Apuntes de clases

Clases de filosofía y ciencias bíblicas del Instituto de Humanidades Luis Campino, y la Parroquia de Guadalupe de Quinta Normal.


viernes, 25 de enero de 2013

Grandes maestres de la Jarretera III a


Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen  Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas; 

Casa de Nassau-Orange
19.-María II, Princesa de Orange, 1662-1694, Reina de Inglaterra y de Escocia de 1689 a 1694


María II de Inglaterra (Palacio de St. James, Londres; 30 de abril de 1662 - Palacio de Kensington, Londres; 28 de diciembre de 1694) fue reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda desde 1689 hasta su muerte. Educada en la religión protestante, subió al trono después de la Revolución Gloriosa que dio lugar a la deposición de su padre, el rey católico Jacobo II.​ Reinó junto con su marido y primo, Guillermo III, príncipe de Orange, que se convirtió en gobernante en solitario después de su muerte. La historia popular generalmente se refiere al reinado conjunto como «el de Guillermo y María». Aunque era la soberana por derecho de sangre, cedía a Guillermo la mayor parte del poder cuando este se encontraba en Inglaterra.​ Sin embargo, dirigía el reino cuando su marido se encontraba en campañas militares en el extranjero,​ demostrando ser una gobernante poderosa, firme y eficaz.​ Fue muy activa en la Iglesia anglicana, que dirigió como su Gobernadora Suprema. Aunque oficialmente compartió el poder con su marido, en gran parte lo ejerció sola

20.-Guillermo III, Príncipe de Orange, 1650-1702, Rey de Inglaterra, Irlanda  y de Escocia de 1689 a 1702


Guillermo III de Inglaterra fue un aristócrata neerlandés y príncipe protestante de Orange desde su nacimiento, y rey de Inglaterra e Irlanda –como Guillermo III– desde el 13 de febrero de 1689, y rey de Escocia –como Guillermo II– desde el 11 de abril de 1689, en cada caso hasta su muerte en 1702.
Procedente de la Casa de Nassau y de la rama de Orange-Nassau, Guillermo III accedió a las coronas inglesa, escocesa e irlandesa después de la Revolución Gloriosa, durante la cual depusieron a su tío y suegro a la vez, Jacobo II. En Inglaterra, Escocia e Irlanda, reinó junto a su esposa, María II, hasta la muerte de ella el 28 de diciembre de 1694. Entre los actuales unionistas de Irlanda del Norte se le conoce con el apodo de rey Billy.
Guillermo III fue nombrado estatúder de los Países Bajos el 28 de junio de 1672 y permaneció en el cargo hasta su muerte. En ese contexto se le llama a veces "Enrique Guillermo, príncipe de Orange" como traducción de su título neerlandés, Willem Hendrik, Prins van Oranje. Por ser protestante, Guillermo participó en muchas guerras contra el poderoso rey católico Luis XIV de Francia. Muchos protestantes lo llamaron Campeón de su Fe; consiguió la corona de Inglaterra debido en parte a esa reputación, pues muchos de ellos eran fervientes anticatólicos (sin embargo, su ejército y flota, la más grande desde la Armada, fueron razones más poderosas para explicar su éxito).
Su reinado marcó el principio de la transición entre el gobierno personal de los Estuardo y de tipo parlamentario de la casa de Hannover.


                                                        Casa  de estuardo





21.-Ana I, 1665-1714, Reina de Inglaterra en 1702, Reina de Gran-Bretaña e Irlanda de 1707-1714


Ana Estuardo (Londres; 6 de febrero de 1665-Ibídem; 1 de agosto de 1714) fue reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda desde el 8 de marzo de 1702 y de Gran Bretaña e Irlanda desde el 1 de mayo de 1707 (fecha en la cual Inglaterra y Escocia se unen en un solo reino), hasta su muerte. Es por esto por lo que Ana se convirtió en la primera soberana de Gran Bretaña. Fue la última soberana británica de la casa de los Estuardo. La sucedió en el trono su primo segundo, Jorge I, de la Casa de Hannover.

Su vida estuvo marcada por muchas crisis relacionadas con la sucesión de la corona. Su padre, el católico Jacobo II, había sido depuesto en 1688; su hermana y su cuñado se convirtieron entonces en los reyes María II y Guillermo III. El que ni ella ni su hermana tuvieran hijos que llegaran a adultos provocó que, sin un heredero protestante, su otro hermano e hijo de Jacobo II, Jacobo Francisco Eduardo, tuviese posibilidad de reclamar la corona. Es por esa razón por lo que el Parlamento aprobó una Ley que permitía que el trono pasase a la casa de Wittelsbach. Cuando el Parlamento de Escocia rechazó aceptar la opción del Parlamento inglés, fueron utilizadas varias tácticas coactivas (tales como dañar la economía escocesa poniendo restricciones al comercio), para así asegurarse de la cooperación de Escocia. El Acta de Unión de 1707 (que unió Inglaterra y Escocia en Gran Bretaña) fue el resultado de negociaciones subsecuentes.
El reinado de Ana estuvo marcado también por el desarrollo del sistema bipartidista. La reina prefería en lo personal el partido tory, por lo que sufrió el ataque de los whigs. Su amiga más cercana —y posiblemente su consejera más influyente— fue Sarah Jennings, cuyo esposo, John Churchill, 1.er duque de Marlborough, dirigió las tropas inglesas en la Guerra de Sucesión Española.


