Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


sábado, 8 de julio de 2017

100).-Platón.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 

Greek - Both sides of a Drachma featuring the head of Athena and an  -
(MeisterDrucke-593863): simbolo de Atenea, diosa de sabiduría.

Platón (años 427-347 antes de nuestra era)
Platón era un filósofo idealista de la Grecia Antigua, ideólogo de la aristocracia esclavista. Es el fundador del sistema filosófico del idealismo objetivo, según el cual, a la vez que el mundo de los objetos perceptibles (mundo no auténtico) existe el mundo especial (auténtico) de las ideas, concebidas por la razón; por ejemplo, además de los caballos reales existe, según Platón, la “idea-caballo”, además de las mesas, la “idea-mesa”, &c. Los objetos, según Platón, son sólo las sombras de las ideas, que son eternas, mientras que los objetos, son transitorios. Si los objetos son percibidos como representaciones singulares, las ideas son conocidas por el hombre como conceptos de carácter general. Así, pues, el auténtico conocimiento de la esencia de las cosas es suministrado, no por las sensaciones, sino sólo por la razón y por los conceptos. La filosofía idealista de Platón desempeñó un gran papel en la elaboración de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y el pecado de la carne, es decir, de la materia.

Diccionario filosófico marxista · 1946:242


Platón (427-347 antes de n. e.)
Antiguo filósofo griego, idealista objetivo, ideólogo de la aristocracia esclavista. Platón es el fundador del sistema filosófico del idealismo objetivo, según el cual, conjuntamente con el universo de las cosas perceptibles, (falso universo), existe un mundo especial, (verdadero), de ideas, entendidas por la razón; por ejemplo, además de los caballos reales existe, según Platón, la “caballidad”; además de las mesas, la “mesidad”, &c. Las cosas, según Platón, son solo las sombras de las ideas. Las ideas son eternas; las cosas, transitorias. Si las cosas se perciben por representaciones unilaterales, las ideas son conocidas por el hombre, como conceptos de carácter general. De este modo, el verdadero conocimiento de la esencia de las cosas es dado no por los sentidos, sino solo por la razón, los conceptos.

La filosofía idealista de Platón desempeñó un gran papel en la elaboración de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la pecaminosidad de la carne, es decir, de la materia.

Diccionario de filosofía y sociología marxista · 1959:88



Platón (427-347 a.n.e.)

Filósofo idealista de la Grecia antigua, enemigo del materialismo y de la ciencia, adversario de la democracia ateniense y defensor de la aristocracia reaccionaria de Atenas. Refiriéndose a dos líneas, a dos partidos en filosofía, Lenin opone la línea materialista de Demócrito a la línea idealista de Platón. El idealismo “objetivo” de Platón opone el mundo inestable de las cosas naturales al mundo de las esencias inteligibles, de las Ideas, del “ser verdadero”, eterno e inmutable, el mundo de abajo, al del más allá. El mundo de las Ideas sería un dato primario mientras que el mundo de las cosas sensibles sería un dato secundario y derivado. Las cosas no son más que las sombras de las Ideas. Árbol, caballo, agua, &c., son engendrados por la Idea sobrenatural del árbol, del caballo, &c. Platón combatía el sensualismo de los pensadores antiguos y afirmaba que los sentidos no pueden servir de fuente de un verdadero conocimiento, pues no rebasan el mundo de los objetos. La fuente del verdadero conocimiento es la reminiscencia del alma inmortal que rememora el mundo de las Ideas que ha contemplado antes de venir a habitar el cuerpo perecedero. El método que permite suscitar en el alma las reminiscencias de las Ideas es, según Platón, la dialéctica concebida como el arte de confrontar y de analizar los conceptos en el curso de una discusión. La dialéctica idealista de los conceptos está esbozada en la filosofía platónica. A la concepción materialista del universo infinito que se desarrolla según leyes, Platón opone la doctrina religiosa de la creación del mundo por Dios; al determinismo opone la teología. Lenin hizo una crítica implacable de la “filosofía de la naturaleza” de Platón, a la que califica de “misticismo archiabsurdo de las ideas”.

La doctrina social de Platón tiende a perpetuar la dominación de la aristocracia. En su doctrina del “Estado ideal”, afirma que el orden social debe reposar sobre tres castas: 1) filósofos gobernantes; 2) guardias; 3) agricultores y artesanos. La primera gobierna, la segunda monta la guardia, la tercera se ocupa de la producción. Platón consideraba esta división de trabajo destinada a eternizar la explotación de los esclavos, como “natural” e inmutable. No admitía ninguna participación de las masas populares, del “demos”, en la gestión del Estado. Afirma que la democracia es una forma inferior de la estructura del Estado, mientras que la República aristocrática sería su forma ideal. “La República de Platón, en lo que se refiere a la división del trabajo, como principio normativo del Estado, no es más que la idealización ateniense del régimen egipcio de castas” (Marx, El Capital, lib. 1, vol. I, p. 384, Ed. esp.). La doctrina de Platón, continuada por el neo-platonismo y el cristianismo, inspira numerosas teorías reaccionarias, místicas y anticientíficas. En nuestros días, es utilizada por los ideólogos reaccionarios contemporáneos en su lucha contra la ciencia y el movimiento revolucionario de las masas.

Diccionario filosófico abreviado · 1959:409



Platón (428/427-347 a.n.e.)

Filósofo idealista de la antigua Grecia, discípulo de Sócrates, fundador del idealismo objetivo, autor de más de treinta diálogos filosóficos (“El Sofista”, “Parménides”, “Teetetes”, “La República” y otros). Platón defendía una concepción idealista del mundo y luchó activamente contra las teorías materialistas de su tiempo. Utilizó ampliamente las doctrinas de Sócrates, los pitagóricos, Parménides y Heráclito. Para explicar el ser, desarrolló la teoría acerca de la existencia de formas incorpóreas de las cosas, formas que denominó “especies” o “ideas”, a las que identificó con el ser. A las “ideas” contraponía Platón el no ser, identificado con la materia y el espacio. Según Platón, el mundo sensorial es engendrado por las “ideas”, y la “materia” ocupa una posición intermedia entre aquél y éstas. Las “ideas” son eternas, “supracelestes”, no nacen, no perecen, no son relativas, no dependen del espacio ni del tiempo. En el centro de la cosmología de Platón, se encuentra la teoría acerca del “alma universal”, la psicología, la teoría de que el alma se halla encerrada en la cárcel de nuestro cuerpo, y la reencarnación. Platón diferenciaba los tipos de conocimiento en dependencia de las diferencias de los objetos cognoscibles. Sólo es posible conocer fidedignamente las “especies” verdaderamente existentes. La fuente de este conocimiento está en los recuerdos del alma inmortal del hombre acerca del mundo de las ideas por ella contemplado antes de instalarse en el cuerpo mortal. De las cosas y de los fenómenos sensoriales no es posible tener conocimiento, sino tan sólo formarse una “opinión” probable. Entre las “ideas” y las cosas sensibles, situó Platón los objetos matemáticos, accesibles al conocimiento especulativo.
El método de la cognición es la “dialéctica”, por la que Platón entendía un doble camino: el ascenso por grados de generalización de los conceptos hasta llegar a los géneros superiores, y el camino inverso, descendente, desde los mismos conceptos generales hasta los de generalización cada vez menor. El proceso descendente afecta sólo a las “especies” (“ideas”), pero no a las cosas sensibles, singulares. Por sus concepciones políticas, Platón era un representante de la aristocracia ateniense. En su teoría de la sociedad, esbozó la imagen de un Estado aristocrático ideal del que era premisa básica el trabajo de los esclavos (“Las Leyes”); gobiernan el Estado los “filósofos”; velan por su seguridad los “guardianes” o “guerreros”; por debajo de estas dos categorías de ciudadanos libres, se encuentran los “artesanos”. Según palabras de Marx, la utopía de Platón constituía una idealización ateniense del régimen de castas de Egipto. Por otra parte, Marx observó también que Platón había comprendido de manera genial la trascendencia de la división del trabajo para la formación de la “polis” griega (“Estado-ciudad”). La doctrina de Platón desempeñó un notabilísimo papel en la evolución ulterior de la filosofía idealista; también en la actualidad es utilizada por los enemigos de la concepción materialista del mundo.

Diccionario filosófico · 1965:363-364




Platón (428/427-348/347 a. n. e.)

Antiguo filósofo idealista griego, discípulo de Sócrates, fundador del idealismo objetivo, autor de más de 30 diálogos filosóficos (“El Sofista”, “Parménides”, “Teetetes”, “La República” y otros). Defendiendo el enfoque idealista del mundo, Platón luchó activamente contra las doctrinas materialistas de aquella época. Utilizó ampliamente las doctrinas de Sócrates, los pitagóricos, Parménides y Heráclito. Para explicar el ser desarrolló la teoría de la existencia de las formas incorpóreas de las cosas, llamándolas “especies” o “ideas” e identificándolas con el ser. Platón opuso a las “ideas” el no ser identificado con la materia y el espacio. Según Platón, el mundo sensorial debe su origen a las “ideas” y a la “materia” y ocupa una posición intermedia entre ellas. Las “ideas” son eternas, no surgen ni se destruyen, son absolutas y no dependen del espacio y el tiempo. Las cosas sensoriales son pasajeras, relativas, dependen del espacio y el tiempo. El núcleo central de la cosmología de Platón es la doctrina de que el alma está encerrada en el calabozo de nuestro cuerpo y de la reencarnación. Platón distinguía los tipos de conocimiento en dependencia de las diferencias entre los objetos cognoscibles. La fuente de tal conocimiento son los recuerdos del alma inmortal del hombre acerca del mundo de las ideas que el alma contempla antes de introducirse en el cuerpo mortal. No es posible el conocimiento de las cosas y fenómenos sensitivos, solo se puede emitir una “opinión” probable sobre ellos. Platón colocó entre las “ideas” y las cosas sensibles los objetos matemáticos, accesibles al conocimiento intelectivo.
El método de conocimiento es la “dialéctica”, por la cual Platón entendía un camino doble: ascenso por los peldaños de la generalización de los objetos hasta los géneros superiores y descenso inverso de los conceptos más generales hasta los conceptos de universalidad cada vez menor. El proceso de descenso sólo atañe a las “especies” (“ideas”), pero no afecta las cosas sensitivas únicas. Por sus concepciones políticas, Platón fue representante de la aristocracia de Atenas. En la doctrina de la sociedad describió un Estado aristocrático ideal, cuya premisa es el trabajo de los esclavos (“Leyes”); el Estado es gobernado por los “filósofos”, lo protegen los “guerreros”, más abajo de estas dos categorías de ciudadanos libres se encuentran los “artesanos”. La doctrina de Platón desempeñó un notable papel en la evolución posterior de la filosofía idealista y sigue utilizándose también en nuestros días por los adversarios de la concepción materialista del mundo.

