Esteban Aguilar Orellana; Giovani Barbatos Epple;Ismael Barrenechea Samaniego; Jorge Catalán Nuñez; Boris Díaz Carrasco; Rafael Díaz del Río Martí;Alfredo Francisco Eloy Barra ;Rodrigo Farias Picon; Franco Antonio González Fortunatti;Patricio Ernesto Hernández Jara; Walter Imilan Ojeda;Jaime Jamet Rojas;Gustavo Morales Guajardo;Francisco Moreno Gallardo; Boris Ormeño Rojas;José Oyarzún Villa;Rodrigo Palacios Marambio;Demetrio Protopsaltis Palma;Cristian Quezada Moreno;Edison Reyes Aramburu; Rodrigo Rivera Hernández;Jorge Rojas Bustos; Alejandro Suau Figueroa; Cristian Vergara Torrealba; Rodrigo Villela Díaz; Nicolas Wasiliew Sala;Marcelo Yañez Garin;Katherine Alejandra del Carmen Lafoy Guzmán;Paula Flores Vargas;
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Dinastía de Sajonia-Coburgo-Gotha, después Windsor
28.-Eduardo VII, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda,y los Dominios británicos más allá de los mares de 1901 a 1910. Emperador de Indias
(Sandringham, 1841 - Londres, 1910) Rey de Gran Bretaña e Irlanda, segundo hijo de la reina Victoria I de Inglaterra (1837-1901) y del príncipe consorte Alberto. Al contrario que su madre, Eduardo se interesó sobremanera por las cuestiones de política exterior, en las que tuvo un papel destacado a pesar de que su petición de ser consultado sobre decisiones políticas fuera ignorada la mayoría de las veces por sus primeros ministros. Su huella se dejó sentir en los acuerdos de la Entente Cordiale y la Entente Anglo-rusa, por su influencia sobre la mayoría de las familias reales europeas, con las que estaba emparentado. Fue el impulsor del poderío naval británico. Su reinado señaló la cúspide de la prosperidad y el poder colonial de Inglaterra. Antes de ser coronado rey se hacía llamar Alberto, mientras que en sus círculos más íntimos se le conocía con el cariñoso diminutivo de "Bertie".
Aunque Eduardo siguió escrupulosamente el austero y recio programa educativo trazado por sus padres, el joven príncipe heredero no tardó mucho tiempo en decepcionar a sus progenitores por su escaso interés en los estudios. En sus primeros años de vida, el príncipe creció bajo la opresiva tutela materna. De naturaleza despierta y algo rebelde, amante de las aventuras, desde muy pequeño acompañó a sus padres en varios viajes oficiales al exterior, como el que hicieron en 1856 a París en la Corte del emperador Napoleón III (1852-1870). Eduardo quedó gratamente impresionado por la sociedad parisina y la refinada cultura francesa, francofilia que jamás abandonaría y que a la postre resultaría determinante, cuando accedió al trono, para buscar el acercamiento político y militar con el país galo.
Tras acabar su primera formación académica en Edimburgo, donde se interesó por la química industrial, el príncipe Eduardo adquirió una ligera instrucción militar sirviendo en el 16º Regimiento de Húsares, para, en 1858, ingresar en la Universidad de Oxford, en donde tan sólo estuvo dos años, dados los resultados tan penosos que obtuvo en todas las asignaturas. En 1860, Eduardo fue enviado al Canadá como representante de la Corona, acompañado del ministro para las Colonias, el duque de Newcastle. El objetivo del viaje no era otro que introducir al príncipe en los asuntos de Estado e iniciar su formación política para cuando accediera al trono.
Pero durante toda su estancia americana, Eduardo se limitó a inaugurar edificios y a realizar un viaje de placer que le llevó a recorrer gran parte de los Estados Unidos invitado expresamente por el presidente de aquel país, James Buchanan (1857-1861). De vuelta a Inglaterra en noviembre de ese mismo año, Eduardo reinició sus estudios universitarios en Cambridge. Si la anterior experiencia fue nefasta, la segunda superó con creces los malos resultados obtenidos en Oxford, hasta el punto de que, harto de estudiar y de la rigidez que le era impuesta, el príncipe se fugó del centro para dirigirse de incógnito a Londres, donde finalmente fue descubierto por dos empleados del palacio de Buckingham en la estación de Cadington, los cuales le condujeron de nuevo a Cambridge.