Dinastía Güelfa de Brünswick-Lüneburg / Casa de Hannover


22.-Jorge I, Elector de Hannover, 1660-1727, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1714 a 1727


Jorge I de Gran Bretaña (Jorge Luis; en inglés: George I Louis of Great Britain y en alemán: Georg Ludwig von Hannover; Hannover, 28 de mayo de 1660-Schloss Osnabrück, 11 de junio de 1727) fue el rey de Gran Bretaña e Irlanda desde el 1 de agosto de 1714 y soberano del ducado y electorado de Brunswick-Luneburgo —también conocido como Hannover—, parte del Sacro Imperio Romano Germánico, desde 1698 hasta su fallecimiento en 1727.
Nacido en Hannover, heredó los títulos y las tierras del ducado de Brunswick-Luneburgo de manos de su padre y sus tíos. Una sucesión de guerras europeas le ayudó a expandir sus dominios a lo largo de su vida y, en 1708, fue ratificado como príncipe elector. A los cincuenta y cuatro años, a raíz del fallecimiento de Ana de Gran Bretaña, su prima segunda, ascendió al trono británico como el primer monarca de la Casa de Hannover. Pese a que, por primogenitura, había cincuenta católicos romanos más cercanos a Ana, el Acta de Establecimiento de 1701 impidió que estos heredaran el trono británico; Jorge, por su parte, era el familiar protestante vivo más cercano a ella. Los jacobitas reaccionaron y trataron de remplazarlo por Jacobo Francisco Eduardo Estuardo, el hermanastro católico de la fallecida, pero fracasaron en su intento.
Durante el reinado de Jorge, los poderes de la monarquía se fueron desvaneciendo y Gran Bretaña emprendió una transición hacia un sistema moderno de gobierno mediante Consejo de Ministros, dirigido por la figura del primer ministro. Hacia el final de su mandato, el poder político real estaba en manos de Robert Walpole, reconocido como el primer primer ministro de facto del Reino Unido.

Jorge falleció a causa de un derrame en un viaje a Hannover, donde fue enterrado. Fue el último monarca británico en ser enterrado fuera de las fronteras del Reino Unido.


23.-Jorge II, 1683-1760, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1727 a 1760


Jorge II (en inglés, George Augustus, y en alemán, Georg August; 30 de octubrejul./ 9 de noviembre de 1683greg., Hannover-25 de octubre de 1760, palacio de Kensington, Londres) fue rey de Gran Bretaña e Irlanda, duque de Brunswick-Luneburgo y uno de los príncipes electores del Sacro Imperio Romano Germánico desde 1727 hasta su fallecimiento en 1760.
Fue el último monarca británico nacido fuera de Gran Bretaña, puesto que era natural de la Alemania septentrional. Su abuela, Sofía del Palatinado, se colocó segunda en la línea de sucesión al trono británico después de la exclusión de cincuenta católicos que estaban por encima de ella; esto se debió a las actas de Establecimiento y Unión, aprobadas ambas a comienzos del siglo xviii, que restringieron la sucesión a los protestantes. Tras los fallecimientos de Sofía y Ana en 1714, su padre, Jorge I, elector de Hannover, heredó el trono británico. En los primeros años de su reinado, su hijo, llamado también Jorge, se asoció con políticos de la oposición, hasta que estos volvieron a unirse al partido gobernante en 1720.
Desde su coronación en 1727, prestó poca atención a la política doméstica, cuyo control residía en el Parlamento de Gran Bretaña. Como elector, pasó más tiempo en Hannover, donde gozaba de un control más directo de las políticas gubernamentales. Mantuvo una relación complicada con su hijo mayor, Federico, que brindó su apoyo a la oposición parlamentaria. Durante la guerra de sucesión austriaca, Jorge participó en la batalla de Dettingen y se convirtió así en el último monarca británico en dirigir un ejército en combate.
En 1745, aquellos que secundaban las demandas de Jacobo Francisco Eduardo Estuardo, el Viejo Pretendiente al trono británico, se reunieron, dirigidos por su hijo, Carlos Eduardo Estuardo, y trataron de deponer a Jorge en la última de las rebeliones jacobitas; fracasaron, no obstante. Federico falleció de manera inesperada en 1751, nueve años antes que su padre, por lo que a Jorge II lo sucedió su nieto, Jorge III.
Durante los dos siglos que siguieron a su fallecimiento, los historiadores lo vieron con desdén, haciendo especial hincapié en sus amantes, su carácter explosivo y su grosería. Desde entonces, empero, la mayor parte de los eruditos han revaluado su legado y llegado a la conclusión de que ejerció una influencia considerable en materia de política exterior y designaciones militares.

Escudo de armas utilizado desde 1801 hasta 1816 como rey del Reino Unido




Escudo de armas utilizado desde 1816 hasta la muerte, también como rey de Hannover

24.-Jorge III, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1760 a 1820, Rey de Hannover en 1814