Diccionario de filosofía · 1984:337



viernes, 7 de julio de 2017

99).-Aristóteles.-a



Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 




Aristóteles (años 384-322 antes de nuestra era)

El filósofo griego Aristóteles fue “el pensador más grande de la antigüedad” (Marx), un genial sabio enciclopedista, creador de la lógica. Aristóteles fue discípulo de Platón, pero refutó su teoría idealista de las ideas, sometiéndola a una severa crítica y revelando las raíces gnoseológicas del idealismo en general. A juicio de Aristóteles, Platón “separó la sustancia de aquello que es su sustancia”, transformando así lo general (los conceptos) en una sustancia aparte y creando un mundo sobrenatural, ideal, junto al mundo perceptible, real. Según Platón, las ideas son los modelos de las cosas que existen independientemente de ellas, y las cosas, copiando de las ideas su existencia, sólo son su reflejo, sombras, copias imperfectas. En cambio, según Aristóteles, la idea (en su terminología: la “forma”) es indisoluble de la cosa. Aristóteles oscila entre el idealismo y el materialismo. Cada objeto, cada cosa individual, según Aristóteles, se compone de dos principios: la materia y la forma (así, la estatua se hace de bronce, al que se da una cierta forma). El fundamento del Universo es un substrato (“sustancia”) completamente indefinido, pasivo; una “primera materia”. Sin embargo, en esta estado, la materia sólo existe en la abstracción; en la realidad se define (y está eternamente definida) por la actividad de las formas que en sí mismas son inmateriales. La materia es una posibilidad, una capacidad de las cosas, la forma es su realidad. La posibilidad se convierte en una realidad gracias al movimiento: la forma es materializada, la materia se reviste de forma. Aunque Aristóteles vincula la forma con la materia, a su juicio, existe, sin embargo, una forma pura, es decir, la “forma de las formas” destituida de la materia. Es la razón, “el pensamiento que piensa por sí mismo” –dios. Dios desempeña el papel del “motor inmóvil” del mundo que es único y eterno. El Universo, según Aristóteles, tiene la forma de un globo cuyo centro es la Tierra, y en lo alto se mueven las “esferas” a las que están adheridos los astros. En la teoría del conocimiento (así como en una serie de problemas de la filosofía de la naturaleza, de las matemáticas), Aristóteles se acerca enteramente al materialismo, defendiendo, a diferencia de Platón, el origen sensible de los conocimientos. La doctrina aristotélica imperaba en la Edad Media, pero “el obscurantismo clerical mató en Aristóteles lo vivo y eternizó lo muerto” (Lenin). Las obras más importantes de Aristóteles son: Metafísica, Física, Sobre el alma, Ética, Categorías, Primeras Analíticas y Segundas Analíticas.

Diccionario filosófico marxista · 1946:17-18






Aristóteles (384-322 a.n.e.)

Aristóteles 384-322 a.n.e. Filósofo de la Grecia antigua, “el más grande pensador de la antigüedad”, según lo define Marx en El Capital. Discípulo de Platón, Aristóteles repudió la teoría idealista de las “Ideas” profesada por su maestro, sometiéndola a una crítica rigurosa donde se manifiesta ya la comprensión de las raíces gnoseológicas del idealismo en general. Según Aristóteles, Platón separa la esencia de la cosa de la cual es esencia, transformando de ese modo lo general (el concepto) en una entidad; al lado del mundo sensible, real, crea un mundo aparte, un mundo ideal, suprasensible. A juicio de Platón, las ideas, prototipos de las cosas, existen independientemente de estas últimas; las cosas obtienen su existencia de las ideas, no siendo así más que reflejos, sombras, copias imperfectas. Aristóteles muestra que no es admitiendo esencias suprasensibles, inmutables, como se puede explicar las causas de la aparición y de los cambios de las cosas sensibles: “Decir que las ideas son modelos y que todo el resto participa de ellas, es hablar para no decir nada y usar metáforas poéticas”. Hay ya elementos materialistas en la filosofía de Aristóteles. “La crítica que Aristóteles hace de las «Ideas» de Platón, es una crítica del idealismo como idealismo en general...” (Lenin, Cuadernos filosóficos, Ed. rusa). En oposición a Platón, Aristóteles afirma que la esencia está encerrada en las propias cosas y que lo general no existe paralelamente a lo singular y separadamente de él. De otro modo, observa Aristóteles, “tendría que existir no sabemos qué cielo además del cielo sensible, y lo mismo sucedería con el sol, la luna y todos los demás cuerpos celestes. Pero, ¿cómo dar fe a afirmaciones semejantes?”. Lenin indica que Aristóteles no dudaba de la realidad del mundo exterior, pero se confundía en la dialéctica de lo universal y de lo singular, del concepto y de la sensación, de la esencia y del fenómeno. Según Aristóteles, la idea (la forma, como dice) y el objeto, son inseparables.

Aristóteles vacila entre el idealismo y el materialismo y termina por inclinarse al idealismo. Cada objeto, cada cosa se compone según él, de dos principios: la materia y la forma (así, la estatua es hecha de bronce al que se ha dado forma). El mundo reposa sobre un substrato pasivo e indeterminado: “la materia primera”. Sin embargo, tal materia no existe más que en la abstracción; en realidad, se halla determinada (y lo es por toda la eternidad) por la actividad de las formas, que son por sí mismas inmateriales. La materia es la posibilidad, la capacidad del objeto; la forma ideal es la realidad del objeto. La posibilidad se convierte en realidad gracias al movimiento: la forma se vuelve material, la materia reviste una forma. Aunque Aristóteles liga las formas a la materia, no deja de existir por ello, a su juicio, una forma pura, vale decir, desprovista de materia y forma de todas las formas. Es el pensamiento, la razón que “piensa por sí misma”, es Dios. Éste desempeña el papel de motor inmóvil del mundo que es uno y eterno. El universo tiene, a juicio de Aristóteles, forma esférica con la Tierra en el centro, alrededor de la cual se mueven “esferas” con los astros adheridos a ellas.

En su teoría del conocimiento (así como en una serie de problemas de la filosofía y de las matemáticas), Aristóteles se acerca al materialismo defendiendo, a diferencia de Platón, el origen sensorial del conocer. Aunque Aristóteles vacila entre la dialéctica y la metafísica, su filosofía denota elementos de la concepción dialéctica de la realidad. Engels afirma que Aristóteles “había llegado ya a estudiar las formas más esenciales del pensar dialéctico” (Anti-Dühring, p. 33, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1948). Criticando a los eleatas por su negación del movimiento, Aristóteles los trata de “gente inmóvil” y “antinatural”. Estima que el desconocimiento del movimiento entraña ineluctablemente el desconocimiento de la naturaleza. Los elementos dialécticos de su filosofía se manifiestan con esplendor cuando aborda el problema de las relaciones de posibilidad y realidad, de forma y contenido.

Aristóteles es, en la filosofía antigua, el creador de la lógica. Se esfuerza no en separar pensamiento y existencia, sino en vincular las formas de aquél a ésta, en explicar las categorías lógicas conforme a la realidad objetiva. “En Aristóteles”, observa Lenin, “vemos la lógica objetiva confundirse constantemente con la lógica subjetiva, pero de modo que la lógica objetiva sobresale en todas partes” (Cuadernos filosóficos, Ed. rusa). Por sus concepciones políticas y sociales, Aristóteles es el ideólogo de los esclavistas. Consideraba como naturales la esclavitud de unos y el predominio de otros. Principales obras: “Metafísica”, “Física”, “Del alma”, “Ética”, “Política”, “Categorías”, “Analíticas I y II”.

Diccionario filosófico abreviado · 1959:26-28




Aristóteles (384-322 a.n.e.)