La muerte prematura del príncipe consorte Alberto, el 14 de diciembre de 1861, encerró a la reina Victoria en una actitud de incomprensión severa con respecto a su hijo y heredero. La consecuencia de ese dolor se tradujo en un despiadado y riguroso alejamiento de Eduardo de los asuntos de Estado por orden expresa de su madre, circunstancia que sumió a éste en una profunda depresión moral, tanto por la muerte de padre como por el desprecio de que era objeto y la frialdad con la que la reina no dejó de tratarle casi hasta su muerte.
Incluso cuando Eduardo tenía más de cincuenta años, la reina Victoria no dejó de reprenderle en público y en privado por todas aquellas iniciativas emprendidas por éste que la reina considerase inoportunas. Con intención de liberarse de la opresión materna y de la asfixia que sentía en palacio, en febrero de 1862 emprendió un largo viaje de placer que le llevó a Egipto y a Tierra Santa. Una vez de regreso a Inglaterra, en la primavera siguiente, el 10 de marzo de 1863 contrajo matrimonio con la princesa Alejandra de Dinamarca, hija mayor del futuro rey Cristian IX.
Los ideales germanófobos de la princesa de Gales fueron fácilmente compartidos por Eduardo, máxime cuando a partir de 1888 comenzó a gestarse una franca hostilidad entre éste y su sobrino, el recién coronado kaiser de Alemania Guillermo II (1888-1918). Este hecho forzó al príncipe a buscar la amistad de los países antigermanos. De esta unión nacieron cinco hijos, entre ellos: Alberto Víctor, duque de Clarence y heredero a la Corona, pero de corto alcance y aquejado de fuertes desequilibrios psíquicos, que murió en 1892; el duque de York, futuro rey Jorge V (1910-1936); y una hija, Maud, que se convirtió en reina de Noruega en 1905 por su matrimonio con Haakon VII (1905-1957).
Condenado por la reina Victoria a la inacción política, Eduardo se volcó hacia la actividad mundana y social, a la que por otra parte era tan aficionado; estableció su residencia en el palacio de Marlborough House, que se convirtió en el templo de la elegancia y en el centro neurálgico donde se reunían los grandes del reino y lo más granado de la sociedad inglesa y mundial (escritores, poetas, artistas, actores, intelectuales, banqueros, políticos, jefes de Estado, etc.). Apesar de su gordura, Eduardo se convirtió en el árbitro de la elegancia y los buenos modos, artes que cultivaba a la perfección gracias a su cosmopolitismo en sus gustos, que todos los que le rodeaban se apresuraban a imitar. Los bailes y fiestas que organizaba se hicieron famosos en todo el país, contrastando con la seriedad y sobriedad palaciega impuestas por su madre en Buckingham Palace.
Como viajero infatigable que era, tanto Eduardo como su esposa realizaron un buen número de viajes al extranjero, todos ellos criticados por la reina Victoria, pero que a la postre prestaron una labor diplomática a su país de primer orden durante los años previos al estallido de la Primera Guerra Mundial. Eduardo volvió a visitar París en 1868, luego Marieubad, Baden-Baden, Cannes (visita que contribuyó a poner de moda la Costa Azul entre la clase noble y adinerada de Europa), Potsdam, Schönbrunn y Peterhoft, siempre rodeado del esplendor y el lujo decadente propio de la Europa imperial de finales del siglo XIX.