Rey de Gran Bretaña e Irlanda y de Hannover (Londres, 1738 - Windsor, 1820). En 1760 sucedió a su abuelo, Jorge II como rey de Gran Bretaña e Irlanda y como elector del Estado alemán de Hannover, que daba nombre a la familia. El joven e inexperto rey orientó su política hacia el reforzamiento de las prerrogativas de la Corona, aprovechando las divisiones en el seno del partido Whig y empleando la corrupción, el patronazgo y el fraude electoral para hacerse con un grupo de partidarios que controlaran el Parlamento y gobernar personalmente.
Así, se deshizo de una personalidad política de peso, como era el viejo Pitt, para poner en su lugar a personajes de su confianza y más manejables, como Bute, primero, y Lord North, después. No obstante, la desaparición del control parlamentario fue suplida por activas campañas de prensa de la oposición, en las que se criticaron los errores y abusos del monarca; de hecho sólo fue un rey popular en provincias, en donde se apreciaban su sencillez y sus aficiones agrícolas, mientras que era despreciado por la alta sociedad londinense y odiado por las clases populares urbanas.
Jorge III empezó su política exterior firmando apresuradamente la paz con Francia en la Guerra de los Siete Años (1756-63), sin contar con el parecer de su aliada Prusia; la oposición le acusó en aquella ocasión de no haber sacado el partido suficiente de la victoria. Más tarde hubo de enfrentarse al descontento de los colonos norteamericanos, asunto que llevó torpemente, haciendo aumentar la presión fiscal a despecho de las libertades tradicionales de las Trece Colonias. Su obstinación condujo a la Declaración de Independencia, justificada según los rebeldes por la tiranía del rey (1776). Tras una larga guerra hubo de reconocer la independencia de los Estados Unidos de América por el Tratado de Versalles (1783).
Este último tropiezo pareció poner fin al gobierno personal de Jorge III, que en adelante dejó los asuntos en manos de Pitt el Joven, que fue quien se encargó de dirigir la política británica durante la difícil época de las guerras contra la Francia de la Revolución y de Napoleón. En 1801 recuperó parcialmente el protagonismo político, deponiendo a Pitt cuando éste se empeñó en que el rey sancionara la emancipación legal de los católicos.

Afectado por una enfermedad mental que ya le había trastornado en 1765 y en 1788-89, el rey quedó completamente enajenado en 1810. Desde 1811 hasta su muerte vivió retirado en el castillo de Windsor, mientras ejercía la regencia su hijo y heredero, el futuro Jorge IV. Durante las guerras napoleónicas perdió sus estados alemanes, que recuperó tras la derrota francesa en 1814, pero ya con el título de rey de Hannover y no meramente de elector.


25.-Jorge IV,  Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1820 a 1830, Rey de Hannover en 1820


(Londres, 1762 - Windsor, 1830) Rey de Gran Bretaña e Irlanda y del Reino de Hannover (que daba nombre a la Casa). Era hijo primogénito de Jorge III de Inglaterra, con el cual mantuvo malas relaciones durante su turbulenta juventud, en parte por la tendencia del príncipe a asociarse contra el rey con la oposición Whig.
Siendo todavía príncipe de Gales se casó en secreto con una dama católica, matrimonio que fue descubierto y anulado. En 1795 volvió a casarse -para cubrir sus deudas- con una prima suya protestante, que le abandonó al año siguiente.
Desde 1811 se hizo cargo de la Regencia por enfermedad mental de su padre; y al morir éste, en 1820, comenzó su reinado personal. Su orientación política fue netamente conservadora, confiando el gobierno británico principalmente a Tories, como lord Castlereagh y el duque de Wellington. En realidad perdió la mayor parte de la influencia política que su padre había recuperado para la Corona.
Entre las medidas más señaladas de su reinado se encuentra una a la que se opuso con todas sus fuerzas: la emancipación de los católicos (1829), que autorizaba a éstos para ocupar empleos públicos. Completó la lucha contra Napoleón y decidió la deportación de éste a la isla de Santa Helena una vez derrotado, denegándole la petición de asilo que le hizo (1815).
Impopular por su género de vida frívolo y escandaloso, acabó de desacreditarse ante sus súbditos por su frustrado intento de divorcio. Murió sin descendientes y le sucedió su hermano Guillermo IV.

26.-Guillermo IV,  Rey de Gran-Bretaña e Irlanda de 1830 a 1837, Rey de Hannover en 1830


Guillermo IV del Reino Unido (Palacio de Buckingham, Londres, 21 de agosto de 1765 – Castillo de Windsor, Berkshire, 20 de junio de 1837) fue rey de Hannover y del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, así como duque de Brunswick-Luneburgo desde el 26 de junio de 1830 hasta su muerte en 1837.



Guillermo IV, hijo del rey Jorge III y hermano menor y sucesor de Jorge IV, fue el penúltimo monarca de la casa de Hannover. Durante su juventud, sirvió en la Marina Real; por ello más adelante le apodaron el Rey Marinero. Durante su reinado se promovieron varias reformas: se revisó la Ley de Pobres, se democratizó el gobierno municipal, el trabajo infantil fue restringido y se suprimió la esclavitud en todo el Imperio Británico. Pero la legislación más importante del reinado de Guillermo IV fue el Acta de Reformas de 1832, también conocida como Ley de reforma de 1832, que modernizaba el sistema electoral británico. Guillermo IV no intervino en política tanto como su hermano o su padre, aunque fue el último monarca en designar un primer ministro en contra de la voluntad del Parlamento (en 1834).
Guillermo Enrique nació el 21 de agosto de 1765 en el palacio de Buckingham, tercero de los 15 hijos del rey Jorge III del Reino Unido y de la duquesa Carlota de Mecklemburgo-Strelitz. Por ser el tercero en la línea de sucesión -detrás del príncipe de Gales y del duque de York-, no se esperaba que heredara la corona. Fue bautizado en la Gran Cámara del Consejo del palacio de St. James el 18 de septiembre de 1765, siendo sus padrinos sus tíos-abuelos, los duques de Gloucester y de Cumberland, y su tía paterna, la princesa real, Augusta Federica.
A los 13 años ingresó en la Marina Real y estuvo presente en la batalla del Cabo de San Vicente en 1780. Sirvió en Nueva York durante la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos. Obtuvo el rango de teniente en 1785 y el de capitán al año siguiente. En 1786, fue enviado a servir en las Indias Occidentales.
Guillermo intentó ser ungido como duque, al igual que sus hermanos mayores, y recibir una concesión parlamentaria similar. Pero su padre se mantuvo renuente a ello. Para presionar al rey, Guillermo amenazó con postularse a la Cámara de los Comunes por el distrito electoral de Totnes, en Devon. Derrotado, Jorge III lo nombró duque de Clarence y St. Andrews en 1789, diciendo al parecer: "sé que con esto doy un voto más a la oposición"
El recién nombrado duque dejó de servir activamente en la Marina Real en 1790. Le promovieron a almirante en su retiro. Cuando el Reino Unido declaró la guerra a Francia en 1793, Guillermo estaba impaciente por servir a su país, pero no fue destacado en ningún puesto. En su lugar, pasó algo de tiempo en la Cámara de los Lores. Allí defendió los gastos exorbitantes de su hermano, el príncipe de Gales, que había presentado al Parlamento una demanda para cancelar sus deudas. También intervino en favor de la esclavitud (que, aunque había sido virtualmente suprimida en el Reino Unido, todavía existía en las colonias británicas): utilizó su experiencia en las Indias Occidentales para defender su posición.
Después de dejar la Marina Real, el duque de Clarence sostuvo una larga relación con una actriz irlandesa, Dorothea Bland, más conocida por su nombre artístico, Mrs. Jordan. Desde 1791 tuvieron diez hijos, quienes recibieron el apellido Fitzclarence. La relación duraría veinte años hasta 1811, en que terminó por razones políticas. El 13 de julio de 1818, en el palacio de Kew, Guillermo se casó con Adelaida de Sajonia-Meiningen, princesa a la que duplicaba en edad. De este matrimonio nacieron cinco hijos, de los que ninguno llegó a la edad adulta:

Carlota Augusta Luisa (n. y m. Fürstenhof, Hannover, 27-3-1819).
Un aborto (Dunquerque, Francia, 5-9-1819).
Isabel Georgiana Adelaida (n. palacio de St. James, 10-12-1820 - m. palacio de St. James, 4-3-1821).
Unos hijos gemelos (n. muertos, Bushy Park, Middlesex, 23-4-1822).

El hermano mayor de Guillermo, el príncipe de Gales, había sido príncipe regente desde 1811 debido a la enfermedad mental de su padre, el rey Jorge III. En 1820, al morir el soberano, la corona pasó al príncipe regente, que se convirtió en rey Jorge IV. Como el nuevo rey no tenía ningún hijo vivo en aquel momento (su única hija, la princesa Carlota, murió de parto en 1817), Guillermo, duque de Clarence, se encontraba entonces en el segundo lugar de la línea sucesoria, precedido solamente por su hermano, Federico, duque de York. Cuando éste falleció en 1827, Guillermo, con 62 años de edad, se convirtió en el heredero del trono. Ese mismo año Jorge IV designó a Guillermo gran lord almirante, cargo que había estado en comisión (es decir, ejercido por un grupo en lugar de un solo individuo) desde 1709. Mientras estuvo en el cargo, Guillermo procuró tomar el control en solitario de los asuntos navales, aunque la ley le requirió que actuara, en la mayoría de las circunstancias, bajo el acuerdo de por lo menos dos miembros de su consejo. El rey solicitó su dimisión en 1828, a lo que accedió el duque de Clarence.

Reinado en Hannover

Como rey de Hannover su más importante actuación fue, sin duda, aprobar y firmar en 1833 una nueva Constitución para Hannover que tuvo en cuenta a la clase media, otorgó un poder limitado a las clases bajas y amplió el papel del Parlamento; pero esta Constitución fue revocada tras la muerte de Guillermo en 1837, por su hermano y sucesor, el rey Ernesto Augusto I de Hannover, quien gobernó como un monarca absolutista.