Filósofo griego de conocimientos enciclopédicos, fundador de la lógica como ciencia y de varias ramas concretas del saber. Marx le llamaba “el pensador más grande de la Antigüedad”. Nació en Estagira (Tracia); estudió en Atenas, en la escuela de Platón. Criticó la teoría platónica de las formas incorpóreas (“ideas”), mas no llegó a superar por completo el idealismo platónico y osciló “entre el idealismo y el materialismo” (V. I. Lenin, t. XXXVIII, pág. 281). Fundó en Atenas (335) su propia escuela (Liceo). En la filosofía, Aristóteles distinguía: 1) una parte teórica, relativa al ser, sus elementos, causas y principios, 2) una parte práctica: sobre la actividad del hombre, y 3) una parte poética: acerca de la creación. El objeto de la ciencia es lo general, a lo que se llega por la razón. Pero lo general existe sólo en lo singular, sensorialmente perceptible, y puede conocerse sólo a través de lo singular: es condición de todo conocimiento general, la generalización inductiva, que no puede realizarse sin la percepción por los sentidos. Aristóteles admitía cuatro causas: 1) la materia o posibilidad pasiva de un proceso de formación, 2) la forma (esencia, el ser del ente), la actualización de aquello que en la materia está dado sólo como posibilidad, 3) el principio del movimiento y 4) el fin. En Aristóteles, la naturaleza entera es concebida bajo el aspecto de consecutivas transformaciones de la “materia” a la “forma” y viceversa. Sin embargo, veía en la materia tan sólo un principio pasivo, asignaba la actividad a la forma y redujo a ésta el principio del movimiento y el fin. La fuente última de todo movimiento, según Aristóteles, es Dios: “motor primero e inmóvil”. Ello no obstante, la doctrina idealista objetiva de Aristóteles sobre la “forma”, en muchos sentidos es “más objetiva y más distante, más general, que el idealismo de Platón y, por tanto, en filosofía natural, con más frecuencia = materialismo” (V. I. Lenin, t. XXXVIII, pág. 278); “Aristóteles llega al umbral del materialismo” (ibíd., pág. 282). La lógica formal aristotélica se halla estrechamente ligada a la teoría del ser, a la del conocimiento y a la de la verdad, dado que en las formas lógicas Aristóteles veía, al mismo tiempo, las formas del ser. En la teoría del conocimiento, distinguía el conocimiento fidedigno (Apodíctico) y el probable, comprendido en la esfera de la “opinión” (Dialéctica). En Aristóteles, sin embargo, estas dos clases de conocimiento se hallan relacionadas entre sí a través del lenguaje. Según él, la experiencia no constituye la última instancia para comprobar una “opinión”, y las premisas superiores de la ciencia se ven directamente en calidad de verdaderas por el intelecto y no a través de los sentidos. Ahora bien, los altos axiomas del saber intelectivamente aprehensibles no son innatos a nuestra mente y presuponen una actividad: acumulación de datos, orientación del pensamiento hacia los hechos reunidos, &c. El último fin de la ciencia, según Aristóteles, radica en la definición del objeto, y ésta se halla condicionada por el hecho de unir la deducción con la inducción. Como quiera que, en su opinión, no existe un concepto que pueda ser predicado de todos los otros conceptos, y, por ende, los distintos conceptos no pueden ser generalizados en un género único, Aristóteles señala la existencia de categorías, o sea, de géneros superiores a los que se reducen los demás géneros de lo que realmente existe. En cosmología, Aristóteles rechazó la doctrina de los pitagóricos y elaboró un sistema geocéntrico, admitido sin reservas hasta los tiempos de Copérnico, creador del sistema heliocéntrico. En ética, consideraba como la más elevada de todas las actividades la actividad contemplativa de la razón. En ello se reflejaba la separación –típica de la Grecia esclavista– entre el trabajo físico de los esclavos y el ocio intelectual, privilegio de los hombres libres. El ideal moral aristotélico es Dios o el filósofo perfectísimo, “el pensamiento que se piensa a sí mismo”. En la teoría relativa a la sociedad, Aristóteles procuró demostrar que las relaciones propias del régimen esclavista se hallaban enraizadas en la naturaleza misma. Entendía que las formas más elevadas de poder estatal eran aquellas en que queda excluida la posibilidad de utilizar el poder con fines egoístas y éste sirve a toda la sociedad. Las vacilaciones de Aristóteles en filosofía, determinaron el doble carácter de su influencia ulterior: las tendencias materialistas de su doctrina desempeñaron un importante papel en el desarrollo de las ideas progresivas en la filosofía de la sociedad feudal: los elementos idealistas fueron hiperbolizados por los clérigos medievales, que convirtieron la doctrina aristotélica en una “escolástica muerta”, desechando “toda búsqueda, toda vacilación, todo método en el planteamiento de los problemas” (V. I. Lenin, t. XXXVIII, pág. 366). Lenin, al estudiar la “Metafísica” (la obra fundamental de Aristóteles) estimó en mucho, en la doctrina expuesta sus “gérmenes vivos y el peso de la dialéctica”, su fe ingenua “en la fuerza de la razón, en la fuerza, potencia y veracidad objetiva del conocimiento” (ibíd.).

Diccionario filosófico · 1965:23-24





Aristóteles (384-322 a.n.e.)

Pensador de la Grecia antigua cuyas obras abarcan casi todas las esferas del saber de su tiempo; en filosofía vacilaba entre el materialismo y el idealismo. Obras fundamentales: Organon, Del alma, Metafísica, Política, 11, 38, 58, 68, 72, 90, 93, 96, 100, 105, 119, 177, 184, 187, 188, 203, 205, 253, 259, 280, 306.

Diccionario marxista de filosofía · 1971:324


Aristóteles (384-322 a. n. e.)

Filósofo antiguo griego, enciclopedista, fundador de la ciencia de la lógica y de una serie de ramas del conocimiento especial. Marx lo llamó el pensador más grande de la Antigüedad. Nació en Estagira (Tracia) y estudió en Atenas, en la escuela de Platón. Sometió a crítica la teoría platónica de las formas incorpóreas (“ideas”), pero no pudo superar completamente el idealismo platónico, oscilando entre el idealismo y el materialismo. En 335 fundó en Atenas su propia escuela (Liceo). En filosofía, Aristóteles distinguía: 1) la parte teórica: doctrina del ser, sus partes, causas y principios; 2) la parte práctica: sobre la actividad humana y 3) la parte poética: sobre la creatividad. Reconocía cuatro causas: 1) la materia, o la posibilidad pasiva del devenir; 2) la forma (esencia del ser), realidad de lo que está dado en la materia sólo como posibilidad; 3) el comienzo del movimiento y 4) la finalidad. Concibe toda la naturaleza como transiciones consecuentes de la “materia” a la “forma” y viceversa. Ahora bien, Aristóteles no veía en la materia sino un principio pasivo, atribuyendo toda la actividad a la forma, a la que reducía el comienzo del movimiento y la finalidad. Según Aristóteles, la fuente final de todo movimiento es Dios (“primer motor inmóvil”). No obstante, la doctrina idealista objetiva de Aristóteles sobre la “forma” es en muchos aspectos más objetiva que el idealismo de Platón y llega muy de cerca al materialismo. La lógica formal de Aristóteles está estrechamente vinculada con la doctrina del ser, con la teoría de la verdad, pues Aristóteles veía en las formas lógicas las formas del ser. En la doctrina del conocimiento, diferenciaba el conocimiento verídico (apodíctico) del probable, relativo a la esfera de la “opinión” (dialéctica). Sin embargo, estos dos tipos de conocimiento están estrechamente interconectados a través del idioma. Según Aristóteles, la experiencia no es la última instancia en la comprobación de la “opinión”, y las premisas superiores de la ciencia se advierten directamente como auténticas por el intelecto, y no por los sentidos. Sin embargo, los axiomas superiores del saber, concebidos especulativamente, no están dados a nuestro intelecto desde el nacimiento y presuponen la actividad: recogida de hechos, orientación del pensamiento a los hechos, &c. Según Aristóteles, el fin último de la ciencia consiste en determinar el objeto, y la condición para ello es la unión de la deducción y la inducción. En cosmología, Aristóteles rechazó la doctrina de los pitagóricos y elaboró un sistema geocéntrico que conservó su dominio sobre las mentes hasta la aparición del heliocentrismo, cuyo autor fue Copérnico. En ética, Aristóteles reconocía la actividad contemplativa de la razón como actividad superior. En ello se dejó sentir la separación –característica para la Grecia esclavista– entre el trabajo manual de los esclavos y el ocio mental, que era privilegio de los libres. El modelo moral para Aristóteles es Dios, o el filósofo más perfecto, “el pensamiento que se piensa a sí mismo”. En la doctrina de la sociedad, Aristóteles trató de demostrar que las relaciones del esclavismo estaban arraigadas en la naturaleza misma. Consideraba que las formas supremas del poder del Estado eran aquellas que excluían la posibilidad de la utilización egoísta del poder y lo ponían al servicio de toda la sociedad. Las vacilaciones de Aristóteles en filosofía determinaron la dualidad de su influencia ulterior: las tendencias materialistas de su doctrina desempeñaron un importante papel en el desarrollo de las ideas progresistas en la filosofía de la sociedad feudal, mientras que los elementos idealistas fueron hiperbolizados por los eclesiásticos medievales que convirtieron la doctrina de Aristóteles en “escolástica muerta”. Lenin, que estudió la “Metafísica” (trabajo fundamental de Aristóteles), valoró altamente en su doctrina “los gérmenes vivos y las demandas de la dialéctica” y la fe ingenua “en el poder de la razón, en la fuerza, el poderío y la veracidad objetiva del conocimiento”.

Diccionario de filosofía · 1984:24-25



lunes, 3 de julio de 2017

98).-Doctor de la Iglesia.-a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas;


San Jerónimo


Doctor de la Iglesia es un título otorgado por el papa o un concilio ecuménico a ciertos santos en razón de su erudición y en reconocimiento como eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos.

Historia

Los doctores de la Iglesia han ejercido una influencia especial sobre el desarrollo del cristianismo, sentando las bases de la doctrina sucesiva, o interpretando de forma esclarecedora y perdurable vastos campos de la Revelación. En el cristianismo primitivo el título se adjudicó espontáneamente a ocho de los Padres de la Iglesia, cuatro de ellos de rito latino:

Ambrosio de Milán (340-397)
Jerónimo de Estridón (346-420), filólogo trilingüe y autor de la traducción de la Biblia al latín conocida como Vulgata.
Agustín de Hipona (354-430), gran escritor y teólogo, autor de La ciudad de Dios, de Comentarios a las Sagradas Escrituras y de su propia biografía, intitulada Confesiones.
Gregorio Magno (540-604), quien evangelizó a los bárbaros, especialmente en Inglaterra; reformó las costumbres y renovó el canto eclesiástico.
y cuatro de rito griego:

Atanasio de Alejandría (296-373), quien combatió el arrianismo.
Basilio de Cesarea (329-379), quien se distinguió por su elocuencia, por su caridad hacia los pobres y su amor al monacato.
Gregorio Nacianceno (328-389), orador elocuentísimo, teólogo profundo y campeón de la unión de las dos iglesias.
Juan Crisóstomo (347-407), patriarca de Constantinopla y el mayor de los oradores cristianos.
El Papa Pío V, en el siglo XVI, definió formalmente los criterios para la declaración de la dignidad, y desde entonces otros 28 santos antiguos y modernos han sido reconocidos como doctores de la Iglesia.

Doctores orientales

La tradición bizantina recordaba como Padres de la Iglesia, en sentido amplio, a todos los teólogos previos al siglo VI, la época de la primera estabilización de la doctrina cristiana. De entre éstos, pronto se generalizó una especial veneración hacia Juan Crisóstomo, hacia Basilio Magno y hacia Gregorio Nacianceno, y ya el emperador León VI el Sabio instituyó un festival común para los tres el día 30 de enero con el nombre de festival de los tres jerarcas. Los sermones leídos tradicionalmente en el festival son obra de Cosme Vestítor, renombrado orador del siglo X, y las representaciones iconográficas de los tres jerarcas son frecuentes en la arquitectura eclesiástica bizantina.