Aunque consagrado a la buena vida, a los placeres de la mesa, a los hipódromos, al juego y a la compañía femenina, Eduardo no dejó a un lado sus labores como príncipe de Gales y heredero al trono británico. Ferviente imperialista y apasionado por la grandeza nacional, se dedicó a visitar los territorios del Imperio y en particular la India, viaje que realizó en 1875, recorriendo prácticamente toda la colonia (Bombay, Madrás, Calcuta, Capawora, Allahabad). Dos años antes representó a su madre en la Exposición Universal de Viena. En 1885 Eduardo visitó Irlanda y en 1889 viajó hasta San Petersburgo para asistir en nombre de la Corona a las exequias del zar Alejandro III de Rusia.
En 1894 acompañó a su madre a Alemania, en una visita de importancia diplomática, ya que las relaciones entre ambos países a pesar del parentesco de ambas coronas habían entrado en una fase especialmente crítica como consecuencia de la política anexionista y militar que había emprendido el joven emperador alemán. La vida disoluta y despreocupada del príncipe y la poca discreción de éste respecto de su vida privada, repleta de amantes, escándalos de todo tipo y fiestas continuas, reforzaron la convicción de la reina Victoria de que su hijo carecía de la responsabilidad y de las actitudes mínimas que se esperaban del heredero de una Corona tan importante como la británica.
Por fin, cuando contaba cincuenta y nueve años de edad, Eduardo fue proclamado rey de Gran Bretaña el 25 de junio de 1901. En contra de la opinión general de la clase política debido a su pasado, el nuevo rey impresionó favorablemente al asumir desde un primer momento la grave responsabilidad que se abatía sobre sus espaldas tras ser coronado el rey de la primera potencia mundial en aquellos momentos. Toda su preocupación fue devolver a la realeza británica su esplendor, reafirmando al mismo tiempo sus prerrogativas. Para ello, insistió en que las ceremonias de su coronación, postergadas al 9 de agosto de 1902 como consecuencia de una grave recaída de su salud, fueran del todo punto suntuosas.
Nada más subir al trono, Eduardo VII expresó sus deseos de ser estrictamente respetuoso con la Constitución y las leyes que se acordaran en el Parlamento. No obstante, siendo como era tan meticuloso en cuestiones de etiqueta, representación y jerarquía, tuvo que someterse a la voluntad de todos sus primeros ministros, con los que nunca llegó a sintonizar de manera correcta, especialmente con Arthur James Balfour, jefe del Gobierno entre 1902 y 1905, y con el marqués de Lansdowne, jefe del Foreign Office. Finalmente, su pereza y ánimo, tan poco acorde para redactar informes e interesarse por los asuntos internos del reino, provocaron que éste abandonara la política interior enteramente en manos de sus ministros.
Aun así, uno de los dos campos en los que Eduardo VII mostró una absoluta predilección e interés fue el de las cuestiones militares y navales en concreto. Eduardo VII aportó todo su apoyo incondicional a las reformas del ejército llevadas a cabo por Richard Burton, vizconde de Cloan, quien llevó a cabo un ambicioso programa para modernizar las instalaciones y el material, ambos totalmente obsoletos. Gracias a la colaboración de John Arbuthnot Fisher, primer lord del Almirantazgo, Eduardo VII logró imponerse a la mayoría de los miembros del Parlamento que se oponían a la modernización de la flota inglesa. Demostrando una gran clarividencia en cuestiones de política exterior, Eduardo VII mandó a Fisher adoptar la flota inglesa a las nuevas perspectivas de lucha contra la marina alemana.
Fisher reconstruyó por completó todos los puertos importante de la isla y concentró en ellos todos los barcos de guerra británicos que se encontraban desperdigados por todos los océanos. También se construyeron nuevos y más potentes acorazados, los famosos Dreagnoughts, buques que disponían de un colosal tonelaje y de los avances más modernos en artillería naval. De los treinta y siete acorazados con que contaba Gran Bretaña cuando Eduardo VII subió al trono en 1901, a su muerte la marina británica contaba con cincuenta y seis, capaces de desplazar cerca de 900.000 toneladas, a los que había que sumar un buen número de submarinos, cruceros, torpederos y destroyers.