Reinado en Gran Bretaña

Cuando Jorge IV murió sin hijos el 26 de junio de 1830, el duque de Clarence ascendió al trono como Guillermo IV, siendo coronado junto con su esposa en la abadía de Westminster, el 8 de septiembre de 1831. A diferencia de su extravagante hermano, Guillermo IV detestaba toda pompa y ceremonia. En contraste con Jorge IV, que pasaba la mayoría de su tiempo en el castillo de Windsor, Guillermo IV era conocido, especialmente al comienzo de su reinado, por caminar sin escolta, a través de Londres o Brighton. Hasta la Crisis de la Reforma fue muy popular entre sus súbditos.
Al principio del reinado de Guillermo IV, Arthur Wellesley, el duque de Wellington era el primer ministro. Durante la elección general de 1830 (la muerte del monarca requirió nuevas elecciones), sin embargo, los tories de Wellington perdieron ante los whigs de Charles Grey. Al convertirse en primer ministro, lord Grey anunció inmediatamente que procuraría reformar el sistema electoral, que había sufrido pocos cambios desde el siglo XV. Las inconsistencias del sistema eran enormes; por ejemplo, las ciudades grandes, tales como Mánchester y Birmingham, no elegían miembros, mientras que las ciudades pequeñas, tales como Old Sarum (con siete votantes), elegían a dos miembros del Parlamento cada uno. A menudo, las ciudades aún más pequeñas -conocidas como burgos podridos y ciudades bolsillo- eran "compradas" por aristócratas, cuyos "candidatos" eran invariablemente nominados al Parlamento por sus pobladores.
Como monarca, Guillermo IV desempeñó un papel importante en la Crisis de la Reforma. Cuando la Cámara de los Comunes desestimó la Primera Ley de la Reforma en 1831, el ministerio de lord Grey pidió la disolución inmediata del Parlamento y nuevas elecciones generales. Al principio, Guillermo IV vaciló en usar sus poderes para disolver el Parlamento, pues las elecciones apenas si habían sido celebradas un año antes. Sin embargo, le irritó la conducta de la oposición, que solicitó formalmente la aprobación de una directiva, o una resolución, en la Cámara de los Lores en contra de la disolución. Considerando el movimiento de la oposición como un ataque personal a su poder, Guillermo IV entró en persona en la Cámara de los Lores, donde se discutía sobre si aprobar o no la directiva, y clausuró el Parlamento. El rey había enviado comisionados como era (y sigue siendo) acostumbrado, que habrían tenido que aguardar el final de la discusión, pero la llegada del monarca alteró la situación. Guillermo IV procedió a disolver el Parlamento, forzando las nuevas elecciones para la Cámara de los Comunes, que dieron una gran victoria para los reformadores. Sin embargo, aunque la Cámara de los Comunes estaba claramente a favor de la reforma parlamentaria, la Cámara de los Lores seguía oponiéndose de manera implacable a ella. Tras el rechazo de la Segunda Ley de la Reforma (1831) por la Cámara Alta, mucha gente empezó a agitarse en favor de la reforma; algunos partidarios de la misma fueron más drásticos, participando en varios "complots reformadores". La nación se encontró entonces en su mayor crisis política desde la Revolución Gloriosa de 1688.
Ante el apoyo popular a la reforma, el ministerio de Grey rechazó aceptar la derrota ante la Cámara de los Lores y reintrodujo la ley. Fue aprobada fácilmente en la Cámara de los Comunes, pero encontró nuevamente dificultades en la Cámara de los Lores. Ante la presión popular, los Lores no rechazaron la ley totalmente, sino que fueron preparando el momento de cambiar su decisión mediante enmiendas. Frustrado por la actitud recalcitrance de los lores, Grey sugirió al rey que "hundiera" la Cámara de los Lores creando un número suficiente de nuevos títulos nobiliarios que aseguraran la aprobación de la Ley de la Reforma.
Cuando Guillermo IV rechazó esta idea, citando las dificultades que ocasionaría una extensión permanente de los pares, Grey y sus ministros dimitieron. El rey procuró restaurar al duque de Wellington en el cargo, pero antes tuvo conocimiento de una resolución oficial de la Cámara de los Comunes solicitando la vuelta de Grey. Siguiendo el consejo del duque de Wellington, el rey aceptó readmitir a Grey como primer ministro. También acordó crear nuevos pares si la Cámara de los Lores continuaba planteando dificultades, si bien no fue necesario recurrir a una medida tan extraordinaria, ya que los opositores a la ley acordaron finalmente abstenerse. Por lo tanto, el Parlamento aprobó la ley, que se convirtió en el Acta de la Reforma de 1832, también conocida como Ley de reforma de 1832. El Parlamento procedió a otras reformas, incluyendo la abolición de la esclavitud en todo el Imperio británico y la restricción del trabajo infantil.
Durante el resto de su reinado, Guillermo IV interfirió activamente en política sólo una vez -en 1834- cuando se convirtió en el último soberano en elegir un primer ministro en contra de la voluntad del Parlamento. Dos años después de la aprobación del Acta de la Reforma, el primer ministro se convirtió en un gobernante impopular; también perdió el apoyo del rey debido a su colaboración en la reforma de la Iglesia de Irlanda. En 1834, lord Grey dimitió y fue sustituido por uno de los Whigs de su gabinete, William Lamb, 2° vizconde de Melbourne. La mayor parte de la administración de Melbourne incluyó a los mismos miembros que la administración Grey; este nuevo gobierno se ganó la aversión de muchos, pero conservaba una mayoría abrumadora en la Cámara de los Comunes. Sus procedimientos de reforma, sin embargo, desagradaban al rey.
En octubre de 1834, el ministro whig John Charles Spencer, vizconde Althorp heredó un título nobiliario, lo que provocó que pasase de la Cámara de los Comunes a la de los Lores. Debido a su pase a la Cámara Alta, fue forzado a renunciar a sus cargos de líder de la Cámara de los Comunes y ministro de Hacienda -puestos que tradicionalmente no podía ejercer un miembro de la Cámara de los Lores-. Todos admitieron que la pérdida de Lord Althorp requería una reconstrucción parcial del gabinete, pero Guillermo IV declaró que el ministerio había sido debilitado más allá de una posible restauración. El rey utilizó el retiro de lord Althorp -no del gobierno, pero sí de una Cámara a otra- como el pretexto para cambiar el gobierno en su totalidad.
Con lord Melbourne fuera de escena, Guillermo IV decidió confiar el poder a un tory, sir Robert Peel. Puesto que Peel estaba entonces en Italia, se designó provisionalmente al duque de Wellington como primer ministro. Cuando Peel regresó y asumió personalmente la dirección del gobierno, fue consciente de la imposibilidad de gobernar con una gran mayoría whig en la Cámara de los Comunes. Por lo tanto, el rey disolvió el Parlamento y forzó unas nuevas elecciones. Aunque los tories ganaron más asientos que en la elección anterior, todavía seguían en minoría. Peel permaneció en el cargo durante algunos meses, pero dimitió después de una serie de derrotas parlamentarias. El gobierno de lord Melbourne fue restaurado, permaneciendo en el poder durante el resto del reinado de Guillermo IV.
Guillermo IV murió en el castillo de Windsor el 20 de junio de 1837, a los 71 años de edad, siendo sepultado en la capilla de san Jorge en Windsor.
Como no le sobrevivió ningún descendiente legítimo, la corona del Reino Unido pasó a su sobrina de 18 años, Victoria de Kent. Dado que la Ley Sálica estaba en vigor en Hannover, una mujer no podía reinar allí; por tanto, la corona de Hannover y el ducado de Brunswick-Luneburgo pasaron al siguiente hermano de Guillermo, Ernesto Augusto, duque de Cumberland. Con la muerte de Guillermo IV terminó la unión personal del Reino Unido y de Hannover, existente desde 1714.