La Menaea del 30 de enero narra la leyenda de la aparición de los tres doctores al obispo Juan Eutiques en sueños, ordenándole conmemorarlos conjuntamente para evitar rivalidades entre sus fieles y seguidores. La inclusión de Atanasio parece posterior, probablemente motivada por la analogía con los cuatro doctores occidentales y los cuatro evangelistas, y siguiendo a Ireneo de Lyon, quien había buscado mostrar en varios ámbitos la existencia de cuatro pilares de la Iglesia.

Doctores occidentales

La tradición escolástica elaboró por su parte la noción de los cuatro doctores, y esta se vio confirmada ya en 1298 por Bonifacio VIII, quien publicó una decretal que ordenaba honrarlos especialmente. El 11 de abril de 1567 el papa Pío V sumó al primer doctor moderno, Santo Tomás de Aquino, dominico como él y al año siguiente su número se incrementó al reconocer también las fiestas de los doctores griegos. En 1588 el papa franciscano Sixto V añadió al también franciscano San Buenaventura de Fidanza.

Doctrinas católica y ortodoxa

Mientras en Oriente la dignidad de doctor no ha estado asociada a ninguna definición formal, y otros teólogos además de los arriba mencionados se honran ocasionalmente con ese título —en especial San Gregorio Niseno, San León I Magno, San Máximo el Confesor, San Juan Damasceno, Simeón el Nuevo Teólogo, Gregorio Palamás y Marcos de Éfeso—, la Iglesia católica vincula el título a tres condiciones: la eminens doctrina, es decir, la eminencia doctrinal en materia de teología y culto; la insignis vitae sanctitas, es decir, un elevado grado de santidad, y la Ecclesiae declaratio, es decir, una proclamación formal por parte de la Iglesia, que Benedicto XIV precisó como afirmada por el Sumo Pontífice o por un Concilio Ecuménico. Ningún Concilio ha ejercido esta facultad, sin embargo.
La concesión de la dignidad de doctor de la Iglesia no implica necesariamente la convalidación de la totalidad de la doctrina que el doctor ha sostenido. Aunque la Sagrada Congregación de Ritos, la encargada de la proclamación, realiza un examen de la obra del prospectivo doctor, esta no se integra necesariamente al dogma proclamado ex cathedra por la Iglesia, y aun en el caso de los doctores más reputados muchas de sus doctrinas han sido declaradas erróneas tras su muerte. Los temas sobre los que los doctores han escrito varían marcadamente; además de teólogos sistemáticos, como Santo Tomás de Aquino, San Anselmo de Canterbury o San Alberto Magno, se cuentan entre ellos epígrafos y predicadores, místicos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, y aun historiadores y eruditos como San Beda el Venerable, cuya Historia Ecclesiastica Gentis Anglorum es una extraordinaria fuente de información sobre la Inglaterra medieval.
La tradición escolástica llama convencionalmente a ciertos teólogos con epítetos que recuerdan al de doctor de la Iglesia; así, Juan Duns Scoto es conocido como doctor subtilis (el «doctor sutil») y Roger Bacon como doctor mirabilis (el «doctor en maravillas»), Inocencio V como «doctor famosissimus», Raimundo Lulio como «doctor illuminatus» y Francisco Suárez como «doctor eximius», aunque ninguno de ellos es formalmente doctor de la Iglesia. De hecho, la teología de Scoto ha gozado de poca popularidad fuera de su propio tiempo. Sí son, en cambio, realmente doctores el doctor seraphicus San Buenaventura, el doctor universalis San Alberto Magno, el doctor angelicus Santo Tomás de Aquino, el doctor evangelicus San Antonio de Padua, el doctor mellifluus San Bernardo de Claraval, el doctor caritatis San Francisco de Sales, el doctor mysticus San Juan de la Cruz, etc.

Liturgia

Los doctores de la Iglesia son honrados con una liturgia especial en la misa oficiada en su honor. Esto excluye del nombramiento como doctor a los mártires, puesto que el oficio de la misa se reserva tradicionalmente para honrar a los confesores. El introito de la misa se adopta del de Juan, Apóstol y Evangelista; adicionalmente, el oficio incluye la lectura del Credo, y la antífona del Magnificat reza O doctor optime ("oh, excelentísimo doctor"). Estos dos últimos son los rasgos característicos del oficio doctoral, pues en la fiesta de algunos santos —en particular Juan Damasceno, pero también Atanasio, Basilio y Cirilo de Jerusalén— se ofician misas especiales.

Incorporaciones

La lista completa de doctores se acrecentó hasta la actualidad, en la que cuenta con treinta y seis nombres:

En 1720 Clemente XI incorporó a San Anselmo de Canterbury;
en 1722 Inocencio XIII, a San Isidoro de Sevilla;
en 1729 Benedicto XIII, a San Pedro Crisólogo;
en 1754 Benedicto XIV, a San León I Magno;
en 1828 León XII, a San Pedro Damián;
en 1830 Pío VIII, a San Bernardo de Claraval;
Pío IX incluyó a San Hilario de Poitiers (1851), a San Alfonso María de Ligorio (1871), y a San Francisco de Sales (1877);
en 1883 León XIII añadiría a San Cirilo de Alejandría, a San Cirilo de Jerusalén y a San Juan Damasceno, y en 1899, a San Beda el Venerable;
Benedicto XV proclamaría a San Efrén de Siria en 1920;
Pío XI, a San Pedro Canisio (1925), a San Juan de la Cruz (1926), a San Roberto Belarmino y a San Alberto Magno (ambos en 1931);
Pío XII, a San Antonio de Padua (1946);
Juan XXIII, a San Lorenzo de Brindisi (1959);
Pablo VI sumaría, en 1970, a las primeras mujeres: Santa Teresa de Jesús y Santa Catalina de Siena;
Juan Pablo II añadiría a Santa Teresa de Lisieux en 1997.
Benedicto XVI añade, en octubre de 2012, a San Juan de Ávila, patrón del clero español, y a Santa Hildegarda de Bingen, con ocasión de la misa de apertura de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
Francisco incorporó a San Gregorio de Narek, el 12 de abril de 2015.

puerta del infierno

domingo, 2 de julio de 2017

97).-Aristóteles I a


  Esteban Aguilar Orellana ; Giovani Barbatos Epple.; Ismael Barrenechea Samaniego ; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; -Rafael Díaz del Río Martí ; Alfredo Francisco Eloy Barra ; Rodrigo Farias Picon; -Franco González Fortunatti ; Patricio Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda ; Jaime Jamet Rojas ; Gustavo Morales Guajardo ; Francisco Moreno Gallardo ; Boris Ormeño Rojas ; José Oyarzún Villa ; Rodrigo Palacios Marambio; Demetrio Protopsaltis Palma ; Cristian Quezada Moreno ; Edison Reyes Aramburu ; Rodrigo Rivera Hernández; Jorge Rojas Bustos ; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba ; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala ; Marcelo Yañez Garin; 




Su Vida

El más grande de los filósofos paganos, nació en Estagira, una colonia griega en la península tracia Calcídica, en el 384 a.C. Murió en Calcis, en Eubea, en el 322 a.C.

Biografía 

Su padre, Nicómaco, era médico de la corte del rey Amintas de Macedonia. Existen razones para creer que este puesto fue desempeñado por los antepasados de Aristóteles bajo el reinado de varios predecesores de Amintas, de modo que la profesión de médico era, en cierto sentido, hereditaria en la familia. Cualquiera que fuese la formación que Aristóteles recibió en un principio, probablemente estuvo influida por esta circunstancia. Así, cuando marchó a Atenas a la edad de dieciocho años, su mente estaba ya orientada en la dirección que tomaría posteriormente, la investigación de los fenómenos de la naturaleza.
Permaneció en Atenas como discípulo de Platón desde los dieciocho hasta los treinta y siete años, y se dice que destacaba entre los que acudían a instruirse a la arboleda de Academo, contigua a la casa de Platón. Las relaciones entre el famoso profesor y su ilustre discípulo han dado pie a varias leyendas, muchas de las cuales presentan a Aristóteles de forma no muy favorable. No cabe duda de que existieron diferencias de opinión entre el maestro, que tomó partido por los principios sublimes e idealistas, y el alumno, que, incluso en aquel entonces, mostraba ya una predilección por la investigación de los hechos y leyes del mundo físico. 
Es probable que Platón afirmara que Aristóteles necesitaba unas riendas más que una espuela, pero no hay razón para creer que ello abriera una brecha en su amistad. De hecho, el comportamiento de Aristóteles tras la muerte de Platón, su continuada asociación con Xenócrates y otros platónicos y sus alusiones en sus escritos a las doctrinas de Platón prueban que, aunque hubo discrepancias de opinión entre maestro y discípulo, no faltaba una estima cordial o ese mutuo dominio de si mismos que podría esperarse de hombres de carácter noble. 
Además de todo esto, en la medida en que presentan a Aristóteles bajo un prisma desfavorable, se puede rastrear el origen de las leyendas hasta los epicúreos, que desde antiguo fueron conocidos como profesionales de la calumnia, y si escritores patrísticos como Justino Mártir y Gregorio Nacianceno proporcionaron amplia circulación a tales leyendas, debe buscarse la razón no en una tradición histórica bien fundamentada, sino en la desproporcionada estima en que los herejes de las primeras épocas del cristianismo tenían a Aristóteles.