La otra gran pasión de Eduardo VII se desarrolló en el plano diplomático y en las relaciones con el exterior. Durante los nueve años de su reinado, el monarca intentó llevar la dirección de la política exterior de su país e imponer sus iniciativas, empeño por el cual mantuvo serios encontronazos con el Parlamento. A los pocos días de ser nombrado rey, Eduardo VII forzó al Gobierno para que firmara la paz con el Transvaal que puso fin a la sangrienta Guerra de los Boers. Siguiendo la misma senda de la cordialidad y la confraternación, el monarca también jugó un destacado papel en el estrechamiento de las relaciones bilaterales con Japón, los Estados Unidos y España, monarquía con la que también estaba emparentada la casa real de los Windsor.
Debido a su famosa visita oficial a Francia, en 1903, Eduardo VII contribuyó decisivamente a la firma de la alianza, al año siguiente, entre ambos países conocida como Entente Cordial, viaje en el que, gracias a sus hábiles palabras y a su actitud tan jovial que conquistó el aplauso de los parisienses y la confianza del presidente de la República francesa Émile Loubet, se produjo el deshielo necesario para que ambos países se unieran en contra de una más que posible agresión por parte de Alemania. Eduardo VII también hizo saber en público su deseo de acercarse a la Rusia zarista, la cual llevaba bastante tiempo enfrentada a Alemania por cuestiones territoriales en el este de Europa y en los Balcanes. Sus sentimientos antialemanes fueron siempre a la par con el clima de competencia tan severa que existía entre ambos países.
Los últimos meses de su reinado quedaron ensombrecidos por el gran debate surgido por el presupuesto del primer ministro David Lloyd George y por la crisis constitucional que se originó a propósito de la Cámara de los Lores. De forma súbita, justo en medio de la tempestad política que sacudía a todo el país, Eduardo VII cayó gravemente enfermo a finales de abril de 1910, y falleció repentinamente el 6 de mayo.
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29.-Jorge V, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda,y los Dominios británicos más allá de los mares de 1910 a 1936. Emperador de Indias.
(Londres, 1865-Sandingham, Reino Unido, 1936) Monarca británico. Segundo hijo de Eduardo VII y de la reina Alejandra, se convirtió en príncipe heredero cuando su hermano, el duque de Clarence, murió prematuramente en 1892
El príncipe Jorge contaba por entonces veintisiete años, y su padre inició su educación encaminada a prepararlo para sus futuras obligaciones. Llegó al trono con cuarenta y cinco años y fue coronado un año más tarde. Casó con la princesa Mary of Teck, novia de su difunto hermano, y tuvo con ella seis hijos: Edward, George, Mary, Henry, George (duque de Kent) y John.
A lo largo de su reinado, se enfrentó a múltiples dificultades, y en el plano político tuvo que solucionar un grave problema, de carácter constitucional: la moderación del poder de la Cámara de los Lores. Su comedida actuación permitió el progreso de la monarquía constitucional, debido, en buena parte, a que las intervenciones que protagonizaba eran previamente consensuadas con las fuerzas políticas y con sus consejeros.
Durante la Primera Guerra Mundial cambió la denominación de la casa real, que de Sajonia-Coburgo pasó a ser Windsor. En el curso del conflicto, sus diversas visitas a Francia le granjearon un notable prestigio internacional. Por otro lado, tuvo también que hacer frente a los cambios que se iban produciendo en el imperio colonial y buscar soluciones a la penuria económica de la posguerra.
Monarca prudente y conciliador, gozó siempre del afecto del pueblo británico, que en 1935, en una multitudinaria manifestación popular, le expresó su cariño con ocasión de los actos de celebración de sus bodas de plata como rey. De salud delicada desde 1928, murió a los setenta y un años de edad a causa de una neumonía.