27.-Victoria I, Reina de Gran-Bretaña e Irlanda de 1837 a 1901, Emperatriz de las Indias 


La reina Victoria de Inglaterra ascendió al trono a los dieciocho años y se mantuvo en él más tiempo que ningún otro soberano de Europa. Durante su reinado, Francia conoció dos dinastías regias y una república, España tres monarcas e Italia cuatro. En este dilatado período, que precisamente se conoce como "era victoriana", Inglaterra se convirtió en un país industrial y en una potencia de primer orden, orgullosa de su capacidad para crear riqueza y destacar en un mundo cada vez más dependiente de los avances científicos y técnicos.

En el terreno político, la ausencia de revoluciones internas, el arraigado parlamentarismo inglés, el nacimiento y consolidación de una clase media y la expansión colonial fueron rasgos esenciales del victorianismo; en lo social, sus fundamentos se asentaron en el equilibrio y el compromiso entre clases, caracterizados por un marcado conservadurismo, el respeto por la etiqueta y una rígida moral de corte cristiano. Todo ello protegido y fomentado por la figura majestuosa e impresionante, al mismo tiempo maternal y vigorosa, de la reina Victoria, verdadera protagonista e inspiradora de todo el siglo XIX europeo.

La que llegaría a ser soberana de Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India nació el 24 de mayo de 1819, fruto de la unión de Eduardo, duque de Kent, hijo del rey Jorge III, con la princesa María Luisa de Sajonia-Coburgo, descendiente de una de las más antiguas y vastas familias europeas. No es de extrañar, por lo tanto, que muchos años después Victoria no encontrase grandes diferencias entre sus relaciones personales con los distintos monarcas y las de Gran Bretaña con las naciones extranjeras, pues desde su nacimiento estuvo emparentada con las casas reales de Alemania, Rumania, Suecia, Dinamarca, Noruega y Bélgica, lo que la llevó muchas veces a considerar las coronas de Europa como simples fincas de familia y las disputas internacionales como meras desavenencias domésticas.

La niña, cuyo nombre completo era Alejandrina Victoria, perdió a su padre cuando sólo contaba un año de edad y fue educada bajo la atenta mirada de su madre, revelando muy pronto un carácter afectuoso y sensible, a la par que despabilado y poco proclive a dejarse dominar por cualquiera. El vacío paternal fue ampliamente suplido por el enérgico temperamento de la madre, cuya vigilancia sobre la pequeña era tan tiránica que, al alborear la adolescencia, Victoria todavía no había podido dar un paso en el palacio ni en los contados actos públicos sin la compañía de ayas e institutrices o de su misma progenitora. Pero como más tarde haría patente en sus relaciones con los ministros del reino, Victoria resultaba indomable si primero no se conquistaba su cariño y se ganaba su respeto.

Muerto su abuelo Jorge III el mismo año que su padre, no tardó en ser evidente que Victoria estaba destinada a ocupar el trono de su país, pues ninguno de los restantes hijos varones del rey tenía descendencia. Cuando se informó a la princesa a este respecto, mostrándole un árbol genealógico de los soberanos ingleses que terminaba con su propio nombre, Victoria permaneció callada un buen rato y después exclamó: "Seré una buena reina". Apenas contaba diez años y ya mostraba una presencia de ánimo y una resolución que serían cualidades destacables a lo largo de toda su vida.

Jorge IV y Guillermo IV, tíos de Victoria, ocuparon el trono entre 1820 y 1837. Horas después del fallecimiento de éste último, el arzobispo de Canterbury se arrodillaba ante la joven Victoria para comunicarle oficialmente que ya era reina de Inglaterra. Ese día, la muchacha escribió en su diario: "Ya que la Providencia ha querido colocarme en este puesto, haré todo lo posible para cumplir mi obligación con mi país. Soy muy joven y quizás en muchas cosas me falte experiencia, aunque no en todas; pero estoy segura de que no hay demasiadas personas con la buena voluntad y el firme deseo de hacer las cosas bien que yo tengo". La solemne ceremonia de su coronación tuvo lugar en la abadía de Westminster el 28 de junio de 1838.
La tirantez de las relaciones de Victoria con su madre, que aumentaría con su llegada al trono, se puso ya de manifiesto en su primer acto de gobierno, que sorprendió a los encopetados miembros del consejo: les preguntó si, como reina, podía hacer lo que le viniese en real gana. Por considerarla demasiado joven e inexperta para calibrar los mecanismos constitucionales, le respondieron que sí. Ella, con un delicioso mohín juvenil, ordenó a su madre que la dejase sola una hora y se encerró en su habitación.
A la salida volvió a dar otra orden: que desalojaran inmediatamente de su alcoba el lecho de la absorbente duquesa, pues en adelante quería dormir sin compartirlo. Las quejas, las maniobras y hasta la velada ruptura de la madre nada pudieron hacer: su imperio había terminado y su voluntariosa y autoritaria hija iba a imponer el suyo. Y no sólo en la intimidad; también daría un sello inconfundible a toda una época, la que se ha denominado justamente con su nombre.
La sangre alemana de la joven reina no provenía únicamente de la línea materna, con su ascendencia más remota en un linaje medieval; había entrado con la entronización de la misma dinastía, los Hannover, que fueron llamados en 1714 desde el principado homónimo en el norte de Alemania para coronar el edificio constitucional que había erigido en el siglo XVIII la Revolución inglesa. Sus soberanos dejaron, en general, un recuerdo borrascoso por sus comportamientos públicos y privados y los feroces castigos infligidos a quienes se atrevían a criticarlos, pero presidieron la rápida ascensión de Gran Bretaña hacia la hegemonía europea.
Una pálida excepción la procuró Jorge III, de larga y desgraciada vida (su reinado duró casi tanto como el de Victoria), a causa de sus periódicas crisis de locura. Fue, sin embargo, respetado por sus súbditos, en razón de esa desgracia y de sus irreprochables virtudes domésticas. La mayoría de sus seis hijos no participaron de esta ejemplaridad y el heredero, Jorge IV, dañó especialmente con sus escándalos el prestigio de la monarquía, que sólo pudo reparar en parte su sucesor, Guillermo IV.
Al fallecer el rey Guillermo IV el 20 de junio de 1837 y convertirse en su sucesora al trono, Victoria tenía ante sí una larga tarea. Los celosos cuidados de la madre habían procurado sustraerla por completo a las influencias perniciosas de los tíos y del ambiente disoluto de la corte, regulando su instrucción según austeras pautas, imbuidas de un severo anglicanismo. Su educación intelectual fue algo precaria, pues parecía rebuscado pensar que la muerte de otros herederos directos y la falta de descendencia de Jorge IV y de Guillermo IV le abrirían el paso a la sucesión.