Después de la muerte de Platón (347 a.C.) Aristóteles marchó, en compañía de Xenócrates, a la corte de Hermias, gobernador de Atarneus en Asia Menor, y allí se casó con la sobrina e hija adoptiva de éste, Pythias. En el 344, dado que Hermias había sido asesinado por sus súbditos en una rebelión, Aristóteles marchó con su familia a Mitilene, y desde allí, uno o dos años más tarde, fue llamado a su Estagira natal por el rey Filipo de Macedonia, para que se convirtiera en el tutor de Alejandro, que por entonces contaba trece años. 
Tanto si creemos o no a Plutarco, cuando afirma que Aristóteles no sólo impartió al futuro conquistador del mundo conocimientos de ética y política, sino que también le inició en los más profundos secretos de la filosofía, tenemos pruebas tangibles de que, por una parte, el discípulo real se benefició del trato con el filósofo, y por otra, de que el maestro hizo un uso prudente y provechoso de su influencia sobre la mente del joven príncipe. Gracias a dicha influencia, Alejandro puso a disposición de su maestro amplios medios para la adquisición de libros y la prosecución de su investigación científica, y la historia no se equivoca cuando atribuye a este trato con Aristóteles aquellos dones singulares de la mente y el corazón que distinguieron a Alejandro, casi hasta el fin, entre los pocos que han sabido cómo utilizar las victorias de manera inteligente y moderada.
 Alrededor del año 335 Alejandro emprendió la campaña de Asia; en consecuencia, Aristóteles, que había desempeñado el puesto de consejero más o menos informal desde que su alumno accediera al trono, regresó a Atenas e inició allí una escuela de filosofía. Es posible que, como afirma Gelio, él hubiera dirigido una escuela de retórica durante su estancia anterior en la ciudad; pero ahora, siguiendo el ejemplo de Platón, se dedicó a impartir una enseñanza sistemática de la filosofía y eligió para este propósito un gimnasio dedicado a Apolo Licio, por lo que su escuela llegó a ser conocida con el nombre de Liceo. También se la denominó Escuela Peripatética, debido a la costumbre del maestro de discutir los problemas filosóficos con sus alumnos mientras paseaba (peripateo) por los caminos sombreados (peripatoi) alrededor del gimnasio.

Aristóteles escribió la mayoría de sus obras a lo largo de los trece años (335-322) que permaneció como profesor en el Liceo. A imitación del ejemplo de su maestro, puso en las manos de sus alumnos "Diálogos" en los que las enseñanzas eran expuestas en un lenguaje un tanto popular. Asimismo, compuso numerosos tratados (que se mencionarán más adelante) sobre física, metafísica y demás, en las que la exposición es más didáctica y el lenguaje más técnico que en los "Diálogos". Estas obras dan cuenta del buen uso que dio a los medios que Alejandro puso a su disposición. En particular, muestran cómo consiguió reunir las obras de los filósofos griegos que le precedieron, y cómo no reparó en esfuerzos ni gastos a la hora de proseguir sus investigaciones en el campo de los fenómenos naturales, bien personalmente bien a través de otros. 
Al leer sus tratados de zoología es fácil dar crédito a la afirmación de Plinio cuando dijo que Alejandro puso bajo las órdenes de Aristóteles a todos los cazadores y pescadores del reino, y a todos los guardas de los bosques reales, lagos, estanques y todo tipo de ganado; y cuando se aprecia cuán exhaustivamente conoce Aristóteles las doctrinas de los que le precedieron, es posible aceptar la afirmación de Estrabón de que fue el primero en reunir una gran biblioteca. Durante los últimos años de la vida de Aristóteles las relaciones entre éste y su antiguo alumno real se enrarecieron considerablemente, debido a la caída en desgracia y consiguiente castigo de Calistenes, a quien él había recomendado ante el rey. Sin embargo, en Atenas él continuó siendo considerado un amigo de Alejandro y un representante del dominio macedonio. Por consiguiente, cuando llegaron las noticias de la muerte de Alejandro a Atenas y se produjo la declaración que llevó a la guerra lamia, Aristóteles sufrió forzosamente la hostilidad general hacia los macedonios. 
La acusación de impiedad, que se había esgrimido contra Anaxágoras y Sócrates, fue ahora, con menor razón aún, lanzada contra él. Abandonó la ciudad mientras afirmaba (según muchas autoridades de la antigüedad) que no permitiría que los atenienses pecaran por tercera vez contra la filosofía. Estableció su residencia en su patria, en Calcis, Eubea, y allí murió al año siguiente, en el 322 a.C. Su muerte se debió a una enfermedad que le había aquejado desde hacía largo tiempo. La versión de que su fallecimiento fue ocasionado por un envenenamiento con cicuta, y la leyenda en la que se arrojó al mar "porque no podía explicar las mareas" carecen de todo fundamento histórico.

Se conoce muy poco sobre el aspecto personal de Aristóteles, excepto aquello procedente de fuentes manifiestamente hostiles. Sin embargo, no hay razón para dudar de la exactitud de las estatuas y bustos que han llegado hasta nuestros días, cuyo origen se remonta posiblemente a los primeros años de la Escuela Peripatética, que representan su rostro con rasgos angulosos y penetrantes, y algo por debajo de la estatura media. 
Su carácter, revelado en sus obras, su testamento (que es, sin ninguna duda, genuino), fragmentos de sus cartas y las alusiones de aquellos contemporáneos sin prejuicios, muestran un hombre magnánimo y de gran corazón, amante de su familia y de sus amigos, amable con sus esclavos, justo con sus enemigos y rivales, agradecido hacia sus benefactores - en una palabra, la personificación de aquellas ideas morales que él bosquejó en sus tratados de ética y que son reconocidas como muy por encima del concepto de excelencia moral vigente en sus días y entre sus contemporáneos. 
Cuando cesó el dominio del Platonismo sobre la esfera de la reflexión cristiana y las obras del estagirita comenzaron a ser estudiadas sin miedos ni prejuicios, la personalidad de Aristóteles se mostró a los escritores cristianos del siglo XIII como lo había sido a los escritores paganos imparciales de su propia época, sosegado, majestuoso, sin dejarse dominar por las pasiones y libre de defectos morales graves, "el maestro de los que saben".

Filosofía

Aristóteles define la filosofía utilizando el término del ente, afirmando que la filosofía es 
" la ciencia que considera universalmente el ente en cuanto tal". Platón la había definido como "la ciencia de la idea", y tomaba por idea lo que ahora denominaríamos los fundamentos irreductibles de los fenómenos. Tanto el discípulo como su maestro consideran que el campo de la filosofía abarca todo el universo; sin embargo, el primero encuentra lo universal en las cosas concretas, y lo llama el ente de las cosas, mientras que el segundo considera que lo universal existe fuera de las cosas concretas, y que se relaciona con ellas a modo de prototipo o modelo. 
Para Aristóteles, por tanto, el método filosófico implica ascender del estudio de los fenómenos particulares hasta el conocimiento de los entes, en tanto que para Platón el método filosófico implica descender del conocimiento de las ideas universales a la contemplación de las imitaciones particulares de esas ideas. En cierto modo, el método de Aristóteles es a la vez inductivo y deductivo, mientras que el de Platón es básicamente deductivo. Dicho de otro modo, la tendencia de Platón a idealizar el mundo de la realidad a la luz de la intuición de un mundo superior es sustituida en Aristóteles por una tendencia científica a examinar primero los fenómenos del mundo real que nos rodea y de ahí razonar hasta alcanzar un conocimiento de los entes y de las leyes que la intuición no puede revelar pero cuya existencia puede demostrar la ciencia. 
De hecho, la noción de filosofía de Aristóteles corresponde, en líneas generales, a lo que más tarde se ha denominado ciencia, diferenciándola de la filosofía. En el más amplio sentido de la palabra, filosofía y ciencia, o razonamiento, son coextensivos: “La ciencia (dianoia) puede ser práctica, poética o teórica". El considera ciencias prácticas la ética y la política; poéticas, el estudio de la poesía y otras artes, mientras que las ciencias teóricas son la física, las matemáticas y la metafísica. Esta última, que es la filosofía en sentido estricto, la define como "el conocimiento del ente inmaterial", y la denomina “filosofía primera", "la ciencia teológica" o "la del ente en su máximo grado de abstracción". 
Si la Lógica, o Analítica, como Aristóteles la denomina, es considerada como un estudio preliminar para la Filosofía, tenemos la siguiente división de la filosofía aristotélica: 
(1) Lógica; 
(2) Filosofía Teórica, que incluye la Metafísica, la Física y las Matemáticas; 
(3) Filosofía Práctica y 
(4) Filosofía Poética.

Lógica

Los tratados de lógica de Aristóteles conforman lo que posteriormente se denominó "Organon" y contienen el primer tratamiento sistemático de las leyes del pensamiento en relación con la adquisición de conocimiento. De hecho, constituyen el primer intento de reducir la lógica a una ciencia, y en consecuencia, confieren a su autor el derecho a ser considerado el fundador de la lógica. Son seis tratados y versan respectivamente sobre:

Clasificación de las nociones
Juicios y proposiciones
El silogismo
Demostración
El silogismo problemático
Falacias
Así, cubren prácticamente todo el campo de la lógica.

En el primer tratado, las "Categorías", Aristóteles da una clasificación de todos los conceptos, o nociones, según las clases en las que las cosas representadas por conceptos o nociones se dividen naturalmente. Estas clases son sustancia, cantidad, cualidad, relación, acción, pasión (que no debe entenderse meramente como una condición mental o psíquica), lugar, tiempo, posición, y estado. Hay que distinguirlas de los Predicamentos, que son género, especie (definición), diferencia, propiedad y accidente. Estos últimos son, sin duda, clases en las que las ideas se dividen, pero sólo en cuanto que una idea es predicada de la otra.
 Es decir, las Categorías son, en primer lugar, una clasificación de los modos de ser, y en segundo, de las nociones que expresan los modos de ser; los Predicamentos son, en primer lugar, una clasificación de los modos de predicar, y en segundo, de las nociones o ideas, según la diferente relación en la que una idea, como predicado, califica a otra como sujeto. En el tratado denominado "Primeros Analíticos", Aristóteles desarrolla las reglas del razonamiento silogístico, y establece los principios de la inducción. En el "Segundos Analíticos" emprende el estudio de la demostración y de los primeros principios indemostrables. Asimismo, trata el conocimiento en general, su origen, proceso y desarrollo hasta el estado de conocimiento científico. 
A partir de ciertos pasajes bien conocidos de este tratado y de sus otros escritos se puede bosquejar su teoría del conocimiento. Como se ha mencionado previamente, Aristóteles enfoca los problemas de la filosofía desde un punto de vista científico. El considera la experiencia como la verdadera fuente de todo nuestro conocimiento, tanto intelectual como material. "No hay nada en la mente que no estuviera primero en los sentidos", es un principio fundamental para él, como lo sería después para sus discípulos. Todo conocimiento comienza con la experiencia de una sensación, que tiene como objeto, naturalmente, al fenómeno concreto, particular y cambiante. Pero aunque el conocimiento intelectual empieza con la experiencia sensorial, no termina ahí, ya que tiene como fin la esencia inmutable, abstracta y universal.
Esta teoría del conocimiento puede ser, hasta aquí, resumida en los siguientes principios: el conocimiento intelectual depende básicamente del conocimiento sensorial, y el conocimiento intelectual es, sin embargo, superior al conocimiento sensorial.
 ¿Cómo asciende entonces la mente desde el conocimiento inferior al superior? 
¿Cómo puede el conocimiento de lo que perciben los sentidos (aistheton) conducir al conocimiento de lo inteligible (noeton)? 
La respuesta de Aristóteles es que la mente descubre lo inteligible en la experiencia sensorial. La mente no extrae, como Platón imaginara, el recuerdo de ciertas ideas de una existencia anterior a partir de lo que le recuerda la vista de ciertos fenómenos.