30.-Eduardo VIII, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda,y los Dominios británicos más allá de los mares de 1936 a 1936. Emperador de Indias. (abdico)
Rey de Gran Bretaña e Irlanda (Londres, 1894 - Neuilly, Francia, 1972). Sucedió a su padre, Jorge V, en enero de 1936. Su reinado, sin embargo, no iba a sobrepasar el año, debido al romance que mantenía desde 1934 con Wallis W. Simpson, una multimillonaria americana divorciada. El anuncio del rey de su intención de casarse con la señora Simpson le enfrentó con el primer ministro, Stanley Baldwin, quien expresaba los prejuicios de la época al considerar inadmisible tal matrimonio morganático. Eduardo fue obligado a abdicar en diciembre de 1936 en favor de su hermano, Jorge VI, quedándole a él el título de duque de Windsor; en 1937 se casó por fin con Wallis Simpson.
Sus simpatías por la Alemania nazi comenzaron a manifestarse entonces sin disimulos, canalizando el despecho que sentía hacia los medios oficiales británicos por el menosprecio recibido (por ejemplo, al no conceder a la señora Simpson el tratamiento de «Alteza Real»). Realizó un viaje a Alemania, en donde fue calurosamente acogido por Hitler; al estallar la Segunda Guerra Mundial (1939), se dedicó a dar discursos criticando la actitud británica y defendiendo a los nazis; aceptó el plan alemán para reponerle en el trono si conseguían derrotar a Inglaterra; e incluso espió para Alemania, suministrándole información sobre la reacción británica en caso de invadir Bélgica.
Los duques de Windsor eligieron para pasar la guerra las dictaduras del sur de Europa: la España de Francisco Franco primero, y el Portugal de Antonio de Oliveira Salazar después. Churchill consiguió apartarlos de la escena política enviando a Eduardo a gobernar las Bahamas (1940-1945); acabada la guerra, se estableció en París hasta su muerte.
31.-Jorge VI, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda, y los Dominios británicos más allá de los mares de 1936 a 1952. Emperador de Indias (1936 a 1947)
(Sandringham, Reino Unido, 1895 - id., 1952) Rey de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (1936-1952) y emperador de la India (1936-1947). Hijo de Jorge V, en 1913 ingresó en el ejército, en el que permaneció hasta 1919, fecha en que inició sus estudios en el Trinity College de Cambridge.
En abril de 1923 contrajo matrimonio con Isabel Ángela Bowes-Lyon, unión de la que nacieron la princesa Isabel, futura reina Isabel II, y la princesa Margarita. En 1936, tras la abdicación de su hermano Eduardo VIII, fue coronado rey.
Su reinado se caracterizó por su apoyo al primer ministro Neville Chamberlain y a su política de «apaciguamento» hacia Alemania e Italia; tras el fracaso de la misma y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, respaldó el gobierno de coalición de su sucesor, Winston Churchill. Durante la guerra trató de elevar la moral del ejército y mantuvo una estrecha relación con el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt.
Tuvo un papel destacado en la conversión del Imperio Británico en la Commonwealth, organismo al que se sumaron, tras sus respectivas independencias, la India y Pakistán. En 1948 su salud empezó a empeorar; falleció cuatro años más tarde, a poco de someterse a una operación para extirpar un cáncer de pulmón.
32.-Isabel II, Reina de Gran-Bretaña e Irlanda del Norte de 1952 a hasta nuestros días
(Isabel Alejandra María Windsor; Londres, 1926) Actual reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, en el trono desde 1952. Coronada tras el fallecimiento de su padre, el rey Jorge VI, Isabel II de Inglaterra ha protagonizado el más dilatado reinado de la historia del país: en 2016 alcanzó y sobrepasó los 64 años de la «era victoriana» de su tatarabuela, la reina Victoria I de Inglaterra (1837-1901).
Primogénita de los duques de York y tercera nieta del rey Jorge V de Inglaterra, Isabel Alejandra María Windsor se convirtió en la heredera del trono cuando su padre fue coronado en 1936 con el nombre de Jorge VI, tras la abdicación del hermano de éste, Eduardo VIII. En marzo de 1945, poco antes de que concluyera la Segunda Guerra Mundial, ingresó en el Servicio Auxiliar de Transporte.