Pero ello no impediría que la reina desempeñara un papel fundamental en el resurgimiento de un indiscutible sentimiento monárquico al aproximar la corona al pueblo, borrando el recuerdo de sus antecesores hasta afianzar sólidamente la institución en la psicología colectiva de sus súbditos. No fue tarea fácil. Sus hombres de estado tuvieron que gastar largas horas en enseñarle a deslindar el ámbito regio en las prácticas constitucionales, y procuraron recortar la influencia de personajes dudosos de la corte, como el barón de Stockmar, médico, o la baronesa de Lehzen, una antigua institutriz. Los mayores roces se producirían con sus injerencias en la política exterior, y particularmente en las procelosas cuestiones de Alemania, cuando bajo la égida de Prusia y de Bismarck surgió allí el gran rival de Gran Bretaña, el imperio germano.
En el momento de la coronación, la escena política inglesa estaba dominada por William Lamb, vizconde de Melbourne, que ocupaba el cargo de primer ministro desde 1835. Lord Melbourne era un hombre rico, brillante y dotado de una inteligencia superior y de un temperamento sensible y afable, cualidades que fascinaron a la nueva reina. Victoria, joven, feliz y despreocupada durante los primeros meses de su reinado, empezó a depender completamente de aquel excelente caballero, en cuyas manos podía dejar los asuntos de estado con absoluta confianza. Y puesto que lord Melbourne era jefe del partido whig (liberal), ella se rodeó de damas que compartían las ideas liberales y expresó su deseo de no ver jamás a un tory (conservador), pues los enemigos políticos de su estimado lord habían pasado a ser automáticamente sus enemigos.
Tal era la situación cuando se produjeron en la Cámara de los Comunes diversas votaciones en las que el gabinete whig de lord Melbourne no consiguió alcanzar la mayoría. El primer ministro decidió dimitir y los tories, encabezados por Robert Peel, se dispusieron a formar gobierno. Fue entonces cuando Victoria, obsesionada con la terrible idea de separarse de lord Melbourne y verse obligada a sustituirlo por Robert Peel, cuyos modales consideraba detestables, sacó a relucir su genio y su testarudez, disimulados hasta entonces: su negativa a aceptar el relevo fue tan rotunda que la crisis hubo de resolverse mediante una serie de negociaciones y pactos que restituyeron en su cargo al primer ministro whig. Lord Melbourne regresó al lado de la reina y con él volvió la felicidad, pero pronto iba a ser desplazado por una nueva influencia.
El 10 de febrero de 1840 la reina Victoria contrajo matrimonio. Se trataba de una unión prevista desde muchos años antes y determinada por los intereses políticos de Inglaterra. El príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, alemán y primo de Victoria, era uno de los escasísimos hombres jóvenes que la adolescente soberana había tratado en su vida y sin duda el primero con el que se le permitió conversar a solas. Cuando se convirtió en su esposo, ni la predeterminación ni el miedo al cambio que suponía la boda impidieron que naciese en ella un sentimiento de auténtica veneración hacia aquel hombre no sólo apuesto, exquisito y atento, sino también dotado de una fina inteligencia política.
Alberto tampoco dejó de tener sus dificultades al principio. Por un lado, tardó en acostumbrarse al puesto que le había trazado de antemano el parlamento, el de príncipe consorte, un status que adquirió a partir de él (en Gran Bretaña y en Europa) sus específicas dimensiones. Por otro lado, tardó aún más en hacerse perdonar una cierta inadaptación a los modos y maneras de la aristocracia inglesa, al soslayar su innata timidez con el clásico recurso del envaramiento oficial y la altivez de trato. Pero con el tacto y perseverancia del príncipe, y la viveza natural y el sentido común de Victoria, la real pareja despejó en una misma voluntad todos los obstáculos y se granjeó un universal respeto con sus iniciativas. Fue el suyo un amor feliz, plácido y hogareño, del que nacieron cuatro hijos y cinco hijas; ellos y sus respectivos descendientes coparon la mayor parte de las cortes reales e imperiales del continente, poniendo una brillante rúbrica a la hegemonía de Gran Bretaña en el orbe, vigente hasta la Primera Guerra Mundial. Llegó el día en que Victoria fue designada «la abuela de Europa».
Alberto fue para Victoria un marido perfecto y sustituyó a lord Melbourne en el papel de consejero, protector y factótum en el ámbito de la política. Y ejerció su misión con tanto acierto que la soberana, aún inexperta y necesitada de ese apoyo, no experimentó pánico alguno cuando en 1841 el antaño aborrecido Peel reemplazó por fin a Melbourne al frente del gabinete. A partir de ese momento, Victoria descubrió que los políticos tories no sólo no eran monstruos terribles, sino que, por su conservadurismo, se hallaban mucho más cerca que los whigs de su talante y sus creencias. En adelante, tanto ella como su marido mostraron una acusada predilección por los conservadores, siendo frecuentes sus polémicas con los gabinetes liberales encabezados por lord Russell y lord Palmerston.