Él atribuye a los fenómenos una facultad específica de la mente, por la cual ésta hace inteligibles aquellos entes que son imperceptibles a los sentidos, por estar ocultos bajo cualidades no esenciales. El hecho es que la sustancia individual (sustancia primera) observada a traves de nuestros sentidos - este libro, esta mesa, esta casa - presenta determinadas cualidades individuales ( su tamaño particular, forma, color, etc.) que la distinguen de otras de su especie y que sólo son percibidas por los sentidos. Pero en la misma sustancia subyace a las cualidades individuales una naturaleza general (por la que es un libro, una mesa, una casa); ésta es la sustancia segunda, la Esencia, el Universal, el Inteligible. 
Así, la mente está dotada del poder de abstracción, generalización o inducción (Aristóteles no es muy explícito sobre la naturaleza precisa de esta facultad) mediante el cual descorre, de manera figurada, el velo de las características particularizantes y saca a la luz, o permite que se revele, el elemento universal o realmente inteligible de las cosas, que es el objeto del conocimiento intelectual. En esta teoría, el conocimiento intelectual se desarrolla a partir del conocimiento sensorial en la medida en que dicho proceso pueda llamarse desarrollo, por el cual lo que sólo era potencialmente inteligible se transforma de hecho en inteligible gracias a la actuación del intelecto activo.
 El Universal estaba in re antes de que la mente humana comenzara a trabajar, pero estaba ahí de forma únicamente potencial, ya que, debido a las cualidades individualizantes que lo envolvían, sólo era potencialmente inteligible. La teoría de los universales de Aristóteles consiste, por tanto, en que

El universal no existe separado del particular, como enseñaba Platón, sino que existe en las cosas particulares
El Universal como tal, en toda su inteligibilidad, es una obra de la mente, y existe sólo en la mente aunque tiene su fundamento en la esencia potencialmente universal que existe independientemente de la mente y fuera de ella.
puerta del infierno

sábado, 1 de julio de 2017

96).-Umberto eco.-a


(Alessandria, Piamonte, 1932 - Milán, 2016) Semiólogo y escritor italiano. Se doctoró en filosofía en la Universidad de Turín, con L. Pareyson. Su tesis versó sobre El problema estético en Santo Tomás (1956), y su interés por la filosofía de Santo Tomás de Aquino y la cultura medieval se haría más o menos presente en toda su obra, hasta emerger de manera explícita en su novela El nombre de la rosa (1980). Desde 1971 ejerció su labor docente en la Universidad de Bolonia, donde ostentó la cátedra de Semiótica.
Se pueden definir dos presupuestos clave en la amplia producción del autor: en primer lugar, el convencimiento de que todo concepto filosófico, toda expresión artística y toda manifestación cultural, de cualquier tipo que sean, deben situarse en su ámbito histórico; y en segundo lugar, la necesidad de un método de análisis único, basado en la teoría semiótica, que permita interpretar cualquier fenómeno cultural como un acto de comunicación regido por códigos y, por lo tanto, al margen de cualquier interpretación idealista o metafísica.
Teniendo en cuenta este planteamiento, se puede comprender el porqué de la variedad de los aspectos analizados por Umberto Eco, que abarcan desde la producción artística de vanguardia, como en Obra abierta (1962), hasta la cultura de masas, como en Apocalípticos e integrados (1964) o en El superhombre de masas (1976). A la sistematización de la teoría semiótica dedicó, sobre todo, el Tratado de semiótica general (1975), publicado casi al mismo tiempo en Estados Unidos con el título de A Theory of Semiotics, obra en la que el autor elaboró una teoría de los códigos y una tipología de los modos de producción sígnica.
Durante los años del auge del estructuralismo, Umberto Eco escribió, enfrentándose a una concepción ontológica de la estructura de los fenómenos naturales y culturales, La estructura ausente (1968), que alcanzaría su óptima continuación en Lector in fabula (1979). En esta última obra, efectivamente, se afirma que la comprensión y el análisis de un texto dependen de la cooperación interpretativa entre el autor y el lector, y no de la preparación y de la determinación de unas estructuras subyacentes, fijadas de una vez por todas.

Algunos conceptos básicos del Tratado de semiótica general, en cambio, fueron estudiados nuevamente, discutidos y, en ocasiones, modificados por el propio autor en una serie de artículos escritos para la Enciclopedia Einaudi y recogidos después en Semiótica y filosofía del lenguaje (1984). El concepto de signo, especialmente, abandonando el modelo propio "de diccionario" por un modelo "de enciclopedia", ya no aparece como el resultado de una equivalencia fija, establecida por el código, entre expresión y contenido, sino fruto de la inferencia, es decir, de la dinámica de las semiosis.
A estas obras teóricas se añaden los volúmenes en los que Umberto Eco reunió escritos de circunstancia y artículos de actualidad, tales como Diario mínimo (1963), que contiene los conocidos Elogio di Franti y Fenomenologia di Mike Bongiorno; Il costume di casa (1973); Dalla periferia dell'impero (1976) y Sette anni di desiderio (1983).
En 1980 dio a conocer la novela El nombre de la rosa, antes citada, de ambientación medieval e inspirada en el subgénero policiaco, en cuyas páginas se combinan a la perfección todos los temas teóricos de la obra de Eco, con una adecuada reconstrucción histórica como escenario de una imaginativa trama y de un sólido arte narrativo.
Se trata de un denso relato que transcurre en una abadía medieval italiana y donde, con una estructura similar a la de las novelas policiacas, el protagonista, un fraile inglés llamado Guillermo de Baskerville, indaga en una serie de asesinatos y llega a descubrir al autor y a los inductores de todos ellos.
Este largo relato, escrito bajo la advocación de Jorge Luis Borges (convertido en el bibliotecario ciego de la narración), es un genial pastiche de diversas formas literarias: la novela negra, el género histórico, la imitación de estilos medievales o humorísticos de la historieta contemporánea. Gran parte del éxito de la obra, que se convirtió en un best-seller europeo, reside en la perfección de la escritura, que mezcla con habilidad las citas con los materiales originales, dando forma a un paradójico catálogo de la posmodernidad, en la que cualquier creación nace del sentimiento, según Eco, de que "todo ya ha sido dicho y escrito".
El péndulo de Foucault (1988), el segundo relato del autor, intentó recrear la tradición hermética, ocultista y masónica como metáfora de la irracionalidad superviviente en los contemporáneos movimientos terroristas y en las mafias económicas. Aunque también traducido y vendido en todo el mundo, no gozó del favor de los críticos y los lectores, como tampoco despertaron juicios tan favorables La isla del día antes (1994) ni sus siguientes novelas. En mayo de 2000 fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias.

Su legado intelectual en frases
Como homenaje a esta figura literaria queremos hacer un repaso a 10 de sus frases más relevantes que por el peso de su significado han pasado a formar parte de la historia.

1. “El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee”

2. “Creo que aquello en lo que nos convertimos depende de lo que nuestros padres nos enseñan en pequeños momentos, cuando no están intentando enseñarnos. Estamos hechos de pequeños fragmentos de sabiduría”

3. “La maquinaria que permite producir un texto infinito con un número finito de elementos existe desde hace milenios: es el alfabeto.”

4. “Hoy en día no salir en la televisión es un signo de elegancia.”

5. “No son las noticias las que hacen el periódico, sino el periódico el que hace las noticias, y saber juntar cuatro noticias distintas significa proponerle al lector una quinta”.

6. “El amor es más sabio que la sabiduría”.

7. “El verdadero héroe es héroe por error. Sueña con ser un cobarde honesto como todo el mundo”.

8. “Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no quiere decir que creen en nada: creen en todo”.

9. “Los monstruos existen porque son parte de un plan divino y en las horribles características de esos monstruos se revela el poder del creador”.


10. “Adoro a los gatos. Son de las pocas criaturas que no se dejan explotar por sus dueños”.



Un antiguo departamento lleno de libros esparcidos por doquier, volúmenes coloridos con fabulosos grabados y mapas encartados que describían miles de aventuras fue el paraíso perdido que Umberto Eco buscó toda su vida.

Fue en la casa de su abuelo, que dedicó su vejez a encuadernar las primorosas ediciones decimonónicas de Gautier y Dumas, donde tuvo el primer contacto con una verdadera biblioteca. Aunque no llegó a conocerlo mucho porque murió cuando Eco tenía seis años, esa experiencia lo marcaría para siempre, por lo que comenzó a escribir novelas desde niño. Primero empezaba por el título y después “solía dibujar de inmediato todas las ilustraciones, y luego empezaba el primer capítulo. Pero como siempre escribía en mayúsculas, por imitación de los libros impresos, al cabo de unas pocas páginas me agotaba y lo dejaba”, recuerda en su libro Confesiones de un joven novelista.