Dos años más tarde, en 1947, Isabel contrajo matrimonio con el teniente Felipe de Mountbatten, príncipe de Grecia y Dinamarca, más conocido a raíz de este enlace como Felipe de Edimburgo; Felipe e Isabel recibieron el título de duques de Edimburgo. Fruto de esta unión serían sus cuatro hijos: Carlos, príncipe de Gales y heredero del trono, nacido en 1948; la princesa Ana, nacida en 1950; Andrés, duque de York, nacido en 1960; y Eduardo, conde de Wessex, en 1964. Isabel fue consciente de su papel desde muy joven, y asumió con responsabilidad sus obligaciones de princesa heredera.
A principios de 1952 falleció el rey Jorge VI; Isabel recibió la noticia del óbito de su padre en Kenia, entonces colonia británica convulsionada por las acciones terroristas de los Mau Mau. El 2 de junio de 1953, Isabel II fue coronada reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte en la antigua abadía de Westminster, en una fastuosa ceremonia a la que asistieron jefes de Estado y representantes de las casas reales europeas y que miles de personas pudieron seguir por primera vez a través de la televisión.
A pesar del reducido papel político al que se vio reducida la monarquía británica tras la Segunda Guerra Mundial, esencialmente simbólico, y de los cambios que se produjeron en la relación con las antiguas colonias, Isabel II procuró preservar el carácter unificador de la Corona en el espacio político del antiguo imperio británico, convertido en la Commonwealth tras el proceso de descolonización iniciado en los años 60. Con este objeto viajó por todo el mundo como no lo había hecho ningún otro monarca británico, estrechando vínculos con súbditos de las más diversas razas, creencias y culturas. Incluso en Australia instauró la costumbre de los paseos más o menos espontáneos, para mezclarse y saludar sin protocolo a la gente de la calle. En otro orden de cosas, en 1960 dispuso que los miembros de la familia real que no fuesen príncipes o altezas reales llevasen el apellido Mountbatten-Windsor.
No obstante la popularidad y el respeto que le dispensaban sus súbditos, Isabel II no pudo evitar que los escándalos familiares denotasen la existencia de cierto anquilosamiento en las estructuras de la monarquía. El año 1992 (que la misma soberana calificó de annus horribilis) fue un punto de inflexión al divulgarse las desavenencias conyugales de sus hijos: el príncipe Andrés se separó de Sarah Ferguson, las tensiones entre Carlos de Inglaterra y la popular «Lady Di» (Diana de Gales) pasaron al dominio público, y se consumó el divorcio de la princesa Ana, separada tres años antes de Mark Phillips. La crisis se recrudeció con el divorcio del príncipe Carlos (1996) y muy especialmente tras el fallecimiento en un accidente automovilístico (agosto de 1997) de su ex esposa, la princesa Diana de Gales, en quien el pueblo vio una víctima tanto del comportamiento adúltero del príncipe Carlos como de la insensibilidad de la familia real.
Las repercusiones que tales hechos tuvieron en la opinión pública indujeron a Isabel II a buscar nuevos caminos de acercamiento al pueblo, y dedicó desde entonces múltiples esfuerzos a ofrecer una imagen menos fría y protocolaria de la corona. Tal propósito se hizo explícito en la celebración de las bodas de oro de su matrimonio con el duque de Edimburgo (20 de noviembre de 1997): en un discurso pronunciado en el banquete ofrecido por el primer ministro con tal motivo, la reina prometió abrir la monarquía a los ciudadanos.
En este sentido cabe interpretar decisiones tan dispares como la de pagar impuestos sobre sus bienes e ingresos, dar un tono popular y familiar a las celebraciones de la corona o visitar a las víctimas de actos terroristas, gestos que dieron lentamente sus frutos hasta relegar al olvido los delicados años 90. Los pocos que la conocen (casi nunca ha concedido entrevistas) señalan el alto sentido del deber y el apego a la tradición como los principales rasgos de su carácter; es ordenada y práctica, gusta de los juegos de salón y de los rompecabezas, y siente pasión por los caballos y los perros.