciones recaudadas para Tierra Santa son administradas por las Lugartenencias de acuerdo con la legislación administrativa y fiscal de su país de operación, y cada Lugartenencia lleva sus cuentas de las que se informa al Gran Magisterio. Estas cuentas incluyen el monto de las donaciones recibidas, los beneficiarios de las mismas y el propósito para el que se asignan. La labor que el Patriarcado Latino y otras instituciones católicas llevan a cabo en favor de los cristianos en Tierra Santa gracias al apoyo de la Orden se puede resumir de la siguiente manera: Los tiempos especialmente difíciles que siguieron a la segunda Intifada, (que paralizó el trabajo y la actividad económica en una gran parte de Tierra Santa), hicieron que muchos cristianos perdieran sus trabajos e impulsaron al Patriarcado Latino, a la Nunciatura Apostólica y otras instituciones católicas a distribuir ayuda social y humanitaria en una operación para proporcionar a las familias más necesitadas apoyo financiero directo. Sin embargo, la caridad en forma de subsidios directos, que algunos pueden ver como «limosnas», no forma parte de los métodos operativos normales de la Orden. La limosna humilla a las personas obligadas a aceptarla y tienen un efecto adverso al animar a los beneficiarios a vivir de la caridad. La política de la Orden ha sido, y sigue siendo, ayudar a los cristianos en Tierra Santa a alcanzar estándares educativos y profesionales que les permitan desempeñar un papel activo en la sociedad de su propio país, a un nivel que les posicione en igualdad de condiciones con las personas de otras religiones En la segunda mitad del siglo XX se produjo un verdadero éxodo de familias cristianas de clase media que salieron de Tierra Santa en busca de un futuro seguro en el exterior. Hoy, el número de cristianos en diferentes áreas de Tierra Santa varía entre el 2% y el 4% de la población local, que en su mayoría son trabajadores artesanales, pequeños comerciantes y aquellos que trabajan en la industria del turismo que se ha desarrollado junto con las peregrinaciones. Estas minorías muy pequeñas sólo pueden sobrevivir si sus habilidades son lo suficientemente altas como para merecer el aprecio y la estima de la sociedad en la que viven; y esto solo se puede lograr gracias a mejores estándares de educación y capacitación. Desde finales del siglo XIX, la Orden ha financiado la construcción de 40 escuelas patriarcales en Israel, Palestina y Jordania, y ahora tiene el compromiso de financiar sus gastos de funcionamiento. En la actualidad, alrededor de 19.000 alumnos asisten a estas escuelas, desde la guardería hasta las escuelas de Primaria, Secundaria y educación superior, así como a las escuelas técnicas. En promedio, el índice de estudiantes es 60% cristiano (católicos, ortodoxos, etc.) y 40% musulmanes. La participación de la Orden en la educación ayuda a afrontar un problema muy importante en la región: cómo hacer que las personas de diferentes razas y religiones se acostumbren a vivir en paz y respeto mutuo. Si se fomentan estos valores desde una edad temprana, los niños crecerán con esa mentalidad abierta y respetuosa; de lo contrario no hay esperanza de hacerlo en una etapa posterior, ya que en la adolescencia los jóvenes son presa fácil de las ideologías extremistas. Los costes de funcionamiento del Patriarcado y sus 68 parroquias, los sueldos de los aproximadamente 900 maestros y demás personal que trabaja en los establecimientos educativos, los costes del seminario patriarcal y los orfanatos y clínicas, así como los de las nuevas empresas del Patriarcado y otros proyectos en curso (incluida la construcción de viviendas para jóvenes familias cristianas) son enormes y crecen continuamente, lo que supone una pesada carga para la Orden. Dichos costes solo se pueden sostener gracias a la generosidad de los Miembros activos de la Orden. d) Qué significa ser un miembro de la Orden Unirse a la Orden significa asumir un compromiso de por vida: el compromiso de ser un testigo de la fe, de llevar una vida cristiana ejemplar de caridad continua en apoyo de las comunidades cristianas en Tierra Santa, de practicar el verdadero compromiso caritativo de un cristiano. El propósito de unirse a la Orden es servir a la Iglesia Católica y contribuir a mantener la presencia cristiana en Tierra Santa. No se trata de incorporarse a una organización de prestigio con el fin de jactarse de su estado o adquirir beneficios y ventajas personales. Usualmente, aunque no siempre, es un miembro de la Orden quien presenta a un nuevo candidato. El Delegado y el Jefe de Sección con jurisdicción sobre el área en cuestión evaluarán al candidato en una entrevista inicial. Si se considera que cumple con los requisitos, el candidato puede comenzar un período de formación de no menos de 12 meses de duración. Si el candidato completa este período con éxito, puede solicitar la admisión a la Orden a través de la Lugartenencia local. |
La Cruz de Jerusalén
La Cruz de Jerusalén, también denominada Cruz de las Cruzadas, es una cruz heráldica y un símbolo del cristianismo. Se compone de una cruz griega rodeada por otras cuatro cruces de la misma forma y menor tamaño, llamadas crucetas, situadas en cada uno de los cuadrantes delimitados por sus brazos. El diseño más esquemático de la Cruz de Jerusalén es conocido como "Cruz de las Cruzadas", ya que fue la insignia entregada a los cruzados por el papa Urbano II durante la Primera Cruzada. Esta cruz fue adoptada como símbolo del Reino de Jerusalén. Las cuatro cruces de menor tamaño simbolizan para algunos a los cuatro evangelistas y para otros los cuatro puntos cardinales por los que el mensaje de Cristo se difundió desde Jerusalén. También se considera que las cinco cruces que componen este emblema, representan las cinco heridas que sufrió Jesucristo cuando fue crucificado. En ocasiones la cruz de mayor tamaño consiste en una cruz recrucetada y en otras se trata de una cruz potenzada, que es la forma más adecuada para representar una Cruz de Jerusalén. Se representa "de oro", amarillo heráldico, sobre fondo "de plata", blanco o gris heráldico, aunque es frecuente emplear otros esmaltes. |
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