El escritor, ensayista, filósofo, medievalista y crítico cultural italiano murió el viernes en la noche en su habitación, anunció su editorial italiana, Bompiani, según la agencia de noticias ANSA.
A sus 84 años, Eco conservaba intacta la pasión bibliófila que heredó de su abuelo y, por su trabajo como investigador historiográfico y cultural, llegó a tener más de 50.000 volúmenes en su propia colección. Fiel a su carácter excéntrico se refería a ella como una “antibiblioteca” donde los libros que no había leído eran más importantes que los que ya conocía.
Nacido en 1932 en Alessandria, contravino los deseos de su padre que quería que fuese abogado y cursó estudios filosóficos medievales en la Universidad de Turín, donde obtuvo su doctorado y fue profesor. El estudio de los signos, su influencia y evolución a través de las distintas variaciones de la cultura y los procesos comunicativos, es decir, la semiótica, fue la gran pasión académica de su vida y en esa área produjo estudios primordiales como Obra abierta (1962), Apocalípticos e integrados (1965), La estructura ausente (1968) y, el ya clásico, Tratado de semiótica general (1975), entre otras investigaciones.
Sin embargo, alcanzó la celebridad fuera de los círculos académicos por la novela En el nombre de la rosa (1980), en la que narra los misteriosos crímenes de un monasterio medieval que son descifrados por el franciscano Guillermo de Baskerville y su ingenuo asistente, Adso de Melk.
Todo empezó en 1978, cuando el académico supo que una editorial italiana estaba buscando historias de novela negra cuyos autores no fuesen escritores de ficción. Por aquella época fumaba 60 cigarrillos al día, según le contó a The Paris Review, por lo que volvió a su casa muy inquieto y, al fisgonear en sus cajones, halló un largo listado de nombres de monjes medievales que había estado reuniendo sin un fin aparente. “En ese momento se me ocurrió que estaría bien envenenar a un monje durante su lectura de un libro misterioso, y eso fue todo. Empecé a escribir”, recuerda en Confesiones de un joven novelista.
Esa pareja detectivesca le granjeó los favores mediáticos con publicaciones en 35 países, más de 15 millones de ejemplares vendidos y un filme protagonizado por Sean Connery y Christian Slater. Como nota curiosa el personaje de Jorge de Burgos, un monje ciego que custodia la biblioteca, es un homenaje al escritor argentino Jorge Luis Borges, de quien Eco fue un ferviente admirador. Desde entonces no paró de escribir ficciones y fruto de ese interés son historias como El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1994) y Baudolino (2000), entre muchas otras.
Más allá de sus fabulosas historias y personajes de ficción, sus aportes a la teoría de la comunicación son vastos. A Eco se le debe una nueva tipología del signo que actualiza el campo semiótico para analizar la avalancha de información proveniente de los medios audiovisuales.
Su visión del icono abre nuevas vertientes para el estudio de manifestaciones visuales como las fotografías. Eco decía que la noción tradicional del icono (fundamentada por Charles Peirce) afirma que “estos poseen las propiedades de sus objetos”, sin embargo, es fácil constatar que “un retrato no posee, de ninguna manera, las propiedades de su objeto”, por lo que la fotografía de un ser humano no equivale a sus capacidades. Es decir: por muy bella que sea la foto de un ser querido que ha muerto, es solo una representación que no habla, piensa o siente.
Su estudio de las concepciones artísticas en movimiento y su relación con el espectador permite considerar los efectos que la obra de arte tiene en el ánimo de las audiencias y cómo varía la percepción en cada persona, elementos que fundamentan los ensayos de Obra abierta.
A Eco le gustaban los fenómenos pop y era un gran fanático de la televisión y las series policiales como Starsky and Hutch, CSI, Miami Vice, ER y, por sobre todas, Columbo, que solía ver en DVD. Otro ejemplo de su fascinación por los medios masivos fue su interés por El código Da Vinci y su autor: 
“¡Yo inventé a Dan Brown!, parece un personaje de El péndulo de Foucalt. Comparte la fascinación de mis personajes por las conspiraciones de los rosacruces, masones y jesuitas”, comentó en una entrevista donde bromeó al decir: “Sospecho que Dan Brown no existe”.
En los últimos años de su vida fue un duro crítico de internet y llegó a decir en una entrevista con el diario italiano La Stampa que el gran drama de este nuevo medio era que había “promovido al tonto del pueblo al nivel de portador de la verdad”. También criticó a los medios sociales al decir que: “Han generado una invasión de imbéciles que le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar”.
Durante su larga carrera recibió múltiples reconocimientos como 38 doctorados honoris causa y fue profesor emérito de la Universidad de Bolonia. Pese a haber estudiado en instituciones católicas durante buena parte de su vida –sobre todo con salesianos y jesuitas– no dejó de criticar todo lo humano y lo divino que le interesaba, como cuando escribió:

“Para un creyente en una fe determinada, todos los entes religiosos de otras religiones —en otras palabras, la abrumadora mayoría de esos entes— son individuos ficticios, así que debemos considerar ficticios a aproximadamente el noventa por ciento de todos los entes religiosos”.

En su “Poema de los dones”, Jorge Luis Borges fantasea sobre la eternidad y escribe: “Yo, que me figuraba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca”. Un sueño que Eco, bibliómano y borgeano irredento, seguro estaría feliz de comprobar.

La sobrevida de Umberto Eco




Patricio Tapia
11 FEB 2019


Casi dos años después de su muerte, aparecen dos libros recientes y póstumos del autor italiano: A hombros de gigantes, todas sus intervenciones sobre temas diversos en el festival Milanesiana, y Sulla televisione, que recopila los textos que Eco dedicó a la televisión.
Antes de convertirse en un inesperado fenómeno literario con su novela medieval El nombre de la rosa (1980) que protagonizaba un monje-detective que funcionaba como un Sherlock Holmes trasplantado a la Italia del siglo XIV, Umberto Eco (1932-2016) ya tenía una reputación de sabio de conocimientos enciclopédicos, aunque era menos alguien que lo supiera todo que un intelectual curioso, premunido de una combinación de influencias que iban desde Santo Tomás de Aquino a los cómics.

Talento multiforme, editor y profesor, columnista, bibliófilo, filósofo, semiólogo, ensayista y narrador, Eco enseñó a abrir obras que estaban cerradas y a explorar mundos posibles. Su bibliografía es muy amplia. Al momento de morir, contaba con un gran número de estudios o ensayos como, entre otros: Tratado de semiótica general (1975), Los límites de la interpretación (1990), La búsqueda de la lengua perfecta (1993), Kant y el ornitorrinco (1997), además de volúmenes suntuosamente ilustrados sobre temas como Historia de la belleza (2005), Historia de la fealdad (2007) e Historia de las tierras y lugares legendarios (2013). A eso habría que agregar una serie de novelas posteriores a El nombre de la rosa, las más célebres de la cuales son El péndulo de Foucault (1988) y El cementerio de Praga (2010). La primera es narrada por alguien que se ha visto involucrado con camarillas y grupos secretos que maquinan y manipulan escándalos y confabulaciones; la segunda está ambientada en la Italia de la segunda mitad del siglo XIX, con un protagonista miserable que participa en una serie de acontecimientos, tomando distintas identidades (alumno de jesuitas, oficial de ejército, conspirador, falsificador, terrorista) y en cuyo destino se cruzan logias masónicas, la Comuna de París y el caso Dreyfus, los pogromos rusos y el nacimiento del panfleto Los protocolos de los sabios de Sion.

Lejos de toda contienencia como autor, a Eco ni siquiera la muerte parece haberlo silenciado. Apenas abandonó este mundo comenzó la publicación de una serie de obras póstumas. La primera fue De la estupidez a la locura (2016), una colección de ensayos que aparecieron originalmente en L'Espresso pero que, en realidad, Eco entregó a imprenta pocos días antes de morir. Le han seguido Come viaggiare con un salmone (2016), libro de instrucciones que recopilaba artículos, algunos de los cuales habían aparecido en Segundo diario mínimo (1992) y Contra el fascismo (2018), que había sido publicado en Cinco escritos morales (1997). De manera que esos libros eran sólo en parte novedades.

Pero los dos libros más recientes que se suman a sus publicaciones de ultratumba sí entrañan cosas novedosas. Ellos son A hombros de gigantes (Lumen, 2018, 398 pp.) que recopila las clases magistrales anuales que Eco impartió en el festival "La Milanesiana" en el transcurso de quince años y Sulla televisione. Scritti 1956-2015 (La Nave di Teseo, 2018, 534 pp.) que, al cuidado de Gianfranco Marrone, recoge prácticamente todos los textos que Eco dedicó a la televisión, su lenguaje, sus figuras, sus resultados culturales, estéticos, educativos y políticos.

Lecciones magistrales


En cierta forma, A hombros de gigantes es una síntesis de los principales problemas que interesaron a Eco: la belleza y la fealdad, el vínculo entre el relativismo y lo absoluto, la imperfección artística, el poder de la falsificación, los secretos y la conspiración. Son doce textos, generalmente respaldados por imágenes de obras de arte (pinturas, esculturas, libros y películas).

El primer ensayo, el que da título al volumen y uno de los mejores del mismo, reconstruye la historia del famoso aforismo: "somos como enanos que están a hombros de gigantes", atribuido a Bernardo de Chartres (del siglo siglo XII) pero con raíces muy anteriores y que trasciende el período medieval (Isaac Newton a menudo la citaba). Lo que está en la base es el conflicto entre generaciones, el deseo de avanzar, negando el legado de los padres, lo cual generalmente se ha logrado buscando antepasados ​​mejores, en que cada revolución es un intento de restaurar una edad dorada. La historia occidental parece haber perseguido, observa Eco, una idea de progreso que, aunque laicizada, es fuertemente cristiana. Se sube más alto para vislumbrar un futuro que ya está marcado al comienzo, un punto de llegada que siempre ha estado allí, esperando, sea el juicio universal, la utopía socialista, el desastre ecológico u otro fin.

Con su habitual desenvoltura, Eco trata temas más bien complejos. Así, la belleza: que ella nunca ha sido una cosa absoluta e inmutable, que es subjetiva, es claro, pero, ¿qué es? No bastan las referencias a las proporciones o la luminosidad. Sus disquisiciones y ejemplos son clarificadores; así, la belleza podría ser lo que se define de manera desinteresada: si encuentro que la Capilla Sixtina es hermosa, incluso si no soy su dueño, hay un índice de belleza.
Cuando habla de la fealdad, también concede que es un concepto relativo y que Hegel recordó que con el cristianismo entra lo feo en la historia del arte porque no se puede representar con las formas de la belleza griega a Cristo flagelado y agonizante. Va desde los monstruos a lo sublime (la grandeza de lo terrible, la tempestad y las ruinas en la sensibilidad prerromántica), cuenta cómo los enemigos de James Bond han sido embellecidos en las películas (por eso no puede mostrar imágenes de ellos) y cómo lo feo se relaciona con la exageración de lo kitsch y lo camp. Lo cual se relaciona con su análisis de las formas de imperfección en el arte: ejemplifica con una novela como El Conde de Montecristo, que está mal escrita y, sin embargo, allí reside su fascinación; o la película Casablanca de Michael Curtiz: "Dos clichés hacen reír. Cien clichés conmueven".