La habilidad política del príncipe Alberto y el escrupuloso respeto observado por la reina hacia los mecanismos parlamentarios, contrariando en muchas ocasiones sus propias preferencias, contribuyeron en gran medida a restaurar el prestigio de la corona, gravemente menoscabado desde los últimos años de Jorge III a causa de la manifiesta incompetencia de los soberanos. Con el nacimiento, en noviembre de 1841, del príncipe de Gales, que sucedería a Victoria más de medio siglo después con el nombre de Eduardo VII, la cuestión sucesoria quedó resuelta. Puede afirmarse, por lo tanto, que en 1851, cuando la reina inauguró en Londres la primera Gran Exposición Internacional, la gloria y el poder de Inglaterra se encontraban en su momento culminante. Es de señalar que Alberto era el organizador del evento; no hay duda de que había pasado a ser el verdadero rey en la sombra
A lo largo de los años siguientes, Alberto continuó ocupándose incansablemente de los difíciles asuntos de gobierno y de las altas cuestiones de Estado. Pero su energía y su salud comenzaron a resentirse a partir de 1856, un año antes de que la reina le otorgase el título de príncipe consorte con objeto de que a su marido le fueran reconocidos plenamente sus derechos como ciudadano inglés, pues no hay que olvidar su origen extranjero. Fue en 1861 cuando Victoria atravesó el más trágico período de su vida: en marzo fallecía su madre, la duquesa de Kent, y el 14 de diciembre expiraba su amado esposo, el hombre que había sido su guía y soportado con ella el peso de la corona.
Como en otras ocasiones, y a pesar del dolor que experimentaba, la soberana reaccionó con una entereza extraordinaria y decidió que la mejor manera de rendir homenaje al príncipe desaparecido era hacer suyo el objetivo central que había animado a su marido: trabajar sin descanso al servicio del país. La pequeña y gruesa figura de la reina se cubrió en lo sucesivo con una vestimenta de luto y permaneció eternamente fiel al recuerdo de Alberto, evocándolo siempre en las conversaciones y episodios diarios más baladíes, mientras acababa de consumar la indisoluble unión de monarquía, pueblo y estado.
Desde ese instante hasta su muerte, Victoria nunca dejó de dar muestras de su férrea voluntad y de su enorme capacidad para dirigir con aparente facilidad los destinos de Inglaterra. Mientras en la palestra política dos nuevos protagonistas, el liberal William Gladstone y el conservador Benjamin Disraeli, daban comienzo a un nuevo acto en la historia del parlamentarismo inglés, la reina alcanzaba desde su privilegiada posición una notoria celebridad internacional y un ascendiente sobre su pueblo del que no había gozado ninguno de sus predecesores. En un supremo éxito, logró también que una aristocracia proverbialmente licenciosa se fuera impregnando de los valores morales de la burguesía, a medida que ésta llevaba a su apogeo la Revolución Industrial y cercenaba las competencias del último reducto nobiliario, la Cámara de los Lores. Ella misma extremó las pautas más rígidas de esa moral y le imprimió ese sello personal algo pacato y estrecho de miras, que no en balde se ha denominado victoriano.
El único paréntesis en este estado de viudez permanente lo trajeron los gobiernos de Disraeli, el político que mejor supo penetrar en el carácter de la reina, alegrarla y halagarla, y desviarla definitivamente de su antigua predilección por los whigs. También la convirtió en símbolo de la unidad imperial al coronarla en 1877 emperatriz de la India, después de dominar allí la gran rebelión nacional y religiosa de los cipayos. La hábil política de Disraeli puso asimismo el broche a la formidable expansión colonial (el imperio inglés llegó a comprender hasta el 24 % de todas las tierras emergidas y 450 millones de habitantes, regido por los 37 millones de la metrópoli) con la adquisición y control del canal de Suez. Londres pasó a ser así, durante mucho tiempo, el primer centro financiero y de intercambio mundial. Un sinfín de guerras coloniales llevó la presencia británica hasta los últimos confines de Asia, África y Oceanía.
Durante las últimas tres décadas de su reinado, Victoria llegó a ser un mito viviente y la referencia obligada de toda actividad política en la escena mundial. Su imagen pequeña y robusta, dotada a pesar de todo de una majestad extraordinaria, fue objeto de reverencia dentro y fuera de Gran Bretaña. Su apabullante sentido común, la tranquila seguridad con que acompañaba todas sus decisiones y su íntima identificación con los deseos y preocupaciones de la clase media consiguieron que la sombra protectora de la llamada Viuda de Windsor se proyectase sobre toda una época e impregnase de victorianismo la segunda mitad del siglo.
Su vida se extinguió lentamente, con la misma cadencia reposada con que transcurrieron los años de su viudez. Cuando se hizo pública su muerte, acaecida el 22 de enero de 1901, pareció como si estuviera a punto de producirse un espantoso cataclismo de la naturaleza. La inmensa mayoría de sus súbditos no recordaba un día en que Victoria no hubiese sido su reina.

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