En uno de los capítulos siguientes aborda la falsificación que se convierte en verdad y cambia el curso de la historia: cómo se puede ser un mentiroso independientemente de que se diga o no la verdad y cómo la época barroca reflexionó profundamente sobre la simulación, desde la política hasta el arte. En otro aborda los aforismos, las parodias y las paradojas, sus diferencias, sus relaciones, sus practicantes (especialmente Wilde). También se ocupa del fuego (como elemento divino, como manifestación infernal, como agente alquímico, como causa del arte, como experiencia epifánica, como forma de purificación) o de la obsesión de los hombres con las teorías conspirativas (lanzando flechas a Dan Brown): rosacruces, jesuitas, sociedades secretas, Los protocolos de los sabios de Sion, el ataque del 11 de septiembre de 2001 con el derrumbe de las Torre Gemelas visto como un "complot". En la lección sobre lo invisible habla de los personajes novelescos como "objetos semióticos flotantes" que pierden algunas de sus propiedades sin perder su identidad e incluso pueden vivir fuera de texto cuando se hacen muy conocidos.
Con su particular método, Eco puede recorrer varios siglos comprimidos en un párrafo, rastreando juicios y prejuicios. Afirma, por ejemplo, y lo demuestra, que la Edad Media no era una época oscura o que cuando menos se representa a sí misma en tonos vivos: colores fuertes, limpios, visiones de luz que se desvanece.
En el capítulo sobre las representaciones de los sagrado apunta que la experiencia mística entendida como la nada, el vacío y el silencio, parece ser más bien masculina, pues las mujeres místicas hablan de experiencias casi carnales. También menciona la adjudicación de belleza y los cambios de los rasgos cada vez más agraciados en ciertas imágenes religiosas, como por ejemplo, de la Virgen María, pero también en otros casos: señala los de Bernadette, a quien se le apareció la Virgen en Lourdes; los pastores de Fátima; el santo joven italiano Domenico Savio, quien en una representación que menciona pero no reproduce figura acompañado, como si se tratara de una pareja de novios, nada menos que con la, también mejorada, beata Laura Vicuña.

Consideraciones televisivas

En A hombros de gigantes hay apenas tres referencias, al pasar, a la televisión. En una de ellas, Eco piensa que un marciano o un visitante del futuro podría deducir el tipo de belleza de nuestra época mediante las películas, las revistas o los programas de televisión; en otra, al hablar del secreto, menciona que la televisión inventó los programas de chismes que revelan cosas que antes eran privadas. Y en el primer ensayo del libro recuerda que los modelos antes eran generacionales (los padres rechazaban los de los hijos) pero que hoy en día la televisión convierte en transgeneracionales a los modelos, desde el Che Guevara a Julia Roberts, aunque estos no son modelos unificados sino que todo cabe, como una "orgía de la tolerancia" o un "absoluto politeísmo".

Pero la televisión, para Eco, fue un constante objeto de atención. Nunca dejó de mirarla y estudiarla, ya fuera para criticar ciertas opciones ideológicas como para señalar patrones estéticos. Así lo demuestra la amplia compilación Sulla televisione, con textos que cubren un período de tiempo amplio, desde 1956 hasta 2015, muchos de ellos de difícil acceso, poco conocidos, ocasionales, nunca reunidos en volumen, dispersos en los archivos de la RAI o revistas especializadas o carpetas de seminarios. Son de naturaleza variada, desde ensayos científicos hasta análisis de transmisiones o situaciones concretas, desde informes de investigación hasta respuestas a cuestionarios o artículos periodísticos.

La televisión italiana comenzó sus primeras transmisiones en 1954 y desde 1957 se transmitió en todo el país. El mismo año 1954, Umberto Eco fue contratado por la RAI como funcionario y siguió desde dentro las opciones de la industria televisiva, considerando un modelo más teatral que cinematográfico. Era lo que él llamó la "paleo-televisión", que transmitía casi todo en vivo, algo bastante arriesgado. En Obra abierta (1962) hay un capítulo dedicado al vínculo entre la televisión en vivo y la poética de la apertura (la pintura informal, la música de Boulez, Joyce): la toma en directo nunca es una reproducción fiel de la realidad. Se construye a partir de un número de cámaras colocadas en puntos precisos por el director, quien decide qué imágenes se transmitirán en cada momento. Y, ¿cómo lo hace? La respuesta que propone Eco era que el director utiliza esquemas narrativos preexistentes, modelos de relato. La improvisación, la inmediatez siempre dependen de patrones de referencia.

Antes de Apocalípticos e integrados (1964) Eco atacaba la oposición entre la "alta" cultura y la popular. En ese mismo libro hay un ensayo largo sobre la televisión (además de uno sobre la música de la televisión): "La televisión nos apareció algo similar a la energía nuclear", señalaba para demostrar su importancia y lo delicado de las opciones en torno a ella. Pero la televisión no sería un género artístico, sino un aparato tecnológico que ofrece un servicio. Sería más un medio que un lenguaje.

Junto con estas reflexiones teóricas, Eco también podía escribir sobre un personaje conocido como "el rey de los concursos" o "el príncipe de los presentadores", el animador Mike Bongiorno, uno de los mitos iniciales de la televisión italiana. El ensayo "La fenomenología de Mike Bongiorno" es el primero recopilado en el libro, antes publicado en Diario mínimo (1963) y que seguramente molestó al aludido. Eco lo presenta como "el caso más llamativo de reducción del superman al everyman". "Este hombre debe su éxito al hecho de que en cada acto y en cada palabra del personaje al que da vida ante las cámaras brilla una mediocridad absoluta". Bongiorno "carece de sentido del humor. Ríe porque está contento con la realidad, no porque sea capaz de deformar la realidad. Se le escapa la naturaleza de la paradoja"; "De todas las posibles preguntas sobre un tema, elije la que primero se le ocurriría a cualquiera y que una mitad de los espectadores descartaría de inmediato por demasiado banal".

Pero pronto Eco asumirá una perspectiva semiótica (los diferentes sistemas de signos en la comunicación) para pensar en términos de estructuras de texto los problemas de recepción y las cualidades estéticas de la televisión. Así, está recopilada la famosa intervención de Perugia de 1965 tan citada (incluso por Eco mismo en escritos posteriores) como inencontrable. En lugar de preguntarle al público qué es lo que prefiere o investigar la ideología que subyace, es mejor preguntarse sobre lo que realmente entiende, pues el televidente siempre tiene alguna cultura, en un sentido antropológico, que puede chocar con la cultura de quien emite la señal televisiva. Así surgió el concepto de "decodificación aberrante". Antes de los medios de comunicación masivos, los códigos interpretativos del destinatario y del emisor básicamente coincidían y cualquier malentendido se consideraba extraño, una decodificación aberrante. Pero en la sociedad de masas, donde el público es por definición muy numeroso y variado, la decodificación aberrante es la norma. A través del análisis semiótico podía concebirse que, a diferencia de lo que generalmente se creía, las imágenes y la música no siempre son claras para todos. Sin embargo, el público podría asumir su capacidad de decodificación aberrante y vivir felizmente ese tipo de estética involuntaria.

También participa en el debate en torno a la influencia de los medios. Se decía por entonces que la televisión, y en general los medios de comunicación masivos, era un instrumento poderoso, capaz de controlar aquello que entonces se llamaba "mensaje", influyendo sobre la opinión de los televidentes e incluso moldeando su conciencia. Eco señalaba en 1967 (en un ensayo recogido finalmente en La estrategia de la ilusión, 1987) que un país pertenece a quien controla los medios de comunicación y ejemplificaba con la caída de Nikita Kruschev, en la ex Unión Soviética, donde simplemente cambiando a quienes dirigían los principales medios de comunicación (diarios y televisión) el paso a un nuevo líder sea percibido de manera menos traumática. Pero también señalaba que los mensajes de la pantalla pueden ser desbaratados por los televidentes. Planteaba, en realidad, la imposibilidad de controlar la opinión pública mediante el protagonismo de la recepción. La recepción crítica impide la manipulación, es una forma de resistencia a la que llamó la "guerrilla semiológica", una serie de intervenciones y actuaciones en que los receptores del mensaje lo discuten o critican, no lo reciben pasivamente.
Y así, va comentando sobre la música en la televisión, la publicidad o la crítica televisiva, la posibilidad de un museo de la rediotelevisión o el "experimento de Vaduz" (en 1974 la Rai confió a un instituto la tarea de dirigir una encuesta diseñada para estudiar las reacciones frente a una transmisión experimental falsa), o las series Columbo y la policíaca alemana sobre el inspector Derrick, el proceso de O. J. Simpson o la privacidad en Gran hermano o un un breve escrito sobre el famoso programa La Corrida, realizado por el no menos famoso Corrado: antecesor de todos los programas de búsqueda de talentos, comenzó en la radio en 1968 y en televisión en 1986. Allí distintos concursantes presentan sus talentos, que son juzgados por el público del estudio: con aplausos y vítores, si les gusta; si no, puede silbar, golpear ollas o hacer todo tipo de ruidos.

Frente a la "paleo-televisión", Eco también considera la "neo-televisión", con el advenimiento de los canales privados y las tendencias hacia una "realidad tal como es", los reality shows, la pérdida colectiva del pudor y el deseo de mostrarse en público a toda costa. Después de todo, las rutas seguidas por la televisión (italiana y extranjera) y las opciones hechas por sus directores han sido diametralmente opuestas a las que Eco esperaba o sugería, con diferentes tonos, pero con una fuerte impronta política. Actualmente, la televisión presenta, al decir de Eco, un declive de cualquier idea de servicio público.
En el amplio período que Eco comenta, el medio televisivo, por varias razones, ya no se puede llamar masivo, como lo fue en sus orígenes, debido a los canales alternativos que la comunicación actual ha puesto a disposición del público. Un público variado, tanto como al que aspiraba Eco, quien pretendía que los descubrimientos de su omnívora curiosidad, por la televisión, el cine, la alta literatura y otra no tan alta, los periódicos o las artes plásticas, llegara a un público más amplio que el académico.

Santa Juana de Arco.-a

Santa Juana de Arcos (Domrémy, Francia, 1412 - Ruán, id., 1431) Santa y heroína francesa. Nacida en el seno de una familia campesina acomoda...